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jueves, 23 de octubre de 2025

CELINE REYMOND Y PABLO MATÍAS APABLAZA . MURCIÉLAGOS

 





La escritura de Murciélagos comenzó días antes del 18 de octubre de 2019, jornada en que se desencadenaron, en Santiago de Chile, distintos hechos de violencia y represión que constituyeron el estallido social. Apuntes en cuadernos, sueños, notas de prensa, fotos que se tomaban en las protestas, registros audiovisuales, constituyeron el primer borrador de estas prosas.

El conjunto, entre textos e imágenes, surge como respuesta ante lo real, como una representación en el escenario del desastre. Los murciélagos, con características antropoides, son hombres que no pueden recordar que todo lo que más odian y temen está dentro de sí.

Quizá por su ceguera, por su color, o porque deben su nombre a la creencia de que a los ratones viejos les salen alas, el proyecto busca trastornar un orden y tensionar símbolos propios de la iconografía quiróptera.

 


La asociación a las brujas medievales, el vampirismo fílmico del XX, los crucifijos y la ciudad, se miran en este conjunto, de refilón, con la preocupación por darle forma al mito del murciélago, en un mundo que se desvanece y que cobra formas espeluznantes, barrocas, álgidas y vertiginosas por su aceleración temporal.

 

Rezuman, en los poemas y collages digitales, la atmósfera oclusiva del estallido social, su respuesta ante lo real, con cuerpos cortados, fuera una sintaxis militante, fragmentado, porque la imaginación genera monstruos que friccionan la naturaleza humana frente a la divinidad de la naturaleza.

 

En los recortes, en los fragmentos aparece la caída como una forma de volar; las alas unen al humano y a este animal, que negros se precipitan en la tierra, auscultados por tímidos rayos de sol entre nubes y penumbras. Y caen en Santiago de Chile, en un paisaje cerrado, cortado por las fisuras de estos montajes, en pedazos de manos, ojos, rostros de quienes protestaron en 2019 y soñaron con un mundo nuevo, para esa pérdida de sueños, soledades y un próximo encierro, el de 2020, a causa de la pandemia de covid 19.

 

En total, acá se agrupan 56 fragmentos textuales y 10 imágenes. Estas últimas fueron hechas a partir de recortes de revistas, pantallazos de películas, fotos análogas, material found footage de YouTube.

 

El proyecto, finalmente, no tiene un orden establecido en su montaje, por lo que se puede revisitar. En un principio, se pensó realizar un quiebre en la mitad del texto, en que se escribe “Un espacio, así, piedad”, y allí montar las imágenes. Luego volver con las prosas y cerrarlo.


Muestra

 El murciélago en la piscina, el rastro de su sangre sobre el agua y la materia muda realza unos ojos abiertos. La humedad es trampa, no lo deja tranquilo en el espacio de agua lleno de oxígeno. El paisaje se torna naranja pálido. El atardecer exaspera las grietas de la cal entre las piernas, las grietas del mundo. El murciélago atolondrado del día, el sol, el verano a cuestas, y cenital: azul, porciones negras, pelos y sangre. Así alguien muere y ya, aunque el murciélago alce la vista y se obstruya. Tranquilamente observa a través de nosotros y canta en gárgaras, de frente.

 ***

 Eso se llama destino. El suicidio en sueños de alguien amado. Se llora. Se piensa en quién se hará cargo de sus hijos. Los hijos amanecen fracturados. Las pantorrillas no las consigue mover. Es un dolor interno, que el murciélago carga aún, y el día avanza. No se corre más de cerca, sino que el proceso termina. La luz carga un cambio de lugar, al igual que objetos acuosos, semillas. Un ala tiesa, la otra tirita. ¿El cuello, cuando se cuelga de una estructura sólida del cielo falso, queda tieso o también tirita? El pelo cae, se relaja junto a los labios. Los ojos en actitud meditativa. Lo único que se mueve es el lomo de la espalda, al interior la médula ósea palpita y las vibraciones pronto se calman.

