Bei Dao
Cada una de las tres secciones: “Parábolas (diario de
sueños)”, “Del
amor y los verbos performativos” e “Inframínimos (absurdos
consentidos)”, supone una escritura distinta: del devenir y los desvíos de las
parábolas-sueños, pasamos, entre los pliegues de la especulación metapoética,
al cruce del ensayo y el poema, para desembocar, hacia el final, en la potencia
de la exactitud de lo inexacto. A pesar de las diferencias entre las partes y
de los distintos recorridos o trayectos que Prieto propone, hay un suelo común,
un gesto que impacta en los textos y que podríamos llamar, siguiendo en esto a
Charles Bernstein, el efecto antiabsorbente de estos Mínimos informes. Prieto
incorpora en la estructura de sus textos lo inestable, el cortocircuito, el
equívoco, el artificio, el absurdo, el nonsense, la resistencia, la digresión, el
desliz, la interrupción, para romper con el hechizo o la ilusión de “realidad”
que crean los textos absorbentes, y nos sitúa así frente a los elementos
constitutivos de la lengua, frente a su materialidad y sus texturas.
El
propio Prieto nos va dando en sus escritos ciertos ejes de lectura. En “Sabor”,
por ejemplo, leemos una manera de leer:
Hay
que leer, ya es hora. Para ello ha de pasarse la lengua por los renglones
formigáceos que desfilan marcialmente por los rincones de la casa. Es difícil
encontrar el ángulo bueno, uno casi se desnuca intentando dar con la línea
exacta. La cuestión es cómo permanecer en ese intervalo: las hormigas son
ácidas, tienen sentido. Lo que no se puede decir de los otros habitantes de la
casa, de los que nunca se habla. El sinsentido es lo que ya se sabe cuando
alguien se acerca a hablar, lo que es tan dulce que no se puede nombrar cuando
con furiosa quietud nos mira y casi sin sentir empieza a soltar la lenta lengua
En Mínimos informes
encontramos el roce entre la escritura y el habla, entre el sentido y el
sinsentido, entre lo posible y lo imposible. Estos textos, híbridos en su
mayoría, como algunos de los personajes que ahí aparecen, el hombre-caballo, el
hombre-palo o el virus-flauta, parten de premisas arbitrarias que contravienen
el orden objetivo de toda convención y socavan la seguridad semántica de la
lengua. En ellos el humor o el extrañamiento funcionan como detonantes que
desestabilizan la superficie de los textos y nos permiten permanecer por un
momento en esos intervalos o ángulos “buenos” para leer a pesar del
desequilibrio o la incomodidad. Pero “Sabor” nos da otro eje importante, que se
repite en “Carrera”: “el brioso paso de la lengua por las rotundas palabras”.
La lengua que habla y la lengua que lengüetea se confunden en el juego
antropofágico que se suscita entre la escritura y la lectura, o como lo dice
Prieto en otro de sus textos: “Se trata, precisamente, de
escribir leyendo”, como si Prieto escribiera comiéndose a Macedonio, a
Borges, a Lorenzo García Vega, a Zurita, a Kafka, a Michaux, a Carson, a
Duchamp, (e incluso a la Wikipedia) y a tantas otras y tantos otros (antiguos,
modernos o contemporáneos) que de manera frontal o subrepticia se come para
transformar y propulsar desde esos nutrientes su propia escritura. No por nada
lo culinario es una de las constantes de este libro.
Otro eje importante, que
atañe a la tercera parte, pero que se filtra en todo el libro, son los
inframínimos (inframince duchampianos), que podríamos tomar incluso como el
sustrato que moviliza a estos mínimos informes: textos fragmentarios,
inacabados o discontinuos en los que la distancia sutil y el intervalo toman el
lugar central, rompiendo toda posibilidad de fijación o de identidad. El
devenir, la metamorfosis, el tránsito entre ser y dejar de ser, el azar, el
encuentro, la conjetura, son las puertas de entrada y salida, o mejor, las bisagras
que señalan justamente esa juntura, ese rozamiento, entre un algo y otro algo en
permanente cambio. O como lo dice Duchamp: “lo infra-mince sería así el punto
cualitativo en el que lo mismo se transforma en su contrario, sin que podamos
decir exactamente que es todavía lo mismo”. En ese peculiar matiz que borra
todo contorno se ponen a funcionar los engranajes del sueño, del erotismo, del
deseo y de la imaginación. La pulsión de esas otras realidades toma forma en el
juego de los contrasentidos, las homofonías o los desplazamientos semánticos, mecanismos
que permiten los enfoques oblicuos, sobrepuestos o polimorfos que los textos de
Prieto suscitan y requieren. En suma, el desequilibrio propio de la lógica del
descubrimiento marca el ritmo y la densidad de estos textos.
Pereciera que en estos Mínimos
informes todo quiere descoincidir, palabra que por lo demás introduce
Prieto en su texto “Zapallo” y que puede leerse desde el libro de François Jullien, quién ve en la des-coincidencia la
oportunidad de romper con la coincidencia como adaptación y adecuación. La
descoincidencia, según el filósofo francés, introduce una distancia con
respecto a un orden en el que todo coincide o concuerda, y por lo mismo todo se
estanca. Esta descoincidencia pone en jaque la visión normativa que concuerda
con cierta tradición conservadora; la familia como centro se desestabiliza, el
amor se cuestiona, la realidad se desdibuja entre el sueño, la aventura y lo
fantástico. En Mínimos informes se abren posibilidades inauditas, surgen
nuevas relaciones entre las palabras o los sucesos que rompen la causalidad
conocida para proponer una lógica otra desde dónde pensar: “se explora y
se explota la libertad del juego”. Romper la inercia de la coincidencia le
permite a Julio Prieto una toma de conciencia y le concede una mirada que sesga
lo previsto o sabido, como sucede, por ejemplo, en el caso de las erratas: “Errata
telefónica «Ámame cuando puedas»”, en sus Ambidiestros (reversibles): “(drama en la feria del libro.) y no sé hacer
caca si nadie” o en sus traducciones inexactas: “Batir de ala (butterfly effect)”.
En Mínimos informes,
ya lo dijimos, el cuestionamiento es constante: “(no
sé qué tipo de obra estoy escribiendo)”, leemos entre paréntesis en “Rueda”, y
en “Del amor y los verbos performativos”: “¿cómo tener certeza de que ocurrió
algo que sólo ocurre en el lenguaje?”. Pero a pesar de la duda,
o quizás gracias a ésta, alcanzamos también a vislumbrar el trabajo precario, y
a la vez potente del poeta, que como un picapedrero rompe, desgaja o labra su
materia prima (lengua o roca bruta) para dar un (in)forme distinto:
lenguaje
/ visión
la
lengua es un penal / se viene a hacer
trabajos
forzados / a veces conseguimos
deshacer
piedras grandes / en piedras
pequeñas,
poco más
Sólo me resta felicitar
a Libros de la resistencia por agregar este inquietante libro a su
catálogo.
