GERARDO DENIZ. PATRIA


                                                                                                                                        foto de martin parr


Mil olvi­dos y dos recuer­dos me bas­tan para armarla.

El olvido se per­dona, pues cumplía entonces yo dos años:

hablo del churro de mi desayuno tempranero.

Los recuer­dos tienen menos de veinte años.

Unos son los cam­pos junto a Soria,

secos, entris­te­ci­dos al filo de noviembre,

que recorrí con mi amigo al atardecer,

mien­tras den­tro de mi crá­neo resonaban,

inex­plic­a­ble­mente,

los lar­gos arpe­gia­dos del coral de César Franck.

Y al fin, un mes después,

cuando, en el jirón restante

de la calle del Caballero de Gracia,

entré a la tienda aque­lla para que cuidasen de mis fotografías,

y tras el mostrador surgió una muchacha seria

y me miró

y por unos segun­dos sentí deshac­erse, disolverse,

mi pecu­liar y gen­uino sobretodo helveticomexica

y fui un viejo las­civo judío o morisco

requiriendo de amores en silencio

a una don­cella cris­tiana de her­mo­sura casi inimag­in­able. Y amargo como Pafnucio:

—¿Por qué das tal poder a una creatura?

Escribo esto a mediodía (hora de otoño), a midi, ses fauves, ses famines,

y mi graznido de pigargo al arro­jarme al espa­cio postrero, mi Weltinnenraum,

pase­ando, inex­plic­a­ble­mente nervioso, por los pasil­los hue­cos del aerop­uerto de Barajas,

viendo des­fi­lar anun­cios y avi­sos de aerolíneas nunca vistas

que van —pero de veras— a todos mis mundillos,

a Kuwait, a Helsinki, a Ánkara y Angkor, a Sid­ney, vía Djakarta.

Era tam­bién el mediodía (hora de Greenwich)

y cuando por fin me arrel­lané en mi asiento en el avión

son­aba, quedo, música de Debussy

para des­pedirme de mi Eura­sia (un mes atrás, cuando llegué,

la música de fondo era, muy propi­a­mente, de Granados).

Ahora, a luchar con el sol, para lle­gar a Méx­ico a las 11 p.m.,

por­ta­dor de unos tur­rones de avellana

y de un fardo invis­i­ble de recuer­dos que añadir a un mon­tón ya desmesurado.

Soy un bor­botón de magma super­fluo, bro­tada en la super­fi­cie terrestre.

Los bomberos, lla­ma­dos con urgen­cia, aseguraron

que jamás habría peli­gro, que sen­cil­la­mente fuera siendo cubierto el adefesio

con pla­cas de amianto. Mamá tomó fiel nota

y, pasado el puer­pe­rio, dis­eñó diver­sas pla­cas de amianto

y encargó que man­u­fac­turasen doscientas,

mien­tras mi padre se encogía de hom­bros y predecía

que todo aque­llo no serviría para nada.

Tenía razón, pues, todavía hoy,

las pla­cas recor­tadas en amianto, a ima­gen y seme­janza de mamá

no embo­nan ni a golpes, las jun­turas se niegan

y el magma inagotable rezuma y escurre sin reposo;

para colmo, se caen más y más placas

y se quiebran, las tiran o las roban.

De ahí la sin­gu­lar­i­dad inútil de mi exis­ten­cia, si es que fuera tal.

Retro­cedamos. Rep­tando —vaga anímula—,

me lle­varon a cono­cer el mar a Santander.

Tan grande fue mi emo­ción, que eché a andar.

Por ese mar, supe pronto, se va a América, donde no ten­emos nada que hacer.

(Algo anál­ogo repetí en 1962,

cuando, como un Bal­boa cualquiera,

tomé pos­esión del Océano Pací­fico en mi pro­pio nombre

—y es sabido que por él se llega hasta Borneo.)

Pero, de momento, mi des­tino man­i­fiesto fue el lago Léman,

en cuyas aguas me metí y cuyas seiches conocí en —relativamente—

felices años.

Cuando regresé un rato a la penín­sula, en el 92,

la Con­fed­eración Helvética envió a saludarme

un automóvil con placa y escudo y todo

de la República y Can­tón de Ginebra

que vi pasar, dis­creto y efi­caz por una car­retera navarra.

Pero días atrás ya había res­pi­rado todo el aire de Fran­cia en Roncesvalles

y a su zaga, para mí, el de Europa entera,

el aire de mi Helve­cia y de Croacia,

de mi Escan­dia, mi Mun­ster, mi puszta, mi Cir­ca­sia y mi Carelia.

