narelle autio
¿Cómo lo semejante puede crear la copia?
Es lo semejante ancestral que aleja la imagen,
hasta sentarse en la fuente más allá de los bastiones.
Si la copia destruía la circunstancia de lo semejante
y los alrededores se alejaban de las contracciones
del ablandado mármol central.
¿Podrá reaparecer lo semejante primigenio?
¿La indistición caminadora de las entrañas terrenales?
Sólo nos acompaña la imperfecta copia,
la que destruye el aliento del metal ante lo
semejante.
José Lezama Lima, “Recuerdo de lo semejante”
Muchas
imagos o máscaras de los antepasados
van sucediéndose a lo largo del desrío que las lleva (y trae). Tal
transportación implicará, en liminar instancia, no un sucedáneo, sino más bien
la incógnita diagrámica que las vincula, en tiempos mezclados, en mestizaje de
temporalidades. Se impregnan y renacen disueltas, casi preguntas sin destino,
enhebrando acaso un coro inaudito. A veces a ese coral de ausencias, se suma el
decoro indómito del clamor pulsional que puja “desde abajo” por hacerse, él
también, parte abierta e intersticio conectivo. Saltan los ancestros por todas
partes, precisan una escucha transfantasma que los vuelve a anticipar.
Participan la inagotable imago del
ancestral innominable, porque estuvo antes, en otro aquí y ahora, como aquella
“abuela que regula el mundo”, según el más antenado Spinetta. Por boca de
máscara retorna transpersona, hasta lo más bicho del linaje reguero, y, en
efecto, la afirmación del reverbero en tornaviaje consigna, como pocas, ese lugar común.
*
¿Hay
listas de fantasmas? ¿Listas negras, transparentes, diluidoras? ¿Hay preguntas
de fantasmas? ¿Por qué no hablan con nosotros o es que nosotros hemos quedado
de este lado de la transparencia creyendo que son ellos los que nutren el
reverso del espejo? ¿O no son fantasmas las imágenes que la reflexión apura y
desvía? ¿Fasma, fantasma, plasma, ectoplasma, foto, película, erosión de los
estratos del palimpsesto en ala de falena? ¿Larvas, ninfas, los fantasmas?
*
“De
tales fantasmas está ahora el aire tan cargado que nadie sabe cómo evitarlos”,
apunta en Fausto, si no fustiga, con
dedo sismográfico que oscila a la manera de un pequeño látigo o una lengua seca
de jadear, Goethe. Lezama todo el tiempo se pregunta por ese “ritmo que
entreabre diálogo” “con lo invisible y las ausencias”. Como Lezama insistiendo
en la resurrección cristiana atravesada por toda suerte de influjos paganos (y
en todo caso más allá de la crucifixión), pero imbuido del ancestral remixado
que denomina quechuaimara, Gamaliel Churata llega a titular su libro póstumo
como La resurrección de los muertos.
¿Alcanza esa comunidad del entre —los vivos y los muertos conversando,
produciendo retornos en ambas direcciones del espejeo liminar?
*
¿Cuántos
fantasmas caben en una sola persona? ¿Cuántas personas al interior de un
fantasma? ¿Y en una sola palabra? ¡Fantasmas de palabras! Fantasmas entre las
palabras. Palabras como espíritus circunvolando el área diminuta del foco
conciente, tal el punto gris de Klee o el Tercer Ojo de Quién (o bien
Don Nadie) desplazándose, atravesando molecularmente funciones orgánicas e
influjos inorgánicos: “ilusiones del viejo y de la vieja” (dice el tango) y/o
El Enamorado y La Muerte. Fantasmas que no asustan más o que si sobresaltan, y
mucho, es porque remiten al susto primordial. Primordios asoman desde la podre.
Cogumelos silábicos. La masticación de cada palabra restituye sentidos a la
tribu (Mallarmé) o aun al “pueblo que falta” (Deleuze-Guattari): tanto devuelve
corazón a las manadas.
*
Cómo
al sinfondo de lo que hacemos, viaja la muerte, cada vez más extraña
(entrañable) en tanto aliada intersticial. Relámpagos fronterizos de aquel oír
retiniano, casi el humo del rumor de ancestros hablando en jeroglíficos.