 

***

Solo en sueños esa persona muere. Son platos rotos, cáscaras de huevo. Pastillas, recetas médicas, la pieza, la última de la casa, donde apenas entra sol. La cama deshecha cuando se duerme y castañetea el peso de los dientes. Siempre, como el cielo, están cerrados. Esa persona terminó de morir en un hospital de arena.

 

***

 Me despierto y no logro dormir de nuevo. Los recuerdos de la noche no son nítidos. El amanecer se distingue nuboso desde la cama, por la abertura que dejan las cortinas azules de la pieza. Oigo ruidos que trato de apaciguar con música de clavecines. Estoy quieto y tranquilo.


No es una parálisis del sueño, como me han contado, esas donde un murciélago se posa en el pecho, no te deja respirar y entras a una crisis nerviosa. Enciendo la radio. Un caballo muerto en la costa, en la carretera, atropellado. Era pequeño, dice el corresponsal. Murió de inmediato. Se describe el tráfico de los autos. Imagino que las ciudades se secan y parten y el cadáver del caballo brilla, arde y todos se esconden. Sostengo la espalda en la cama y los caballos brotan de allí mismo.

 

 

***

 La costa es solo la costa y los caballos, caballos.

 

***

 

Chillidos de cerdos. No es un corral donde nada, sino una piscina, cuya única mancha es el coágulo de sangre que han desparramado las alas extendidas y carnosas del murciélago. Chillidos cerdos, otra vez. Se revuelcan, retozan al borde, pero temen. Un hombre viene y atrapa al más gordo y feliz. Clava una bala en su sien y los ojos se le entornan: el revés de la trampa, hay una expresión afuera, en la cara tensa del animal. Ningún capullo se abre. El pelaje, en su abertura, transparenta en silencio su muerte.





 

***

Se clava el lado filoso del cuchillo en los brazos y deja el agua correr. Los coágulos apenas se esparcen; de la cañería brota olor a fierro, a musgo, a playa. Flota una acerería en el espacio minúsculo de la tina cuando el murciélago respira y emite chillidos que lo disparan hacia el fondo. El tanque de limpieza absorbe pelos, polvo, limpia el agua y brilla con el sol que despunta, se entibia. El cuerpo no se resiste a la energía del tanque. Las nubes tampoco, en una quietud autoimpuesta, mas el agua se inclina y lo sólido se desvanece, aunque deje impronta su silueta de cada pelillo que cubre la piel elástica y tersa.

 

***

Hay un ratón enorme que chapotea sobre la entrada de la cañería, humedecido por la gotera del grifo. Sus ojos, taciturnos, se involucran con su reflejo y adopta una postura erguida.

Pronto, se espanta.

***


Los desechos brotan desde el fondo, no alcanzan a ser tragados por el tanque. Restos de alas de mariposas, violetas y blancas, pelotitas de moscas secas.

 




***

 

 

Un murciélago se encueva. Los hongos atacan sus narices, se alarga la hibernación, pierden peso. Este no puede volar. Las alas las tiene pegadas encima de su pecho, como si durmiera. Está colgado contra el suelo. Apenas respira. Estira su lengua para hallar insectos, pero la cueva está húmeda. Ha llovido la primavera, las flores no despuntan y el sol realiza apariciones irregulares. Se descomprimen los cadáveres y caen en las rocas. Él aún respira y oye laringes de grillos que despiertan al atardecer.

 

***

 

Bajo el parrón, colgado, el murciélago se seca. Dejó de copular antenoche y su cuerpo parece maduro. La concepción fue múltiple, orgiástica, con mujeres que adquirían tonalidades pardas a la hora de eyacular. La cadencia del sexo estruja sus genitales. Busca, en las enredaderas, exhausto, bichos, pero el sol lo ciega y parece aturdirse de tanta ejecución.

