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TANIA FAVELA DE UNA ESCRITURA CARDIOGRAMÁTICA. REYNALDO JIMÉNEZ: NETO*

 


Baudelaire confiaba en lectores a los que la lectura de la lírica pone en dificultades.
WALTER BENJAMIN 

                                                                           

 

“La poesía [anota Jean Starobinski], no es solamente lo que se realiza en las palabras, sino lo que tiene origen a partir de las palabras”. Si hay una escritura que pone el acento en lo anterior es la de Reynaldo Jiménez y su libro Neto es un perfecto ejemplo. Me atrevería a decir que Reynaldo es el poeta que ha llevado más lejos la idea huidobriana de la autonomía del lenguaje, de ese creacionismo que se sitúa no en la significación gramatical sino en la significación mágica, en esa palabra interna, latente, que el poeta escucha y libera de la jaula normativa para comenzar un viaje lúdico, ritual, encantatorio; al mismo tiempo que crítico y político. Es por esto que lo primero que llama la atención al leer Neto es la exploración que Reynaldo emprende de la dimensión matérica de la lengua y los múltiples hallazgos que van brotando: nuevas palabras, nuevos conceptos y nuevas sonoridades que se integran a nuestra experiencia de la lengua, tales como: Pranaderías, desierpertos, celulular, fugigustativas, amnióptico, escarabarajas, espermántrica, coevas, beatrizas, entre muchas otras; o esta complejísima palabra-maleta, un largo adverbio que resulta todo un trabalenguas: Minusmariposándoselenitamente. Están también las derivas sonoras o semántico sonoras: Muecas  mecas  mecánicas, Gula  alguna, Ejes  esquejes; los desdobles como en Encanta  canta, o las triadas como en mil anos, milanos, villanos; además del alargamiento de vocales como en extraaño, los cambios de acento como en comedía, las haches intermedias que rompen y alargan visualmente las palabras como en ehentihiendo, los sutiles injertos del inglés sunríe o Lodoletramen, y los distintos castellanos en los que el poeta navega: turro, huachafo, morlaco, se raja, faltaba más, por las puras, o el arcaico adverbio do. Neto nos sitúa frente a una lengua en movimiento, multiplicándose, que produce nuevas relaciones entre los vocablos, entre las sílabas que los componen e incluso entre los fonemas que componen a las sílabas. Una verdadera “fantasía verbal” (el término es de Roger Santiváñez), que se abre a todo tipo de derivaciones, permutaciones, resonancias, asociaciones, contigüidades y transposiciones, generando un fluido verbal, una materia lingüística en constante metamorfosis. En suma, robándome un concepto que el propio Reynaldo usa en Neto, diría que estamos ante una escritura cardiogramática, es decir, una gramática afectiva, intuitiva, que registra las intensidades y el ritmo del corazón-respiración, una gramática del cuerpo, una gramática afectada: arrítmica, alorrímica, eurítmica, ecoelástica, otro concepto que Reynaldo nos regala en su libro.

En Neto encontramos en todo momento esa “palabra abarcadora” sobre la que reflexionaba Haroldo de Campos, palabra que no pertenece exclusivamente a ninguna parte del discurso, inclinándose según las necesidades operacionales, hacia un lado u otro, conservando siempre la riqueza y concreción de algo vivo y cambiante; palabra que rompe las fronteras, que se descoloca, evitando quedar atrapada en un solo significado y en una única función. Reynaldo se entrega al ritmo, no como secuencia ordenada de movimientos, sino conectando etimológicamente con su primer sentido: rhythmós como fluencia, transcurso. Un fluir que se da principalmente desde el oído, un fluir que moviliza energías desde la escucha y la autoescucha. Como lo proponía Charles Olson en El verso proyectivo, Reynaldo trabaja con la sílaba, la parte más performativa de la lengua por su maleabilidad y su capacidad de acción. La sílaba, al no asociarse a ninguna unidad de significado, puede pivotear, en una mente alerta, múltiples palabras, e insinuar distintas direcciones posibles por las que transitar. En Neto siempre está ocurriendo algo, algo se suscita, es una lengua evento, una lengua acción, en la que la verba viborea, se arrastra, propiciando texturas, ecos, resonancias; pero también internándose en la estructura misma de la lengua, a la manera de un Girondo en su masmédula: aglutinando o atomizando palabras. En Neto leemos flujos y contra flujos, tensiones y fuerzas, y por momentos, como lo dice José Ignacio Padilla en un texto sobre Plexo, otro de los muchos libros de Reynaldo, “leemos pequeñas articulaciones de sentido”; nudos, chispas, que acaban explotando y explorando las zonas afectivas del lenguaje.