Nítida torpeza la del miedo, no menos inaudito, pues a veces funge de oportuno
amigo y otras de inquietante irremediable, impregna lo expresable: arrastres,
estratos (y estratos), andariveles del hontanar transbabélico, y aun más detrás
el sustoriginal, sin embargo sucediendo: las parapalabras, ellas, mismamente
misteriosas, aunque impávidas, de todos-otros-los-días. Dentro de casi nada
colgaran sus trapos al sol las sucesivas capas de ruido blanco, blanco
interferencia, de pliegue de sábana de fantasma de cuerpo múltiple de aquella historia
en boca de una abuela peligrosa, asimismo fondo de ojo, planetoide gelatina
recursando deltas y reflejos. Si se pudiese por fin parlar y fablar en
jeroglíficos, retornarían las animaciones suspendidas en espiral que no
pregunten, ante la visitante, tan animista en su intimidad con la lechuza nuncia.
De pronto nos dimos cuenta que hacía rato parecía mirarnos desde aquel cerco de
maderas junto a la playa, en la tersura nocturna del verano, minerval. A cada
uno caló el escalofrío. No mucho tiempo después se revelaría el monograma: sólo
a ese uno entre nosotros buscaba.[1]
*
El
lema —baudeleriano— de José María Eguren ha sido: Siempre a lo desconocido. Cada uno de los poetas peruanos de más
aguzado alcance del siglo pasado prodigó su iniciático influjo: Vallejo, Moro,
Westphalen, Adán, Abril, Sologuren, entre otros. Borges y Paz no han dejado de
mencionar al ensoñador de “La diosa ambarina”, en distintos momentos, como un
secreto a voces. Amateur radical, fue
acuarelista y construyó una cámara con un dedal, con la que tomaba fotografías
mínimas de rostros, animales y lugares que frecuentaba en sus derivas de
incansable caminante, que después coloreaba monocromáticamente con delicada
inventiva procedimental. Prácticamente no salió de Lima: Barranco y áreas
aledañas. Trazó su inscripción entre el Modernismo y la Vanguardia (como
Tablada en México o Ramos Sucre en Venezuela), entre fábula numinosa y
alucinación visionaria, ronda infantil y mestizaje referencial, anacronismo e
ironía, ternura y pesadilla, miniado y alegoresis.
Leerlo desde algún alter-hoy implicaría
quizá desprenderse de los guiños y por qué no las mañas de una supuesta
actualidad literaria, acaso un salto ucrónico con redes intertemporales de la
mayor oscilación, como en una preparación para entrar en zonas alternas que
sólo la dictadura materialista pretendería “superadas en el arte”. Una lista
oportunamente inconclusa de entidades de vibración intermedial —comunidad
manádica y mandálica de grandes y chicos, antiguos y modernos, presentes y
ausentes, vivos y muertos— se despliega a partir de su lírica, para insistir, en todo caso, en figuraciones de evocativa
consistencia.
Como el movimiento prerrafaelista, del cual fuera
acaso el único en su contexto en reconocer, asimilar y mencionar, y anticipando
en esto al surrealismo, participó una pulsión renovadora que no situaba su
tendencia en un futuro utópico, de reconciliaciones mesiánicas, sino en una
futuridad aborigen, es decir, encarnó al artista primitivo que inventa, con los recursos a la mano, otra cosa,
apostando a las encrucijadas dimensionales del entre. Acaso, inclusive, para recordarnos la posibilidad de una
inocencia consciente, cultivo alterno que nada tendría que ver con ingenuidades
detectables según esta o aquella brain
police.
