REYNALDO JIMÉNEZ. EL ENTRE Y LA AUSENCIA

 






narelle autio




¿Cómo lo semejante puede crear la copia?

Es lo semejante ancestral que aleja la imagen,

hasta sentarse en la fuente más allá de los bastiones.

Si la copia destruía la circunstancia de lo semejante

y los alrededores se alejaban de las contracciones

del ablandado mármol central.

¿Podrá reaparecer lo semejante primigenio?

¿La indistición caminadora de las entrañas terrenales?

Sólo nos acompaña la imperfecta copia,

la que destruye el aliento del metal ante lo semejante.

 

               José Lezama Lima, “Recuerdo de lo semejante”

 

 

 

Muchas imagos o máscaras de los antepasados van sucediéndose a lo largo del desrío que las lleva (y trae). Tal transportación implicará, en liminar instancia, no un sucedáneo, sino más bien la incógnita diagrámica que las vincula, en tiempos mezclados, en mestizaje de temporalidades. Se impregnan y renacen disueltas, casi preguntas sin destino, enhebrando acaso un coro inaudito. A veces a ese coral de ausencias, se suma el decoro indómito del clamor pulsional que puja “desde abajo” por hacerse, él también, parte abierta e intersticio conectivo. Saltan los ancestros por todas partes, precisan una escucha transfantasma que los vuelve a anticipar. Participan la inagotable imago del ancestral innominable, porque estuvo antes, en otro aquí y ahora, como aquella “abuela que regula el mundo”, según el más antenado Spinetta. Por boca de máscara retorna transpersona, hasta lo más bicho del linaje reguero, y, en efecto, la afirmación del reverbero en tornaviaje consigna, como pocas, ese lugar común.

 

*

 

¿Hay listas de fantasmas? ¿Listas negras, transparentes, diluidoras? ¿Hay preguntas de fantasmas? ¿Por qué no hablan con nosotros o es que nosotros hemos quedado de este lado de la transparencia creyendo que son ellos los que nutren el reverso del espejo? ¿O no son fantasmas las imágenes que la reflexión apura y desvía? ¿Fasma, fantasma, plasma, ectoplasma, foto, película, erosión de los estratos del palimpsesto en ala de falena? ¿Larvas, ninfas, los fantasmas?

 

*

 

“De tales fantasmas está ahora el aire tan cargado que nadie sabe cómo evitarlos”, apunta en Fausto, si no fustiga, con dedo sismográfico que oscila a la manera de un pequeño látigo o una lengua seca de jadear, Goethe. Lezama todo el tiempo se pregunta por ese “ritmo que entreabre diálogo” “con lo invisible y las ausencias”. Como Lezama insistiendo en la resurrección cristiana atravesada por toda suerte de influjos paganos (y en todo caso más allá de la crucifixión), pero imbuido del ancestral remixado que denomina quechuaimara, Gamaliel Churata llega a titular su libro póstumo como La resurrección de los muertos. ¿Alcanza esa comunidad del entre —los vivos y los muertos conversando, produciendo retornos en ambas direcciones del espejeo liminar?

 

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¿Cuántos fantasmas caben en una sola persona? ¿Cuántas personas al interior de un fantasma? ¿Y en una sola palabra? ¡Fantasmas de palabras! Fantasmas entre las palabras. Palabras como espíritus circunvolando el área diminuta del foco conciente, tal el punto gris de Klee o el Tercer Ojo de Quién (o bien Don Nadie) desplazándose, atravesando molecularmente funciones orgánicas e influjos inorgánicos: “ilusiones del viejo y de la vieja” (dice el tango) y/o El Enamorado y La Muerte. Fantasmas que no asustan más o que si sobresaltan, y mucho, es porque remiten al susto primordial. Primordios asoman desde la podre. Cogumelos silábicos. La masticación de cada palabra restituye sentidos a la tribu (Mallarmé) o aun al “pueblo que falta” (Deleuze-Guattari): tanto devuelve corazón a las manadas.