 ***

El tiempo es catastrófico. Las líneas que recubren el fin del mundo atrapan las vértebras del murciélago, serán sus únicas criaturas cuando el antropoceno acabe. Nadie ni los suicidas pervivirán, ni los que mueran a los 33 años. El sexto día de la existencia se sostiene en un parrón que descarga su oxígeno frente a una casa, pobre y vacía, de piezas mal construidas y piso de arena. El fin será una hormiga extendida en el desierto. La naturaleza es otra cosa y la idea del mundo sostendrá un mundo sin personas ni gente, descampados, sin Edén.


***

 El cuerpo colgado alerta, como un perro, reluce en el éter, marca el invierno y el verano. Llega la noche, húmeda de rocío. Se sienten caballos en la lengua del murciélago. El pantano lo admira, el nombre se repite, no deja la continuidad del viento que resume una forma de matar. Lo estrecho de alguien que se juzga a sí mismo y juzga su escritura como un cortador de cabezas, un torturador. Se resume en las suturas de un germen que enarbola su savia contra las herraduras, alborota las frases no dichas de quien enmudece y sigue huellas para alimentarse. Alguien amanece tras un viaje de trescientos años, alerta como rana, despierta en forma de caparazón, lleno de protuberancias, resbaloso.

 

***


Nosotros nos retorcemos en la soga y poblamos nuestro cuerpo de maldiciones de siglos y oraciones de hombres.

 

***

 

El murciélago se instala bajo unas pantallas que muestran videos porno. Mujeres tocándose miran de cerca y es posible oír a lo lejos sus anos, como si fueran cordilleras o imágenes de internet que se rinden hacia esa extinción de los placeres. El murciélago recuerda a su madre, haciéndolo frente a él, cuando no pasaba los primeros meses y recuerda ese sexo como la pérdida de la virginidad en sábanas blancas. El inicio del deseo. La primera hembra que abusaste fue a tu madre, al exigirle mamarla y desnudarla cuando dormían. La erección que pedías, la de quitarle todo y juntar los vientres. El murciélago soy yo.

 

***

 

 

Ahora, en el agua, hundidos, nos arrepentimos y observamos la luz que entra hacia el fondo, el atardecer que se desprende y asimila la noche. Las estrellas no parpadean, se difuminan en el amarillo ajeno del horizonte. Se desgarran las nubes para ahogar el hálito. Nada que se parezca a este dolor se asemeja a todo lo que hemos sufrido.

 

***


El aborto de un descampado. Tunas son lo único que crece y allí queda, bajo capullos en flor, el feto deforme y raquítico.

 

***

Me doy cuenta que la piscina era una ilusión, que siempre estuvo en tierra firme. Como el mar de Aral, el mundo parece un oasis. A falta de agua, la sed es una inmersión y confunde los sentidos. Me transformo en un fertilizante para esta laguna seca. Se oxida, en el centro, al igual que el pesquero abandonado. Un efecto tampón sobre el ambiente.

 

***

Como un papel, en la zona húmeda se muele y se agita. La pulpa de la carne genera un balanceo imperceptible. Nubes en el cableado que asimilan el horizonte entre columnas de construcciones geométricas. A nadie el cielo convence de su bondad. En lo más alto de la montaña, el bambú adquiere el teñido de la savia. La cabeza del murciélago cuelga en el foso de extracción. El cuerpo, al interior, es agua y brota, como del papel, una inscripción que captura.


 ***

La muerte de un animal sutura los ojos abiertos con que cayó a ese pozo aglutinante de aliento. Es voltear a un niño, precipitarlo al espacio de nudos que conforma la masa muscular de los terrícolas, sacudirlo y borrarlo. Los taninos del cuero otorgan un instante mudo que calza el mar por su costa. Allí, en la intemperie, se duerme y se imagina el dolor de las muecas. En los nidos, las larvas cobijan una naturaleza muerta, inexistente. ¿Escribir de flores y plantas no es escribir sobre algo pasado? Este mundo sin mundo despierta mis nervios, abriga la porción de suelo erosionada. Allí, en la intemperie, no hay amor.

 

***

Retoza un caballo sin nombre.


