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jueves, 30 de octubre de 2025

BACKSTAGE: VICTORIA GUERRERO: HAY QUE PENSAR LA POESÍA MÁS ALLÁ DE TÉRMINOS ESTÉTICOS. MAURIZIO MEDO

  


Leía el subtítulo en
Cuadernos de Quimioterapia titulado contra la poesía y esta “advertencia” me hizo retroceder por las páginas de tu obra poética hasta llegar a El mar, ese oscuro porvenir. ¿Cuánto de Victoria Guerrero se pone en juego?

En todo ese recorrido textual, mucho de mi yo está presente, de una tal “victoria guerrero”, que se ha ido haciendo, entretejiendo, a la medida de lo que se quiere decir, o, mejor dicho, lo que no se puede decir debido a las limitaciones del lenguaje. He hecho del cuerpo y de lo biográfico una textualidad que me es imprescindible para poder decir y construir una poética que vaya más allá de lo ya enunciado hasta ese momento dentro de la tradición, que no sé si lo he logrado, pero lo he intentado de corazón y con una cierta insatisfacción, que es casi con la que una nace en estas latitudes si se tiene un mínimo de conciencia de sí y de su entorno.

Como escribió Bernardo Soares –heterónimo del bien querido Pessoa y a quien cito en El mar…: “Para crear, me he destruido”.

De alguna manera, he diseccionado mi ser, porque entendí que solo incendiando la única posesión que tengo –mi cuerpo– podía construir un discurso poético, parapoético, metapoético –como quieras llamarlo– que podía ser usado como un arma de cuestionamiento, que, si bien en un principio fue meramente intuitivo, es obvio que ya en Ya nadie incendia el mundo no lo es.

Allí lo que hay es una gran alegoría de lo nacional, que L. F. Chueca ha leído bastante bien y que, por supuesto, he intentado reelaborarla desde una voz y un cuerpo femenino, desde aquellos cuerpos que han sido opacados constantemente.

Al mismo tiempo, la migración es una experiencia límite en muchos casos, más aún cuando, en este país, no existía para los miembros de nuestras generaciones ninguna expectativa de vida vivida sino era rozando con la muerte o la miseria de la sobrevivencia.

Todo eso también te lleva a extremar el lenguaje al punto que la vida misma entra, porque sientes que todo debe estar para poder darle un sentido a la reconstrucción de ese yo.

Es un mecanismo de doble vía: me expongo en el texto para poder reconstruirme en la vida.

El arte lo entiendo no en su función meramente estética, sino también política y de una mínima restitución simbólica de todo aquello que se nos demanda día a día. La poesía no sirve para nada, entendido esto, pasas al momento en que la poesía te da todo: caminos para enfrentarte, para aliviar, para hermanarte.

En la voz de aquella “vgp”, hay otros sujetos que están operando detrás de ella y quiero creer que, a su vez, cuando tengo el privilegio de que me lean, en ellos se está operando la misma disidencia y la misma hermandad, el mismo horror frente al poder y la lucha por una vida bien vivida.

¿La voluntad por construir la ficción desde la entraña (mientras se afirma y disuelve la biografía) podría ser el argumento del subtítulo contra la poesía?

Yo diría, más bien, que hay un hartazgo de poesía, en el sentido de que he llegado a palpar sus límites, debido a que la vida misma se nos presenta con tal violencia que seguir en pie de guerra, seguir hablando desde aquello que tú llamas “la entraña” ya no es posible, porque, en Cuadernos de quimioterapia, la guerra hay que pelearla en la vida misma, y la poesía es un lugar ya poco posible para entablar esa serie de disidencias. ¿La he jaqueado hasta el punto del bostezo?

Pero siempre “desde el piso de lo real” en donde las superficies son “reabsorbidas” a través de diferentes planos y niveles del habla.

He intentado expresar esta habla desde diversos niveles y, para ello, me he apropiado tanto de la técnica surrealista y del expresionismo como de citas y nombres que me ayudaran a construir el sentido de aquello que quería expresar.

Por allí escuché una crítica de que Berlin estaba lleno de citas y dónde estaba “mi poesía”, mi voz. Esto me provoca una media sonrisa, porque se trata de una estética del descubrimiento, pero no es un juego en el que expongo al lector a descubrir las citas –si las sabe, bien, puede ayudar; pero no es imprescindible–; me interesaba más lograr alcanzar el sentido, sin importar que fuera con palabras de otros, con lecturas mías, con prosa, con poesía, con una conversación callejera, etc.

Todo era material reciclable, los poetas los hacía míos en su sentido más personal y más amoroso: por fin, cada verso suyo era mío en mí, tal como siempre añoré.

De allí la construcción de estos niveles a los que aludes y, por supuesto, también estas ensoñaciones, que están emparentadas a cierto nivel de locura: la locura como parte de la vida –o de mi vida– y de la poesía.

En Cuadernos de quimioterapia, en la primera sección, Contra la poesía, escribes:

 

Estamos cansadas de tanta Poesía

Felizmente ya cerraste el pico

Ahora te haces pis

Te haces la valiente frente al público

Alguien tiene que decirlo y es verdad:

La poesía de mujeres es ridícula hasta el hartazgo

Telenovelesca como nuestras vidas

Dura penetrable penetrante

Los Poetas son melindrosos ante la poesía de mujeres

Sobre todo la que habla de penes y vaginas

¿Crees que, en determinado momento la ‘poesía de mujeres’, al menos en nuestro país, se banalizó hasta el punto de la ‘telenovela’, ¿por qué?