 

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Cómo al sinfondo de lo que hacemos, viaja la muerte, cada vez más extraña (entrañable) en tanto aliada intersticial. Relámpagos fronterizos de aquel oír retiniano, casi el humo del rumor de ancestros hablando en jeroglíficos. Nítida torpeza la del miedo, no menos inaudito, pues a veces funge de oportuno amigo y otras de inquietante irremediable, impregna lo expresable: arrastres, estratos (y estratos), andariveles del hontanar transbabélico, y aun más detrás el sustoriginal, sin embargo sucediendo: las parapalabras, ellas, mismamente misteriosas, aunque impávidas, de todos-otros-los-días. Dentro de casi nada colgaran sus trapos al sol las sucesivas capas de ruido blanco, blanco interferencia, de pliegue de sábana de fantasma de cuerpo múltiple de aquella historia en boca de una abuela peligrosa, asimismo fondo de ojo, planetoide gelatina recursando deltas y reflejos. Si se pudiese por fin parlar y fablar en jeroglíficos, retornarían las animaciones suspendidas en espiral que no pregunten, ante la visitante, tan animista en su intimidad con la lechuza nuncia. De pronto nos dimos cuenta que hacía rato parecía mirarnos desde aquel cerco de maderas junto a la playa, en la tersura nocturna del verano, minerval. A cada uno caló el escalofrío. No mucho tiempo después se revelaría el monograma: sólo a ese uno entre nosotros buscaba.[1]

 

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El lema —baudeleriano— de José María Eguren ha sido: Siempre a lo desconocido. Cada uno de los poetas peruanos de más aguzado alcance del siglo pasado prodigó su iniciático influjo: Vallejo, Moro, Westphalen, Adán, Abril, Sologuren, entre otros. Borges y Paz no han dejado de mencionar al ensoñador de “La diosa ambarina”, en distintos momentos, como un secreto a voces. Amateur radical, fue acuarelista y construyó una cámara con un dedal, con la que tomaba fotografías mínimas de rostros, animales y lugares que frecuentaba en sus derivas de incansable caminante, que después coloreaba monocromáticamente con delicada inventiva procedimental. Prácticamente no salió de Lima: Barranco y áreas aledañas. Trazó su inscripción entre el Modernismo y la Vanguardia (como Tablada en México o Ramos Sucre en Venezuela), entre fábula numinosa y alucinación visionaria, ronda infantil y mestizaje referencial, anacronismo e ironía, ternura y pesadilla, miniado y alegoresis.

Leerlo desde algún alter-hoy implicaría quizá desprenderse de los guiños y por qué no las mañas de una supuesta actualidad literaria, acaso un salto ucrónico con redes intertemporales de la mayor oscilación, como en una preparación para entrar en zonas alternas que sólo la dictadura materialista pretendería “superadas en el arte”. Una lista oportunamente inconclusa de entidades de vibración intermedial —comunidad manádica y mandálica de grandes y chicos, antiguos y modernos, presentes y ausentes, vivos y muertos— se despliega a partir de su lírica, para insistir, en todo caso, en figuraciones de evocativa consistencia.

Como el movimiento prerrafaelista, del cual fuera acaso el único en su contexto en reconocer, asimilar y mencionar, y anticipando en esto al surrealismo, participó una pulsión renovadora que no situaba su tendencia en un futuro utópico, de reconciliaciones mesiánicas, sino en una futuridad aborigen, es decir, encarnó al artista primitivo que inventa, con los recursos a la mano, otra cosa, apostando a las encrucijadas dimensionales del entre. Acaso, inclusive, para recordarnos la posibilidad de una inocencia consciente, cultivo alterno que nada tendría que ver con ingenuidades detectables según esta o aquella brain police.