***

Un arroyo que sube de nivel, en grietas de calcáreo, sin lluvias, sin motivo y luego se reduce tanto como el cuerpo enlazado de los murciélagos que posan de día en las cuevas, o en palomares, escondidos tras el armario, la ropa, petrificados.

 

***

Siempre el mismo perro ladrando a lo lejos, en el fondo de un planeta.

 

 

 ***

Baila sin mover las caderas, el tronco. Las rodillas se doblan, ruido de piedras. Extiende sus brazos paralelos al piso y la capa se alarga. Negra, emula el movimiento de emular. El niño baila, se rasga la tela de fieltro, el abdomen tirita y las sombras en la pared de un animal que carcome pinos, la tierra, musgo, hongos y noche.

 

***

 Un espacio, así, piedad.

 

***

 La laguna saca de su pomo dos arroyos. Alrededor hay un pantano, con cabezas de cerdo que flotan. La vicuña admira la sangre coagulada, la piel imberbe, el barro en ojos, narices mutiladas. Ella se une a otra y compiten en el asco, donde lo húmedo se confunde: trabéculas de canales, puntillado de pozos y una finlandia de lagunitas sin tapa.

 

***

 Algo recorre los bosques y montes y no deja de advertir una minúscula. La bestia suspendida de una ramita que espera a un hombre o animal, para dejarse caer y abrevar de su sangre. En el momento de parir no está todavía formada: faltan un par de piernas y los órganos genitales.


Pero ya es capaz, en este estadio, de atacar la sangre fría que se arrima sobre la punta de un hilo de hierba.

 

***

El sapo con una hostia consagrada en la boca, y la boca cosida para que no escupa la partícula, bautizado en una iglesia, espolvoreado con tierra de cementerio; perro, chivo y gallos negros.

 

***

La línea del tendido eléctrico continúa la estructura del parque; allí se espera que la espera se desmiembre.

 

***

El murciélago continúa la estructura del parque; allí se desea que la línea del tendido eléctrico explote.

 

***

La rubéola y la rabia atosigan la musculatura de niños. En pantalla, dormidos. En la tina, tapados por una cortina húmeda.

 

***

Pan, vino, aceite y frutos secos en la mesa, dispuesta para que el sacristán someta a un niño. El almuerzo en la mirada de alguien que observa a través de la ventana. Cristo en escena. El murciélago espera su desmiembro.

 

***

La silueta del hombre en la pared. Su respiración agitada, movimientos bruscos, otras personas en la misma cama, suspendidas en la desnudez. Y yo, aferrado a la almohada, toco


la silueta del hombre, le doy la espalda. El gato chirría, la madera se abomba, no da para más y no resiste a cuatro personas agitadas de respiración desnuda, cuarenta grados y la humedad que no apacigua por narrar a medida que me estiro. Los músculos traseros se contraen, pero relajados siguen la agitación del hombre.

 

***

 Caballos retozan. Barro, y solo el polvo contra el muro, los hongos.

 

***

 Y los movimientos profanan el cuerpo. Es picar cáscaras de castañas: algas secas, cascos de potros, vesículas, piel. Me agito. Un recuerdo de excremento que va y viene de la médula.

 

***

 Las vacas resoplan en los pesebres, en el establo. Caderas hacen clic. Un hogar como el propio, ostensible.

 

***

Los sapos se consagran en el arroyo. Dibujan su nado, una estela en el agua y se empozan en las flores, comen los hongos sueltos, la mierda de las gambas, inhalan luego en el exterior. El murciélago brinca en la orilla y resuelve abrir su boca, mostrar los cartílagos que recubre la musculatura de su rostro y deja imaginar que el musgo es otra porción de sus alas. Verde, junta las piernas y salta, extendido, contra la reserva de agua, contra la estela que deja.