Poco después volvía a Fran­cia labortana,

durante un par de horas, la mitad de las cuales en Ciboure,

donde no se vio a nadie pero los ojos se me ane­garon al cruzar

hacia una casa sim­ple, del XVII, con una mod­esta indicación:

Dans cette mai­son est né Mau­rice Ravel”.

Pronto cruzamos al revés la fron­tera, hacia el Baztán,

donde vi a las bru­jas y bru­jos en las cuevas de Zugar­ra­murdi y cruzó la car­retera un enorme gato negro,

descen­di­ente rec­tilí­neo de los que en otros tiempos

enno­blecían los aque­lar­res con su belleza impar.

Qué quieren que haga yo, si uno de mis zarcillos

se enrosca —ya hacía mucho entonces—

en aque­lla Vas­co­nia que conocí tan poco,

pues no vi ni las cade­nas arrebatadas al miramamolín,

que cuel­gan en la cat­e­dral de Pamplona,

donde no pude entrar porque la esta­ban reparando.

Mediter­rá­neo. —Donde, según el anar­quista Elysée Reclus,

el alma se des­pereza en uno de los cli­mas más tonif­i­cantes del globo (apud. J. Verne).

(Ah, no se me olvide, mide un titipuchal de mir­iámet­ros cuadrados.)

Acaso me aso­maría a él teniendo menos de un año; qué importa,

pero en el año de semi­m­i­le­nario colom­bino, lo conocí en Cambrils

mien­tras unos bar­quichue­los volvían de pescar sardinas,

pese a no haber alcan­zado el Egeo ni, por ende, el Eux­ino argonáutico

donde el Cáu­caso se refleja, ácido y gra­mat­i­cal­mente enrevesado.

Luego, desde Barcelona, el Mediter­rá­neo noc­turno que contemplé

fue sólo un poco de agua som­bría y chapoteante.

Mi único viaje a París

fue —¡casi nada!— cuando estaba a punto

de cumplir cua­tro años.

Todo era inmenso (o acaso era yo chico):

el fuego del sol­dado descono­cido y el arco del triunfo,

las escaleras inter­minables de Montmartre,

y desde el primer piso de la Eiffel

un barco dimin­uto por el Sena.

Cua­tro años más tarde me pasearon tris­te­mente por la Can­nebière desierta,

Meurent les boches”, gara­bateado con gis en un muro. Y las sirenas.

En el puerto un sub­marino pre­histórico, larguísimo, no lejos del barco donde par­tiríamos mañana.

—Aman­des ou sor­bet? —pre­gunt­aba un camarero irreprochable

(almen­dras rel­lenas de polvo o bolanieve como las que nos lanzábamos los esco­lares en Ginebra).

La trav­esía mediter­ránea se dio mal,

me mareé, pero al atardecer

del otro día se oyó gri­tar —¡África, África!

y se vio acer­carse una her­mosa orilla argelina verde y cálida.

De Orán a Casablanca hubo dos tan­das sucesivas,

curiosa la primera, mirando andenes con mujeres moras

como fan­tas­mas de mediodía

(pero al recom­pon­erse la blanca envoltura

una de ellas dejó ver, un solo instante,

una larga falda verde lechuga alegre),

y el tren se fue ati­bor­rando de facinerosos.

Me dormí entre los bra­zos de mi madre

y soñé con la línea de mi lago,

el huerto, los cone­jos, mi gata Feli­ciana y acaso el tango “Celos”

en los cafés al aire libre.

Al des­per­tar mi padre nochempié me informó —con orgullo, supongo, por tener un vástago tierno y geográfico—

que habíamos pasado por Fez de madrugada.

Fez, donde no muchos años antes

lle­varon de vaca­ciones a Ravel, ya fulminado,

y el direc­tor del insti­tuto de estu­dios islámicos,

cer­e­mo­ni­oso y per­ifrás­tico le sugirió, cortés,

com­poner alguna obra de ambi­ente árabe,

y le fue respon­dido difi­cul­tosa­mente —ataxia, apraxia, agrafia, alalia…—

Si escri­biese algo árabe, sería más árabe que todo esto”.