Lo que pienso es que lo que llamamos “poesía de mujeres” o el movimiento que dio paso a una voz femenina en la poesía peruana ha sido excesivamente criticado y, yo diría, casi repudiado por una buena parte de la crítica (la crítica en su sentido más amplio, no solo la especializada, sino de lectores en el pasado y aun en el presente: “los Poetas son melindrosos ante la poesía de mujeres”). Incluso, lo que ha logrado, a la larga, es unir a un grupo diferenciado de poetas que ahora casi nadie individualiza.

Obviamente, esto me toca en lo que me tiene que tocar: “he sido ungida como una niña” (CdQuimioterapia). Entonces, me incluyo también en la pregunta que planteas y en la cita misma. Es una pregunta sobre mi genealogía como escritora.

¿Pertenezco al grupo de la poesía escrita por mujeres?

En cierto sentido, sí y, en otro, no.

No puedo opinar sobre la poesía obviando el género del sujeto que escribe.

Me importan ciertas reivindicaciones desde el género y creo que a toda mujer deberían importarle y más en este país.

Esa también es otra lucha constante.

Así que preferí hacerla más explícita en este libro: ¿cuál es mi origen?, ¿con qué tradición conectarme?

Me conecto con Vallejo, con JRR, Apollinaire, y soy feliz, me emociono, verdaderamente, y luego leo a Ollé, a Eleonora Carrington, los diarios de Anaïs Nin, al primer Zurita, a Diego Maquieira, a Diamela, y me siento allí, estoy viva allí, con mis dudas y mi telenovela frente a una estética audaz, que intenta punzar un paradigma, que, en nuestro país, es altamente conservador.

Mi generación y las anteriores han –hemos– sido educadas para actuar como las heroínas de telenovelas, con llantos y cursilerías baratas, etc., y es una demanda que se nos hace y que se nos quita en determinados contextos.

Ahora, como mi generación llegó al mundo con la liberación de los años setenta, entonces, lo que hay en el mundo intelectual es esta disyuntiva constante entre ser una feminista educada –y que te miren con el rabillo del ojo– o creer en la pretendida igualdad entre el hombre y la mujer, pero cuando llegas a casa es donde las papas queman.

Es una cuestión bien compleja.

La escritura, el arte en general no puede eximirse de ese cuestionamiento.

En otro momento señalas: (Es verdad cada régimen posee su escritura) ¿Cómo sería el régimen poseído por tu escritura?

Esa frase es de Barthes y la cito porque me interesa indagar en el poder, es decir, cómo cada discurso de poder elige una escritura muy particular para transmitir, gobernar y controlar ámbitos políticos, estéticos e incluso muy privados, como los cuerpos mismos, y la manera en que los patologiza o los elimina cuando le son problemáticos.

En una fantasía megalómana de un régimen poseído por mi propia escritura, este sería un espacio liberado, despojado de tanta escritura insana y autoritaria (racismo, segregación, mezquindad, etc.), para dar paso a un régimen de la audacia creativa y la imperfección del cuestionador inteligente, apasionado.

Leí sobre las circunstancias que pudieron originar la idea para referirte a una quimioterapia (y toda la farmacopea que está alrededor de ella) pero no dejo de pensar que, al mismo tiempo cáncer y quimioterapia podrían estar constituyéndose en las metáforas-eje sobra las que giran el libro. Es decir, dos mascaradas dentro de esa poética que ‘testimonia sin metáforas’. ¿Te lo has planteado?

Hasta el momento no lo había pensado tan abiertamente, así como me lo planteas, pero un cierto camino hay, de hecho, en las citas que aluden directamente a esta demanda de “renovar la poesía” cuando sufre el embate de ese léxico farmacológico.

La poesía se muestra como un cuerpo abatido, que debe ser auscultado, irradiado, pero también le llevo su helado de chocolate, se lo come feliz y luego lo vomita. La poesía como una paciente enferma, un cuerpo femenino en crisis.

Esta idea me daba vueltas, pero es, a la vez, una gran y triste ironía, porque todo lo que implica el régimen con que se trata esta enfermedad constituye una real crueldad.

¿La poesía puede ser sometida a esta auscultación sin sufrir daños colaterales?

Creo que no, por eso prefiero el exceso o el silencio.

¿En nuestro país la “literatura” podría ser el cáncer de la poesía? Te lo pregunto en base a una conversación con Jerónimo Pimentel en la que declara: “La sensación que tengo como lector es que la poesía peruana está atrapada en su propia tradición y que no ha podido dar un salto cualitativo en por lo menos 40 años, cuando Hora Zero postula el poema integral”. Esto implica que para algunos creadores la poesía tal cual la entendemos es un espacio si bien libre, visitado y revisitado.

Si pensamos a la literatura en su sentido más tradicional y de inmanencia, sí.

Es un hecho que hay corsés que imposibilitan la ruptura, porque, particularmente en el Perú, hemos sido educados con el peso de la Tradición; por eso, más arriba te decía, que como escritora y como mujer es un papel que me cuestiona doblemente, pero también creo en las posibilidades de ese cuestionamiento, es decir, en la medida que nunca podremos pertenecer abiertamente, sin miramientos ni sospechas (ah, “es una poeta a tomar en cuenta”, “medio feminista”, “gorda, flaca, tonta”, etc.), al canon, es una ventaja de la que me he valido en los últimos diez años.