Uno de los retos que enfrentamos siempre al leer a Reynaldo es que, como lo dice Leminski en un poema traducido por el propio Reynaldo, tenemos que “desleer, trasleer, contraleer, enleerse”, es decir, aprender a leer de nuevo. Entrar en un espacio en el que todo está siendo, deviniendo, cambiando, no es sencillo. Entrar en una lengua móvil y espejeante, que desobedece como primera opción, opción que supone además una apuesta vital y ética, nos pone en una situación difícil, rompe nuestras certezas, abre interrogantes, nos obliga a detenernos en zonas movedizas de gran inestabilidad desde las que accedemos a lo preconceptual, al pensamiento pre-categorial, situándonos en los límites de la semiótica: en el intervalo, el intersticio, incluso en lo extático, como experiencia visionaria que rompe las fronteras del adentro y del afuera. Todas las palabras de Neto están vivas y la vida, lo vivo, como lo señala João Cabral de Melo Neto, “es lo más opuesto a la sensación de lo armónico o del equilibrio”, por eso nos hiere, nos despierta del adormecimiento rutinario al que nos lleva el lenguaje instrumental. La poesía, la buena poesía, al decir del crítico y poeta William Rowe, “pone a disponibilidad del lector [de la lectora], experiencias que no están en ninguna otra parte, abre espacios que están cerrados o produce experiencias que son críticas y necesarias y que no están en otro lado”. Eso es precisamente lo que se produce cuando leemos Neto, nuevas experiencias que impactan nuestra sensibilidad e inteligencia.

La lengua de Reynaldo, su español, es singularísima y colectiva a un mismo tiempo, privada y pública a la vez. El pretexto de Neto, el punto de partida es un graffitti que Reynaldo fotografió en el 2017 caminando por las calles de Santiago de Chile. Esa marca anónima y pública, que supone todo graffitti: pintura libre o grafía chorreada, se filtra en la poética del libro. Escribir es también marcar un espacio; la marca viene de un “yo” que inmediatamente se borra para dar paso a la escritura. “Cuando el yo se olvida de sí en el lenguaje, está del todo presente”, señala Adorno. El anonimato del graffitti nos recuerda la figura del autoolvido de la que habla el teórico alemán. Reynaldo se olvida de sí mismo, se borra, para dar paso a las palabras, para liberarlas del peso de ese “yo” que es el gran controlador. Neto remite también a la designación afectiva, familiar, cariñosa del nombre Ernesto. Quizá Reynaldo pensó esta palabra como un guiño que señala lo afectivo como núcleo energético de toda escritura poética. Desde el coloquialismo neto es sinónimo de sinceridad y podríamos pensar el libro partiendo de ahí: la poesía como una lengua que no miente, al decir de la poeta Olvido García Valdés. Neto significa también claro y bien definido, significado que pareciera entrar en contradicción con la hibridez y la falta de definición de esta escritura que huye de toda identidad que quiera constreñirla, que apuesta por las contaminaciones y no por la pureza de la lengua; aunque tal vez Reynaldo está pensando en otro tipo de precisión, en esas “exactitudes indecibles”, por ejemplo, de las que hablaba Cardoza y Aragón. Y neto es además el peso neto, es decir el peso que no incluye el contenedor ni los embalajes. Exagerando esta analogía, podríamos pensar que esos embalajes son todos los discursos que envuelven a las palabras; las múltiples codificaciones que coaccionan a la vida y a la lengua, e intentan homogeneizarla para domesticarla. Reynaldo nos da, por decirlo así, el peso neto de sus palabras. Ese elemento móvil y subversivo que pareciera anidar en Neto, que es, en definitiva, un significante abierto, me lleva a pensar incluso en este libro como un guiño consciente o inconsciente de Reynaldo a Perlongher, ya que Neto está inscrito en Nestor, ese maravilloso poeta que ve, al igual que Reynaldo, a la poesía como liberación, celebración, curación; en suma, como una forma del éxtasis.

