Migaja de archipiélago es el paladar de las mujeres
Blandas / Tajantes / Blandas / Tajantes como un potro
en fulgente altanería sobre cábalas de viento.
Me dicen quédate no zarpes quédate un rato -un ratito-
más
y busco allí porque sé que en la veda del insomnio la
memoria está eyaculando
buitres y campanas.
Campanas y
buitres.
Y allí seguiré
buscando / Ah Madre Oh Sister Morphine a veces Rezo por Vos entre
el sarro de las pálidas preseas]
Pero no soy digno de que entres en mi casa.
Solo en aquel
sueño de bronces licuados donde llevas como arpón de cetrería
un buitre al que
llamaste como yo decidí llamarme al alba y bajo la fronda de tus muertos.
Bajo el ascua de
una sed tan negra amor tan negra amor tan negra.
¿Recuerdas,
Hermana Madre?
¿Recuerdas el
grosero silabario de los días sobre el pastizal ardido como boca de viejo?
¿Recuerdas la
calvicie de las playas?
¿Tú / Yo / El
regateo / Los treinta denarios / La pátina deshojadora de zarzas que no
habrán
jamás de enrojecer?]
Dime cómo no
sembrar querella sobre estas mujeres cuando las horas son apenas superchería de
búfalos
de agua / que pastan en mis sienes / donde tú nunca has
puesto un labio / donde tú nunca has puesto /
donde tú nunca / donde tú / ¿Dónde?
Ahora viene a mí la vida conjurada:
Tumbado sobre el camastro yacía como una costra como una
cordillera.
Tumbado sobre el
camastro con una costra en la voz que centelleaba como una cordillera.
Y la puerta dividiste vapuleando a la noche -curtida
en su contracción fetal- con brutales
isobaras, tan solo
con palabras, esa
fragua de viento cicatrizable.
¿Recuerdas amor, pulcra lisonja de los vientos en el
rostro del que era cuando era?
A pastar bajaban
los sollozos y los rezos.
Búfalos de agua los sollozos y los rezos.
Han pasado los años,
las estrías enjambrándose sobre la cáscara de las
galápagos / Todo
un cartón bilioso pateado por el polvo / el verso
embistiendo como mastín alebrestado / Trepidan
los valles clarea el arrecife, por donde la esperma
desciende como palabra nupcial huyendo
de la podredumbre / Cuánto abrojo para llegar hasta aquí
/ Mira que los amigos auguraron
en mis
salivaciones el chasquido del moscón que muere a mitad de su vuelo y cae a
tierra /
El rojo
Sí el rojo venéreo de una pira ritual regurgitando a
orillas del alba.
Pero cuánto abrojo entre las zarzas que no habrán jamás
de enrojecer.
Algo así como una estirpe en peso.
Algo así.
El sol
no esconde aquel útero de negra tiza sobre mis hombros ni
los de mis amigos.
Mis amigos en su bajío de cáñamo que palpita como un
sexo. Búfalos
de agua mis amigos.
Estropeados y
hermosos, más bien, como un pulpo marchito que aguarda por los mercaderes.
Con un naipe en la
frente, todavía, mis amigos.
Ahora vuelve a mí, vuelve a mí la vida conjurada:
Las seis menos
cuarto sobre viejos platanales / Abejorros que reventaban contra el parabrisas
como contra el galope de las mujeres Blandas / Tajantes /
Blandas / Tajantes “quédate
no zarpes quédate un rato -un ratito- más” / Mi padre
que iba conduciendo, yo tendría diez o doce años, los
plantíos a estribor, una sucesión
de cantos caribes para atenuar el tedio / “Siguaraya, qué
va” / Lo que yo
a veces quisiera -la verdad- es llamarte entre el sarro
de las pálidas preseas.
A veces.
Y aún espero de tu
embocadura de alabastro la Canción de Cuna que sea más o menos como esto:
Canción.
Fumando Samsara
frente a un Cristo enconado, espero
(capillita
crayoleada en el asfalto. Oh Lord algunos de los lemas que de niño me largabas
los he prensado al cráneo como rémora que aún percute en
su pugilato informe). Tatuado
a la garúa, ese predicador que se demora demasiado en
llegar al amén, aguardo. Puro
desmadejamiento. Oráculo crucial. Yonki doblado como el
costillar de bueyes sobre la herbosa
placenta del río, aguardo
la Canción de Cuna la llaga del candil acercándose al
andrajo sediento de fuego / Oh Sister Morphine
que las horas al fin se agrieten con las dentelladas de
una luz que por igual depreda
y siembra:
¡
OM/VAJRA/FET
!
Ahora puedo
hablarte de algo que a tientas me conmueve como el ciprés cuando tirita.
Deja que te cuente que desde la Edad de los Faisanes es
que sus ojos trasiegan gárgaras de
plancton]
(las pestañas
entreveradas como cresta de choza bajo el aguacero). Y el rostro
libera un calor que huele a silencio en las dunas
añiles.
(Fraile afiebrado la palabra y su huésped).
Es pequeña, como tú, pero fuma.
La espalda como un
relincho a la hora de escanciar el Yo.
A la hora del
trémulo estatuto.
(Piedra de agua; insinuado alacrán del color de la encía
que lo azuza).
Pero mejor dejamos todo aquí porque este poema se parece
demasiado al de tantos otros
que le hablaban a
la madre sobre sus mujeres como si fueran a obtener algo. Mal/paridos
Imbéciles.
(Perdón mamá). Un zócalo de sal para una virgen coronada
de buitres, pobres alimañas los escribas /
Siempre con su Taj Mahal de puño y lepra / Jactancia y
tutelaje del sollozo / Te digo que nada de eso importa
a la hora de los albañales bajo la garúa, ese predicador
que se demora demasiado en llegar al amén /
y dictamina:
“Al salmo respondemos: pero los torsos acendrados
crecerán
en la estibación
de tus hijos”.
Yo soy el
vertedero, vicio del gallinazo.
Pero los torsos acendrados crecerán en tus hijos
airados
como la escaldadura
de los blancos
astilleros
blancos.
Esta ciudad,
liendre en la barba de un sismo,
te dijo calla y sé pobre pero Tu boca Tus hijos Tu zarza
de Morfina y Sarro que habrá al final de enrojecer…
Y en esa luz labradora aceptaré malgastarme como en un
sexo como en un dios cauterizado
por el albedrío del relámpago.
Entonces
acendrada nacerá la sangre de un labio precipitado en
sacramento;
y en procelosa
cabellera cuyas trenzas son sudores que se burlan de la muerte.
(De A sorbos la desmesura, Colección Inusitada
sombra, No. 1, Editorial Turbina, Quito, 2024)


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