Limitémonos por el momento a esbozar una guirnalda posible en la cual ensartar muchas de estas entidades-anacronismos de diversa intermedialidad y claroscuro experiencial, a saber:

el fantasma de la noche, la reina Fantasía, la reina de madera, un grotesco Rey de Hungría, las de cobalto figulinas galantes, Venus de Carrara, Deliciosa Mignón, dos dulces bellezas matinales, las hadas y los antiguos seres de la campaña, los muertos señores, las dos Señas, Ananké, el Destino, Paquita, dos infantes oblongos, dos rubias gigantes, las tías Amelias, la novia, las rubias vírgenes muertas, Odín, los Eddas, Ofelia, el rey colorado de barba de acero, el Duque de los halcones, la urraca, la coja reina y los nobles, la walkyria, la dama i, Nora, la virgen nacarina, un cuervo incierto, las princesas rubias, el triste pelele, Mireya que adora, dos reyes rojos, falcones reyes, arqueros de largos bigotes, la comparsa, Pedro de Acero, Syhna la blanca, las elfas, la Tarda, el duque Nuez, la hija de Clavo de Olor, Lobo del Monte, el dominó, Juan Volatín; Cucha, Veva y Monina; Susas, Estelas, Pichines; la silfa, insectos dorados, los emperadores, los alcotanes, Hesperia, el Dios antiguo, la sombra de la muerta, la niña de la lámpara azul, los ángeles tranquilos, el mustio peregrino, las rubias de las candelas, un caballo muerto, bengalíes dormidos, la parda señora, los ancianos druidas, el sauce muerto, las cañaveras, el dios cansado, los beduinos, el pálido mongol, la bella de Asia, la bella mujer celeste y perdida, la cingalesa, Jezabel, las vírgenes hebreas, los delfines, unos hombres raros, las niñas antiguas, el último virrey, una niña de Van Dyck flor, el hada del estanque, el insecto azul, una garza virreinal, el ángel de los sueños, Peregrín cazador de figuras, el ánade implume, los órficos insectos, mariposas de corcho, los mancebos y los pajes, las doncellas, yeguas tunecinas, las hijas del ensueño, la madona del retablo, las almas incurables; los enigmas de la noche, de la muerte y del engaño; la Muerte, las avataras, la blonda, la negra indostana, las vírgenes, las niñas de luz, risueña Danira, los santos Gorrión y Jilguero, la tórtola obscura, los huanchacos soldados, la serpiente roja, la muerta de marfil, la ronda de espadas, el tahúr de la noche, las encantadas, el dios de la centella, el Inca y los caciques, los honderos con aros y tatuajes, la pareja dorada, dos nobles indias núbiles, un diligente espíritu, las infantas, las colegialas, la virgen sola, la virgen del lago, galanes como sátiros barbones, Dido, la corte de Clavel, un ángel dormido en el bosque, la rubia ambarina, la mora reina de Granada, un mancebo de barba dorada, la virreinita de pálida tez, el viejo cazurro Rino, las nereidas de lánguida dulzura, insectos mandarines, Vésper en los cielos; Clara, la niña bullidora; la Pensativa, Consolación, las gacelas hermanas, la niña muerta, Silvia de invierno, el espíritu rosa, una blonda mujer delirante, las tristes almas, la reina de la noche, la pálida, la reina sombría, las tonkinesas, las niñas-mariposas, el genio de la noche, los pintorescos niños, los novios, los monjes paladines, la silueta de un asesinado, el mandón Mandín, el andarín de la noche, el centinela, el pregonero de la desdicha, un monje amoratado, el letal aparecido, Vírgenes piadosas de piedra de Huamanga, alegres niños, el capellán sonoro, los nevados muertos, los lejanos caminantes, un ángel que canta en la niebla, libélulas lindas, los colorines y las mariposas, la verde ondina, pescadores viejos, blondas niñas adormidas, la arañita que dulce te enreda, el centinela de fuego, murciélagos rubios, una marquesa blanca de calesa, la niña en las soledades, la niña azulada, la niña de la garza, los gigantones de la montaña, las parejas amantes, la núbil de la belleza, el timonel añoso, un amor de antaño, las figulinas pálidas del mar, Malvina soñadora, el niño rubio de los palotes, la niña Retama, el ángel tumbal, la dama antigua, la niña de las novelas, Madame Angot, libélulas fantasmas, los triángulos, las obscuras Causas; Amara, la que extingue la vida; sombras capuchinas, el ánima enfermera, Hespérida, una silfa, la copera, las divas del bosque, las hijas del duende, Valeria, mariposas fotos, un fantasma, Colibrí, Nemora, la niña encantada, Tiza Blanca, las Citas ciegas, las niñas multicolores en un espejismo, marioneta rubia, nenas dormidas, el coco que duerme, la niña loca, el ciervo de la Manchuria, silvos y hadas, los grillos trovadores del campo, mariposas obscuras, libélulas locas, las Alfas elementales, Nuestra Señora de los Preludios, una alma en la sombra, el azul cabaret de la noche, el jilguero muerto, princesita celeste, el Hada jazmín, Lima aladina, blancuras paganas, las diosas de las estrellas y los soñares, el Padre Guillermo, Clementina, Amalia, Isajara, Nela, el rey Capulí, el paje Listón, Maruja, Fortunata, Mericita, la diosa ambarina.

