Todo está en el poema, pero a riesgo de sonar como el Allen
Ginsberg del pobre millonario, te escribo porque acabo de escuchar que uno de
mis colegas poetas piensa que si un poema mío no se entiende a la primera
lectura es porque yo también estaba confundido. Vamos, yo no
creo en dios, así que no tengo por qué elaborar estructuras tan sólidas.
Detesto a Vachel Lindsay, siempre lo detesté; ni siquiera me gustan el ritmo,
la asonancia, todas esas cosas. Hay que seguir el impulso. Si alguien te
persigue por la calle con un cuchillo, sales corriendo, no te das vuelta a
gritarle “¡Date por vencido! ¡Fui estrella de atletismo en el colegio de
Mineola!”.
Eso, en cuanto a escribir poemas. Con respecto a su
recepción, supón que estás enamorado y te maltratan (mal aimé),
no dices “¡Hey, no me puedes lastimar así, yo te quiero!”, dejas
que los distintos cuerpos caigan donde tengan que caer; y, aunque sea después
de unos meses, siempre caen. Pero no fue por eso que te enamoraste en un
principio, por agarrarte a la vida, así que hay que aprovechar las
oportunidades y tratar de evitar ser lógico. El dolor siempre produce lógica, y
eso es muy malo para ti.
Y no digo que yo no tenga prácticamente las ideas más
elevadas de los que escriben en la actualidad, ¿pero qué diferencia hay? Son
nada más que ideas. Lo único bueno es que cuando me elevo lo suficiente es que
paré de pensar, y ahí es cuando llega el refrigerio.
Pero cómo te va a importar si alguien entiende, o si sabe lo
que significa, o si los hace mejores. ¿Mejores para qué? ¿Para la muerte? ¿Por
qué apurarlos? Muchos poetas son como madre madura tratando de hacerles comer a
los hijos un montón de carne asada y papas con salsa (de lágrimas). A mí me
importa un carajo si comen o no. Comer a la fuerza lleva a la delgadez extrema
(effete). Nadie tendría que experimentar nada que no necesite; si no
necesitan poesía, mejor para ellos, a mí también me gustan las películas.
Después de todo, de los poetas norteamericanos, solamente Whitman, Crane y
Williams son mejores que las películas. En cuanto a la métrica y demás
cuestiones técnicas, no es nada más que sentido común: si vas a comprarte un
pantalón, quieres que sea tan ajustado como para que todos quieran acostarse
contigo. No hay nada metafísico en eso. A menos, por supuesto, que te autohalagues
pensando que lo que experimentas es “anhelo”.
La abstracción en la poesía, lo que Allen comentaba
recientemente en IT IS, es un misterio. Pienso que aparece sobre
todo en esos detalles insignificantes en los que es necesario decidir. La
abstracción (en la poesía, no en la pintura) supone la eliminación personal del
poeta. Por ejemplo, la decisión que implica elegir entre “la nostalgia del infinito”
y “la nostalgia por el infinito” define una actitud hacia el
grado de abstracción en el que la nostalgia del infinito
representa el grado máximo de abstracción, eliminación y potencial negativo
(como en Keats y Mallarmé). El personismo, un movimiento que acabo de fundar y
que todavía no conoce nadie, me interesa muchísimo porque es tan totalmente
opuesto a este tipo de eliminación abstracta que, por primera vez en la
historia de la poesía, se está al borde de la verdadera abstracción. El
personismo es a Wallace Stevens lo que la poésie pure fue
a Béranger. No tiene nada que ver con la filosofía, es arte puro. No tiene nada
que ver con la personalidad ni con la intimidad, ¡ni de lejos! Pero para darte
una vaga idea, uno de sus aspectos mínimos es que se dirige a una persona
(fuera del poeta mismo), así evoca los distintos matices del amor sin destruir
su vulgaridad vivificante, y mantiene los sentimientos del poeta hacia el poema
mientras impide que el amor lo distraiga con el sentimiento por la persona. Eso
es parte del personismo. Fue fundado por mí después de almorzar con LeRoi
Jones, el 27 de agosto de 1959, un día en el que estaba enamorado de alguien
(no Roi, dicho sea de paso, un rubio). Volví a trabajar y escribí un poema para
esa persona. Mientras lo estaba escribiendo me daba cuenta de que si quería
podía usar el teléfono en vez de escribir un poema, y así nació el personismo.
Es un movimiento muy emocionante que sin duda tendrá montones de adherentes.
Pone al poema exactamente entre el poeta y la persona, al estilo Lucky Pierre,
y, en consecuencia, el poema queda satisfecho. Por fin está entre dos personas
en vez de estar entre dos páginas. Con toda modestia, confieso que puede ser la
muerte de la literatura tal como la conocemos. Aunque tengo algún
remordimiento, me alegra haber llegado ahí antes que Alain Robe-Grillet. Al ser
más rápida y certera que la prosa, es justo que sea la poesía la que liquide a
la literatura. Por un tiempo la gente pensó que Artaud lo iba a conseguir, pero
hoy en día, por toda su magnificencia, sus escritos polémicos no están más
afuera de la literatura que Bear Mountain del estado de Nueva York. Su relación
no es más sorprendente que la de Dubuffet con la pintura.
¿Qué se puede esperar del personismo? (Esto se pone bueno,
¿no?)
Todo, pero no lo vamos a tener. Es un movimiento demasiado
nuevo, demasiado vital como para prometer nada. Pero, igual que África, está en
camino. Los últimos propagandistas de la técnica por un lado, y del contenido,
por el otro; mejor que estén atentos.
9/3/59: «El personismo: un manifesto», Yugen N°7, 1961. Aparecido en El placard, adaptado.

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