 

 

Reseña publicada anteriormente, sólo en papel, en la revista Lectura, nº 1, Lima, dic. 2024.

 *Sol Negro, Perú, 2024.


Bibliografía citada:

 

De Campos, Haroldo. De la razón antropofágica y otros ensayos. Trad. Rodolfo Mata. México: Siglo Veintiuno Editores, 2000. 

“Exit, Reynaldo Jiménez” de José Ignacio Padilla en: Jiménez, Reynaldo. Plexo. México: Libros Magenta, 2009.

García Valdés, Olvido (2014): “Se llega a la poesía por carencia y precariedad existencial”. (Entrevista realizada por Andrés Villalba en Transtierros.

Jiménez, Reynaldo. Neto, Sol Negro, Perú, 2024

João Cabral de Melo Neto, Poesía y composición. Traducción de Víctor Sosa. México, Colección Poesía y Poética, UIA, 1999.

Olson, Charles, “El verso proyectivo”, El poeta y su trabajo II, Trad. José Coronel Urtrecho. México: Universidad Autónoma de Puebla, 1983.

Rowe, William (2014): “No se puede tomar por sincera la sinceridad del poeta”. Entrevista realizada por Víctor Vimos en  El telégrafo.

Starobinski, Jean. Las palabras bajo las palabras (La teoría de los anagramas de Ferdinand de Saussure).Trad. Lía Varela y Patricia Willson. España: Gedisa Editorial, 1996.

 

TANIA FAVELA. DE ESCRIBIR LEYENDO / O DE LA EMERGENCIA DE LA POSIBILIDAD

 

                                                                                                                                                                                                                                         foto, Dave Krugma



Escribir poesía es tratar de abrir nuevos horizontes y romper el círculo del lenguaje existente.

                                                                                                         Bei Dao


 


Una lectura perspicaz, suspicaz, se hace necesaria al acercarnos a estos Mínimos informes de Julio Prieto: leer a través de ellos (con agudeza), o por debajo de los mismos (con sospecha), pero también leerlos literalmente, pegando ojos y oídos a las letras y a lo que falta entre ellas. Desde la antidefinición de “informe” de Bataille, colocada como epígrafe de apertura: “Comenzaremos un diccionario a partir del momento en que no ofrezcamos el significado sino la tarea de las palabras. Así, lo informe no es sólo un adjetivo que tiene tal o cual significado, sino un término que permite desclasificar, frente a la exigencia general de que cada cosa tenga una forma”, queda claro que en estos Mínimos informes, lo informe funciona como una herramienta crítica que permite poner en marcha las posibilidades performáticas de la lengua, de ahí que lo importante no sea sólo el significado de las palabras sino y sobre todo su tarea, es decir su función. La escritura se asume en este libro como una actividad crítica que transforma y a la vez cuestiona a la lengua. En este sentido es importante recordar que en Julio Prieto la mirada del crítico y la mirada del poeta se encuentran y se alimentan mutuamente. De ahí la riqueza de estas “malas escrituras” que Prieto nos ofrece, en las que el error y la errancia funcionan como gestos productivos y no como fallas. Tal como lo dice Paolo Virno, el error es falaz si se encuentra inmerso en la lógica de la justificación, pero si se encuentra en una lógica del descubrimiento, ese mismo error se vuelve eficaz.

Cada una de las tres secciones: “Parábolas (diario de sueños)”, “Del amor y los verbos performativos” e “Inframínimos (absurdos consentidos)”, supone una escritura distinta: del devenir y los desvíos de las parábolas-sueños, pasamos, entre los pliegues de la especulación metapoética, al cruce del ensayo y el poema, para desembocar, hacia el final, en la potencia de la exactitud de lo inexacto. A pesar de las diferencias entre las partes y de los distintos recorridos o trayectos que Prieto propone, hay un suelo común, un gesto que impacta en los textos y que podríamos llamar, siguiendo en esto a Charles Bernstein, el efecto antiabsorbente de estos Mínimos informes. Prieto incorpora en la estructura de sus textos lo inestable, el cortocircuito, el equívoco, el artificio, el absurdo, el nonsense, la resistencia, la digresión, el desliz, la interrupción, para romper con el hechizo o la ilusión de “realidad” que crean los textos absorbentes, y nos sitúa así frente a los elementos constitutivos de la lengua, frente a su materialidad y sus texturas.