 


 

***

Las últimas flores del verano son las anémonas, pero aún no se abren. Las últimas flores del verano son las vicuñas, pero aún no se abren. Y a lo lejos la luna, casi transparente, casi como una cabeza, ya muy baja. Nadie de pie, ni los animales. El sol vuelve roja el agua del vado, los cuerpos sobresalen de ella, con un resplandor en el que está la primera sombra, graciosa y


pesada, un silencio y una inmovilidad tensa. Mojado como estoy, escondido en la hierba de las orillas, estúpido y sonriente, de pierna floja.

 

***

 Murciélagos crucificados en la estructura metálica de una antena eléctrica. Colgados de esposas y rociados con gas pimienta. Cansancio. Ardor. Agua, chorros contra los cuerpos.

 

***

 

Sueltos, vuelan desarticulados. Vuelan con sus alas descoyuntadas por encima de los edificios. Desorden en las calles sin límite de vida, repiqueteo de tanques, de cucas, de peligro contra las vías nasales. Ellos, imposibles, no acceden a terreno concreto y el vuelo se disuelve en cansancio.

 

***

 Nos crucificaron en la estructura arbórea del mundo, colgados de ramas y mojados por el rocío.

 

***

Mudos entre las pezuñas de las vacas. Crecen los prados. La guerra en las noticias. La brisa salpica en la sien de los murciélagos.

 

***

 La piel chorrea una especie de esperma, manchas de grasa, las uñas ásperas e irregulares, sin tono, el espejo, sus negativos.

 

***

 El sueño de la razón produce monstruos. El sueño de la reproducción produce leche. A granel, en esporas, en una taza; la savia de los peumos acaricia una estela de agua, de leche que matiza las maneras de estar arriba. Madre, las alas de un diablo lechoso, sibilante, cuyo motor


de pieles rasga y corta el flujo continuo, blanco. Para no morir en cada esquina donde el blancor emerge y las montañas restriegan su paso. Polvo en las vías nasales, polvo en la cara y la vejiga sobrepasada en piedras. Las rocas, la razón determina el espejo manchado de blanco, su espesor y columna, la actividad mamífera que impone el hambre del poema.

 

***

La reproducción entre dos hombres. El semen en los muslos. Los órganos eyectores contraídos. El hambre en el espacio natural es la leche diaria a consumir.

 

***

 

Del rincón, de las sábanas arrumbadas, la ropa percudida, la humedad, el olor a moho y naftalina, la piel tersa y negra cubierta de vellos, la dentadura arraigada a las capas interiores de las encías, de vuelta la imagen del agua, flotar muerto, los ojos desparramados, curtidos ante la somnolencia.

 

 

 

Nadie besará a un muerto por completo, nadie completará un párrafo porque no es la vida y nadie hará el paréntesis de los párpados del murciélago. Se cerrarán ante el temblor, cansados de las vidas que se rompen.

 

***

 

El sonido del motor se apaciguó. El verano entintó el cemento que trajo la memoria del murciélago muerto a un paraíso, al océano que alguna vez miró de cerca, turbio, no como el agua que ahora lo reposa. Las nubes blanquean el fondo celeste de la piscina, bullen verdes flotantes, esplendorosas, al mismo tiempo que el color del cielo se agita en un reflejo en torno a quienes tratan de fregar el cadáver. El agua, algunas veces, derrama su iris sobre el celeste.

 

***


Un verde simulado cubrió las estaciones falsas sobre la tensa máquina de la piscina. La salida de las nubes, inmersas en resplandor oscuro, sobre las macetas de las flores, acuáticas en el fondo del agua, sobre lo que llamamos poema.

 

***

 Mi cara se retuerce en guijarros y la tela absorbe liquidez de un sinfín que espesa su blancura, que apenas desangra la arcilla de su posición en esta mano clausurada donde casi no caben contornos de luces ni señales de ruta ni sobra la porción de cabeza. El calor, dentro, tapia la sensación de frío y ante el polvo el calor comprime, no se deja estar y son señales blandas, crudas, en esta formación de gestos y cejas y manos que se contraen en guijarros. El molde me entinta, me hiela como si del contacto fraguara un reflejo, se derramara y apaciguara la carne, el aspecto natural, la fisonomía contra el pulso que la luz deja.

