Por razones de familia, viví y visité, durante los primeros años de mi vida, países culturalmente tan lejanos y disímiles como los Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Omán. Las artes plásticas fueron mis primeras herramientas de expresión, llegando a exponer en Abu Dabi, hacia 1995, una serie de pinturas abstractas. Poco más tarde, tras explorar infructuosamente la escultura cinética, migré al soporte audiovisual, editando diversos videoclips. Esto, naturalmente, mutó en un nuevo discurso estético con Ensoñaciones (2006), mi primer libro: una suerte de híbrido horadado por múltiples napas o estratos de intensidades, como ser teatro, biografías imaginarias, cuento, ensayo en estado de ensayo, cierto vago enciclopedismo y, desde luego, poesía.
En síntesis, una segmentaridad por
modificaciones sucesivas, siguiendo un principio rizomático. Como se sabe, el
rizoma no tiene ni principio ni fin, sino siempre un medio por el que crece y
desborda. Ofrece, a cambio, un marcado crecimiento y multiplicación de estados
intermediarios. Una pulsión, ciertamente, en sintonía con mi modus scribendi disruptivo: expresión
espontánea sin mucha planificación; intensidades discontinuas; lo visible
sitiado por lo invisible. De modo que no podía —ni aún puedo— programar un
libro que cierre un único mensaje. De ahí lo rutinario de los “géneros” y su
ominosa dependencia del mercado o del Estado: maquinarias reduccionistas.
En ninguno de mis libros de ficción
hay finalidad, sino lo opuesto: creación. La obra cerrada, entonces, como
solución matricial y seriada, jamás me concernió, porque ella, tarde o
temprano, elige justificarse. Sí tiendo, en cambio —por ser rizomorfo—, a
cruzar lenguas, continuar siempre el rizoma por ruptura, alargar, prolongar,
alternar la línea de fuga para crear un mapa sin límites. Ya que es
desmontable, conectable, alternable, modificable, con múltiples entradas y
salidas. Escribir sin mucho control, en la espontaneidad, y de cualquier
manera. Articulaciones textiles. Realzar el carácter efímero. Partir en medio
de, por el medio, entrar y salir, insisto, no empezar ni acabar. Una escritura
nómada de las velocidades. Cada pieza (libro), con su densidad específica.
Instaurar así todo un sistema aleatorio de probabilidades entrópicas. Estados
caógenos interconectados.
Mis libros Cul-de-sac (2012), Breve
descripción de una |sepultura| (2013), El
busto de Chiara (2018), Incrustaciones
dubaitíes (2019), o los más recientes Trino
(2024) y ü(n) nhadha d'or (2024), son piezas donde el montaje (encastre
entre partes) apunta a una multiplicidad sin sujeto ni objeto, solo
dimensiones. Un pensamiento metamórfico del estilo: no de llegada, sino de
pasaje. Suerte de pasaje permanente sin nexos causales ni temporales
cristalizados. Informismo. Flujo puro; una estética de la no permanencia. Una
que plantea la posibilidad de nuestra propia personalidad a través de la
investigación libre de todo canon preestablecido, de todo código, caduco por
impuesto. Experimentación y búsqueda incesante. Así, la inercia muta entre
libros. Y con cada cambio de código, siempre varían las intensidades. Variar;
jamás repetir esquemas o formulismos. Pujar por una sostenida marcha
experimental hacia lo indefinido. Abatir cada estilo para desentrañar otro. Lo
aural de toda indeterminación como posibles conductos de fuga.
Gesta Cornú (2013), vía la sátira bufa; [Hna. Paula] (2014), la transcripción literal de un juicio (es
decir, materialidad de la oralidad in
extremis); lo gótico residual existente en El Rapto de Helmut Kelsen (2020) y El cráneo de Miss Siddal (2011); la biografía coral de La leyenda de “Krazy” Becker (2024); el
objetivismo riguroso en La casa flotante
(2021); el protocubismo hallado en las páginas de Lucía en verano (2022); el guion cinematográfico de La mansión púrpura (2021); el aforismo
descarnado de 1944 (2025); el
neobarroco plebeyo de lenguatomada
(2023); los ensayos en desbordes
(2022); el surrealismo de Camino de las
Damas (2014) o Los soñantes
(2019); etc.
La escritura como huella explorativa
hacia otras disciplinas operatorias. Leídos en continuum, mis libros son movimientos de fractura y ruptura de
distintos niveles de texturación. Breves tratados sinestésicos. Movimientos
escriturales de aceleración y cristalización; otra aproximación perceptiva a la
escritura. Esta suerte de proyecto en transición es absolutamente autodidacta.
Algo que resolví desde temprano al publicar en sellos independientes —Arroyo,
Nicaragua Encuadernaciones, Taller Perronautas, Unbudha, Prebanda, Gigante,
Atávica, Tóxicxs, Volcán de Agua, Otras Tintas, Vox/Lux, Tinta China, Minibus,
etc.— esparcidos por todo el territorio argentino: editoriales pequeñas,
diferentes, con el fin de conservar esa autonomía, una que anhela la multiplicidad
de circuitos de distribución protounder.
Caminos alternativos que favorecen
la actividad vital, la creación instintiva, espontánea, indeterminada.
