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martes, 28 de octubre de 2025

TANIA FAVELA. DE ESCRIBIR LEYENDO / O DE LA EMERGENCIA DE LA POSIBILIDAD







Escribir poesía es tratar de abrir nuevos horizontes y romper el círculo

                                                 


Una lectura perspicaz, suspicaz, se hace necesaria al acercarnos a estos Mínimos informes de Julio Prieto: leer a través de ellos (con agudeza), o por debajo de los mismos (con sospecha), pero también leerlos literalmente, pegando ojos y oídos a las letras y a lo que falta entre ellas. Desde la antidefinición de “informe” de Bataille, colocada como epígrafe de apertura: “Comenzaremos un diccionario a partir del momento en que no ofrezcamos el significado sino la tarea de las palabras. Así, lo informe no es sólo un adjetivo que tiene tal o cual significado, sino un término que permite desclasificar, frente a la exigencia general de que cada cosa tenga una forma”, queda claro que en estos Mínimos informes, lo informe funciona como una herramienta crítica que permite poner en marcha las posibilidades performáticas de la lengua, de ahí que lo importante no sea sólo el significado de las palabras sino y sobre todo su tarea, es decir su función. La escritura se asume en este libro como una actividad crítica que transforma y a la vez cuestiona a la lengua. En este sentido es importante recordar que en Julio Prieto la mirada del crítico y la mirada del poeta se encuentran y se alimentan mutuamente. De ahí la riqueza de estas “malas escrituras” que Prieto nos ofrece, en las que el error y la errancia funcionan como gestos productivos y no como fallas. Tal como lo dice Paolo Virno, el error es falaz si se encuentra inmerso en la lógica de la justificación, pero si se encuentra en una lógica del descubrimiento, ese mismo error se vuelve eficaz.

Cada una de las tres secciones: “Parábolas (diario de sueños)”, “Del amor y los verbos performativos” e “Inframínimos (absurdos consentidos)”, supone una escritura distinta: del devenir y los desvíos de las parábolas-sueños, pasamos, entre los pliegues de la especulación metapoética, al cruce del ensayo y el poema, para desembocar, hacia el final, en la potencia de la exactitud de lo inexacto. A pesar de las diferencias entre las partes y de los distintos recorridos o trayectos que Prieto propone, hay un suelo común, un gesto que impacta en los textos y que podríamos llamar, siguiendo en esto a Charles Bernstein, el efecto antiabsorbente de estos Mínimos informes. Prieto incorpora en la estructura de sus textos lo inestable, el cortocircuito, el equívoco, el artificio, el absurdo, el nonsense, la resistencia, la digresión, el desliz, la interrupción, para romper con el hechizo o la ilusión de “realidad” que crean los textos absorbentes, y nos sitúa así frente a los elementos constitutivos de la lengua, frente a su materialidad y sus texturas.

El propio Prieto nos va dando en sus escritos ciertos ejes de lectura. En “Sabor”, por ejemplo, leemos una manera de leer:

Hay que leer, ya es hora. Para ello ha de pasarse la lengua por los renglones formigáceos que desfilan marcialmente por los rincones de la casa. Es difícil encontrar el ángulo bueno, uno casi se desnuca intentando dar con la línea exacta. La cuestión es cómo permanecer en ese intervalo: las hormigas son ácidas, tienen sentido. Lo que no se puede decir de los otros habitantes de la casa, de los que nunca se habla. El sinsentido es lo que ya se sabe cuando alguien se acerca a hablar, lo que es tan dulce que no se puede nombrar cuando con furiosa quietud nos mira y casi sin sentir empieza a soltar la lenta lengua