Me he sacudido del formalismo con que me eduqué en los años noventa, porque allí pesaba la tradición, la palabra exacta, etc. El canon es un referente más en la medida que me apropio de él en un sentido personal, de posesión de los versos y las palabras, es decir, para hacerlas mías, debo traficarlas. Pienso que es allí donde la poesía puede abrir una veta importante, un movimiento arriesgado en diálogo con otras tradiciones.

Hay que explorar otros lenguajes y otras tradiciones más allá de la cultura occidental, más allá de nuestra pequeñísima vida limensi.

Tampoco me gusta la idea de encasillar a un escritor en un “género literario”, eso me parece bastante conservador; a veces la situación te demanda otro tipo de escritura o escapar de un formato.

Por otro lado, creo que debemos dejar de pensar en términos solamente estéticos el por qué, desde mediados de los ochenta, la poesía peruana da vueltas sobre sí misma –si es que esta afirmación es válida, otros podrían decir que se trata de otro momento–.

Debemos pensar en términos políticos y económicos también, es decir, cómo la violencia y luego la dictadura fustigaron y estigmatizaron todo espacio de cultura hasta arrinconarla.

En ese camino, ¿por qué la crítica no se adaptó a los nuevos tiempos? No creo que sea la única tradición que esté en crisis. La posmodernidad, además, es un discurso que ha puesto en jaque muchas poéticas (y el arte en general), puesto que ya no es posible “matar al padre”.

Entonces, ¿cómo vas a refundar sobre aquello que no puedes matar, pero tampoco te identificas plenamente?

Solamente puedes hacerlo a partir de la exploración y la reconstrucción de cuerpos (textos) incompletos, mutilados, pero siempre deseantes.

Ojo, no digo que la escritura de una mujer sea una respuesta (no creo en purismos a partir del sexo, creo en el posicionamiento de los sujetos), lo que afirmo es que una escritura disidente sí lo puede ser.

 

 

 

martes, 28 de octubre de 2025

RÓGER SANTIVÁÑEZ. INÉDITOS.

 

                                                                                                                                                                        fotografía de Nadia Sharova



Alana [ rumbo a Barranquilla ]

 

1

 

Por las frondas reino soleado

Son cabellera o cintura / el cielo

Azucarada estela perfecta

Sobre intocado frescor en

Los fuegos recuperado afán

De sonreírte sin calzón por

La suave & preciosa silva

De tu nombre guarda

 

Resuello de soledad &

Oscura fragancia en la

Limpia embrujada cuyo

Jazmín todavía se recrea

Chiroca / meses de frutas

Cantos recordados & estambre

De tu corazón

 

Dime esa pluma que

Llevabas desnuda en tu

Orejita / si aún refleja

El reverso de tu íntima

Ternura / abriga esos bordes

Con que amarte en minifalda

De blue-jean / códice

De incertidumbre

 

2

 

 

Pórticos secuaces abren las

Fauces recorriendo resplandores

Recientes renovados al son

De la marimba plástica

& la mandolina crinolina

De la infancia feliz

 

Se saltan las puas finales

Soñando pubis angelicales

Vidente en el fondo de la

Noche oscura del alma

Llena de brisas quiméricas

En el mazapán de su

Madrugada

 

Por fín las dunas acrecientan

Sus soleadas soledades

& las estrellas se vengan

Con el brillo del payaso

Azul de los cuentos frac

Asados

 

Secretos perdidos en la

Piscina de tus nalgas

Hubo diosa pero ya no

Quiere

 

3

 

Volátil la suavidad melancó

Lica en sus pajarines desasidos

El mar & oscuras estelas

Son risas para papisas

Desvestidas sin mácula

Sin roche en los huecos ins

Tantáneos imbricados

 

Nada enciende la luz ama

Necida en el rocío de Lima

Es tan solo su soledad

Prístina en lejanos arenales

Apareces como un sueño

Surtido en miríadas de

Flores calatitas intactas

 

Había chiroca o choqueco

En bautizos de floresta chu

Lucanas tránsito de avis

Pas mortecino atardecer

Mariposea en tu memoria

Sin truza roja de sentido

Siente silente su postura



4

Meandros titubeantes deslizan

Panales enmielados son el

Pálpito que late en tu te

Quiero & el petate vuela

Volando en tu jean ajustado

O cuello de cisne sería

En cuatro que voltea

 

¿Quién sabrá si el anillo

Vibrátil se aposenta en

La majada honda de

Ti misma? Dime

Si esta poesía llega

Al claústro & hace

Quorum que mora

 

& enamora morada en

La chicha baiada entre

Las márgenes de píndaros

Dadivosos suculentos si

Nuosos en tu celestial

Vaivén inusitado

Nunca raca

 

 

 

 

 


Róger Santiváñez nació en Piura, ,costa norte del Perú. Estudio Literatura en la Universidad de San Marcos de Lima y obtuvo un Ph.D. en poesía latinoamericana en Temple University. “Comunión de los santos” [Libros de la Resistencia, Madrid 2023] es su mas reciente compilación poética. Fue profesor en Princeton University, Drexell University, Haverford College -entre otras- y actualmente vive a las orillas del río Cooper, sur de New Jersey, dedicado a la escritura y al estudio de los lenguajes de la poesía.


