La escritura de Murciélagos comenzó días antes del 18 de octubre de 2019, jornada en que se desencadenaron, en Santiago de Chile, distintos hechos de violencia y represión que constituyeron el estallido social. Apuntes en cuadernos, sueños, notas de prensa, fotos que se tomaban en las protestas, registros audiovisuales, constituyeron el primer borrador de estas prosas.
El conjunto, entre textos e imágenes, surge como respuesta ante lo real, como una representación en el escenario del desastre. Los murciélagos, con características antropoides, son hombres que no pueden recordar que todo lo que más odian y temen está dentro de sí.
Quizá por su ceguera,
por su color, o porque deben su nombre a la creencia
de que a los ratones viejos
les salen alas, el proyecto busca trastornar un orden y tensionar símbolos
propios de la iconografía quiróptera.
La asociación a las brujas
medievales, el vampirismo fílmico del XX, los crucifijos y la ciudad, se miran en este conjunto, de
refilón, con la preocupación por darle forma al mito del murciélago, en un
mundo que se desvanece y que cobra formas espeluznantes, barrocas, álgidas y
vertiginosas por su aceleración temporal.
Rezuman, en los
poemas y collages digitales, la atmósfera oclusiva del estallido social, su
respuesta ante lo real, con cuerpos cortados, fuera una sintaxis militante,
fragmentado, porque la imaginación genera monstruos que friccionan la naturaleza humana frente a la divinidad
de la naturaleza.
En los
recortes, en los fragmentos aparece la caída como una forma de volar; las alas
unen al humano y a este animal,
que negros se precipitan en la tierra,
auscultados por tímidos
rayos de sol entre nubes y
penumbras. Y caen en Santiago de Chile, en un paisaje cerrado, cortado por las
fisuras de estos montajes, en pedazos de manos, ojos, rostros de quienes
protestaron en 2019 y soñaron con un mundo nuevo, para esa pérdida de sueños,
soledades y un próximo encierro, el de 2020, a causa de la pandemia de covid
19.
En total,
acá se agrupan 56 fragmentos textuales y 10 imágenes. Estas
últimas fueron hechas
a partir de recortes de revistas, pantallazos de películas, fotos
análogas, material found footage de YouTube.
El proyecto,
finalmente, no tiene un orden establecido en su montaje, por lo que se puede
revisitar. En un principio, se pensó realizar
un quiebre en la mitad del texto, en que se escribe “Un espacio, así, piedad”, y allí
montar las imágenes. Luego volver con las prosas y cerrarlo.
Muestra
***
Solo en sueños
esa persona muere. Son platos rotos, cáscaras de huevo. Pastillas, recetas
médicas, la pieza, la última
de la casa, donde apenas
entra sol. La cama deshecha
cuando se duerme y castañetea
el peso de los dientes. Siempre, como el cielo, están cerrados. Esa persona
terminó de morir en un hospital de arena.
***
No es una
parálisis del sueño, como me han contado, esas donde un murciélago se posa en
el pecho, no te deja respirar y entras a una crisis nerviosa. Enciendo la
radio. Un caballo muerto en la costa, en la carretera, atropellado. Era pequeño, dice el corresponsal. Murió de inmediato. Se describe el tráfico
de los autos. Imagino que las ciudades
se secan y parten y el cadáver
del caballo brilla, arde y todos se esconden. Sostengo la espalda en la
cama y los caballos brotan de allí mismo.
***
***
Chillidos de
cerdos. No es un corral donde nada, sino una piscina, cuya única mancha es el
coágulo de sangre que han desparramado las alas extendidas y carnosas del
murciélago. Chillidos cerdos, otra vez. Se revuelcan, retozan al borde, pero
temen. Un hombre viene y atrapa al más gordo y feliz. Clava
una bala en su sien y los ojos se le entornan: el revés de la
trampa, hay una expresión afuera, en la cara tensa del animal. Ningún capullo
se abre. El pelaje, en su abertura, transparenta en silencio su muerte.
***
Se clava el lado filoso del cuchillo en los brazos y deja el agua correr. Los coágulos apenas se esparcen; de la cañería brota olor a fierro, a musgo, a playa. Flota una acerería en el espacio minúsculo de la tina cuando el murciélago respira y emite chillidos que lo disparan hacia el fondo. El tanque de limpieza absorbe pelos, polvo, limpia el agua y brilla con el sol que despunta, se entibia. El cuerpo no se resiste a la energía del tanque. Las nubes tampoco, en una quietud autoimpuesta, mas el agua se inclina y lo sólido se desvanece, aunque deje impronta su silueta de cada pelillo que cubre la piel elástica y tersa.