Limitémonos por el momento a esbozar una guirnalda
posible en la cual ensartar muchas de estas entidades-anacronismos de diversa
intermedialidad y claroscuro experiencial, a saber:
el fantasma de la noche, la reina Fantasía, la reina
de madera, un grotesco Rey de Hungría, las de cobalto figulinas galantes, Venus
de Carrara, Deliciosa Mignón, dos dulces bellezas matinales, las hadas y los
antiguos seres de la campaña, los muertos señores, las dos Señas, Ananké, el
Destino, Paquita, dos infantes oblongos, dos rubias gigantes, las tías Amelias,
la novia, las rubias vírgenes muertas, Odín, los Eddas, Ofelia, el rey colorado
de barba de acero, el Duque de los halcones, la urraca, la coja reina y los
nobles, la walkyria, la dama i, Nora, la virgen nacarina, un cuervo incierto,
las princesas rubias, el triste pelele, Mireya que adora, dos reyes rojos,
falcones reyes, arqueros de largos bigotes, la comparsa, Pedro de Acero, Syhna
la blanca, las elfas, la Tarda, el duque Nuez, la hija de Clavo de Olor, Lobo
del Monte, el dominó, Juan Volatín; Cucha, Veva y Monina; Susas, Estelas,
Pichines; la silfa, insectos dorados, los emperadores, los alcotanes, Hesperia,
el Dios antiguo, la sombra de la muerta, la niña de la lámpara azul, los
ángeles tranquilos, el mustio peregrino, las rubias de las candelas, un caballo
muerto, bengalíes dormidos, la parda señora, los ancianos druidas, el sauce
muerto, las cañaveras, el dios cansado, los beduinos, el pálido mongol, la
bella de Asia, la bella mujer celeste y perdida, la cingalesa, Jezabel, las
vírgenes hebreas, los delfines, unos hombres raros, las niñas antiguas, el
último virrey, una niña de Van Dyck flor, el hada del estanque, el insecto
azul, una garza virreinal, el ángel de los sueños, Peregrín cazador de figuras,
el ánade implume, los órficos insectos, mariposas de corcho, los mancebos y los
pajes, las doncellas, yeguas tunecinas, las hijas del ensueño, la madona del
retablo, las almas incurables; los enigmas de la noche, de la muerte y del
engaño; la Muerte, las avataras, la blonda, la negra indostana, las vírgenes,
las niñas de luz, risueña Danira, los santos Gorrión y Jilguero, la tórtola
obscura, los huanchacos soldados, la serpiente roja, la muerta de marfil, la
ronda de espadas, el tahúr de la noche, las encantadas, el dios de la centella,
el Inca y los caciques, los honderos con aros y tatuajes, la pareja dorada, dos
nobles indias núbiles, un diligente espíritu, las infantas, las colegialas, la
virgen sola, la virgen del lago, galanes como sátiros barbones, Dido, la corte
de Clavel, un ángel dormido en el bosque, la rubia ambarina, la mora reina de
Granada, un mancebo de barba dorada, la virreinita de pálida tez, el viejo
cazurro Rino, las nereidas de lánguida dulzura, insectos mandarines, Vésper en
los cielos; Clara, la niña bullidora; la Pensativa, Consolación, las gacelas
hermanas, la niña muerta, Silvia de invierno, el espíritu rosa, una blonda
mujer delirante, las tristes almas, la reina de la noche, la pálida, la reina
sombría, las tonkinesas, las niñas-mariposas, el genio de la noche, los
pintorescos niños, los novios, los monjes paladines, la silueta de un
asesinado, el mandón Mandín, el andarín de la noche, el centinela, el pregonero
de la desdicha, un monje amoratado, el letal aparecido, Vírgenes piadosas de
piedra de Huamanga, alegres niños, el capellán sonoro, los nevados muertos, los
lejanos caminantes, un ángel que canta en la niebla, libélulas lindas, los
colorines y las mariposas, la verde ondina, pescadores viejos, blondas niñas
adormidas, la arañita que dulce te enreda, el centinela de fuego, murciélagos
rubios, una marquesa blanca de calesa, la niña en las soledades, la niña
azulada, la niña de la garza, los gigantones de la montaña, las parejas
amantes, la núbil de la belleza, el timonel añoso, un amor de antaño, las
figulinas pálidas del mar, Malvina soñadora, el niño rubio de los palotes, la
niña Retama, el ángel tumbal, la dama antigua, la niña de las novelas, Madame
Angot, libélulas fantasmas, los triángulos, las obscuras Causas; Amara, la que
extingue la vida; sombras capuchinas, el ánima enfermera, Hespérida, una silfa,
la copera, las divas del bosque, las hijas del duende, Valeria, mariposas
fotos, un fantasma, Colibrí, Nemora, la niña encantada, Tiza Blanca, las Citas
ciegas, las niñas multicolores en un espejismo, marioneta rubia, nenas
dormidas, el coco que duerme, la niña loca, el ciervo de la Manchuria, silvos y
hadas, los grillos trovadores del campo, mariposas obscuras, libélulas locas,
las Alfas elementales, Nuestra Señora de los Preludios, una alma en la sombra,
el azul cabaret de la noche, el jilguero muerto, princesita celeste, el Hada
jazmín, Lima aladina, blancuras paganas, las diosas de las estrellas y los
soñares, el Padre Guillermo, Clementina, Amalia, Isajara, Nela, el rey Capulí,
el paje Listón, Maruja, Fortunata, Mericita, la diosa ambarina.
