EMOTIONAL RESCUE:UN PAÍS MUNDANO. JOHN ASHBERY. TRAD. E INTRODUCCIÓN DE DANIEL AGUIRRE OTEIZA



John Ashbery publicó Un país mundano en 2007, a la edad de 80 años. Un año después su posición en el “canon” de la poesía estadounidense quedaba afianzada: su obra escrita hasta 1987 salía reunida en la prestigiosa Library of America. Con relación a Un país mundano, críticos como Stephen Burt, Helen Vendler, Sam Munson y el mismo Bryan Appleyard vienen a coincidir en dos puntos: Ashbery muestra unas facultades imaginativas plenas y una conciencia del paso del tiempo aún más aguda que de costumbre. En sus últimos poemas la percepción de la inminencia del fin, el sentimiento de pérdida, la atmósfera elegiaca y evocadora se modulan a un ritmo vivo y aun vertiginoso. “La sensación de lo inasible parece más apremiante”, sostiene Vendler. Los multitudinarios fenómenos a cuya representación ha de dirigir la mirada el lector se revelan ahora especialmente caducos y fugaces. Según Burt, la obra reciente de Ashbery, leída como poesía de senectud, es de una calidad equiparable a la del último Wallace Stevens. Con todo, se diría que Ashbery no busca en sus poemas el acabado formal que se advierte en los del autor de La roca. La riqueza verbal que presenta su nuevo libro estaría trazada en un mapa incompleto. En Un país mundano referencias, razonamientos, géneros, construcciones gramaticales y sintácticas se suceden y varían a tal velocidad que llegan a producir desorientación y ahogo: “¿Puedes verla, / su diferencia, distinguir entre medias tintas, / matices fugitivos, medir el nivel creciente / incluso cuando nos sofoca”. El lector puede advertir alusiones a mitos, cuentos o fábulas; reminiscencias de tradiciones orales como la canción infantil, el ripio, la adivinanza, la música pop; giros propios de la jerga académica, cinematográfica, política, publicitaria, cibernética o comercial; o guiños a la Biblia, Emerson, Wallace Stevens o T. S. Eliot. Por ejemplo: “La primavera es la más importante de las estaciones”. Con todo, hasta las referencias más reconocibles acaban perdiendo su lugar en la vorágine del tiempo consuntivo: “¿No te dijeron dónde te extraviaron, / en qué avenida, hendidura de la ciudad, / veloz y más veloz como el aliento?” Según Charles Bernstein (destacado valedor de la language poetry), Ashbery tiene costumbre de insertar conjunciones entre piezas de collage discrepantes. De este modo, sus poemas producen “la sensación espacial de una superposición y la sensación temporal de un pensamiento divagador”. En cambio, el “coloquialismo cordial” de Un país mundano suaviza las aristas de las transiciones sintácticas (“como rocas de la playa erosionadas por el tiempo”, añade Bernstein). Así, la corriente discursiva parece remansarse sin dejar por ello de avanzar caudalosamente: “la sospechada sorpresa / y su hermana, la cansada impaciencia, / marcan el flujo una vez que las compuertas / se han abierto un poco. Entonces pasa sin más, / con un horizonte improvisado sujeto a él”. Aunque en ocasiones pueda causar un efecto de sofoco, el flujo lingüístico se articula mediante el despliegue de una amplísima gama de tonos e inflexiones. Tarde o temprano prácticamente cualquier lector occidental puede sentirse “representado” como impaciente, desconcertado, afectuoso, reticente, sombrío, exuberante, alarmado, exaltado, desdeñoso, sarcástico… Vendler denomina este rasgo de la poesía de Ashbery “hospitalidad tonal”. Musical también: tonos e inflexiones se entretejen con una multiplicidad de ritmos de intensidades y timbres diversos. He aquí donde le cabe al lector dirigir la mirada. Según Vendler, Ashbery está convencido de que es capaz de “rescatar del metálico fragor del ruido contemporáneo los golpes de emoción y giros de lenguaje sentidos universalmente en que pueden reconocerse los lectores”. Esta hospitalidad respondería a la aspiración de articular un lenguaje “demótico” o coloquial que el propio poeta ha asociado a las Vistas democráticas de Walt Whitman. Ashbery toma estas “lecciones de variedad y libertad”, tan influyentes en la poesía estadounidense moderna, para descargarlas de certeza y didacticismo mediante apóstrofes entre paródicos y siniestros: “Me preguntas qué hago aquí. / ¿Esperas que de verdad lea esto? / Si así es, tengo una sorpresa para ti: / Se lo voy a leer a todos”. En el mapa de tales vistas, el poeta trataría tenazmente de “representar” incluso el trazado de los puntos de fuga, al servirse de una elocución tan heterogénea y alusiva que llega a teñirse de pathos: “‘Completamente decidido’, escribe uno una carta / a la calle, en el habla popular, esperando que un amigo / la encuentre, se la guarde y la analice”.1
(…)