***
Pronto, se espanta.
***
Los desechos
brotan desde el fondo, no alcanzan a ser tragados
por el tanque. Restos de alas
de mariposas, violetas y blancas, pelotitas de moscas secas.
***
Un murciélago se
encueva. Los hongos atacan sus narices, se alarga la hibernación, pierden peso.
Este no puede volar. Las alas las tiene pegadas encima de su pecho, como si
durmiera. Está colgado contra el suelo. Apenas respira. Estira su lengua para
hallar insectos, pero la cueva está húmeda.
Ha llovido la primavera, las flores no despuntan y el sol realiza apariciones irregulares. Se descomprimen
los cadáveres y caen en las rocas. Él aún respira y oye laringes de grillos que
despiertan al atardecer.
***
Bajo el parrón, colgado,
el murciélago se seca. Dejó de copular
antenoche y su cuerpo parece maduro. La concepción fue múltiple, orgiástica, con mujeres que adquirían tonalidades pardas a la hora de eyacular. La cadencia del sexo estruja sus
genitales. Busca, en las enredaderas, exhausto, bichos, pero el sol lo ciega y
parece aturdirse de tanta ejecución.
El tiempo es catastrófico. Las líneas que recubren el fin del mundo atrapan las vértebras del murciélago, serán sus únicas criaturas cuando el antropoceno acabe. Nadie ni los suicidas pervivirán, ni los que mueran a los 33 años. El sexto día de la existencia se sostiene en un parrón que descarga su oxígeno frente a una casa, pobre y vacía, de piezas mal construidas y piso de arena. El fin será una hormiga extendida en el desierto. La naturaleza es otra cosa y la idea del mundo sostendrá un mundo sin personas ni gente, descampados, sin Edén.
***
***
El murciélago
se instala bajo unas pantallas que muestran videos porno. Mujeres tocándose
miran de cerca y es posible oír a lo lejos sus anos, como si fueran cordilleras
o imágenes de internet que se rinden hacia
esa extinción de los placeres. El murciélago recuerda
a su madre, haciéndolo frente a él, cuando no pasaba los primeros
meses y recuerda ese sexo como la pérdida de la virginidad en sábanas blancas.
El inicio del deseo. La primera hembra que abusaste fue a tu madre, al exigirle
mamarla y desnudarla cuando dormían. La erección que pedías, la de quitarle
todo y juntar los vientres. El murciélago soy yo.
***
Ahora, en el agua,
hundidos, nos arrepentimos y observamos la luz que entra hacia
el fondo, el atardecer que se desprende y asimila
la noche. Las estrellas no parpadean, se difuminan en el amarillo ajeno del
horizonte. Se desgarran las nubes para ahogar el hálito. Nada que se parezca a
este dolor se asemeja a todo lo que hemos sufrido.
***
El aborto de un descampado. Tunas son lo único que crece y allí queda, bajo capullos
en flor, el feto deforme y raquítico.
***
Me doy cuenta
que la piscina era una ilusión, que siempre estuvo en tierra firme. Como el mar
de Aral, el mundo parece un oasis. A falta de agua, la sed es una inmersión y
confunde los sentidos. Me transformo en un fertilizante para esta laguna
seca. Se oxida,
en el centro, al igual que el pesquero abandonado. Un
efecto tampón sobre el ambiente.
***
Como un papel,
en la zona húmeda se muele y se agita. La pulpa de la carne genera un balanceo
imperceptible. Nubes en el cableado que asimilan el horizonte entre columnas de
construcciones geométricas. A nadie el cielo convence de su bondad. En lo más
alto de la montaña, el bambú
adquiere el teñido
de la savia. La cabeza
del murciélago cuelga
en el foso de extracción. El cuerpo, al interior, es agua y brota,
como del papel, una inscripción que captura.
La muerte
de un animal sutura los ojos abiertos
con que cayó a ese pozo aglutinante de aliento. Es
voltear a un niño, precipitarlo al espacio de nudos que conforma la masa
muscular de los terrícolas, sacudirlo y borrarlo. Los taninos del cuero otorgan
un instante mudo que calza
el mar por su costa. Allí, en
la intemperie, se duerme y se imagina el dolor de las muecas. En los nidos, las
larvas cobijan una naturaleza muerta, inexistente. ¿Escribir de flores y
plantas no es escribir sobre algo pasado? Este mundo sin mundo despierta mis
nervios, abriga la porción de suelo erosionada. Allí, en la intemperie, no hay
amor.
