Baudelaire
confiaba en lectores a los que la lectura de la lírica pone en dificultades.
WALTER BENJAMIN
“La poesía [anota Jean Starobinski], no es solamente
lo que se realiza en las palabras, sino lo que tiene origen a partir de las
palabras”. Si hay una escritura que pone el acento en lo anterior es la de
Reynaldo Jiménez y su libro Neto es un perfecto ejemplo. Me atrevería a
decir que Reynaldo es el poeta que ha llevado más lejos la idea huidobriana de
la autonomía del lenguaje, de ese creacionismo que se sitúa no en la
significación gramatical sino en la significación mágica, en esa palabra
interna, latente, que el poeta escucha y libera de la jaula normativa para
comenzar un viaje lúdico, ritual, encantatorio; al mismo tiempo que crítico y
político. Es por esto que lo primero que llama la atención al leer Neto
es la exploración que Reynaldo emprende de la dimensión matérica de la lengua y
los múltiples hallazgos que van brotando: nuevas palabras, nuevos conceptos y
nuevas sonoridades que se integran a nuestra experiencia de la lengua, tales
como: Pranaderías, desierpertos, celulular, fugigustativas,
amnióptico, escarabarajas, espermántrica, coevas, beatrizas,
entre muchas otras; o esta complejísima palabra-maleta, un largo adverbio que
resulta todo un trabalenguas: Minusmariposándoselenitamente. Están
también las derivas sonoras o semántico sonoras: Muecas mecas
mecánicas, Gula alguna,
Ejes esquejes; los desdobles como
en Encanta canta, o las triadas
como en mil anos, milanos, villanos; además del alargamiento de vocales
como en extraaño, los cambios de acento como en comedía, las
haches intermedias que rompen y alargan visualmente las palabras como en ehentihiendo,
los sutiles injertos del inglés sunríe o Lodoletramen, y los
distintos castellanos en los que el poeta navega: turro, huachafo,
morlaco, se raja, faltaba más, por las puras, o el
arcaico adverbio do. Neto nos sitúa frente a una lengua en
movimiento, multiplicándose, que produce nuevas relaciones entre los vocablos,
entre las sílabas que los componen e incluso entre los fonemas que componen a
las sílabas. Una verdadera “fantasía verbal” (el término es de Roger
Santiváñez), que se abre a todo tipo de derivaciones, permutaciones,
resonancias, asociaciones, contigüidades y transposiciones, generando un fluido
verbal, una materia lingüística en constante metamorfosis. En suma, robándome
un concepto que el propio Reynaldo usa en Neto, diría que estamos ante
una escritura cardiogramática, es decir, una gramática afectiva, intuitiva, que
registra las intensidades y el ritmo del corazón-respiración, una gramática del
cuerpo, una gramática afectada: arrítmica, alorrímica, eurítmica, ecoelástica,
otro concepto que Reynaldo nos regala en su libro.
En Neto encontramos en todo momento esa
“palabra abarcadora” sobre la que reflexionaba Haroldo de Campos, palabra que
no pertenece exclusivamente a ninguna parte del discurso, inclinándose según
las necesidades operacionales, hacia un lado u otro, conservando siempre la
riqueza y concreción de algo vivo y cambiante; palabra que rompe las fronteras,
que se descoloca, evitando quedar atrapada en un solo significado y en una
única función. Reynaldo se entrega al ritmo, no como secuencia ordenada de
movimientos, sino conectando etimológicamente con su primer sentido: rhythmós como
fluencia, transcurso. Un fluir que se da principalmente desde el oído, un fluir
que moviliza energías desde la escucha y la autoescucha. Como lo proponía
Charles Olson en El verso proyectivo, Reynaldo trabaja con la sílaba, la
parte más performativa de la lengua por su maleabilidad y su capacidad de
acción. La sílaba, al no asociarse a ninguna unidad de
significado, puede pivotear, en una mente alerta, múltiples palabras, e
insinuar distintas direcciones posibles por las que transitar. En Neto
siempre está ocurriendo algo, algo se suscita, es una lengua evento, una lengua
acción, en la que la verba viborea, se arrastra, propiciando texturas, ecos, resonancias; pero también internándose en la estructura
misma de la lengua, a la manera de un Girondo en su masmédula: aglutinando o
atomizando palabras. En Neto leemos flujos y contra flujos, tensiones y
fuerzas, y por momentos, como lo dice José Ignacio Padilla en un texto sobre Plexo,
otro de los muchos libros de Reynaldo, “leemos pequeñas articulaciones de
sentido”; nudos, chispas, que acaban explotando y explorando las zonas
afectivas del lenguaje.