Ashbery siempre ha mostrado interés en dirigir la mirada al presente: “El mañana es fácil, pero el hoy está inexplorado” dice en Autorretrato en un espejo convexo (poema en busca de un oyente invisible, según Vendler). En la medida en que el presente cobra velocidad en su poesía, cabría matizar este verso para adecuarlo a una posible definición de la obra reciente de Ashbery: “el mañana es difícil, pero el hoy está inexplorado”. Cuando se aproximan hoy y mañana, el mapa se queda corto o termina hecho tiras: crece lo inexplorado. De ahí que quepa leer “Canción a coro”, poema que cierra Un país mundano, como una invitación que extiende el poeta anciano a los poetas futuros para que continúen explorando: “Esos lugares que quedan sin plantar serán cultivados / por otro, por otros”. En la “atmósfera póstuma” que, al decir de Stephen Burt, se respira en estos poemas, el yo reconoce, “en ropa de calle”, en su “habla coloquial”, lo arduo que es representar un presente cada vez más perfecto, una acción presente que por el apremio del futuro se precipita hacia el pasado: “Tiene que ser difícil / si hasta aquí nos ha traído”. Desaparecen las transiciones, aumenta la erosión. Pero lo que más llama la atención del poema no es su facilidad o dificultad, sino que logre con todo traer al lector hasta aquí, que le haga señas y le invite a aproximarse y explorar: “Había poco que ver al principio; / luego, cuando se nos acostumbró la vista a la oscuridad, / logramos distinguir en un puente figuras / que nos hacían señas, como queriendo que nos acercáramos”. Se trata de una invitación a que dirijamos la mirada a la veloz corriente de un tiempo que, con independencia de cómo lo llamemos, huye: “Si / pasó en tiempo real, estuvo bien, y también estuvo / bien si fue en tiempo de novela”. Aquí cobraría sentido la “representación”. El mapa no promete nada más allá del vertiginoso presente que señala. Fuera del presente, la lectura se oscurece, porque “el momento en que damos media vuelta no tarda en convertirse en el banco de arena donde nuestro penoso esquife encalla”. Los poemas de Ashbery parecen evitar a toda costa dar media vuelta. Volver la mirada hacia los antiguos diagramas de flujo sirve para percatarse de que el presente también los ha invadido y arrastrado: “El flujo envolvente que intuimos / como tiempo tiene otros derechos sobre nuestro inventiva”. Tal vez por este motivo Un país mundano también puede verse, según Appleyard, como un país que es un mundo; un mundo propio dentro del mundo de fenómenos; una suerte de microcosmos mental, consustancialmente incognoscible, donde cada vuelta fuera otra vuelta al presente; cada representación, otra presentación. Como leemos en El doble sueño de la primavera, uno de los primeros libros de Ashbery: “Y parece que toda la fuerza / de la temperatura cósmica vive en forma de contactos / que ninguna intervención puede resolver, / ni siquiera la de un creador al volver a la / desolada escena de este primer experimento: este microcosmos”. Aunque el año que viene traiga la misma fruta, sólo la vemos una vez. Esta primavera ya se extravió; pero “está aquí aun cuando no lo está”. Las voces que pueblan el microcosmos de Ashbery parecen interpelar al lector como espectros que hablan desde otra orilla, desde un tiempo y un lugar extrañados: “Eras mortal, / así que ¿por qué no dijiste nada? No te cabe más que la base / de lo básico, amigo mío. Otro día veremos / que la ola se queda corta en la orilla del agua, / lo que a su vez justifica nuestras divagaciones: / Una vez existimos, ¿cierto?”. En “Remitido”, el yo enumera las consecuencias de su amor, tal vez tormento y salvación: “el sueño de verlo todo”. Por extraño que resulte el camino que nos indica, el mappemonde del poema constituiría una invitación a acercarnos a un lugar hecho de palabras, un lugar otro, otherworldly, dentro del mundo de fenómenos, desde donde aventurar una mirada a nuestra condición mortal. Un relumbrón rápido: este presente.