*
Cada
jeroglífico sostiene en suspensión animada una entidad. La cual suele ser
intermedial. Y a su vez prefigura una potencia o un aliado del destino o un
modo del estar o un aspecto del espectro de esa fuerza conectiva, internatura,
habitante en recíproco andarivel, en que el signo se redesignifica, siendo
receptáculo movedizo a la vez que encrucijada, partitura de una lengua anónima
a rehabitar, cada vez, según la recombinación de internaturezas.
*
No
por reiterada la alusión al rizoma deja de tener especial injerencia en estos
deslindes del brotar. En algunos recodos, el intrincamiento de raíces se
intersecta con túneles de hormigueros y microcavernas neoplatónicas.
*
No
sólo el sonido del entrañable animal, sino el ideograma en suspensión animada
que incorpora su referencia tactovisual: las patitas del grillo, a punto de
saltar del papel. Acaso también alusión oblicua de una crocancia, en la
aparición de un signo parecido a la boca. Lo que habla esa boca (¿la abierta
del Oh?) transfiere el silencio entre los trazos.
*
El
silencio funge de maestro de traductores (los que “llevan a otro lado” o “hacen
pasar de un lado a otro”). Si no fuese por el silencio, careceríamos del
relieve suficiente para apreciar las emergencias del sucesivo verbalescente.
Así es cómo el silencio traduce (trasluce) buscándose la vida en las formas
habitadas. Hablamos —claroscuro está— del silencio visible.
*
Hay
una colocación de la sensibilidad (muchas) en que las formaciones (bichescas, a
su modo) de las palabras mutan de sustancia, devienen (incluso) psicoactivas.
La apertura sensitiva en estos casos (incapturables a la consideración
racional) implica una ampliación del Quién de la interioridad. De la cual
preferiríamos no hacer demasiadas declaraciones por el momento.
*
Abrir
la boca y entregar acaso los ideogramas masticados por la rumia siempre
insuficiente que traduce la lengua paradisíaca de los bichos que escuchamos.
*
Al
proponer las Diez Mil Cosas, no puede dejar de pensarse, por reflejo
condicionado casi, en aquel “ejército de alrededor de diez mil mercenarios
griegos contratados por uno de los bandos persas en una disputa dinástica”
(Badiou) en el Anábasis de Jenofonte.