El propio Prieto nos va dando en sus escritos ciertos ejes de lectura. En “Sabor”, por ejemplo, leemos una manera de leer:

Hay que leer, ya es hora. Para ello ha de pasarse la lengua por los renglones formigáceos que desfilan marcialmente por los rincones de la casa. Es difícil encontrar el ángulo bueno, uno casi se desnuca intentando dar con la línea exacta. La cuestión es cómo permanecer en ese intervalo: las hormigas son ácidas, tienen sentido. Lo que no se puede decir de los otros habitantes de la casa, de los que nunca se habla. El sinsentido es lo que ya se sabe cuando alguien se acerca a hablar, lo que es tan dulce que no se puede nombrar cuando con furiosa quietud nos mira y casi sin sentir empieza a soltar la lenta lengua

En Mínimos informes encontramos el roce entre la escritura y el habla, entre el sentido y el sinsentido, entre lo posible y lo imposible. Estos textos, híbridos en su mayoría, como algunos de los personajes que ahí aparecen, el hombre-caballo, el hombre-palo o el virus-flauta, parten de premisas arbitrarias que contravienen el orden objetivo de toda convención y socavan la seguridad semántica de la lengua. En ellos el humor o el extrañamiento funcionan como detonantes que desestabilizan la superficie de los textos y nos permiten permanecer por un momento en esos intervalos o ángulos “buenos” para leer a pesar del desequilibrio o la incomodidad. Pero “Sabor” nos da otro eje importante, que se repite en “Carrera”: “el brioso paso de la lengua por las rotundas palabras”. La lengua que habla y la lengua que lengüetea se confunden en el juego antropofágico que se suscita entre la escritura y la lectura, o como lo dice Prieto en otro de sus textos: “Se trata, precisamente, de escribir leyendo”, como si Prieto escribiera comiéndose a Macedonio, a Borges, a Lorenzo García Vega, a Zurita, a Kafka, a Michaux, a Carson, a Duchamp, (e incluso a la Wikipedia) y a tantas otras y tantos otros (antiguos, modernos o contemporáneos) que de manera frontal o subrepticia se come para transformar y propulsar desde esos nutrientes su propia escritura. No por nada lo culinario es una de las constantes de este libro.

Otro eje importante, que atañe a la tercera parte, pero que se filtra en todo el libro, son los inframínimos (inframince duchampianos), que podríamos tomar incluso como el sustrato que moviliza a estos mínimos informes: textos fragmentarios, inacabados o discontinuos en los que la distancia sutil y el intervalo toman el lugar central, rompiendo toda posibilidad de fijación o de identidad. El devenir, la metamorfosis, el tránsito entre ser y dejar de ser, el azar, el encuentro, la conjetura, son las puertas de entrada y salida, o mejor, las bisagras que señalan justamente esa juntura, ese rozamiento, entre un algo y otro algo en permanente cambio. O como lo dice Duchamp: “lo infra-mince sería así el punto cualitativo en el que lo mismo se transforma en su contrario, sin que podamos decir exactamente que es todavía lo mismo”. En ese peculiar matiz que borra todo contorno se ponen a funcionar los engranajes del sueño, del erotismo, del deseo y de la imaginación. La pulsión de esas otras realidades toma forma en el juego de los contrasentidos, las homofonías o los desplazamientos semánticos, mecanismos que permiten los enfoques oblicuos, sobrepuestos o polimorfos que los textos de Prieto suscitan y requieren. En suma, el desequilibrio propio de la lógica del descubrimiento marca el ritmo y la densidad de estos textos.

Pereciera que en estos Mínimos informes todo quiere descoincidir, palabra que por lo demás introduce Prieto en su texto “Zapallo” y que puede leerse desde el libro de François Jullien, quién ve en la des-coincidencia la oportunidad de romper con la coincidencia como adaptación y adecuación. La descoincidencia, según el filósofo francés, introduce una distancia con respecto a un orden en el que todo coincide o concuerda, y por lo mismo todo se estanca. Esta descoincidencia pone en jaque la visión normativa que concuerda con cierta tradición conservadora; la familia como centro se desestabiliza, el amor se cuestiona, la realidad se desdibuja entre el sueño, la aventura y lo fantástico. En Mínimos informes se abren posibilidades inauditas, surgen nuevas relaciones entre las palabras o los sucesos que rompen la causalidad conocida para proponer una lógica otra desde dónde pensar: “se explora y se explota la libertad del juego”. Romper la inercia de la coincidencia le permite a Julio Prieto una toma de conciencia y le concede una mirada que sesga lo previsto o sabido, como sucede, por ejemplo, en el caso de las erratas: “Errata telefónica «Ámame cuando puedas»”, en sus Ambidiestros (reversibles):(drama en la feria del libro.) y no sé hacer caca si nadie” o en sus traducciones inexactas:Batir de ala (butterfly effect)”.

