EDUARDO PADILLA – VENUS GIRA SOBRE LAS CASAS

 



                                                                                                                                            deana leawson



 


Fui a la casa del lobo.

Después de varias copas

se levantó al baño

y regresó vestido de ciervo.

O sea que le había quitado la piel a un ciervo

y se había hecho una capa

y un par de botas

que le subían a los muslos.

También traía cuernos

en la cabeza y el pecho;

las puntas tenían

un brillo irisado que se alargaba

en la semi-oscuridad de la sala.

Las puntas de aquellos cuernos brillaban

como brilla Venus por la madrugada.

El lobo hizo un par de contoneos

y yo me paré de golpe

y le planté un beso enorme.

Le embarré todo el labial.

Fuimos a su alcoba.

Abrió la puerta despacito…

con sonrisa lupina

y mano teatral

dirigió mi atención a la cama:

ahí estaba el cazador,

tendido y atado

a las 4 puntas del mueble.

Lo tenía vestido de abuela.

Yo ya no pude.

En ese instante me creció el pelo

con tal fuerza y de tal forma

que me rompió todo el traje.

“Pero qué linda sorpresa”

dijo el lobo.

“Mi abuelo era un perro de Alaska” dije yo,

temblando.

El lobo me tomó de la cintura y apagó la luz.

Entonces la vi frente a mí, del otro lado de la ventana.

La luna llena la cubría con su azogue.

Era la esposa del cazador.

Fumaba una pipa.

Cargaba con un rifle a la espalda.

En su cabeza

un mapache muerto

nos miraba a todos

con ojos demasiado

severos.

Salí corriendo cual venado.

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