jueves, 23 de octubre de 2025

FLIP: CARLOS LÓPEZ DEGREGORI & GREGORY CREWDSON


DEBILIDAD PRIMERA

Por la rendija púrpura del amanecer se asoma Nuestra Señora Aparecida. Primero el velo, luego los ojos húmedos por el frío matutino, después la nariz recta, los labios delgados para no caer en tentaciones. Te besaría, pero no. Te ayudaría a vestirte, a disponer la alfombra nubosa de pequeños ángeles como en los cuadros de Murillo, pero no. Me exalto: Me rindo: Me arrojo como un clavadista en la inmensidad transmarina para alejarme de ti. Es como el envenenador que no puede cumplir su tarea mortal con la víctima elegida y toma él mismo el veneno. Luego se sienta a esperar, a contar sus espasmos y nauseas, el fuego griego que lo recorre. Protégeme para protegerte, Señora Aparecida. Haz que me manifieste muy lejos esta mañana:  haz que me deshaga. Primero el cabello, luego los ojos húmedos en la luminosidad púrpura del amanecer, la nariz, los labios agrietados: el helor que pinto en este lienzo.


DEBILIDAD SEGUNDA 

Golpeo mi pecho: suena hueco o colmado según el lugar de las costillas, según el esfuerzo de mi amor. Son tiempos enrarecidos y debemos emprender una nueva cruzada. Van a surgir sectas, prodigios, enfermedades indignas, caballeros vestidos de hierro y sangre que no verán Jerusalén. En las calles de la ciudad corren mujeres desnudas y señalan el cielo: las miro y siento en ellas mi amor voluptuoso por la Virgen. Sufro de temblores que me arrastran a un recinto impreciso, de allí regreso con visiones. 

Cuando por primera vez le encargaron a Bernardo que predicase, se arrodilló ante la Virgen. Oró durante horas hasta quedar dormido y en el sueño ella vino a buscarlo. No dijo una palabra, solo retiró su manto y le ofreció el pecho. Lactatio Bernardi. Con la leche santa recibió el don de la elocuencia. Qué habrán sentido los labios y la lengua de Bernardo. Pienso en madres y nodrizas, en el cielo combado a punto de entregarse, en antiguas novias a las que me acercaba con temor. Qué descubrí la primera vez que acaricié un pecho y puse mis labios en el pezón. Era una muchacha delgada y burlona y me pareció sentir en el tacto pequeños montículos de arena. Más tarde fueron dunas para enterrarme, para rodar hasta un espejo de aguas antiquísimas, colmadas de légamo y peces extraños.

Lactatio Carli. No eres San Bernardo. Ah, viejo amigo, no hay golpes en tu pecho que suenen colmados o huecos. Ningún pezón. Ninguna elocuencia.


ÚLTIMA DEBILIDAD 

Siempre encubro al sexo con historias que son al mismo tiempo transparentes y herméticas. Cuando el yo se desvanece empieza el mundo, pero en mi caso se interpone un lienzo genital. ¿Es desasosiego, veto, una joroba vergonzosa? Simulo que hay cuerpos afuera y no les temo: puedo volcarme en ellos. Cubro el lienzo con sus siluetas, les ruego que dancen en un teatro de sombras. Cuando acabó la única función a la que he asistido del Teatro Negro de Praga, ingresé en la sala vacía. Ya no estaban los actores, ni las personas encargadas del orden y la limpieza. El recinto estaba a oscuras y solo distinguí un resplandor que se abultaba en las cortinas. Así es mi falo, pensé. Teatral, descompuesto por los prismas de sombra y luz que refractan fantasmas. Hasta los 20–25–30 años, mi sexualidad fue frugal, expósita. Tengo recuerdos opacos de los 35–40–45. A los 50 descubrí un placer más hermético que transparente, envuelto en telarañas y pañuelos de seda, herido por la luz. 

Un falo umbrío, las respiraciones peliazules que invaden el cuerpo. Siempre están allí: me exaltan, me impiden. Lleno este último lienzo con falsas confesiones que a nadie le importan y las sombras aplauden en las butacas del teatro. Mis ojos son prismas expertos en la descomposición. Seguramente moriré de omisiones, de erotismo borroso, de risa, de cáncer, de cuchillo. 

Ah, hombre débil, es intachable el relato que has referido

                                                                    (De Cuaderno de debilidades, 2023)


PETRONIO SE DESANGRA EN LA BAÑERA

El agua tibia llena casi tres cuartas partes de la bañera de mármol. Los cigarrillos están cerca, la caja de fósforos, el vaso lleno de vino de Triverno. Su color contrasta con las nubes de vapor, con las resinas higiénicas. Se proyecta al futuro de un 2 de mayo del 2023. Fuma porque ya se conocen el tabaco, el cáñamo, el opio. Bebe y se reclina un poco más. Resbala o cae. Hay que desaparecer, tornarse invisible. El agua ensangrentada llega hasta los labios, se confunde con la lengua que se mueve indócil.

Petronio, he venido para acompañarte en este suicidio bautismal. Enciendo las últimas hebras de marihuana que me quedan y sigo el vuelo de las criaturas celestiales en los nueve coros del baño. No soy un Trono, ni un Querubín, ni un Serafín: apenas un Ángel cascado que ocupa el nivel más bajo de la jerarquía: un Libertino pusilánime, solipcista, que se resigna a sus fantasmas. Temo las transgresiones, los sexos que parecen mariposas nocturnas, los vellos, el sudor en la nuca de los arrodillados. Nunca adulé a Nerón, ni asistí a una cena de Trimalción. No coseré y descoseré mis venas a voluntad para dosificar mi muerte.