Daniel Aguirre Oteiza Cambridge, abril y mayo de 2009




El siguiente libro de poemas de John Ashbery, cuya publicación fue  prevista para diciembre de 2009 con el título de  Planisferio, el cual también fue traducido por Aguirre Oteiza. .





UN PAÍS MUNDANO

No la lisura, no los insensatos relojes de la plaza,

el olor del estiércol en el parterre municipal,

no los tejidos, la adusta burla del pajarito Piolín,

no las tropas frescas que necesitaban refrescarse. Si

pasó en tiempo real, estuvo bien, y también estuvo

bien si fue en tiempo de novela. Desde palacios y tugurios

el gran desfile inundó avenidas y pistas

y los campos de nabos se convirtieron en otra autopista.

Los caramelos de chocolate sobrantes fueron tirados a los pollos

y los gansos, que graznaron como auténticos demonios.

No hubo paz en el cuarto de baño, ni en el armario de la porcelana

ni en los bancos, adonde nadie vino a ingresar nada.

En resumen, aquella extensa tarde fue un infierno.

Al atardecer ya estaba todo de nuevo en calma. Colgaba del cielo

una luna creciente como un loro en su percha.

Al irse algún invitado sonreía y exclamaba: “¡Nos vemos en la iglesia!”

Porque la noche, como de costumbre, sabía lo que se hacía,

al brindar sueño para contrarrestar el gran despego que el día

de mañana sin duda traería de nuevo.

Mientras miraba los mudos escombros, me tuvo perplejo

una cosa: ¿Qué había ocurrido? ¿Y por qué?

Estábamos un día de rebeldía hasta el cuello

cuando de pronto la paz había sometido a las filas del infierno.

Pasa tan a menudo que el momento en que damos media vuelta no tarda

en convertirse en el banco de arena donde nuestro penoso esquife encalla.

Y así como están las olas ancladas al fondo del mar

debemos alcanzar los bajíos antes de que de un tajo nos deje Dios en libertad.

 

POR AHORA

Mucho se perdonará a quienes

no han caído en la cuenta de nada. Pero yo me pregunto,

¿tiene nuestra polémica un eje? Y si lo tiene,

¿quién se ocupa de iluminar? No es como si no me hubiera quedado,

apestando, en lo oscuro. Qué tiene este

desastre en particular que ver conmigo, sin duda 

se habrá preguntado más de uno. Y si él

o ella de pronto viera retrospectivamente

la condición de víctima de todos esos años, cómo el dolor

era tan reversible como el placer, ¿no se identificarían

con nada al vender ahora en tiendas las cornucopias

de las secciones de descuentos expuestas a la intemperie?

De la despensa y el pajar salen alucinantes 

patas blancas. Un modo de sentarse

se ha establecido, aunque son las mismas cosas

entre las que tanteábamos antes: juncos, antiguas partes

de lanchas motoras, huevas de arenque. Trajimos algo más:

alguna aclaración que, creímos, los meses

podrían disfrutar en su paulatino avance a través de los años:

“repentinas tomas de conciencia”, el significado de los sueños

y los viajes, y cómo las habitaciones de hotel

pueden llegar a ser el espacio significativo en el que siempre ha vivido uno.

Sólo es un jirón, en serio, un fragmento de vida

en el que nadie más parecía interesado. No es que se lo pueda uno llevar:

forma parte de la decoración, el baile, para siempre.

 








UNA ESPECIE DE FRESCO

Él tenía un hermano en Schenectady

pero de eso hace muchísimo tiempo. Actualmente, los cuervos

fichan en un reloj registrador, en una olvidada extensión de terreno

no muy lejos de los Adirondacks. Se mantienen en forma

y al corriente con listas de lo que han de hacer mañana:

graznar, arrepentirse del pasado por completo.

Eso engalana toda la ocasión

y les da energía de maneras que ni en sueños habrían imaginado.

Su tarde tenía una buena racha,

y, como con todo lo demás, se hartó de ella.

Ningún siniestro que tasar. Nada de rondar por oscuras callejas

a la espera de un sacerdote o la policía,

lo más probable, si fuera éste el final del año fiscal.