En Mínimos informes encontramos el roce entre la escritura y el habla, entre el sentido y el sinsentido, entre lo posible y lo imposible. Estos textos, híbridos en su mayoría, como algunos de los personajes que ahí aparecen, el hombre-caballo, el hombre-palo o el virus-flauta, parten de premisas arbitrarias que contravienen el orden objetivo de toda convención y socavan la seguridad semántica de la lengua. En ellos el humor o el extrañamiento funcionan como detonantes que desestabilizan la superficie de los textos y nos permiten permanecer por un momento en esos intervalos o ángulos “buenos” para leer a pesar del desequilibrio o la incomodidad. Pero “Sabor” nos da otro eje importante, que se repite en “Carrera”: “el brioso paso de la lengua por las rotundas palabras”. La lengua que habla y la lengua que lengüetea se confunden en el juego antropofágico que se suscita entre la escritura y la lectura, o como lo dice Prieto en otro de sus textos: “Se trata, precisamente, de escribir leyendo”, como si Prieto escribiera comiéndose a Macedonio, a Borges, a Lorenzo García Vega, a Zurita, a Kafka, a Michaux, a Carson, a Duchamp, (e incluso a la Wikipedia) y a tantas otras y tantos otros (antiguos, modernos o contemporáneos) que de manera frontal o subrepticia se come para transformar y propulsar desde esos nutrientes su propia escritura. No por nada lo culinario es una de las constantes de este libro.

Otro eje importante, que atañe a la tercera parte, pero que se filtra en todo el libro, son los inframínimos (inframince duchampianos), que podríamos tomar incluso como el sustrato que moviliza a estos mínimos informes: textos fragmentarios, inacabados o discontinuos en los que la distancia sutil y el intervalo toman el lugar central, rompiendo toda posibilidad de fijación o de identidad. El devenir, la metamorfosis, el tránsito entre ser y dejar de ser, el azar, el encuentro, la conjetura, son las puertas de entrada y salida, o mejor, las bisagras que señalan justamente esa juntura, ese rozamiento, entre un algo y otro algo en permanente cambio. O como lo dice Duchamp: “lo infra-mince sería así el punto cualitativo en el que lo mismo se transforma en su contrario, sin que podamos decir exactamente que es todavía lo mismo”. En ese peculiar matiz que borra todo contorno se ponen a funcionar los engranajes del sueño, del erotismo, del deseo y de la imaginación. La pulsión de esas otras realidades toma forma en el juego de los contrasentidos, las homofonías o los desplazamientos semánticos, mecanismos que permiten los enfoques oblicuos, sobrepuestos o polimorfos que los textos de Prieto suscitan y requieren. En suma, el desequilibrio propio de la lógica del descubrimiento marca el ritmo y la densidad de estos textos.

Pereciera que en estos Mínimos informes todo quiere descoincidir, palabra que por lo demás introduce Prieto en su texto “Zapallo” y que puede leerse desde el libro de François Jullien, quién ve en la des-coincidencia la oportunidad de romper con la coincidencia como adaptación y adecuación. La descoincidencia, según el filósofo francés, introduce una distancia con respecto a un orden en el que todo coincide o concuerda, y por lo mismo todo se estanca. Esta descoincidencia pone en jaque la visión normativa que concuerda con cierta tradición conservadora; la familia como centro se desestabiliza, el amor se cuestiona, la realidad se desdibuja entre el sueño, la aventura y lo fantástico. En Mínimos informes se abren posibilidades inauditas, surgen nuevas relaciones entre las palabras o los sucesos que rompen la causalidad conocida para proponer una lógica otra desde dónde pensar: “se explora y se explota la libertad del juego”. Romper la inercia de la coincidencia le permite a Julio Prieto una toma de conciencia y le concede una mirada que sesga lo previsto o sabido, como sucede, por ejemplo, en el caso de las erratas: “Errata telefónica «Ámame cuando puedas»”, en sus Ambidiestros (reversibles):(drama en la feria del libro.) y no sé hacer caca si nadie” o en sus traducciones inexactas:Batir de ala (butterfly effect)”.

