DEBILIDAD PRIMERA
Por la rendija púrpura del amanecer se asoma Nuestra Señora Aparecida. Primero el velo, luego los ojos húmedos por el frío matutino, después la nariz recta, los labios delgados para no caer en tentaciones. Te besaría, pero no. Te ayudaría a vestirte, a disponer la alfombra nubosa de pequeños ángeles como en los cuadros de Murillo, pero no. Me exalto: Me rindo: Me arrojo como un clavadista en la inmensidad transmarina para alejarme de ti. Es como el envenenador que no puede cumplir su tarea mortal con la víctima elegida y toma él mismo el veneno. Luego se sienta a esperar, a contar sus espasmos y nauseas, el fuego griego que lo recorre. Protégeme para protegerte, Señora Aparecida. Haz que me manifieste muy lejos esta mañana: haz que me deshaga. Primero el cabello, luego los ojos húmedos en la luminosidad púrpura del amanecer, la nariz, los labios agrietados: el helor que pinto en este lienzo.
DEBILIDAD SEGUNDA
Golpeo mi pecho: suena hueco o colmado según el lugar de las costillas, según el esfuerzo de mi amor. Son tiempos enrarecidos y debemos emprender una nueva cruzada. Van a surgir sectas, prodigios, enfermedades indignas, caballeros vestidos de hierro y sangre que no verán Jerusalén. En las calles de la ciudad corren mujeres desnudas y señalan el cielo: las miro y siento en ellas mi amor voluptuoso por la Virgen. Sufro de temblores que me arrastran a un recinto impreciso, de allí regreso con visiones.
Cuando por primera vez le encargaron a Bernardo que predicase, se arrodilló ante la Virgen. Oró durante horas hasta quedar dormido y en el sueño ella vino a buscarlo. No dijo una palabra, solo retiró su manto y le ofreció el pecho. Lactatio Bernardi. Con la leche santa recibió el don de la elocuencia. Qué habrán sentido los labios y la lengua de Bernardo. Pienso en madres y nodrizas, en el cielo combado a punto de entregarse, en antiguas novias a las que me acercaba con temor. Qué descubrí la primera vez que acaricié un pecho y puse mis labios en el pezón. Era una muchacha delgada y burlona y me pareció sentir en el tacto pequeños montículos de arena. Más tarde fueron dunas para enterrarme, para rodar hasta un espejo de aguas antiquísimas, colmadas de légamo y peces extraños.
Lactatio Carli. No eres San Bernardo. Ah, viejo amigo, no hay golpes en tu pecho que suenen colmados o huecos. Ningún pezón. Ninguna elocuencia.
ÚLTIMA DEBILIDAD
Siempre encubro al sexo con historias que son al mismo tiempo transparentes y herméticas. Cuando el yo se desvanece empieza el mundo, pero en mi caso se interpone un lienzo genital. ¿Es desasosiego, veto, una joroba vergonzosa? Simulo que hay cuerpos afuera y no les temo: puedo volcarme en ellos. Cubro el lienzo con sus siluetas, les ruego que dancen en un teatro de sombras. Cuando acabó la única función a la que he asistido del Teatro Negro de Praga, ingresé en la sala vacía. Ya no estaban los actores, ni las personas encargadas del orden y la limpieza. El recinto estaba a oscuras y solo distinguí un resplandor que se abultaba en las cortinas. Así es mi falo, pensé. Teatral, descompuesto por los prismas de sombra y luz que refractan fantasmas. Hasta los 20–25–30 años, mi sexualidad fue frugal, expósita. Tengo recuerdos opacos de los 35–40–45. A los 50 descubrí un placer más hermético que transparente, envuelto en telarañas y pañuelos de seda, herido por la luz.
Un falo umbrío, las respiraciones peliazules que invaden el cuerpo. Siempre están allí: me exaltan, me impiden. Lleno este último lienzo con falsas confesiones que a nadie le importan y las sombras aplauden en las butacas del teatro. Mis ojos son prismas expertos en la descomposición. Seguramente moriré de omisiones, de erotismo borroso, de risa, de cáncer, de cuchillo.