Lo dijo Ravel cubierto de gatos —“saben cuánto los quiero”—,

en tanto que a mí me habrían de lla­mar, en dos o tres edi­to­ri­ales, aprovechando un título del odioso Drieu,

L’homme cou­vert de femmes

porque dieciséis sec­re­tarias cada mañana

pasa­ban a verme y por mi bendición,

mer­mando mi forzada labor en pro de la marxismo-leninismo-castrolatría,

en tanto que otras muchas, en gen­eral más feas, apreta­ban el paso al cruzarse conmigo.

Y es fácil enten­der tan opues­tas reacciones

ante un señor nada mal y algo desconcertante

que pasa, anima sdeg­nosa, salu­dando apenas,

escucha pero nunca aconseja,

con­ste­lado de pres­ti­gios tan indis­cutibles como insondables,

que cuando le pre­gun­tan evoca con aplomo la costa soleada de su natal Turquía

—si bien otros dicen saber de buena fuente que es español aunque no se le note,

así como tam­bién con­sta que tim­o­nea una pequeña familia común y corriente.

¿Qué hacer ante él sino platicar un rato y, si no, persig­narse y escapar velozmente?

En su oficinita sobre­sale de la pared un pilar de cemento

que luce en rojo un mon­tón de para­le­las: son las estaturas

de algu­nas vis­i­tantes diarias y el cien­tí­fico lo explica en detalle a quien soporta oírlo.

Sen­tada al pie de esta escala, una asidua le espetó estas mem­o­rables palabras:

—Te envuelve un mis­te­rio que jamás podrás imaginarte.

—Ah, caray. Yo nada más me creí un vis­i­ta­dor de calei­do­sco­pios competente,

avezado en los ritos y pirue­tas concomitantes.

En el aerop­uerto de México

la luz verde me salvó de tener que abrir mi saco de viaje,

ati­bor­rado de tur­rones y libros vascos

que hoy por hoy ya me han robado.

Recibido por cua­tro de familia,

advertí un pelotón de mujeres, toda la lira,

acom­pañado por un quin­teto de ancianos

que, con salte­rio y todo, empezó a tocar valses nacionales viejos.

Las reconocí a todas y del grupo se alzó un mur­mullo de frases evocadoras:

(en primera fila una niña bonita sólo se agitaba,

con un chupón out­sized entre los labios.)

Tienes mucho que dar pero no lo sabes ofre­cer; Eres un apa­sion­ado y eso no tiene objeto; Eres el colmo de los col­mos del amor, sin ser nada empalagoso; Sí, Joan, mucho, mucho… mucho, mucho; Eres un cabrón tierno; ¿Así lo hacen de bien en esas tier­ras adonde vives?

El acento de esta última pregunta

me sor­prendió y busqué con la vista a su autora. Inquirí:

—Y tú, ¿en qué vuelo has venido? Anteanoche nos des­ped­i­mos para siem­pre en Madrid.

—A lo mejor tengo una capa del super­mán. Pero no te alarmes, que esta misma noche tengo que volver.

Cierta nativa audaz se adelantó:

—¿Sabes cómo se llama este vals viejo?

—Sí. “Algo se pesca” (recordé Cam­brils), y cuando oigo ese título me acuerdo de ti.

—Desagrade­cido.

Saludé al grupo con una ele­gante incli­nación de cabeza y una son­risa casi imperceptible.

Media hora más tarde comía yo en familia los tacos vari­a­dos de la medi­anoche al sur de la ciudad.

Con­taba yo y con­taba, y sin dejar de bromear sentí que todo aque­llo se trans­formaba en Aca­pulco treinta años atrás, o mejor sólo veinte. Nel mezzo

—porque acababa de escuchar el mejor elogio

en labios de la que me llevó a ver un Aca­pulco imposi­ble­mente azul.

¿Hasta dónde se va por este mar, decíamos?

Hasta Bor­neo —y es un caer de ánge­les la hora.

Entonces dos ánge­les vieron que las hijas de los hom­bres eran bellas

y las amaron: lo hondo del beso en cruz está en el centro,

Il pleut —c’est mer­veilleux. Je t’aime.

Nous res­terons à la maison:

Rien ne nous plaît plus que nous-mêmes

Par ce temps d’arrière-saison [Carco]

(Salta­ban cha­pu­lines tes­taru­dos con­tra el vidrio.)

Escribí por ahí que mi infan­cia no fue feliz, pero sí interesante.

Ahora entiendo que así fue toda mi vida.


 Texto apare­cido en la edi­ción 156 de la revista Crítica.