 

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Cada jeroglífico sostiene en suspensión animada una entidad. La cual suele ser intermedial. Y a su vez prefigura una potencia o un aliado del destino o un modo del estar o un aspecto del espectro de esa fuerza conectiva, internatura, habitante en recíproco andarivel, en que el signo se redesignifica, siendo receptáculo movedizo a la vez que encrucijada, partitura de una lengua anónima a rehabitar, cada vez, según la recombinación de internaturezas.

 

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No por reiterada la alusión al rizoma deja de tener especial injerencia en estos deslindes del brotar. En algunos recodos, el intrincamiento de raíces se intersecta con túneles de hormigueros y microcavernas neoplatónicas.

 

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No sólo el sonido del entrañable animal, sino el ideograma en suspensión animada que incorpora su referencia tactovisual: las patitas del grillo, a punto de saltar del papel. Acaso también alusión oblicua de una crocancia, en la aparición de un signo parecido a la boca. Lo que habla esa boca (¿la abierta del Oh?) transfiere el silencio entre los trazos.





narelle autio

 

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El silencio funge de maestro de traductores (los que “llevan a otro lado” o “hacen pasar de un lado a otro”). Si no fuese por el silencio, careceríamos del relieve suficiente para apreciar las emergencias del sucesivo verbalescente. Así es cómo el silencio traduce (trasluce) buscándose la vida en las formas habitadas. Hablamos —claroscuro está— del silencio visible.

        

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Hay una colocación de la sensibilidad (muchas) en que las formaciones (bichescas, a su modo) de las palabras mutan de sustancia, devienen (incluso) psicoactivas. La apertura sensitiva en estos casos (incapturables a la consideración racional) implica una ampliación del Quién de la interioridad. De la cual preferiríamos no hacer demasiadas declaraciones por el momento.

 

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Abrir la boca y entregar acaso los ideogramas masticados por la rumia siempre insuficiente que traduce la lengua paradisíaca de los bichos que escuchamos.

 

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Al proponer las Diez Mil Cosas, no puede dejar de pensarse, por reflejo condicionado casi, en aquel “ejército de alrededor de diez mil mercenarios griegos contratados por uno de los bandos persas en una disputa dinástica” (Badiou) en el Anábasis de Jenofonte. De signo diferente en tantos sentidos, al de la intuición holobiente, sin embargo la cifra acentúa una cantidad que excede el conteo y en ese sentido pneumáticamente afecta —incremente o quite la respiración. También acude aquella imagen de un poema de Lezama adonde todo un ejército se esconde detrás de la afilada sombra de un árbol. Posiblemente un álamo. Y es Lezama quien menciona a Jenofonte, pensando a su vez en Saint-John Perse, de quien ha traducido temprano su poema “Lluvias” (apenas recibido el ejemplar de Pluies, recién editado en francés en Buenos Aires por Roger Callois y Victoria Ocampo, en su colección de Lettres Françaises, en apoyo a la resistencia francesa), quien a su vez escribe un homónimo poema “Anábasis”. Badiou lo comparará —sin demasiado acierto metodológico, ya que comparar poemas sería una empresa tan destinada al fracaso como comparar formas del crecimiento de las plantas o cualidades texturales de los minerales o incluso os destinos personales— a un tercer “Anábasis”, escrito por Paul Celan, en el que el pensador francés cree detectar la “expresión del siglo” (pasado, europeo). Pero soplando este rumor de páginas que son voces que son sumas de voces —Jenofonte, Lezama, Perse, Celan— la cifra Diez Mil…