 



ABUNDANTE A LA ANTIGUA

Creo que lo que estoy diciendo es

no seas más veladamente agresivo

o intencionadamente vago de lo necesario

para zanjar la cuestión. En cuanto eso

pasa, puedes olvidar el contexto

y probar algún nuevo anticlímax, una severidad

nunca vista en ti hasta ahora. ¿Mandaron

a buscar noticias de ti? ¿Estuviste comunicativo

en tus respuestas? Hace tanto tiempo

ya, y aun así tiene sentido alguna parte, por ejemplo:

¿por qué estuvimos jodiendo en primer lugar?

Astutamente mirabas desde bastidores,

con un dedo en los labios, mientras el viejo actor

renqueaba con el papel que ha recitado de un tirón

tantas veces, sin siquiera pensar

si es tangencial al modo en que nosotros

nos arrastramos ahora. Estaban tantos tan equivocados

sobre prácticamente todo que apenas parece

tener importancia, y sin embargo algo la tiene,

si no sería todo muerte.

Arriba, en las nubes, estaban cantando

“Oh, prométeme” a los abedules, que respondían de igual modo.

En cierto modo se derramaban ríos por donde

habíamos estados sentados, y la brisa hacía como

que no notaba ninguna falta de modales, la luz también

fingía que nada iba mal, o que

todo iba a ir bien algún día.

Y, sí, estábamos borrachos de amor.

Vaya verano fue aquel.



 
EMOCIÓN DE UN ROMANCE

Es distinto si tienes algún hipo.

Todo es… Tantas manos alegres que compiten

por tu atención, una bufanda, una bocanada de hollín

o una sencilla ráfaga de silencio salida de una radio.

¿Qué pasa? Ya te enterarás,

con gran consternación, cuando, al final de una larga cola

en la cafetería, bandeja en mano, te digan que la verja cerró

tras la Segunda Guerra Mundial. Syracuse fue declarada capital

de una nación indispuesta, pero la directiva

tenía otras metas, ocultas. Proclamar a la lógica

víctima de la verdad era una.

La soledad de todos (y la consiguiente promiscuidad)

perfumaba los caminos de pueblos que teníamos por civilizados.

Te vi esperando un tranvía y apreté el paso.

Ay, eras sólo un niño con armadura. Ahora, cuando vuelan brindis

procaces por toda una mesa tan pulcramente puesta, resulta que las consecuencias

sólo son polvo, dolencia y senectud. Los gratos recuerdos

no son más que eso. Así que encauzo lo que sea

hacia mi contingencia, una veta de mercurio

que continúa reventando, más arriba, más oportuna

a cada oportunidad. Las faldas con corpiño, salpicadas de flores obsoletas,

que vuelven a llevarse en la ciudad, promueven un debate abierto.

 

HOJAS DE TÉ OTOÑALES

Por toda Europa se está registrando

un eclipse parcial: la sospechada sorpresa

y su hermana, la cansada impaciencia,

marcan el flujo una vez que las compuertas

se han abierto un poco. Entonces pasa sin más,

con un horizonte improvisado sujeto a él.

                                                  Por tanto,

yo pregunto qué tiene de especial esta hélice, si

es que hay algo que lo tenga. ¿Puedes verla,

su diferencia, distinguir entre medias tintas,

matices fugitivos, medir el nivel creciente

incluso cuando nos sofoca? Hubo un tiempo

en que todo parecía una fiesta, incluso el trabajo

antes de que echaran a los trabajadores para el resto del día.

Un auténtico cielo eran los sueños entonces, no sólo

imágenes enmarcadas para que el durmiente se instruyera

y, sí, gozara.

                           Conque si el mercurio se desploma

otra vez, como está previsto esta noche, ¿qué pedazo

de manta considerarás suficiente para la ocasión,

pavor o éxtasis, o sólo el deseo de que te tape?

Una ínfima fiebre se instala.

Éstos una vez fueron bailarines, con caras

y sentido del humor. Lo cual, desde luego, no era

demasiado pedir, y de ese modo ella pasó sonriendo,

de natural bondadoso hasta el fin. Las tartas que servían…

¿queda constancia de ellas? ¿O de las hojas acumuladas

en el hueco de un tocón, algo que uno

desearía haber incluido en los cálculos

incluso si no iba a ser nunca calculado,

o de una vela chica ante la aparente marea,

tirando hasta salir del puerto sempiterno, esta única vez?



*Los collages son de la autoría del propio John Ashbery



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