ANGÉLICA FREITAS. EL LIBRO ROSA DEL CORAZÓN DE LOS IDIOTAS

 


I

yo cuando corto relaciones
corto relaciones.
lo pasa lo
de las broncas en las gradas
todos los
sábados.
es la extinción del estadio.
veo las fuerzas
que actúan, las tijeras,
el papel,
la voluntad de cortar.
¿todo es provocación?
entonces envuelves
tu taquicardia
en un helado de almendras
ruega que se derrita.
cuando recuerdo el
corte revivo la
herida.
mejor no.
el corte es definitivo,
el dolor regresa en forma
de milán madrid
o liverpool
cuando es convocado.
ricardo
recuerda tu pasado
sólo si te da placer.
how elizabeth
bennet of you.
¿mas cómo
deleitarse con la pérdida,
convencer a fulana
de que mi flaqueza
nada disuelve?
¿exigir un río de janeiro
con gatos y libros
legítima esposa?
me quedo soñando con
un viaje a un país donde la
lengua sea vértebra,
palabras con j
antes de la l,
y trastos griegos
que me devuelvan
a la casa que alquilé.

 

II

 

una novia
que se pinte las uñas
es inolvidable
tú puedes
extrañar los colores
mirar por la ventana
tomar cualquiera:
el verde del capo
de aquel carro
o el rojo de los
restos de una manzana
en el borde
el ocre de la liana
de tarzán en la tv
y pensar que
serían más bonitas
en las uñas de tu
novia
de lo que ese marrón
achocolatado
y cambia el canal
y al final se apasiona
por el frasco de acetona.

 

III

 

las mujeres son
diferentes de las mujeres
pues
en cuanto las mujeres
van a trabajar
las mujeres se quedan
en la casa
lavando la loza
y crían a los hijos
más tarde llegan
las mujeres
están siempre cansadas
se van a ver la televisión.

 

IV

 

yo tuve una novia
que no quería
convencerme de que
la vida es una mierda
es raro como un colador
por donde se ve la puesta del sol
es raro como un gallo tartamudo
un faro un farol hablador.

 

V
yo tuve una novia
con superpoderes
de invisibilidad
y cuando andaba con ella
también yo era invisible

pero cuando ella usaba
una blusa transparente
se convertía en la increíble
mujer-teta

yo me quedaba
bajo el paraguas
del superpoder
superinvisible
envidiable
a lado de las
cervezas y
los supercacahuates.

 

VI

yo tuve una novia
que combinaba
mi sufrimiento
con tanguitas
azul claro
diminutivos
y new order

lo que yo quería era
pintar flores
en el martillo
revolcarme
en las palmeras
de plástico
del edificio

huir dejando
dos hijos
las letras completas
de suzanne vega
como me fui
un martes
lejos de las cajas
de cartón
y del beso a tu madre.

 

VII

al final del día
sería lindo, tú
descubriendo que
el agua del escusado
gira para el otro
lado
en japón
sin tener con
quien cotejar
la información.
un tiempo
para acostumbrarse
a las noches de
mil dentífricos,
sherezada del
hálito de las
becas.

 

VIII

al fin del día
estaré lejos
de villa mariana
con una botella
de gato negro,
tinto
de supermercado.
en alguna viña
de chile
alguien canta
y es hetero.

 

IX

al día siguiente
en tus sábanas
célos
con acento,
dolór con
acento,
porque son
antiguos
como el nescafé,
todos los conocen.

 

X

no debías casarte
con alguien que no te
lleva a pescar
o a ver la puesta de sol
en el desagüe de la bañera
o en la cumbre de un cerro
hay pocos lagos
en dinamarca, ella dice,
y me ofrece un
caramelo
masticable
cubierto de chocolate
medio amargo,
la montaña más
alta de dinamarca
tiene 173 metros
cien veces más que tú,
mi amor, y le di
caramelos.

XI

no debías casarte
con una subversiva
que lleva una máuser
debajo del poncho
y calzones
de algodón crudo
que ve a godard
y eructa coca-cola
que anota en
los márgenes de la página
de los compendios poéticos
de las ediciones gallimard
“lindo!” o
how true!”

 

XII

no debías casarte
con ella,
punto final.
susana thénon,
hija del neurólogo,
murió por tanto
cerebro.
si la historia se
repitiese, toda
enana e irónica,
las hijas de las monjas
nunca se casarían,
harían recuerdos de bodas
mas no tendrían
sentido.
y la familia de
angélica freitas
por fin invitaría
a la sociedad
pelotense para
el enlace
de sus hijas
angélica & angélica
en la catedral san francisco
de paula
a las 17 horas del
dia 38-39 (brasil)
40 (europa
).