De signo diferente en tantos
sentidos, al de la intuición holobiente, sin embargo la cifra acentúa una
cantidad que excede el conteo y en ese sentido pneumáticamente afecta
—incremente o quite la respiración. También acude aquella imagen de un poema de
Lezama adonde todo un ejército se esconde detrás de la afilada sombra de un
árbol. Posiblemente un álamo. Y es Lezama quien menciona a Jenofonte, pensando
a su vez en Saint-John Perse, de quien ha traducido temprano su poema “Lluvias”
(apenas recibido el ejemplar de Pluies,
recién editado en francés en Buenos Aires por Roger Callois y Victoria Ocampo,
en su colección de Lettres Françaises, en apoyo a la resistencia francesa),
quien a su vez escribe un homónimo poema “Anábasis”. Badiou lo comparará —sin
demasiado acierto metodológico, ya que comparar poemas sería una empresa tan
destinada al fracaso como comparar formas del crecimiento de las plantas o
cualidades texturales de los minerales o incluso os destinos personales— a un
tercer “Anábasis”, escrito por Paul Celan, en el que el pensador francés cree
detectar la “expresión del siglo” (pasado, europeo). Pero soplando este rumor
de páginas que son voces que son sumas de voces —Jenofonte, Lezama, Perse,
Celan— la cifra Diez Mil…
*
La
danza entre los vivos y los muertos. Qué más cruda imagen de una tradición que
en lo unánime albergue un devenir, una multiplicidad, lo innumerable. Acaso las
palabras mismas merezcan ese reconocimiento de seres y especies, muchas de
ellas en extinción, junto con las propias experiencias que designan y/o
connotan. Un diccionario —no podría haber diccionarios definitivos— es un banco
de datos, un archivo de voces y usos, un registro de acepciones experienciales
y por ende de alcances y limitaciones de una cultura, de un cierto estadio
vincular en sus propios términos (y térmicas etimológicas). La noción
“diccionario” y su expansión “enciclopedia” (¿ambos demodés?) tampoco estarían
lejos de la noción-experiencia “compost”: en el fondo de aquéllos late y
fulgura una signoteca/ simboloteca, en palimpsesto una rotación de
impregnaciones consteladas (y a veces consternadas: tal nuestra restricta
“actualidad”). Ahí los étimos danzan con los usos, igual que los ancestros con
los todavía nonatos,[2] y
nosotros en el medio, todos nosotros, en medio del baile, como quien
dice, en alguna esquina de alguna periferia. En algún idioma olvidado. En
dispersión ecoica.
*
Un
simpoeta (desde el germen simbionte) y un compost se intermiten.
En esa rotatividad del sim y el com (el sí y el con, el sin y el
cómo) se percibe también la propia consistencia proteica de ambos: palpitar
acaso un diagrama ausente, o una completa e inapelable ausencia, para
impregnarse, así, en el barro caósmico, en las oscilatorias veteadas del magma,
el cual, sobre todo, surte una experiencia germinal aun en la confusión (de los
bordes, de las lenguas, de los géneros, de las especies, de los momentos históricos,
de los mundos) ergo interdimensional.
*
Ante
ciertas fijezas perceptuales, su actualizadora habituación de las palabras apropiadas, rebrota (y/o rebota) la
percatación del “error fundamental del traductor”: “es que se aferra al estado
fortuito de su lengua, en vez de permitir que la extranjera lo sacuda con
violencia”. Ahí donde Benjamin solicita del traductor la extranjerización de la
lengua supuestamente propia, la “de llegada”, Haroldo de Campos retoma la
antorcha cuando, al plantear la transcreación (o traducción creadora) recuerda
a Hölderlin (“traductor monstruoso”) injertando, en su Antígona de Sófocles, determinadas articulaciones o giros
figurales, supuestamente inadmisibles en alemán, pero que no serían sino
traslados rítmicos, perspectivas indiciales de la escucha o lectoría que atañen
a la apertura a la partitura
originante, la cual el transcreador interpreta, no en el sentido de la
adaptación de unos contenidos (temáticos, ideológicos u otros) según tal o cual
entendimiento hermenéutico, sino en acto empático de comprensión
isomórfico-respiratoria.
Aunque la intermedialidad, en tanto instancia
semoviente de colocación, puede derivar —al contrarrestar purezas autónomas y
demás preexistentes, oscilación combinatoria mediante— en diversos tipos de
“monstruo”. Jugada al ras del vaivén, “bisagra entre el día y la noche”
(Lezama), pues quien traduce trata y conversa con lo desconocido, tal
colocación transfronteriza llevaría a una intuición parababélica de las
lenguas, donde los étimos respectivos se descoagulan en una reciprocidad —acaso
el compost germinal de las culturas—
capaz de hipertelizar, esto es, llevar más allá (acá) de funciones sígnicas y
simbólicas limítrofemente remarcadas, los usos imaginales, las posibilidades,
en fin, alcances (políticos, energéticos) alternos, y aun desbordamientos,
incluso en el sentido (todavía escandaloso, o sea no suficientemente
“naturalizado”) del placer, por parte de los usuarios, permeando
(desentrenando) la sensibilidad, afectando con ello el lugar común, instilándole, en todo caso, nuevos afectos, antiguas
novedades.