Uno de los retos que enfrentamos
siempre al leer a Reynaldo es que, como lo dice Leminski en un poema traducido
por el propio Reynaldo, tenemos que “desleer, trasleer, contraleer, enleerse”, es decir, aprender a leer de
nuevo. Entrar en un espacio en el que todo está siendo,
deviniendo, cambiando, no es sencillo. Entrar en una lengua móvil y espejeante,
que desobedece como primera opción, opción que supone además una apuesta vital
y ética, nos pone en una situación difícil, rompe nuestras certezas, abre interrogantes,
nos obliga a detenernos en zonas movedizas
de gran inestabilidad desde las que accedemos a lo preconceptual, al
pensamiento pre-categorial, situándonos en los límites de la semiótica: en el
intervalo, el intersticio, incluso en lo extático, como experiencia visionaria
que rompe las fronteras del adentro y del afuera. Todas las palabras de Neto
están vivas y la vida, lo vivo, como lo señala João Cabral de
Melo Neto, “es lo más opuesto a la sensación de lo armónico o del equilibrio”,
por eso nos hiere, nos despierta del adormecimiento rutinario al que nos lleva
el lenguaje instrumental. La poesía, la buena poesía, al decir del crítico y
poeta William Rowe, “pone a disponibilidad del lector [de la lectora],
experiencias que no están en ninguna otra parte, abre espacios que están
cerrados o produce experiencias que son críticas y necesarias y que no están en otro lado”. Eso es precisamente lo que se
produce cuando leemos Neto, nuevas experiencias que impactan nuestra
sensibilidad e inteligencia.
La lengua de Reynaldo, su español,
es singularísima y colectiva a un mismo tiempo, privada y pública a la vez. El
pretexto de Neto, el punto de partida es un graffitti que Reynaldo
fotografió en el 2017 caminando por las calles de Santiago de Chile. Esa marca
anónima y pública, que supone todo graffitti: pintura libre o grafía chorreada,
se filtra en la poética del libro. Escribir es también marcar un espacio; la
marca viene de un “yo” que inmediatamente se borra para dar paso a la
escritura. “Cuando el yo se olvida de sí en el lenguaje, está del todo
presente”, señala Adorno. El anonimato del graffitti nos recuerda la figura del
autoolvido de la que habla el teórico alemán. Reynaldo se olvida de sí mismo,
se borra, para dar paso a las palabras, para liberarlas del peso de ese “yo”
que es el gran controlador. Neto remite también a la designación afectiva,
familiar, cariñosa del nombre Ernesto. Quizá Reynaldo pensó esta palabra como
un guiño que señala lo afectivo como núcleo energético de toda escritura poética.
Desde el coloquialismo neto es sinónimo de sinceridad y podríamos pensar el
libro partiendo de ahí: la poesía como una lengua que no miente, al decir de la
poeta Olvido García Valdés. Neto significa también claro y bien definido,
significado que pareciera entrar en contradicción con la hibridez y la falta de
definición de esta escritura que huye de toda identidad que quiera
constreñirla, que apuesta por las contaminaciones y no por la pureza de la
lengua; aunque tal vez Reynaldo está pensando en otro tipo de precisión, en
esas “exactitudes indecibles”, por ejemplo, de las que hablaba Cardoza y
Aragón. Y neto es además el peso neto, es decir el peso que no incluye el
contenedor ni los embalajes. Exagerando esta analogía, podríamos pensar que
esos embalajes son todos los discursos que envuelven a las palabras; las
múltiples codificaciones
que coaccionan a la vida y a la lengua, e intentan homogeneizarla para
domesticarla. Reynaldo nos da, por decirlo así, el peso neto de sus palabras.
Ese elemento móvil y subversivo que pareciera anidar en Neto, que es, en
definitiva, un significante abierto, me lleva a pensar incluso en este libro
como un guiño consciente o inconsciente de Reynaldo a Perlongher, ya que Neto
está inscrito en Nestor, ese maravilloso poeta que ve, al igual que Reynaldo, a
la poesía como liberación, celebración, curación; en suma, como una forma del
éxtasis.
Reseña publicada anteriormente, sólo en papel, en la revista Lectura,
nº 1, Lima, dic. 2024.
*Sol Negro, Perú, 2024.
Bibliografía citada:
De Campos,
Haroldo. De la razón antropofágica y
otros ensayos. Trad. Rodolfo Mata. México: Siglo Veintiuno Editores,
2000.
“Exit, Reynaldo
Jiménez” de José Ignacio Padilla en: Jiménez, Reynaldo. Plexo. México:
Libros Magenta, 2009.
García Valdés,
Olvido (2014): “Se llega a la poesía por carencia y precariedad existencial”. (Entrevista
realizada por Andrés Villalba en Transtierros.
Jiménez, Reynaldo.
Neto, Sol Negro, Perú, 2024
João Cabral de
Melo Neto, Poesía y composición. Traducción de Víctor Sosa. México,
Colección Poesía y Poética, UIA, 1999.
Olson, Charles,
“El verso proyectivo”, El poeta y su trabajo II, Trad. José Coronel Urtrecho.
México: Universidad Autónoma de Puebla, 1983.
Rowe, William
(2014): “No se puede tomar por sincera la sinceridad del poeta”. Entrevista
realizada por Víctor Vimos en El
telégrafo.
Starobinski, Jean. Las
palabras bajo las palabras (La teoría de los anagramas de Ferdinand de
Saussure).Trad. Lía Varela y Patricia Willson. España: Gedisa Editorial,
1996.