De Libertino mayor a falso Libertino, sigo las burbujas de tu sangre en la bañera. Me traslado de Lima a Cumas. Es el año 66. Petronio, no he leído los dieciséis libros de tu novela descomunal, pero hoy revisé la biografía que imaginó Schwob para ti y vi de nuevo la película de Fellini con mis ojos de adentro y mis ojos de afuera. La música de Nino Rotta llenaba la habitación. Cerca de la medianoche entré en la bañera para entregarme al esfuerzo de las respiraciones cada vez más espaciadas. Inhalación, exhalación como el martillo sexual de una galera. Los remeros encadenados sufren, se esfuerzan. Saben que la nave se hundirá. 


Mis pulmones flotaban ingrávidos, mis ojos apenas distinguían el entorno girante. Me incorporé. Finos hilos de agua enrojecida caían de mi cuerpo y formaban charcos. En las losetas del piso quedó este epigrama:

Oh, Libertino medroso,

Tuyo no será lo que ardientemente deseabas:

Marca esta noche con una Piedra Blanca.




EL DIOS HAMBRIENTO QUE ADORAMOS

Un gato come un cuervo en las ruinas de la Via Appia
El cuervo come una masa de hojas, avispas zumbantes
Un centurión, tú por ejemplo, come un gato
son tiempos difíciles
el alimento escasea
debes devorarlo a solas
para que no te lo arrebaten
Y cuando los gatos desaparezcan, comeremos cuervos
Y cuando no haya cuervos, hierba orinada
          avispas amarillas
          de cristalinos aguijones
          que duelen en la boca
Después nada volará
          nada graznará
          no oiremos pisadas en los jardines secos
          caerá el imperio romano
          saquearán las villas y templos
          encenderán antorchas en el sexo de las mujeres
Y nuestros intestinos se enredarán
se estremecerán
se ovillarán
serán túneles menguantes
del dios hambriento que adoramos


VERDI È MORTO / NOVECENTO

Verdi è morto, grita el bufón. Se enreda ebrio en los arbustos y hierbas: Verdi è morto. La edad de oro de la ópera terminó, cayeron negras las cortinas y ya es 1900.  Cien años después, yo también viví mi cambio de siglo con un sombrero de lenguas de tela y cuernos con cascabeles. Trastabillaba en 1999 con mi traje abombado de rayas amarillas y rojas. Entregué al fuego Aquí descansa nadie: mi contra-ofrenda al tiempo fascista: mi ceremonia de adiós a todos los fascismos existenciales, corporales, a todos los racimos de sombra que son gente. La ópera no me gusta: es grandilocuente como las sinfonías. Prefiero la música de cámara, las sonatas. El recogimiento de unos pocos músicos que se refugian en un sótano. Verdi è morto: un tropel de violines y gargantas haciendo temblar el teatro. Encendí fuegos artificiales en 1999. Bebí. Ensayé un baile funambulista.  La noche del fin de siglo era una gallina amarillenta y carmesí. La desplumaron con ron ardiente y el olor nos alcanzaba a todos. Hirvió esa madrugada del 2000 mientras yo era el nuevo mensajero que corría ebrio por las calles. Gritaba con los labios manchados de pólvora y sacudía mi gorro de cuernos con cascabeles. Verdi è morto. Mi amada Roma invisible è morta. Tu fascismo con enormes piernas de gallina è morto. 


                                                (De Entre dos fronteras, 2025)


miércoles, 22 de octubre de 2025

REYNALDO JIMÉNEZ. LAS SUBROGANTES ROTATIVAS








Piedad para las palabras perdidas, para las prohibidas y las exhibidas
en las vitrinas de las guarderías decapitadas de la Gran Capital.
Para las piedras de las palabras mientras tiren parabajo, la fiereza
o sotto voce del susto padre que agigantan, con retraso de siglos
hasta la sien dividida del que les oye el semillero ciegamente.

 

Piedad para las impiadosas, las del verdugo implacable
que nada dice y se las traga, microcrocante inquisidor
les paladea el estertor de unos silencios allá debajo mientras
duermen los asesinos sin descanso en lechos plácidos de ternura
en el aura de faunos. Para el estupor esperanto de esas razzias

 

que simulan el efecto de un rebote contra los verdes muros
de la prisión. Para el depósito de filtros por las palabras que sacudan
el ansia anciana de los lomos erizados sobre una estepa de indómitas,
provocadas hasta la náusea que las habita, hasta que caen rendidas
ante el tótem de nadie, al pie de la edad de piedra del eterno

 

retorno que no se escucha. Que no da escucha.
Pese al griterío reinante, nunca devuelve el entorno a su anular.
Granangular que podría estar cazando, a su modo, una mancha
en el recodo sin llegar a preguntarse por qué cada todo tiene que rimar

 

entre demoras de esta vez, odiosos dioses destrozados por las olas
de su propio amor, canal de parto en panestéreo con la espera,
porque la rima sube desde abajo folicularmente dispuesta a darse
sin esperar a cambio esa conciencia que la separe de su misterio.