JULIO INVERSO. COMO LAS MELODÍAS QUE HACEN SUBIR LA LUNA

 




LAS NUBES INVITADAS

Buster Keaton cruza el jardín en su bicicleta de madera con ruedas cuadradas y se estrella contra el manzano desparramando a sus hijos. La señorita se asoma y Buster Keaton la mira y se enamora. Pero antes se sacude el polvo; ha venido desde muy lejos cruzando el oeste. La señorita sale por la chimenea, en espírales de su vestido blanco. Buster Keaton sube entonces a su globo aerostático y empieza la persecución. Cuando quiere más altura tira a uno de sus hijos. La señorita quedó enganchada a la nube número 5. Buster Keaton tiende una cuerda desde su globo a la nube y hace equilibrio sobre la cuerda llevando s sus hijos en los brazos. Los hijos se metamorfosean en un ramo de hojas y palomas. Pero la señorita está ahora en la nube número 2. Entonces Buster Keaton recurre a uno de los más viejos trucos del cine mudo y amontona nubes y hace una escalera por la que subir con su gorra de detective. La nube número 2 es un amplio salón con pinturas de Picasso y la señorita se duerme. No debía dormir pues ahora está en el árbol número 8 que encierra inenarrables peligros. Esto lo sabe ella pues el portero y acomodador del árbol se lo ha anunciado. La señorita está muy asustada. De pronto ve llegar al farolero, que enciende los farolitos de las puntas de las ramas. El farolero le dice: “Están por llegar los cuervos”. Ella le pregunta, angustiada, cómo escapar.“Abre la boca, chasquea los dedos, mira  hacia arriba, cierra los ojos, junta las manos, sacude la cabeza y peínate
con este peine azul”, le dice el farolero. Mientras tanto Buster Keaton  se ha agarrado a golpes con las nubes y ha quedado mal por pegarle a  la nube número 9, que está llena de piedras. Junto a esa está la número 6  de cuyo borde inferior cuelgan estalactitas, que no son más que los hijos  de Buster Keaton. De súbito se le ocurre una idea y anuncia con megáfono: “Todas las nubes están invitadas, vengan a la gran fiesta!”. Las nubes corren por el cielo, tornasoladas, deshaciéndose algunas, dando vueltas en la esfera celeste hasta reunirse por fin configurando una amplia bóveda. Buster hace uso de su lupa de detective.

Examina las crines una por una, mira adentro por las ventanas pero no hay caso. Ella no está en ninguna. Buster se reclina muy afligido en este arco y fuma uno de sus hijos. Los demás hijos huyen en el globo aerostático hacia Hollywood. La señorita que es objeto del amor de Buster se encuentra con un productor y consigue un pequeño papel en un film. En total ingresan varios a la meca del cine, Buster Keaton toca el clarín, las nubes cantan.

 

EL BITCHES BREW SURREALISTA

Bretón encuentra a Nadja en las atestadas avenidas de París,
la halaga regala y besa
antes de entrevistarse con el psiquiatra
que finalmente decide internarla
por la defectuosa caligrafía de sus eles
Eluard se yergue hermoso
y sensitivo como un pararrayos
y en una noche de verano
transforma para siempre el amor
con el rudimentario armamento de la poesía
Aimé Cesaire, un poeta
de arcos de sangre sexuada & escolopendra
se harta de la pobreza
y decide engordar
sobre la base de convertirse en ministro burgués
en la Martinica
Tzara arroja sus libros de filosofía presocrática
por la ventana de un bar de Zurich
mientras en la vereda
Lenin y Arp
se baten en un mortal debate ajedrecístico
Artaud se despide de Anaïs Nin
después de una suculenta merienda
al mejor estilo de los personajes de Proust
y desde la ventana del taxi
escupe láudano e injurias
dice que las momias serán exterminadas
por un teatral tratamiento de shock
un poeta loco que se niega
a los cambios de vestidura social
que boga por los cambios
considerando las más repugnantes reacciones
de un espíritu enfermo de privación
Soupault arriba a la poesía en una cama de hospital
le dicta una herida
le zumba una frase desde hace tres días
y tres días pasa hasta escribirla
es una bicicleta patas abajo
que podría confundirse con la crucifixión
de un pan y un corazón.