En Mínimos informes, ya lo dijimos, el cuestionamiento es constante: “(no sé qué tipo de obra estoy escribiendo)”, leemos entre paréntesis en “Rueda”, y en “Del amor y los verbos performativos”: “¿cómo tener certeza de que ocurrió algo que sólo ocurre en el lenguaje?”. Pero a pesar de la duda, o quizás gracias a ésta, alcanzamos también a vislumbrar el trabajo precario, y a la vez potente del poeta, que como un picapedrero rompe, desgaja o labra su materia prima (lengua o roca bruta) para dar un (in)forme distinto:

lenguaje / visión

la lengua es un penal / se viene a hacer

trabajos forzados / a veces conseguimos

deshacer piedras grandes / en piedras

pequeñas, poco más


Sólo me resta felicitar a Libros de la resistencia por agregar este inquietante libro a su catálogo.


miércoles, 15 de octubre de 2025

MAGDALENA CHOCANO. RUIDO CANÓNICO VERSUS POESÍA

 


El trabajo de la poesía en la materia de las palabras es un lance lento, a veces acelerado por la irrupción que recibe el nombre algo desgastado de inspiración. Los poemas son la prueba última de este trabajo, y al leerlos lo que tenemos ante nosotros la mayoría de veces son unas pocas líneas, los versos, dispuestas en un papel en blanco que podemos murmurar,  leer en silencio, o francamente declamar. Este acto concreto, sin embargo, necesita una especie de silencio, que no debemos confundir con la reverencia religiosa, ni con un ceremonial por muy laico que se quiera; es un silencio activo para absorber las palabras escritas en una hoja, o quizá, con más suerte, las que va recitando algún/a poeta con mejor o peor entonación. Se parece más al silencio que practica el que afina el oído al oír un concierto.

Hasta qué punto los comentarios de poesía propician esta disposición es muy discutible, pues las más de las veces los versos quedan sepultados por la artificiosa preocupación de crear taxonomías, inventar genealogías de influencias prestigiosas, legitimar «escuelas» o tendencias y cosas afines. Toda esta actividad no necesariamente conduce a la mejor lectura de poesía. Es más bien un desvío, un ruido, una interferencia. Ejemplo de ello son numerosas reseñas de poesía publicadas en Babelia, el suplemento cultural del importante diario español El País. Al leerlas podemos enterarnos de las manías y preferencias del reseñador, pero apenas si lograremos entresacar un verso del poeta reseñado.

En el Perú, últimamente algunos medios periodísticos han identificado la crítica de poesía con la idea de formular un «canon». Los esfuerzos en este sentido son en realidad intentos de hacer que la poesía entre en el redil literario de una buena vez. Convertida en un bien cultural, podría ser gestionada, vigilada como una especie de patrimonio, domesticada como parte de un «capital académico» o «intelectual». Pero hay algo en la poesía que justamente se rebela contra este proyecto, y eso es lo que debemos asumir de su práctica y de su lectura: esa dimensión de tiempo no sometido al exaltado ciclo del capital diversamente adjetivado; esa exigencia de cortar con el ruido para poder penetrar en su dominio.

La precariedad misma del ámbito poético, definida por la dificultad editorial, que es básicamente la realidad de una circulación no mediada por el mercado, indica a las claras que la poesía en este momento del desarrollo capitalista es uno de los «objetos» más refractarios a convertirse en capital, lo cual, bien mirado, es un motivo para una cierta esquiva felicidad, pues afirma tenuemente la posibilidad (¡aún!) de un arte gratuito, libre, que incluso brota indiferente al maniático circuito mercadotécnico. «Aducir» la poesía como un argumento para ocupar un espacio cultural exige ante todo desoír los poemas, si bien eso (¡precisamente!) puede llevar al triunfo literario de un poeta o de grupos enteros de poetas. La poesía no es cultura, ni es discurso; tiene cierta relación con estos ámbitos pero los sobrepasa y los elude, por eso mismo la poesía dificulta, traba y repele la formación de «capital cultural». Que haya interesados en establecer un canon (¡nada menos que poético!) que proclamen también su condición de poetas, es un dato de poca relevancia para la poesía, aunque pueda interesar a la sociología como indicio de la alienación que fomenta el mercado cultural-literario. Y es que la poesía no vale nada.

Fotografía de Julie Blackmon