 

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La danza entre los vivos y los muertos. Qué más cruda imagen de una tradición que en lo unánime albergue un devenir, una multiplicidad, lo innumerable. Acaso las palabras mismas merezcan ese reconocimiento de seres y especies, muchas de ellas en extinción, junto con las propias experiencias que designan y/o connotan. Un diccionario —no podría haber diccionarios definitivos— es un banco de datos, un archivo de voces y usos, un registro de acepciones experienciales y por ende de alcances y limitaciones de una cultura, de un cierto estadio vincular en sus propios términos (y térmicas etimológicas). La noción “diccionario” y su expansión “enciclopedia” (¿ambos demodés?) tampoco estarían lejos de la noción-experiencia “compost”: en el fondo de aquéllos late y fulgura una signoteca/ simboloteca, en palimpsesto una rotación de impregnaciones consteladas (y a veces consternadas: tal nuestra restricta “actualidad”). Ahí los étimos danzan con los usos, igual que los ancestros con los todavía nonatos,[2] y nosotros en el medio, todos nosotros, en medio del baile, como quien dice, en alguna esquina de alguna periferia. En algún idioma olvidado. En dispersión ecoica.

 

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Un simpoeta (desde el germen simbionte) y un compost se intermiten. En esa rotatividad del sim y el com (el sí y el con, el sin y el cómo) se percibe también la propia consistencia proteica de ambos: palpitar acaso un diagrama ausente, o una completa e inapelable ausencia, para impregnarse, así, en el barro caósmico, en las oscilatorias veteadas del magma, el cual, sobre todo, surte una experiencia germinal aun en la confusión (de los bordes, de las lenguas, de los géneros, de las especies, de los momentos históricos, de los mundos) ergo interdimensional.

 

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Ante ciertas fijezas perceptuales, su actualizadora habituación de las palabras apropiadas, rebrota (y/o rebota) la percatación del “error fundamental del traductor”: “es que se aferra al estado fortuito de su lengua, en vez de permitir que la extranjera lo sacuda con violencia”. Ahí donde Benjamin solicita del traductor la extranjerización de la lengua supuestamente propia, la “de llegada”, Haroldo de Campos retoma la antorcha cuando, al plantear la transcreación (o traducción creadora) recuerda a Hölderlin (“traductor monstruoso”) injertando, en su Antígona de Sófocles, determinadas articulaciones o giros figurales, supuestamente inadmisibles en alemán, pero que no serían sino traslados rítmicos, perspectivas indiciales de la escucha o lectoría que atañen a la apertura a la partitura originante, la cual el transcreador interpreta, no en el sentido de la adaptación de unos contenidos (temáticos, ideológicos u otros) según tal o cual entendimiento hermenéutico, sino en acto empático de comprensión isomórfico-respiratoria.

Aunque la intermedialidad, en tanto instancia semoviente de colocación, puede derivar —al contrarrestar purezas autónomas y demás preexistentes, oscilación combinatoria mediante— en diversos tipos de “monstruo”. Jugada al ras del vaivén, “bisagra entre el día y la noche” (Lezama), pues quien traduce trata y conversa con lo desconocido, tal colocación transfronteriza llevaría a una intuición parababélica de las lenguas, donde los étimos respectivos se descoagulan en una reciprocidad —acaso el compost germinal de las culturas— capaz de hipertelizar, esto es, llevar más allá (acá) de funciones sígnicas y simbólicas limítrofemente remarcadas, los usos imaginales, las posibilidades, en fin, alcances (políticos, energéticos) alternos, y aun desbordamientos, incluso en el sentido (todavía escandaloso, o sea no suficientemente “naturalizado”) del placer, por parte de los usuarios, permeando (desentrenando) la sensibilidad, afectando con ello el lugar común, instilándole, en todo caso, nuevos afectos, antiguas novedades.