En Mínimos informes, ya lo dijimos, el cuestionamiento es constante: “(no sé qué tipo de obra estoy escribiendo)”, leemos entre paréntesis en “Rueda”, y en “Del amor y los verbos performativos”: “¿cómo tener certeza de que ocurrió algo que sólo ocurre en el lenguaje?”. Pero a pesar de la duda, o quizás gracias a ésta, alcanzamos también a vislumbrar el trabajo precario, y a la vez potente del poeta, que como un picapedrero rompe, desgaja o labra su materia prima (lengua o roca bruta) para dar un (in)forme distinto:

lenguaje / visión

la lengua es un penal / se viene a hacer

trabajos forzados / a veces conseguimos

deshacer piedras grandes / en piedras

pequeñas, poco más.

TANIA FAVELA. A PUNTA DE BOCA

 

              





                la voz se borra

      se ajusta al orden  ─real, irreal─

                            del mundo

     un pedazo de tierra, el cielo azul,

                                    eso era lo importante…

       un artículo llega a hilvanar la luna a tus palabras

                          un objeto verbal pleno y luminoso

          sin sombras ni relieves

                        el azul es tu sintaxis

                                un azul clarito hasta las lágrimas

                                              ─lo irreal─

                    la ternura de eso que no llega a la letra

   el vislumbre de esa trama inasible que es la vida inasible

                         hilar el gesto, el hálito

                                   la fabla articula una lengua arcaica

 

 


       hay un centro de amor manso y feliz

materia frágil     oculta en la madeja sin cabos

                materia bruta

                        ─a cara descubierta─

         algo que salvar

                    el equívoco, lo irreal

                                   o lo levemente hermético 

    la plegaria que se reza sin cesar         

                            (tal vez)

           todo sucede en tiempo real

                    flores esparcidas por la tormenta

                               vacilantes, indecisas, temblorosas

         (como el hielo que está a punto de fundirse)

                             expresar estas cosas

                              esas “otras cosas”

                                             moverse en esa dirección                      

    colocar recipientes con agua para los pétalos caídos

 

 


 

                                               a Seferis

 

                     algo aletea en el fondo

el subsuelo está hueco─

           y se escucha esa exquisita mezquindad        

                                             infinita como hormigas

          la superficie permanece inalterable

                                                    como siempre

                          a veces el tono de una voz asoma

                                                   ligera, impersonal,

                                                          concreta

                                                                limpia

                                                  y sin herrumbre

                          y todo queda dicho

                                              sin decirse

                                    ─dijo─

                                         esa es mi poética

                          ahora hay que dejarla secar

 

 


 

                                                          a Antonio Negri

 

             sin tutela posible

cansada, a tropezones

           ─hecha jirones─ 

    enfrentándose a sí misma

           el dolor en la nuca

    el asco

                la rabia

         “la tensión es un lugar social

que repercute en la psique”

      ─esa coherencia alienada─

                  se impone

                         desde un exterior

           y ahoga

                trastorna la propia maquinaria

                                       gato salvaje al interior

      (lo pensó como oración que funciona)

                    el sabotaje

                            que en lo íntimo recupere

           el hilo flexible de la vida

                         la confianza

                y ese estar tranquila por dentro

                                             adentro

 

 



 

             se trata tal vez de una torcedura,

                            de lo inestable

                                       del miedo a lo oblicuo

  se trata de saber si se puede estar

                    a la vez en estado de alerta y duermevela               

    pero ella no tenía un anillo de plata─

                   (la elíptica, la lejana)

                          y el mundo incrustado sin saber

                  de eso se trata

                           remiendos

                                  y un mundo que se abre porque sí

 

 

 