Ah, hombre débil, es intachable el relato que has referido
(De Cuaderno de debilidades, 2023)
PETRONIO SE DESANGRA EN LA BAÑERA
El agua tibia llena casi tres cuartas partes de la bañera de mármol. Los cigarrillos están cerca, la caja de fósforos, el vaso lleno de vino de Triverno. Su color contrasta con las nubes de vapor, con las resinas higiénicas. Se proyecta al futuro de un 2 de mayo del 2023. Fuma porque ya se conocen el tabaco, el cáñamo, el opio. Bebe y se reclina un poco más. Resbala o cae. Hay que desaparecer, tornarse invisible. El agua ensangrentada llega hasta los labios, se confunde con la lengua que se mueve indócil.
Petronio, he venido para acompañarte en este suicidio bautismal. Enciendo las últimas hebras de marihuana que me quedan y sigo el vuelo de las criaturas celestiales en los nueve coros del baño. No soy un Trono, ni un Querubín, ni un Serafín: apenas un Ángel cascado que ocupa el nivel más bajo de la jerarquía: un Libertino pusilánime, solipcista, que se resigna a sus fantasmas. Temo las transgresiones, los sexos que parecen mariposas nocturnas, los vellos, el sudor en la nuca de los arrodillados. Nunca adulé a Nerón, ni asistí a una cena de Trimalción. No coseré y descoseré mis venas a voluntad para dosificar mi muerte.
De Libertino mayor a falso Libertino, sigo las burbujas de tu sangre en la bañera. Me traslado de Lima a Cumas. Es el año 66. Petronio, no he leído los dieciséis libros de tu novela descomunal, pero hoy revisé la biografía que imaginó Schwob para ti y vi de nuevo la película de Fellini con mis ojos de adentro y mis ojos de afuera. La música de Nino Rotta llenaba la habitación. Cerca de la medianoche entré en la bañera para entregarme al esfuerzo de las respiraciones cada vez más espaciadas. Inhalación, exhalación como el martillo sexual de una galera. Los remeros encadenados sufren, se esfuerzan. Saben que la nave se hundirá.
Mis pulmones flotaban ingrávidos, mis ojos apenas distinguían el entorno girante. Me incorporé. Finos hilos de agua enrojecida caían de mi cuerpo y formaban charcos. En las losetas del piso quedó este epigrama:
Oh, Libertino medroso,
Tuyo no será lo que ardientemente deseabas:
Marca esta noche con una Piedra Blanca.
EL DIOS HAMBRIENTO QUE ADORAMOS
Un gato come un cuervo en las ruinas de la Via Appia
El cuervo come una masa de hojas, avispas zumbantes
Un centurión, tú por ejemplo, come un gato
son tiempos difíciles
el alimento escasea
debes devorarlo a solas
para que no te lo arrebaten
Y cuando los gatos desaparezcan, comeremos cuervos
Y cuando no haya cuervos, hierba orinada
avispas amarillas
de cristalinos aguijones
que duelen en la boca
Después nada volará
nada graznará
no oiremos pisadas en los jardines secos
caerá el imperio romano
saquearán las villas y templos
encenderán antorchas en el sexo de las mujeres
Y nuestros intestinos se enredarán
se estremecerán
se ovillarán
serán túneles menguantes
del dios hambriento que adoramos
VERDI È MORTO / NOVECENTO
Verdi è morto, grita el bufón. Se enreda ebrio en los arbustos y hierbas: Verdi è morto. La edad de oro de la ópera terminó, cayeron negras las cortinas y ya es 1900. Cien años después, yo también viví mi cambio de siglo con un sombrero de lenguas de tela y cuernos con cascabeles. Trastabillaba en 1999 con mi traje abombado de rayas amarillas y rojas. Entregué al fuego Aquí descansa nadie: mi contra-ofrenda al tiempo fascista: mi ceremonia de adiós a todos los fascismos existenciales, corporales, a todos los racimos de sombra que son gente. La ópera no me gusta: es grandilocuente como las sinfonías. Prefiero la música de cámara, las sonatas. El recogimiento de unos pocos músicos que se refugian en un sótano. Verdi è morto: un tropel de violines y gargantas haciendo temblar el teatro. Encendí fuegos artificiales en 1999. Bebí. Ensayé un baile funambulista. La noche del fin de siglo era una gallina amarillenta y carmesí. La desplumaron con ron ardiente y el olor nos alcanzaba a todos. Hirvió esa madrugada del 2000 mientras yo era el nuevo mensajero que corría ebrio por las calles. Gritaba con los labios manchados de pólvora y sacudía mi gorro de cuernos con cascabeles. Verdi è morto. Mi amada Roma invisible è morta. Tu fascismo con enormes piernas de gallina è morto.
(De Entre dos fronteras, 2025)