MAROSA

ella prodiga fragancias
como las flores o los pétalos de las nubes
brilla su voz lenta como la melodía escuchada transversalmente
mariposa de tul pálido
salió de compras
y volvió con un maniquí
donde dibuja sus poemas
mensajes para hadas elfos y otras marosas
su alma como su esqueleto de anís
están en trance
fuentes y pirámides de su sueño
agua violeta bautismal
creo retratarla y así como está
sin maquillar en la penumbrosa habitación
con un acceso de tos estacional
pegaré su retrato en mi ropero

* * *

un beso como un tobogán
una joya que se mide por su sombra
un pasajero hambriento
un color para las cavernas de la luna
un imán horizontal entre las espadas
una canción en un idioma que nunca escuchamos
un sueño como la teatralización
de la deyección del dolor exquisito y de la
hemorragia
una emboscada para habituarnos a la ficción
un paisaje de arena desolada en el fin
un reloj viejísimo marcando el circuito
electrónico estelar

* * *

a bordo de tus mariposas
amiga mía, amiga de mis quiero
a veces soy sublime
a veces me estremezco
porque vos sabes soñarme
a bordo de tus noches
a bordo del viento hecho ferrari
así, sin ecuaciones, nos tenemos

* * *

qué bueno por fin
amar saberte amado
qué bueno nacer en esta tierra
aún bajo las maldiciones del cielo.

* * *

ahora estoy completamente desnudo insecto bajo sus párpados tambores
de la lluvia en mi ciénaga de membranas pachulientas
pelo cortito manos desplegadas tocando los trompos y el fuego
equilibrista que me sube desde la pelvis descontrol=amor=locura
combino todos los números, la cola de pegar con los rombos de la
campera de denis lavant con la silueta azul de juliette binoche con
las tiras cómicas que tanto la divierten con pasteles de hechicerías
con barcos transoceánicos y vuelo en el teclado tratando de dibujarle
la cara mientras le arranco el cinturón la máscara y los breteles
mientras arranco los grifos y arranco el agua de los grifos y subo
al escenario para verificar que la muerte me quiere y que ella no y
arranco las estrellas y las reviento contra el suelo y después tiro
alquitrán rodajas de ananá los aros de las niñas y prendo fuego los
cuarteles y rompo los vidrios de los expendios nocturnos buscando
frutillas debajo del insecticida y busco peces en el humo del
incienso y busco guerras y truenos y esqueletos soñadores y la
blanca planicie de sus nalgas el fuego de su espalda la bebida pegada
en su paladar el calor de su vulva quemándose en mis dedos el
calor de mi espada en su columna vertebral la vuelta a casa en la
maraña de nubes árboles autos y supermercados lobotómicos y
anfitriones despellejados y vírgenes mirando a los chicos y siento ya
la quemadura del aire napalm cesio y estroncio mis dientes sem-
brados mi cabeza a punto de caer a sus pies lo puedo decir eternamente

* * *

pienso en ella como pienso las melodías que hacen subir la luna
le pienso las lastimaduras chiquitas
le pienso la boca entreabierta como sosteniendo una almendra
le pienso las caderas batiendo el agua como dos alas
le pienso el perfume rosado de los ojos soñando o mirándome
le pienso la bandera que le quede como un tatuaje respirando abajo
le pienso el jugo del placer ya en mis espacios interiores
le pienso el redoble de la voz entre las rocas y en las fosas marinas
le pienso la malicia cuando me tira la cerveza en las solapas
le pienso las pestañas espigadas como las manecillas del reloj
le pienso la cara espejo de jade y el latido de su miedo
le pienso su boca comiendo en mi boca y la mía en la suya
me pienso amurado con ella y con todas las estrellas dudando por el cielo
me pienso piel con piel arriba y abajo
me pienso en plena amenaza en la pelea que doy
me pienso como un escudo que le tape el sol un escudo que es la luna
me pienso perdido llorando dragándome regalándole este poema a otra
me pienso enamorado entre sus flores calcinadas
me pienso espectro inclinado ante su cadáver
la pienso sola caminando sin nimbo ni mochila
la pienso la siento la toco la amo la transcribo la persigo patas arriba
en el techo la inundo de un solo envión la hundo en mi locura la rescato

de la eternidad la celo la deseo de marfil pulido la recorro y la remonto
la anochezco le mido el corazón la zozobra la sonrisa ancha como el mar
le escribo un poema dos poemas tres poemas
le digo lo que soy y lo que seré
la aturdo en mi abismo de sábanas desmayadas
la libero la tuerzo la hago reír y llorar la emborracho le hago el amor
la espero en los lugares que no visita me quedo la quedo quedo pegado/.

 Fotografías de Christy Lee Rogers.