 

Se sepa o se pare, se parece a la persona que dispara de su cara.
Pero la espera se reitera, acicala con marcas prenatales y cáscaras.
La carca que está cerca siempre recuenta, pierda o no pierda
el guarismo que la aguarde o argumente: qué se siente, le preguntan

 

el paso subsiguiente, los de arriba, o a su ladino lado reprendido.
La lámpara de Aladino está en la mesa, patas arriba, manos arriba,
adónde se arriba es otra cosa que no se descuenta, mientras aumenta
la presión de los mirares sobre los ojos latos todavía secos, acaso tensos,

 

que van mirando sobre la hora aquellas olas
que les convienen en cuanto asaltan la perorata
que las dilata al infraneto intocado cuando se alargan
que son las sílabas de la guirnalda de sangres que llega al río.

 

Piedad también para las procuradas, malversadas de fondo, finiquitadas
del sitio de su raicilla de flámula, es decir, diríase, qué digo, digno hijo
de la pérdida que se enrosca a las figuras subversas que se frotan
las antenas de las patas, viceversas… Pero para las implacables, sobre todo,

 

remitirlas a una cuna que flota como antes el feto en el crisol de la crisálida,
y antes el cuajo metamórfico y los testículos del viejo anterior a todo viejo,
y la fragancia alucinatoria de la antigua vagina de la abuela prima, la niña
primera y el primer amor y el zángano celoso de su rol y el río que devuelve.

 

Y el reír que se revuelve. Y los ecos que residen unos nidos de aventura,
sin más duda que la que surja de nos mismos recovecos los que recorren,
arterias de laberinto inconstante que se apura sin embargo en escaparse
de los pasos uno a uno que se buscan, ahí dentro, de las Indias, conejillos.

 

Para el ojillo de la letra que se atraca en una cepa de lacres al derretir dellas
palabras que eran términos que nomás eran minas que estallaban al tocarlas,
cuya piedad del tamaño de un rubí se hubiera perdido, si no, en las veredas
cuasi solas, u oasis.

 

Y así cómo es que se pasa a otra zona del racimo vislumbrado, con la horda
de asesinos a la siniestra del signo, tacho, alambro, alambiqueo pero sordo
a los destinos que la hoja ajusta por su parte de reverso siempre aladotro,
allá engordan las murallas y prosiguen Alah las aldeas en llamas, llaman
lesas aldehuelas a su hontanar adormecido por el bochinche de los roces.

 

Qué manera de estirarse sobre sí misma, la fuga pasando por la boca,
se consuman las maneras como ritos de pretribus que no capturarás.
Qué eraman de rarseesti breso sí mamis, la gafu andopas por la cabo,
se mancomunan los mirares de a poquito cual si fueras sin afueras.
Tiros de retribuciones como si un pito o pepino importara consumar.

 

Como si les importara un objeto al monocromo digiriendo que consumen

mientras la tercera persona les queda incómoda y se ponen la uno o la dos,

con un penacho de rancheríos subcutáneos actuando en la macumbamella,

en la cumbre primeriza que se cubre con las ciudadelas del momentótem:

las palabrasas del tormento amormentan, relámpagas en que ya se ven.

 

Por la insomnia del vendaval se vienen a vengar de los atrapalabras,
mirilla de las linduras detrás de la cual observar con vera mirada hurí,
ojo la cerradura del trampantojo abre y no duda al laberinto diminuto,
hace al detalle de la manito el entrevero en fibralescencias, la filigrana
las desgrana de a una en la cascada que saca sin dar puntada sin hilo,

 

pero por la cual describo esta situación en la que me he perdido,
para encontrarle la vuelta al sucedido o hasta no neutra encontrarte
en la revuelta incógnita de signos de hipnótica ignosis en que también
te perderé, menteterna, junto a tu voz desleyendo sin fondo tal silencio.

 

Se podría eso parecer subespecie una despedida, formulada
ante los juicios volátiles de los expertos en perderse cada vez
mejor, o sea más, en esos pasadizos dizque levadizos puentes
almenas y trasfuentes simultáneas en un tríptico flamenco,

 

adonde se palpan a las claras al ras de epifanías velocísimas
las mascarillas subcutáneas que emergen a las rastras
por la cara de un destino reencontrado tras umbrales
que no se empujan ni se aprietan ni se visten ni desnudan,

 

solo mudan con la marea, por cómo la mano viene, suelta
en el tiempo, homogénea como un aerolito de las edades,
todas mezcladas, vueltas a mezclar, con la baraja de mitos
y los infinitos infrafinitos que son palitos mucho más chinos

 

y mucho más chicos y muchachitos y mucha cita a ciegas
distrae de ser un poco cada día, el que saluda con la mano
marchita diciendo adiós mueve un tanto el aire para su lado,
pero lo pierde apenas cruza los paneles de Katsurâ, laja a laja.

 

Helechos crecen en grises devorados por reírse
de lo que había encima del plinto, pequeño
como la muerte que se atesora al revés de todas
las riquezas, aun siendo muchas, mudas, musas.

 

Chito es shhh. ¡Musa! Es una vieja
transitoria. La de siempre, la de antes de calcarte
y la de antes de antes de entrencontrarte, junto
meras pieles de escrituras portátiles al tacto.

 

Piedad es otra mueca de calar la boca. Pero
a quién le toca golpear la próxima puerta para
ver si de dentro es abierta y cuánto incorpora
el apuro aquel que se introvierte, sacabocado
en la comisura, la cual muy mosca se queda.