A la introyectada violencia del límite fronterizo —vero desembarazamiento de los “grandes hechizos colectivos y los pequeños embrujos de pueblo” (Artaud), puesto que toda frontera resulta de un “punto de encaje” (Castaneda)— con toda intención (de comprehensión) se la transforma, transcreándola silábica, artesanalmente, en umbral. En esa vislumbre de cambio de signo —la propia lengua se destraba— la percatación en vaivén liminar acaso devuelve a la experiencia del lector como funámbulo: en vez de una vertical separativa (la muralla, la torre del castillo), se presenta una vía de equilibrio —si bien, por tanto, inestable— horizontal (el puente colgante y abisal), pasible del desplazamiento —después de todo una traducción es una experiencia (sólo gradualmente unánime) de traslado metamórfico.

Pues si algo caracteriza al vaivén umbralicio, con todo ese específico de incompletud que compete (ilumina desde dentro) al proceso traductor, es que acontece a lo largo, es una línea o una fiesta que oscila, una disolvencia que resurge, con inusitada potencia germinal, como la propia fragilidad entre los bloques. Pende de un hilo aquella comprensión —ella misma el deshilache— pero ese hilo sería el entre: acontecimiento de la transición y del matiz, lo otro inesperado, que saca, eventualmente, de la resaca solipsista-nacionalista-identitaria del enclaustramiento perceptual. Transcrear, entonces, no implicaría tranquilizar una diferencia cultural o sosegar o subsanar un hiato en la percatación mediante la aplicación del “término justo” pero adaptable de una equivalencia, sino atraer el fermento —sobresalto de aparición reveladora— de la palabra-alma.

De hecho, esa palabra-alma de los mbyá-guaraní, puesto que incluye la no-palabra, lo preverbal o paraverbal o informalescente, es, coincidentemente, tal como requiere ser traducida, una “palabra-valija”. Ahí donde, faltando la precisa noción-experiencia connotada, con sencillez casi ideográfica y para alimento de mayor intuición, una colocación traductora, en efecto nos aporta (transporta).

 

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Aludir a un texto ausente, que no ha sido escrito, o que está habitado por su misma condición de ausencia, a su vez metaforiza (desplaza) la intuición de que el lenguaje no es mera creación humana sino parte de la condición naturante del animal que parla y fabla. Y la posibilidad de que sea la ausencia (eros de la lejanía lezamiano) algo así como el núcleo gravitante y rotatorio de todas las posibilidades, aun las no convergentes. Incluso el hecho, casi sospechable ya, de que toda escritura, cabalístico-calibánicamente, pueda no ser sino una acotación al margen o al pie de un axis esquivo, un textil principal que no se muestra o que destella fragmentaria y jeroglíficamente entre los estratos de un palimpsesto que las sucesivas respiraciones y contactos van borrando al acotar. Un equilibrio de las aguas con el limo. Tender quizá hacia el instante de confluencia imaginal en que todos los textiles conversan, aun sin saberse sus autores, esos presuntos copistas o amanuenses, en aras de provocar acaso una aparición: la del intersticio vivo entre la letra despierta. Ésta retorna a las condensaciones germinales del trazo y la sinestésica concretud de un sonido, básicamente silábico, que el ideograma condensa todavía, y que las lenguas alfabetarias disuelven en transiciones respiradas, como si quien hace uso de la palabra fuese a su vez poseído por las fulguraciones y embestidas de los arrastres que arrojaron ciertos y concretos fonemas en su boca, instrumento ella de una burbuja de embrujo con incalculables efectos posibles. Quizá esa ausencia estructural pueda olfatearse (todas las narices hacen al olifante) como el aire intangible pero continente de nuestros movimientos —gestos, actitudes y por qué no destinos— de bichos del espaciotiempo.