A la introyectada violencia del límite fronterizo
—vero desembarazamiento de los “grandes hechizos colectivos y los pequeños
embrujos de pueblo” (Artaud), puesto que toda frontera resulta de un “punto de
encaje” (Castaneda)— con toda intención (de comprehensión) se la transforma,
transcreándola silábica, artesanalmente, en umbral. En esa vislumbre de cambio
de signo —la propia lengua se destraba— la percatación en vaivén liminar acaso
devuelve a la experiencia del lector como funámbulo: en vez de una vertical
separativa (la muralla, la torre del castillo), se presenta una vía de
equilibrio —si bien, por tanto, inestable— horizontal (el puente colgante y
abisal), pasible del desplazamiento —después de todo una traducción es una
experiencia (sólo gradualmente unánime) de traslado metamórfico.
Pues si algo caracteriza al vaivén umbralicio, con
todo ese específico de incompletud que compete (ilumina desde dentro) al
proceso traductor, es que acontece a lo
largo, es una línea o una fiesta que oscila, una disolvencia que resurge,
con inusitada potencia germinal, como la propia fragilidad entre los bloques.
Pende de un hilo aquella comprensión —ella misma el deshilache— pero ese hilo
sería el entre: acontecimiento de la
transición y del matiz, lo otro inesperado, que saca, eventualmente, de la
resaca solipsista-nacionalista-identitaria del enclaustramiento perceptual.
Transcrear, entonces, no implicaría tranquilizar una diferencia cultural o
sosegar o subsanar un hiato en la percatación mediante la aplicación del
“término justo” pero adaptable de una equivalencia, sino atraer el fermento
—sobresalto de aparición reveladora— de la palabra-alma.
De hecho, esa palabra-alma de los mbyá-guaraní, puesto
que incluye la no-palabra, lo preverbal o paraverbal o informalescente, es,
coincidentemente, tal como requiere ser traducida, una “palabra-valija”. Ahí
donde, faltando la precisa noción-experiencia connotada, con sencillez casi
ideográfica y para alimento de mayor intuición, una colocación traductora, en efecto nos aporta (transporta).
*
Aludir
a un texto ausente, que no ha sido escrito, o que está habitado por su misma
condición de ausencia, a su vez metaforiza (desplaza) la intuición de que el
lenguaje no es mera creación humana sino parte de la condición naturante del
animal que parla y fabla. Y la posibilidad de que sea la ausencia (eros de
la lejanía lezamiano) algo así como el núcleo gravitante y rotatorio de
todas las posibilidades, aun las no convergentes. Incluso el hecho, casi
sospechable ya, de que toda escritura, cabalístico-calibánicamente, pueda no
ser sino una acotación al margen o al pie de un axis esquivo, un textil
principal que no se muestra o que destella fragmentaria y jeroglíficamente
entre los estratos de un palimpsesto que las sucesivas respiraciones y
contactos van borrando al acotar. Un equilibrio de las aguas con el limo.
Tender quizá hacia el instante de confluencia imaginal en que todos los
textiles conversan, aun sin saberse sus autores, esos presuntos copistas o
amanuenses, en aras de provocar acaso una aparición: la del intersticio vivo
entre la letra despierta. Ésta retorna a las condensaciones germinales del
trazo y la sinestésica concretud de un sonido, básicamente silábico, que el
ideograma condensa todavía, y que las lenguas alfabetarias disuelven en transiciones
respiradas, como si quien hace uso de la palabra fuese a su vez poseído por las
fulguraciones y embestidas de los arrastres que arrojaron ciertos y concretos
fonemas en su boca, instrumento ella de una burbuja de embrujo con
incalculables efectos posibles. Quizá esa ausencia estructural pueda olfatearse
(todas las narices hacen al olifante) como el aire intangible pero
continente de nuestros movimientos —gestos, actitudes y por qué no destinos— de
bichos del espaciotiempo.