 

                     la palabra “niño” queriendo ver

    como el ciego que sonríe y recuerda

                 ─ojo inservible en una lengua plena─                       

                            la palabra queriendo hacer  

monólogos paralelos se entrecruzan en un punto imposible                                                                                 

                    en un mundo tan mal interpretado

       reúne más de pura belleza las dotes de tu corazón

             la palabra “niño”   la palabra del sueño

                    buscando la semilla de una lengua más dulce

 

 


(Tomados de la antología a punta de boca, Editorial Nautilus, España)

 

SILVIA GUERRA. ESAS FIGURAS DE LA MODULACIÓN

                                                                                                                                fotografía de eunice adorno


 

 Cloto

Afuera, en el cóncavo espejo que es Ahora

un fino entretejido se suspende: alguien

habla de dos, otros de cifras que son inmensas cantidades.

 La ascendencia se pierde en estratos

que no tienen demasiada importancia.

 Se nombran los caminos los pazos los pequeños jilgueros.

 Se camina sonriendo por la empinada cuesta

con las botas sucias del barro del camino.

 Se llenan los carrillos los rojos los sonrientes

de un aire

que ahí arriba se dice que es purísimo.

 Y se habla de la guerra. Del color de la guerra.

 Y aparecen los muertos, en fila, con el plato vacío

me preguntan algo que no entiendo, no entiendo qué me dicen

no entiendo qué hago ahí, por qué me siguen.

 Y yo no sé qué hacer, y ellos tampoco.


De Nada de nadie

 


Verbigracia

 

Hilos. Invertebrados. Largas madejas.

Tubérculos oscuros.

Leguminosas.

Rizoma.

Emerge hacia la superficie. Corre

como cordel, pequeños bulbos

Familia se escribe con minúscula, es un yuyo.

Ovario ínfero, es el que duele por el rema, es

lo que queda. Una semilla sin endoesperma,

el almacenamiento es en depósitos, el

almacenamiento es como el tiempo, no es de nadie

Está, permanece, gotea en los galpones.

Entra y sale la gente los animales las demás semillas,

todo. Él permanece humedecido en la penumbra quieto.

Los cotiledones son oleosos en el ovario ínfero, el embrión

de la semilla es recto. Gineceo

es la posición del ovario

Puede decirse infinitos

La dispersión es por el viento

O los insectos.

 De Nada de nadie

 

32

En la otra punta de la línea se balancea la impotencia

 Pero en medio está todo. Pugnando por su forma imposible.

 Acumulándose en el producimiento interminable. Se huele

 se oye el ruido de fondo que acelera su pulso. Emerge

 de los sueños mezclada con la niebla en jirones, crujiendo

 de asombro en la penumbra. Acunada, y el diálogo

 amoroso que descansa en la paz del laurel. Preferís el mes de

 tierra removida como marca el recuerdo y esa voz

 que se escucha en los andenes de alta velocidad repite

 no te creas –no te creas–

 no te creas –no te creas. Se sostiene porque la sola vida la sola

 manera de estar vivo ha dictado esa cifra. Que gotea en

 la especificidad del tramo. Aparece en los ojos la perdición

 justo cuando la enfermedad daba la vuelta.

 La proyección tira del halo más allá. Que jala. Ya nadie sabrá nada.

 Solamente retumba la voz de los andenes al compás del zumbido

 Y parece que dice Chajá! Chajá! Chajá!

 (de Todo comienzo, lugar)





Foto de Eunice Adorno


Jota aspirada

Hache. Pedazo de aire comprimido

para salir de madre

de la patria de dios. El nombre

que se pregunta en corte

en vidrio, entre dos vidrios.

El nombre del español en femenino el nombre

traducido que también pensamos cuando se piensa

el modo de llamar a una hija. Suerte

la hija suerte la patria

lejos la madre lejos dios, en otra parte. No importa

la manera de decir sed del haber. Haber sido, creer

haber. Sido.

Hay una gracia ahí

En la conjugación del ser, en

Sido.

 

Sin embargo el arrastrar de las flores continúa

 

Una madre hay que dice, que susurra bajito,

que me avisa: “no son besos, Susana, si es el aire”.

 

La letra muda de no nombrar 

pasa entre los dientes separados

entre los dientes

Muda. Una aspiración el celo

que asciende con los ojos fijos en el cielo.