 

La cosa, como se sabe, está supersucia y se suicida
con cierta frecuencia que no es poca cosa, sino sin
rosa de poder concertar con cernida esciencia,
aquella que a nadie pertenece, y viaja sola, sin
planeta, por estrellarse en las rocas tarpeyas

 

que son ellas, nada menos, que son bellas que son elfos,
nadan ciegos, son las ninfas los fuegos, golfos, foscas,
tropos, propósitos, atroces salvoconductos, bisbiseos,
miras, páramos, polvos, secreto a voces de las que apenas
pronunciadas disuelven la anarcoboca

 

del testigo, que no acierta a dar el tiro ni se aquieta
con la calma subitánea del alma en pena que se esconde
debajo del mueble de otro tiempo, casi quebranta, cruje
la osamenta anaconda
del anfibio silencio.

 

De la biofobia directriz que encinta cicatriza.
De trizados correveidiles evade el desvío.
De la violencia matriz que corre por su vida.
Invernadero del ensueño simultáneo al almácigo
que con ceguera transversal acaricio, ido en vicio.

 

Se me sale la piadosa marea del resquicio.
Son espinas por el delta sanguíneo a mil.
Se espera en cualquier momento alunicen
en algún satélite del corazón, para plantar
esa guirlanda de banderines que sirva

 

de alimento al viento, el cual no es un solo,
por supuesto, pues proviene de los puntos
que circulan, de manera que acá a la espalda
se dejan soportar como ricos herederos
de una fortuna hecha a base de letreros

 

tras los que advierte una voz escondidiza
de goce, y ese furor que fuera una fiesta,
esa orquesta de insectos en la noche
que precede al otoño por los oros ariscos
en un poroso tan móvil que el ánimo salta.

 

Y está en el aire decidir cuál de lagrimales
sería el estéril menos. Y darle soga al arrastre
de aquellos animales que enrarece el clima,
desastre aparente de las formas y sus lagunas.
Algunas hormas hay que asumen o asustan palabras

 

que usan y abusan un tocazo de nuestros otros,
hasta percudir entre las sacudidas viudas del vaivén
ese derrame que se dibuja en el órgano irrigado
por el uso. Que lo que saque de casillas al usuario
será el hecho en acto de su acatamiento hasta acá.

 

 


Este poema pertenece al libro Saltinstante, si bien concluido circa 2018, todavía inédito.


Reynaldo Jiménez nació en 1959 en Lima, vive en Buenos Aires desde 1963. Libros de la Resistencia (Madrid) ha publicado hasta ahora tres volúmenes de Ganga, su obra poética reunida (2019, 2021 y 2025). Ha traducido, del portugués, entre otros, a Haroldo de Campos, Paulo Leminski, Sousândrade, Josely Vianna Baptista, Arnaldo Antunes, Jorge de Lima; del francés, a César Moro y Francis Picabia; del catalán, a  J.V. Foix. Ha publicado compilaciones de Néstor Perlongher, Gastón Fernández Carrera, El libro de unos sonidos. 37 poetas del Perú y la antología de poesía superrealista La maleta argentina. También publicó diversos ensayos, entre ellos Reflexión esponjaEl cóncavo. Imágenes irreductibles y superrealismos sudamericanosArzonar (sobre Vallejo, Abril y Moro) y Filia índica, textos y fotografías de un viaje a la India (con Gabriela Giusti). Codirigió la editorial y revista-libro tsé-tsé (1995-2008). De próxima edición: Acéntricos. Poesía en el Perú de la década de 1920. Sus grabaciones pueden escucharse en: https://reynaldojimnez.bandcamp.com/

miércoles, 15 de octubre de 2025

MAGDALENA CHOCANO. RUIDO CANÓNICO VERSUS POESÍA

 


El trabajo de la poesía en la materia de las palabras es un lance lento, a veces acelerado por la irrupción que recibe el nombre algo desgastado de inspiración. Los poemas son la prueba última de este trabajo, y al leerlos lo que tenemos ante nosotros la mayoría de veces son unas pocas líneas, los versos, dispuestas en un papel en blanco que podemos murmurar,  leer en silencio, o francamente declamar. Este acto concreto, sin embargo, necesita una especie de silencio, que no debemos confundir con la reverencia religiosa, ni con un ceremonial por muy laico que se quiera; es un silencio activo para absorber las palabras escritas en una hoja, o quizá, con más suerte, las que va recitando algún/a poeta con mejor o peor entonación. Se parece más al silencio que practica el que afina el oído al oír un concierto.

Hasta qué punto los comentarios de poesía propician esta disposición es muy discutible, pues las más de las veces los versos quedan sepultados por la artificiosa preocupación de crear taxonomías, inventar genealogías de influencias prestigiosas, legitimar «escuelas» o tendencias y cosas afines. Toda esta actividad no necesariamente conduce a la mejor lectura de poesía. Es más bien un desvío, un ruido, una interferencia. Ejemplo de ello son numerosas reseñas de poesía publicadas en Babelia, el suplemento cultural del importante diario español El País. Al leerlas podemos enterarnos de las manías y preferencias del reseñador, pero apenas si lograremos entresacar un verso del poeta reseñado.