*
Se
abren plexos los perplejos de la posibilidad, o sea la variación, del alien incorporante. Más simbionte que
ente/cosa, pero siempre más entrecosa que (incluso) holobiente. Colocación ni
central ni periférica mediante (detona en todo caso en acto de entonar) se
permite el alógeno agazaparse hasta en zarzas y pulpas y fibras y garras y
vetas y rajas. Innumerable al ras de los contactos, despierta como puede los
signos estésicos, es decir los matices de impremeditada e incalculable belleza
experiencial que las potencias sinestésicas revivifican. Incorpora lo que
ignora, aun (y mucho más) si infrainfluyente. Sin del todo saber y por entero
ignorar. Hay un esfuerzo de lo nonato por revelarse a la pasión de los efectos
sinuosos.
*
(¿Cuál
es el blanco? Se dice “hombre blanco europeo” con la misma facilidad que
“página en blanco” o “dar en el blanco”. Los ideogramas para decir distintos
modos de la nieve. El conejo en la nieve en un párrafo de una fábula tropical.
¿No hay blancuras mestizas? ¿Blanco no es también “sonrisa de mujer esquimal” o
“colmillo de foca de isla guanera del Perú” o “fondo del ojo de niña zulú”?)
*
El garabato diagrama de elocuencia muda.
El jeroglífico partitura de un
pajarístico.
Desplazamiento arácnido de los tránsitos.
Acaso la mano sola enarene sus huellas.
Lo extra, infra, ex, inhumano del fraseo.
Pregusto que el ojo toca al escucharse
olfatear.
La indeterminación incorporante.
*
Quizá
la palabra liberada —en trance: entrance—
pueda ser aquella incluyente no sólo del residuo ancestral sino del germen que
anida, anterior a los efectos residuales, en aquella perplejidad que reúne los
sentidos vivos con la inmanencia indescifrable de lo informe. Ahí donde
latencia y reminiscencia convergen, como en acto de manifestación intraducible,
salvo en retornos asignificadores que asimilaríamos, con un poco de suerte, a
una experiencia poética. El poema del mundo, en fin, a escala inmediatamente
inmensurable, raíz-relámpago, constituido por las voces todavía carnales de los
usuarios anteriores de las mismas palabras, repetidas sin embargo para lo
irrepetible mismo, para el sobresalto acaso de una iluminación en lo que
reserva de más indescifrable. No la cifra cuyo acceso entrega las llaves del
reino, sino la contradicción, la accesible inaccesibilidad. Ahí el fantasma
recita el poema por detrás de la oreja del escriba. Ahí el lector resucita a
los fantasmas. Se vuelve a la reverberación de los arrastres confiados al
reencuentro potencial con el desconocido de sí.
Puñado de párrafos, revisados y retocados, inicialmente destinados a
integrar El Libro de las Diez Mil Cosas (https://holobiente.org/inicio/), un
proyecto de creación colectiva (catorce artistas visuales y escritores
argentinos) de un libro-instalación, convocado por La Intermundial Holobiente
para participar en la 15ª edición de la Documenta de Kassel, Alemania, junio de
2022. La propuesta era generar paratextos e ilustraciones para un texto central
ausente: “invitación a rastrear las huellas que dejan las diez mil cosas,
expresión que es sinónimo de miríada y de totalidad de entidades existentes en
la tradición china”. Sólo algunos pasajes se incluyeron.
Este
textil será parte de un libro todavía sin título y en preparación.
[1] owl in the fence/ against self-defense// apple of the eye/ envelope
veil// you came by night/ mare & ghost rider//and took like a hook/ the
early life// announcer of the un/ known// old inborn god/ are you turning yeah//
what means your signal/ in the final sunrise// which skyband and/ the echo of
which witch (https://reynaldojimnez.bandcamp.com/track/owl)
[2] Sobresalto, al
escuchar en la última entrevista audiovisual de Octavio Paz, conversando con
Guillermo Sheridan, la declaración, dicha casi al paso (citada de memoria):
“…también escribo con el muerto que seré”.


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