 

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Se abren plexos los perplejos de la posibilidad, o sea la variación, del alien incorporante. Más simbionte que ente/cosa, pero siempre más entrecosa que (incluso) holobiente. Colocación ni central ni periférica mediante (detona en todo caso en acto de entonar) se permite el alógeno agazaparse hasta en zarzas y pulpas y fibras y garras y vetas y rajas. Innumerable al ras de los contactos, despierta como puede los signos estésicos, es decir los matices de impremeditada e incalculable belleza experiencial que las potencias sinestésicas revivifican. Incorpora lo que ignora, aun (y mucho más) si infrainfluyente. Sin del todo saber y por entero ignorar. Hay un esfuerzo de lo nonato por revelarse a la pasión de los efectos sinuosos.

 

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(¿Cuál es el blanco? Se dice “hombre blanco europeo” con la misma facilidad que “página en blanco” o “dar en el blanco”. Los ideogramas para decir distintos modos de la nieve. El conejo en la nieve en un párrafo de una fábula tropical. ¿No hay blancuras mestizas? ¿Blanco no es también “sonrisa de mujer esquimal” o “colmillo de foca de isla guanera del Perú” o “fondo del ojo de niña zulú”?)

 

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El garabato diagrama de elocuencia muda.

El jeroglífico partitura de un pajarístico.

Desplazamiento arácnido de los tránsitos.

Acaso la mano sola enarene sus huellas.

Lo extra, infra, ex, inhumano del fraseo.

Pregusto que el ojo toca al escucharse olfatear.

La indeterminación incorporante.

 

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Quizá la palabra liberada —en trance: entrance— pueda ser aquella incluyente no sólo del residuo ancestral sino del germen que anida, anterior a los efectos residuales, en aquella perplejidad que reúne los sentidos vivos con la inmanencia indescifrable de lo informe. Ahí donde latencia y reminiscencia convergen, como en acto de manifestación intraducible, salvo en retornos asignificadores que asimilaríamos, con un poco de suerte, a una experiencia poética. El poema del mundo, en fin, a escala inmediatamente inmensurable, raíz-relámpago, constituido por las voces todavía carnales de los usuarios anteriores de las mismas palabras, repetidas sin embargo para lo irrepetible mismo, para el sobresalto acaso de una iluminación en lo que reserva de más indescifrable. No la cifra cuyo acceso entrega las llaves del reino, sino la contradicción, la accesible inaccesibilidad. Ahí el fantasma recita el poema por detrás de la oreja del escriba. Ahí el lector resucita a los fantasmas. Se vuelve a la reverberación de los arrastres confiados al reencuentro potencial con el desconocido de sí.

 

 

 

 

 

 

 

 

Puñado de párrafos, revisados y retocados, inicialmente destinados a integrar El Libro de las Diez Mil Cosas (https://holobiente.org/inicio/), un proyecto de creación colectiva (catorce artistas visuales y escritores argentinos) de un libro-instalación, convocado por La Intermundial Holobiente para participar en la 15ª edición de la Documenta de Kassel, Alemania, junio de 2022. La propuesta era generar paratextos e ilustraciones para un texto central ausente: “invitación a rastrear las huellas que dejan las diez mil cosas, expresión que es sinónimo de miríada y de totalidad de entidades existentes en la tradición china”. Sólo algunos pasajes se incluyeron.

 

Este textil será parte de un libro todavía sin título y en preparación.

 



[1] owl in the fence/ against self-defense// apple of the eye/ envelope veil// you came by night/ mare & ghost rider//and took like a hook/ the early life// announcer of the un/ known// old inborn god/ are you turning yeah// what means your signal/ in the final sunrise// which skyband and/ the echo of which witch (https://reynaldojimnez.bandcamp.com/track/owl)

 

[2] Sobresalto, al escuchar en la última entrevista audiovisual de Octavio Paz, conversando con Guillermo Sheridan, la declaración, dicha casi al paso (citada de memoria): “…también escribo con el muerto que seré”.

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