En el Perú, últimamente algunos medios periodísticos han identificado la crítica de poesía con la idea de formular un «canon». Los esfuerzos en este sentido son en realidad intentos de hacer que la poesía entre en el redil literario de una buena vez. Convertida en un bien cultural, podría ser gestionada, vigilada como una especie de patrimonio, domesticada como parte de un «capital académico» o «intelectual». Pero hay algo en la poesía que justamente se rebela contra este proyecto, y eso es lo que debemos asumir de su práctica y de su lectura: esa dimensión de tiempo no sometido al exaltado ciclo del capital diversamente adjetivado; esa exigencia de cortar con el ruido para poder penetrar en su dominio.

La precariedad misma del ámbito poético, definida por la dificultad editorial, que es básicamente la realidad de una circulación no mediada por el mercado, indica a las claras que la poesía en este momento del desarrollo capitalista es uno de los «objetos» más refractarios a convertirse en capital, lo cual, bien mirado, es un motivo para una cierta esquiva felicidad, pues afirma tenuemente la posibilidad (¡aún!) de un arte gratuito, libre, que incluso brota indiferente al maniático circuito mercadotécnico. «Aducir» la poesía como un argumento para ocupar un espacio cultural exige ante todo desoír los poemas, si bien eso (¡precisamente!) puede llevar al triunfo literario de un poeta o de grupos enteros de poetas. La poesía no es cultura, ni es discurso; tiene cierta relación con estos ámbitos pero los sobrepasa y los elude, por eso mismo la poesía dificulta, traba y repele la formación de «capital cultural». Que haya interesados en establecer un canon (¡nada menos que poético!) que proclamen también su condición de poetas, es un dato de poca relevancia para la poesía, aunque pueda interesar a la sociología como indicio de la alienación que fomenta el mercado cultural-literario. Y es que la poesía no vale nada.

Fotografía de Julie Blackmon

sábado, 20 de septiembre de 2025

teaser: UN FUEGO COMO EL MAR. VALESE


foto de alex prager

Un fuego como el mar son 5 años de poemas sueltos, a veces perdidos entre cuadernos y miles de hojas escondidas en mi habitación que, en El Laboratorio, se transformaron en libro. 

Hablo de una verdadera transformación porque no se trata de una lista de poemas: trabajé a conciencia en una estructura coherente que más de una vez necesitó de textos nuevos que fungen de lazos. 

A veces, estos se transforman en máquinas del tiempo que me trasladan a ciertos rincones de mi memoria aquí retratados, como fotos, páginas de diario y confesiones varias de la vida cotidiana. 

En principio se trata de textos de amor, desamor y los delirios que degeneran el camino en un entorno conservador.
Hay crisis romántica, pero también social y política, que empujan por ser escritas ante el miedo al olvido.

La nostalgia es el precio de los buenos momentos.

Valese


En el colegio nos miraban miedosos

No se podían defender de nosotras

Mi dispiace, dicevano

“No se acerquen mucho”

“No entren al baño juntas”

“No le digan a nadie”


Tuvieron miedo de nuestra imagen:

De que nos besemos en la calle

Con el uniforme puesto.

Su horror lo convirtió en una cárcel de sentimientos,

una masacre de sensibilidad,

una ventana negra en nuestro

salón de fotografía cerrado con llave;

un baño en el cuarto piso los miércoles

a las seis de la mañana

donde tuvimos sexo.


Nosotras violamos el colegio

Pero no más de lo que nos violó a nosotras.


Odié a los psicólogos

A los auxiliares

A los profesores.

Ojalá me vean en la ciudad de la mano de mi novia

Y se den cuenta de que no pudieron doblegarnos.

Ojalá me juzguen, ojalá se sulfuren

Sabiendo que nosotras nos ganamos la una a la otra

                                         Y ellos solo tuvieron miedo





¿Por qué no terminas de escribir la tesis?

Una respuesta a la infame pregunta de mi asesor.

Es difícil saber cuándo el poema está terminado, o cuándo ya hiciste suficientes entrevistas en tu trabajo de campo. A veces, no se puede advertir la pincelada final.

Aquel beso en la estación de la línea azul del metro, ¿habrá sido el último?

Quisiera recordar la vez en que mi padre me regresó al piso después de cargarme, y nunca más me volvió a levantar.

Tipograficamente decir que es un correo




Las aguas de mis mares

son plateadas

a las cinco de la tarde,

son de plata fundida

reflejada por el sol

antes de su despedida

el cielo es morado

fucsia

rosado

rojo

amarillo

naranja

la isla es inmensa

monumental

poderosa

intocable,

e intangible por ley.

Yo soy pequeña

yo soy un niño triste,

soy una taza sin café,

un corazón de pájaro

sin alas

solo a veces,

cuando te miro,

también me siento

cielo

isla

mar



Ni el Estado-nación

Ni las arenas

o los profetas del odio

Ni el estudio

del imaginario social

o colectivo

Ni la dependencia

del camino

o la teoría de juegos

o la herencia colonial

o la reforma fallida

trunca

pisoteada

de cada década

terminan de explicarme

este dolor

emulsionado desde sentires

inconjugables

y compartido

solo en el paro

y en la movilización

Ni las arenas

o los profetas del odio

Ni el estudio

del imaginario social

o colectivo

Ni la dependencia

del camino

o la teoría de juegos

o la herencia colonial

o la reforma fallida

trunca

pisoteada

de cada década

terminan de explicarme

este dolor

emulsionado desde sentires

inconjugables

y compartido

solo en el paro

y en la movilización