***
Retoza un caballo
sin nombre.
***
Un arroyo que sube de nivel, en grietas de calcáreo, sin lluvias, sin motivo y luego se reduce tanto como el cuerpo enlazado de los murciélagos que posan de día en las cuevas, o en palomares, escondidos tras el armario, la ropa, petrificados.
***
Siempre el mismo perro ladrando
a lo lejos, en el fondo de un planeta.
Baila sin mover
las caderas, el tronco. Las rodillas se doblan, ruido de piedras. Extiende sus
brazos paralelos al piso y la capa se alarga. Negra, emula el movimiento de
emular. El niño baila, se rasga
la tela de fieltro, el abdomen tirita
y las sombras en la pared de un animal
que carcome pinos, la tierra, musgo, hongos y noche.
***
***
***
Pero ya es capaz, en este estadio,
de atacar la sangre fría que se arrima sobre
la punta de un
hilo de hierba.
***
El sapo con una hostia consagrada en la boca, y la boca
cosida para que no escupa la partícula, bautizado en una iglesia,
espolvoreado con tierra de cementerio; perro, chivo y gallos
negros.
***
La línea del tendido eléctrico continúa la estructura del parque; allí se espera
que la espera se desmiembre.
***
El murciélago continúa la estructura del parque; allí se desea
que la línea del tendido
eléctrico explote.
***
La rubéola y la rabia
atosigan la musculatura de niños. En pantalla, dormidos. En la tina, tapados por una cortina húmeda.
***
Pan, vino, aceite
y frutos secos
en la mesa, dispuesta para que el sacristán someta
a un niño. El almuerzo en la mirada de alguien que observa a través
de la ventana. Cristo en escena. El murciélago espera su desmiembro.
***
La silueta del hombre en la pared. Su respiración
agitada, movimientos bruscos, otras
personas en la misma cama,
suspendidas en la desnudez. Y yo, aferrado
a la almohada, toco
la silueta del hombre, le doy la espalda. El gato chirría,
la madera se abomba, no da para más y no resiste a cuatro personas agitadas
de respiración desnuda, cuarenta grados y la humedad que no apacigua por narrar
a medida que me estiro. Los músculos traseros se contraen, pero relajados
siguen la agitación del hombre.
***
***
***
***
Los sapos se consagran en el arroyo. Dibujan su nado, una
estela en el agua y se empozan en las flores, comen los hongos sueltos, la
mierda de las gambas, inhalan luego en el exterior. El murciélago brinca en la
orilla y resuelve abrir su boca, mostrar los cartílagos que recubre la
musculatura de su rostro y deja imaginar
que el musgo es otra porción de sus alas. Verde, junta las piernas y salta, extendido,
contra la reserva de agua, contra la estela que deja.
***
Las últimas flores del verano son las anémonas, pero aún
no se abren. Las últimas flores del verano son las vicuñas, pero aún no se abren.
Y a lo lejos la luna, casi transparente, casi como
una cabeza, ya muy baja.
Nadie de pie, ni los animales. El sol vuelve
roja el agua del vado,
los cuerpos sobresalen de ella, con un resplandor en el que está la
primera sombra, graciosa y
pesada, un silencio y una inmovilidad tensa. Mojado como estoy, escondido en la hierba
de las orillas, estúpido y
sonriente, de pierna floja.
***
***
Sueltos, vuelan desarticulados. Vuelan con sus alas descoyuntadas por encima de los edificios. Desorden en las calles
sin límite de vida, repiqueteo de tanques, de cucas, de peligro contra
las vías nasales. Ellos, imposibles, no acceden a terreno concreto y el
vuelo se disuelve en cansancio.
***
***
Mudos entre las pezuñas de las vacas.
Crecen los prados.
La guerra en las noticias. La brisa salpica en
la sien de los murciélagos.
***
***
de pieles rasga y corta el flujo continuo, blanco. Para
no morir en cada esquina donde el blancor emerge y las montañas
restriegan su paso.
Polvo en las vías nasales,
polvo en la cara
y la vejiga sobrepasada en piedras. Las rocas, la razón determina el espejo
manchado de blanco, su espesor y columna, la actividad mamífera que impone el
hambre del poema.