Artística y radical. Además, es un modo más libre de interactuar con artistas
muy diversos y poder trabajar los libros con los otros. Los muchos otros.
Explorar a través del intercambio permanente y simultáneo de materiales. Así
fue que se ramificaron los libros por Tucumán, Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires,
siempre respetando esa pulsión creadora de inacabamiento, un perderse en los
pliegues de lo posible. Fugas sin fronteras que son, a la vez, conquistas,
creaciones. En mi caso, nomadismo y alteridad a través de una voz que cambia
progresivamente (todo un vero rumor).
Como creo que el arte no debe ser un
gesto huraño ni solitario, sino colectivo y gozoso, a menudo colaboro con
diferentes artistas plásticos para que mis libros estén acompañados por sus
creaciones. Así, tuve oportunidad de compartir publicaciones con Gabriela
Giusti, Alejandra Usandivaras, Caro García Vautier, Triana Leborans, Juan Rux,
Alfredo Baldo, Daniela Stucan, entre otros, potenciando el aura de singularidad
de cada pieza, y elevando el concepto del libro en cuanto objeto artesanal
único.
Es decir, buscar obstinadamente evitar los peligros de la parálisis inventiva y de la reiteración de lo conocido. Tal vez por ello mismo se me pueda juzgar de iconoclasta, al no comulgar formalmente con ninguna coalición estética per se. El ambiente cultural, a veces, puede resultar sectario y exitista. La escritura experiencial no emerge de las bibliotecas ni del dinero de los bienintencionados galardones, sino —en parte— de la renuncia al prestigio (léase: todo aquello que se busque fuera de la obra).
Mucho tiene que ver esto con el
enmarañado régimen de premios: instrumento castrador de control. Es decir, una
escritura que obedece a reglas impuestas. Se sabe: en dichos casos, el lenguaje
se lo impone. Entonces, se cree en él y se lo obedece. El consenso y la
búsqueda de aceptación no deben seducir como instancias basales. La competición
es para los caballos, no para los artistas, como cierta vez alegó Béla Bartók.
Las maniobras del mercado (con sus “premios” de facto, a favor del índice de ventas) o del Estado (vía
sentencias, veredictos y dogmas) dan órdenes reguladoras, pautas ajenas al
verdadero artista. Restringen los territorios posibles. Los condicionan.
Pero no todo está perdido, desde
luego. Hubo, por estos lares argentinos, un puñado de momentos excepcionales.
Creo dignas las obras de singularidades como Elba Fábregas, Reynaldo Jiménez,
Diyi Laañ, Juan Carlos Bustriazo Ortiz, naKh ab Ra, Miguel Ángel Bustos o
Néstor Sánchez. Asimismo, desde un plano pictórico, la vanguardia informalista
—Alberto Greco, Luis Wells, Jorge Roiger, Martha Peluffo y Kenneth Kemble—, por
las otras formas que ellos tenían de proponer imágenes. Sus procesos
transformadores. Aunque no siento, por lo general, atracción hacia una única
obra en particular de ellos, sino por fragmentos, breves relámpagos de
plenitud.
El cine de la nueva ola checa (Nova Vlná), por ejemplo, también me
resulta extrañamente familiar. Las imágenes reveladoras de Juraj Herz, Pavel
Juráček o Věra Chytilová, su ritmo insolado. El montaje parpadeante concuerda
con la velocidad de mi estética en eclosión. La escritura en fuga como un
equilibrio provisorio, que evita cualquier orientación discernible. No
olvidemos que el lenguaje visual también habilita una red de
intersubjetividades. Son las mismas que, a veces, y con un poco de buena
fortuna, devienen en radiantes objetos verbales, tejiendo así toda una nueva y
deformante red de textiles en expansión. Pintura, cine y literatura se unen en
una fortuita aleación, logrando otros niveles de percepción colectiva.
Descubrimiento puro e ilimitado hacia lo desconocido y germinal. Creación
continua, sin clausura.
Augusto
Munaro (Buenos Aires, 1980). Narrador, poeta, traductor, editor,
y periodista. Publicó más de cuarenta libros, entre ellos: El cráneo de Miss Siddal, 2011, Cul-de-sac,
2012, Gesta Cornú, 2013, Noche soleada, 2014, Camino de las Damas, 2014, A la hora de la siesta, 2016, El baile del enlutado, 2017, Celuloide, 2018, El busto de Chiara, 2018, Las
cartas secretas de Georges de Broca, 2019, Los soñantes, 2019, Incrustaciones
dubaitíes, 2019, El rapto de Helmut
Kelsen, 2020, Un misterio luminoso,
2020, El sueño de un poema, 2020, Ficciones supremas, 2021, La casa flotante, 2021, Lucía en verano, 2022, Galope de nubes, 2022, desbordes, 2022, ¡Intríngulis – Chíngulis!, 2022, lenguatomada, 2023, La gran
ilusión, 2023, Rachael, un
experimento, 2023, La esfinge de cristal, 2023, La leyenda de “Krazy”
BecKer, 2024, Trino, 2024, ü(n) nhadha d'or, 2024, La
imagen mutante, 2024, Variaciones
Dodds, 2024, Andanzas nocturnas,
2025, (1944), 2025, Rito,
2025, y Black María, 2025.
Las fotografías del presente post pertenecen al artista visual Alex Webb


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