 

***

 El sonido de los motores se apacigua y un plata pálido adorna las calles, nos hace pensar en lo que imantan los postes. Un blanco inseguro, negro de canteras, sostiene la arcilla como un preludio sostenido. ¿Quién trajo esa tela plateada? ¿Quién observa la roca enmohecida? Es de un gris este ambiente que no resiste la proximidad de los colores enhebrados entre el vapor y los vacíos de los cuerpos en greda que aún no se estructuran.

 

***

De las canteras queda el polvillo que recubre la antipatía de este lugar. Piedras, imágenes terrosas en arcilla, la picadura del sol ante la cal, su blancor de nube. Del gesto amanece la ciudad y su estado de granja, construcciones inexplicables, adobe, la caminata dura un cuarto de legua arriba. Un arroyo con su pequeño oleaje y remolinos, sin salidas, pendiendo una cara muerta aún. El agua ante el cerro y la faz ante ramas. De las canteras queda el polvillo que reboza las manías de este paisaje. El sonido de los árboles se apaciguó una noche. Imágenes terrosas en blanco paraíso dan tersura al smog penetrante y azuloso que encumbra hacia arriba. Montón de leguas encima y fingir que todo parece un verano que se cierne entre la suavidad del viento, el picor del sol y los campos de tunas florecidas. Las cejas en estado de gracia, aunque transitivas, tantean la humedad que arrastra, descompone el barro, lo seca,


amarillo, castaña. El calor induce a tono zanahoria y la boca balbuce a medias y salta a un costado. La cantera perfora las napas subterráneas, rocas de un tiempo diluido, que abrasan el contorno del agua y humedecen las construcciones donde habitan surcos marrones. Canelas en el fruto violáceo de la tuna.

 

***

Los murciélagos embarazados ven por todas partes hembras en su misma condición.

 

***

El cielo muestra una confusión formidable y el arroyo es sorbido por flamencos escuálidos. Apenas rosados, se deciden entre beber agua y esperar la confianza del fin de estas latitudes.

 

***

 No estar cuerdo es una necesidad concreta como dormir en puntillas. Cuando se está en la calle se debe elegir la presa a ojos cerrados y moverse con paciencia, viento abajo, fuera de vista, atacar cuando sea el momento, sin pensar. Hay confianza en las personas a quienes se le miente, para que cuando den la espalda, se les amenace con el cuchillo. Se custodie con el ojo, que mire encima del hombro, aunque a medida que se envejezca sea difícil. Se volará hacia el sur, el murciélago esconderá la cabeza en la arena, se mantendrá despierto afuera de la bandada.

 

***

Árboles derrumbados y apilados en la plaza, caballos enterrados bajo el pasto seco, gualdo, azufranado de tanta lata, piedra, pintura. Solo asoman las cabezas como esculturas. La estructura del cemento descompaginada, suelta a cañonazos. Del piso, cabezas de perro plateadas yacen por todas partes.





Celine Reymond (1982) es actriz, música, artista visual y realizadora audiovisual. En 2016 se unió a Ensamble Colectivo, con el que participó en cuatro exposiciones de collage en Chile. Su obra visual ha sido destacada en el catálogo de Madhaus, galería de arte contemporáneo, y algunos de sus trabajos fueron publicados en el libro Chile Arte Joven, editado en 2015 por la galería Arte al Límite. En 2023, fue seleccionada para el taller “Guionistas del Siglo 21”, en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba. En 2024, estrenó Melodramas, film que compitió en la categoría de Cortometraje Latinoamericano del Festival Internacional de Cine de Valdivia.

 

Pablo Apablaza es un escritor nacido en Santiago de Chile, el año 1995. Publicó la novela Charapo (Cuneta, 2016) y la plaquette de poemas Flujo de capitales (2024). Obtuvo el premio Roberto Bolaño de novela en 2016 y 2017, fue becario de la Fundación Pablo Neruda y del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.