Empaña el espejo: 

Si no es beso

si es el aire

 

Trasegar con las flores inmensas las coronas

en cubos de metal en vasos altos de las terrazas

desprendidas. Ramos, pétalos transparentes

Nácar.

 

Hache, pie que no ha existido nunca

doblada sábana del aire en la arena mojada

se recuerda a la mar; la sábana blanca a la mortaja

el olor de hospital mancha la cama el colchón transido

me recuerdo del mar, el gran mecido sin ojos

que es el mar rito de comenzar perverso volver

a empezar otra vez, otro día, la mano por la tela; 

En el espacio vacío puede haber hasta, todavía.

 

La letra, Muda, no produce

no hace efecto fónico y así sin potestad

designa el afuera imposible, el afuera

que habita un aire carcomido. Antepone

sustancia del decir, idioma

en sitio de rotar

ahora silencio. Ahora

sólo el viento agujereando en las cañas

sólo el viento, Silbando.

 

Algún refugio tener eso, la palabra

Refugio, quedarse fuera

en la portera, en el alambrado con

el niño que se mece, que sonríe mirando

hacia la ruta

Hache, la ausencia del sonido no nombra.

 

Gula no abarcar, gula ser una, Nunca plural

Nunca el umbral del abarcar bajo la umbrosa

del entrar y el salir, la providencia de poder

el poder de decir poner fuera, sacar, afuera estar

lo que fuera no alcanza también prefijo puede ser

añadir, puede preceder la idea a la palabra

de la que no se tiene rastro por lo muda

de la aspiración tronchada o Prefijo que

puede anteponerse y entonces la idea

fija entre alfileres puede

ser doble y diversa y puede

ser sacar, o puede, ser poner.

 

Irse, al afuera.

Ser, extraído.

Estar, apartado.

 

Y ver en el ex como prefijo la

particularidad de anteponer al

abundante corazón la locución

completa: afuera quedar siendo

Intemperie, desdice la promesa

lo que era, a veces, excesivo

Inspira, Ahora, jota afuera,

la palabra extranjera, la hija,

lejos.

 

Le viene a la cabeza hendida por el

viento rozada por las flores:

 

No seas paciente

 

Sé insaciable

 

Sálvate a ti misma; no puedes salvar a los otros.

 

 

Hacha la hache

silencio que queda después de caer

un árbol tronchado por un hacha.

Silencio es lo más vivo.

 

Sálvate a ti misma.

 

En esa larga lista en fila

Invoca rememora revive

ese silencio. La semejanza

es lo que relaciona este tipo

de muerto, este tipo de nomadismo

inacabado. Jugar con hachas es una

aspiración.  Inspirarse en la Hache,

que desde su lengua migra.

Extraño es extrañar, la penuria de

madre sin la hija. También puede

aspirarse la jota para decir el extranjero

una tierra que se extiende en otra parte.

Y este callar, un lujo.

 

Sé insaciable.

 

Sé insaciable: Hache abrevia

el hidrógeno del agua la fuerza

del caballo, el as de toda bestia en ex

Abrupto. Violencia puede decir soltar,

puede ser contestar. Ahí una loca.

Que contesta, que sale. Hidrógeno en

el agua, una respuesta brusca a que

se expone el que propone. La fuerza

del caballo coz bufido destemplanza

la exuberancia promete del exceso en

la idea desborda carnadura en la hebra,

alambre en el tapiz.

 

Yace alambrada con agua sobre

el charco lanza la piedra y abre

lo impalpable. La ausencia

de figura un haz de plomo la

mano que separa y que junta,

la mano que separa el murmullo

pensamiento imbricado hendido

de ironía batiendo a doble, en

duelo.

 

No seas paciente.

 

Hache es envuelta entrañada

a la entraña evita levitar

vitando.

 

No impide la fusión entre

lo que está interpuesta

y sustituye El,

La, del nombre en femenino:

el hacha.

 

Herramienta que se usa para

Tronchar, un árbol, por ejemplo,

una cabeza, que, cercenada, rueda.

 

El haz de luz no impide el escozor

el vaho inmóvil. Hatillo con las ramas

haz de espigas haz; de todo eso, un canto.

 

Sin medida excesivo el trance aumenta.

Inclina exclamación, o clama. La tierra

de la boca, el hormigueo recuerdo que  no

acaba de irse. El terraplén de tierra la boca

con la tierra. Toda la sombra pertenece a la arena

toda la voz a lo hondo de ese mar que devuelve y es

con la boca llena que se hace un terraplén.