***
La reproducción entre dos hombres. El semen en los muslos. Los órganos eyectores contraídos. El hambre en el espacio natural es la leche diaria a consumir.
***
Del rincón, de las sábanas arrumbadas, la ropa percudida,
la humedad, el olor a moho y naftalina, la piel tersa y negra cubierta
de vellos, la dentadura arraigada a las capas
interiores de las encías, de vuelta la imagen del agua, flotar muerto,
los ojos desparramados, curtidos ante la somnolencia.
Nadie besará a un muerto por completo, nadie completará
un párrafo porque no es la vida y nadie hará el paréntesis de los párpados
del murciélago. Se cerrarán ante el temblor,
cansados de las vidas que se rompen.
***
El sonido del motor se apaciguó. El verano entintó el
cemento que trajo la memoria del murciélago muerto a un paraíso, al océano que
alguna vez miró de cerca, turbio, no como el agua que ahora lo reposa. Las
nubes blanquean el fondo celeste de la piscina, bullen verdes flotantes, esplendorosas, al mismo tiempo
que el color del cielo
se agita en un reflejo
en torno a quienes tratan de fregar el cadáver. El
agua, algunas veces, derrama su iris sobre el celeste.
***
Un verde simulado
cubrió las estaciones falsas sobre la tensa máquina
de la piscina. La salida de las nubes, inmersas en
resplandor oscuro, sobre las macetas de las flores, acuáticas en el fondo del
agua, sobre lo que llamamos poema.
***
***
***
De las canteras queda el polvillo que recubre la
antipatía de este lugar. Piedras, imágenes terrosas en arcilla, la picadura del
sol ante la cal, su blancor de nube. Del gesto amanece la ciudad y su estado de
granja, construcciones inexplicables, adobe, la caminata dura un cuarto de legua
arriba. Un arroyo
con su pequeño oleaje y remolinos, sin salidas, pendiendo una cara muerta aún.
El agua ante el cerro y la faz ante ramas. De las canteras queda el polvillo
que reboza las manías
de este paisaje.
El sonido de los árboles
se apaciguó una noche. Imágenes terrosas en blanco paraíso dan
tersura al smog penetrante y azuloso que encumbra hacia arriba. Montón de
leguas encima y fingir que todo parece un verano que se cierne entre la
suavidad del viento, el picor del sol y los campos de tunas florecidas. Las
cejas en estado de gracia, aunque transitivas, tantean la humedad que arrastra,
descompone el barro, lo seca,
amarillo, castaña. El calor induce a tono zanahoria y la
boca balbuce a medias y salta a un costado. La cantera
perfora las napas subterráneas, rocas de un tiempo diluido,
que abrasan el contorno del agua y humedecen las
construcciones donde habitan surcos marrones. Canelas en el fruto violáceo de
la tuna.
***
Los murciélagos embarazados ven por todas partes
hembras en su misma condición.
***
El cielo muestra una confusión formidable y el arroyo es
sorbido por flamencos escuálidos. Apenas rosados, se deciden entre
beber agua y esperar la confianza del fin de estas latitudes.
***
***
Árboles derrumbados y apilados en la plaza, caballos enterrados bajo el pasto seco, gualdo, azufranado de tanta lata, piedra,
pintura. Solo asoman las cabezas como esculturas. La estructura del cemento
descompaginada, suelta a cañonazos. Del piso, cabezas de perro plateadas yacen
por todas partes.
Celine Reymond (1982) es actriz, música, artista visual y realizadora audiovisual. En
2016 se unió a Ensamble
Colectivo, con el que participó en cuatro exposiciones de collage en Chile. Su obra visual ha sido destacada en el
catálogo de Madhaus, galería de arte contemporáneo, y algunos de sus trabajos
fueron publicados en el libro Chile Arte
Joven, editado en 2015 por la galería Arte al Límite. En 2023, fue
seleccionada para el taller “Guionistas del Siglo 21”, en la Escuela
Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba. En 2024,
estrenó Melodramas, film que compitió
en la categoría de Cortometraje Latinoamericano del Festival Internacional de
Cine de Valdivia.
Pablo Apablaza es un escritor nacido en Santiago de Chile, el año 1995. Publicó la
novela Charapo (Cuneta, 2016) y la plaquette
de poemas Flujo de capitales (2024). Obtuvo el premio Roberto Bolaño de novela en 2016 y
2017, fue becario de la Fundación Pablo Neruda y del Ministerio de las
Culturas, las Artes y el Patrimonio.











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