 

Vuelve a los restos de difunta desentierra

otra vez el dolor que tensa el arco de la nómade.

Recuerda o rememora.

Revive. Resucita. Esa cumbre está viva.

 

Fuera afuera

Y fuera otra,

y si fuera,

 

Es la vocal que extiende el vínculo

que hace inherencia entre y prende.

Hecho, hache, qué dice la primera

manifestación de toda cosa, la primera,

hecho: vivir es tener vida.

 

Exterior fuera manifestarse en actos.

Extrema a la extranjera. Extraña de

esta habla Inesperada clandestina

Aparta, es apartada. Rehuir, huir, de nuevo.

 

Salir, irse, no estar. Hacer

cruces, hacerse en cruz pasmada

sorprenderse. Atónita la boca

estará abierta, sentir la falta:

mugía la vaca extrañando su cría

 

desentrañarse, extraña de la entraña,

salir de la tierra equivale a otra construcción

la forma de ese ser, en tierra ajena.

 

Extrema la cabeza en ese extremo. Gime.

El grado último de algo. Extremada es

la cualidad que da este grado; de ella parte.

 

Extremidad también es punta. Distinta

distante punta. Fin, final fondo, lado orilla,

Colmo

la cualidad de una circunstancia.

Cálmate. En tal extremo

Alejada del punto en que se sitúa

El que habla. La,

que niega, La

que puede extraviarse.

Tomar por el camino equivocado,

perderse.

 

No fija en algo como cuando se

mira normalmente sino fijos en

una cosa lejana e invisible, ojos vagando

en todas direcciones  Al extremo, en extremo,

dar por propia esta ganancia bruta:

Transhumar los ganados.

 

(De este lado del mundo, Daniela,

Las puertas del campo las abres tú sola.)

 

  • citas en itálica de:
  •  Maruja Díaz
  • Arianne Rich
  • Blanca Wiethüchter

 

(de Pulso)


Todo comienzo

 

 2

 

No quedaba tan claro como viene. Si es del anudamiento
o es del pasmo, Nunca sabrá el olvido lo que cubre.
Balanceándose como un vestido de verano en la azotea
insinuaba opulencia en el verde, advenimiento
de lo casto produciéndose, océano desde sí
más a la espuma. Recorría la costa buscando
entre las rocas veletas animales del plancton
partículas de seres que la noche ilumina. Hasta
ahí, el canto era otra cosa.

Después la oscuridad pone su marcha y en la pregunta
aplasta lo que emerge. El mar como un fondo o apego
algo que llama. Siempre a llorar por esas mismas partes
de cielo, esos recortes de la costa en las desembocaduras.
Hay un borde en el que crecen pinos que perfuman
el viento. Una superposición de mareas, una alborada
saca polvo del astro: debería el tiempo respetar esas cosas
y las líneas dibujarse en otra dimensión.

Cables trenzados, rayas que no cesan.
Las mujeres se agolpan. Los vestidos
se achatan, quién quiere remontar esa subida,
si son monos famélicos que desde la cima
tiran piedras. El traje en la ventana se ventila
y guarda, entre las fibras, las temperaturas de la brisa.

Puede ser que la muerte se introduzca esta tarde.

 

Puede ser que se anime, o que no le convenga.

 

Como esas rutas que atraviesan los campos, es
el mismo campo compungido atravesado por la
estepa aunque a esa altura ya haya surtidores, agua
en baldes de lata, remansos en la sombra.
Lo que queda de ahí es viento amable que a veces
trae perfume de fruta, de hojas de limonero, de
árboles de duraznos agrupados. Así la medianera,
así el silencio de la distracción y la distancia.

Pasa una nueva altura sobre sandalias libres que
lleva de otro modo la minucia. Y se desprende la
blusa en la frescura del color violeta. Pasa la luz
y filtra lo que el sol dejó en la fruta, más
perfume viscoso, el tiempo apremia.
Sólo el alrededor que queda en los
cordófonos cuando pica la tarde entre las aves.

Arma la rama que dice sólo Ahora.

 

Los vegetales se deletrean entre los dedos.
Las yemas que apaciguan al tacto del socaire.

A la textura de su crecimiento.

 De Todo comienzo