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jueves, 16 de octubre de 2025

LUIS FELIPE FABRE. BREVE REGISTRO DE ALGUNOS EVENTOS ARTÍSTICOS Y OTRAS EXPERIENCIAS ESCALOFRIANTES

 


                                                                                                                                   foto de alex prager


para Felipe Zúñiga

1

Caminar con los ojos cerrados. Avanzar
a tientas. Los ojos
cerrados. La boca cerrada: sellada
con cinta adhesiva. Avanzar. Ir
a ciegas. Caminar con los ojos cerrados
por una casa deshabitada. Tropezar. Mantener los ojos
cerrados por instrucciones de un artista. Tropezar
con algo o alguien. ¿Tropezar con una silla?
¿Hay alguien amarrado a una silla? Mantener
los ojos cerrados. Avanzar por instrucciones de un artista.
Mantener los ojos cerrados. Caminar con los ojos cerrados
por una casa deshabitada. Ir a ciegas. Caminar
con los ojos cerrados por instrucciones de un artista. Ir
a tientas. Tropezar. Tropezar
con una silla vacía. ¿No hay nadie? Deshabitada. Avanzar.
Mantener los ojos cerrados.

 

*

-¿Viniste al performance de Meiro Koizumi?
-No, me dio miedo. A mí me da miedo el arte,
sobre todo cuando es interactivo
o participativo
o como se diga.

 

2

 

Pianolas en los árboles, me dijo.
Según esto, algo
tenía que ver con el miedo. ¿Tú qué crees
que signifique? ¿Significará
algo? Pianolas en los árboles. Pianolas.
Música maquinal en la tarde. Todo tan
fantasmagórico. Como esas cosas que no sabes
si las viviste o las soñaste o las viste en la tele. Debe ser
por el cambio de medicinas, me dijo: últimamente
he estado muy nerviosa. Anoche
soñé que estaba en un velorio y alguien
me decía: “Cuando hay un cadáver
lo que me preocupa es el otro cadáver”. ¿Tú
qué crees que signifique?

 

 

3

Yo los conozco, a los artistas: sé

de sus tendencias, de sus relaciones
problemáticas

con los críticos, los coleccionistas,
los galeristas, los jurados, las instituciones,
los organizadores, los curadores, las bienales,
el público asistente a sus performances.

Yo los he visto: los he escuchado:


cómo se les llena la boca
conjugando el verbo “problematizar”.

Pero
de que son sensibles
son sensibles: me constan

sus buenas intenciones: sus inclinaciones
didácticas, sus tentaciones

terapéuticas: las ganas que tienen
de educarnos, concientizarnos, confrontarnos, despertarnos, liberarnos.

Yo los conozco, a los artistas.
Y a sus novias y a sus novios:

“No soy gay, soy bi.”
O: “No soy bi, soy queer.” O:
“No soy o, soy y.”

E

incluso: “Prefiero ser claro desde el principio:
sólo lo hago como parte de un proyecto.”

 

4

¿Viniste al performance de Vestandpage? ¿Viniste
al performance de Yoshua Okón?
¿Y a lo de Galia Eibenschutz? ¿Viniste? ¿Te fuiste?
¿Huiste? ¿Llegaste? ¿Adónde? ¿Cómo? ¿Qué
fue ese ruido? ¿Viniste? ¿Y a lo de Marcela Armas
y Gilberto Esparza? ¿Por qué? ¿Qué?
¿Cómo? ¿A dónde? ¿Qué fue ese ruido? ¿Lo escuchaste?
¿Qué me decías? ¿Una silla? ¿Una silla vacía?
¿Nadie? ¿Ninguno? ¿No has venido? ¿Estás ahí? ¿Viniste?
¿Y a lo de Pedro Reyes? ¿Te gustó? ¿Y lo de Carlos Amorales?
¿No pudiste? ¿Miedo? ¿Yo? ¿Yo qué? ¿Qué? ¿Qué fue ese ruido?
¿Vidrios rotos? ¿Pájaros negros? ¿No? ¿No te gustó?
¿No te pareció pertinente? ¿Ahora? ¿En México?
¿Te has fijado que ya todos los poetas mexicanos
tienen su poemita sobre la violencia? ¿No? ¿No
lees poesía? ¿Qué no qué? ¿Qué me decías? ¿Qué fue ese ruido?
¿Una mariposa negra? ¿El timbre? ¿A estas horas? ¿Cómo? ¿Qué?
¿Qué ahí estaba quién? ¿Dónde? ¿Un video? ¿Una proyección?
¿De verdad? ¿Y cómo estuvo? ¿No fuiste? ¿No? ¿Cuál?
¿Vas a venir o qué? ¿Qué fue ese ruido?
¿Qué me decías? ¿Decías? ¿Qué?

 

5

No los pájaros negros. No
los vidrios rotos. Sí
un timbre que suena a deshoras. Visitas
veloces. Risas espeluznantes. Música
a todo volumen del otro lado de la pared. A veces

creo que mi vecino es narco. Me da

miedo que descubra mis sospechas. El otro día recibí
una carta anónima que dice:
“Hemos abierto el camino de la extrema dureza”.

El otro día
recibí una carta anónima que dice:
“La sangre derramada
confiere un derecho de propiedad”.

No los vidrios. Sí
una mancha de sangre: sólo eso. Una mancha
anónima en la alfombra sin herida que la explique. O tal vez

un papel deslizado por debajo de la puerta.
El otro día recibí una carta anónima que dice: “Al fin
un arcoíris en la tormenta”. No los pájaros: sí

las sombras de sus vuelos.

 

6

Un ovni sobrevuela las pirámides de Egipto:
a film by Anger.

Un joven martirizado
por hermosos marineros: a film by Anger. Un hombre

acariciando su auto como a un amante. O niños nazis. O el Arcano 0
del Tarot, el Loco,
Pierrot enamorado del conejo de la Luna: a film by Anger.

Y la seductora imagen de un Lucifer adolescente.

Otra imagen:

una silla vacía: ¿recuerdas?

Una silla
vacía junto a ti: llegué
tarde a la conferencia de Kenneth Anger
pero tú me habías apartado un lugar: Welcome to Hollywood Babylon,

dijiste.

Anger dijo: Crowly, Thelema, Magik.

Al final hubo una sesión de preguntas pero
no me atreví a alzar la mano:

¿Qué significa soñar con vidrios rotos? ¿Cómo
decir la sangre? ¿Qué
fue ese ruido? ¿Una mariposa negra aleteando en la oscuridad?

 

 

 

martes, 14 de octubre de 2025

PRIMICIA: MICHAEL DRANSFIELD. TODO, DE PRONTO, COMO NUNCA ANTES. TRAD. HERNÁN BRAVO VARELA


Michael John Pender Dransfield (Sydney, 1948–1973) fue un astro incendiado en la bóveda australiana: cuya palabra se abrasó en su propio resplandor. Hijo de la retórica inglesa y de la contracultura lisérgica, convirtió el poema en alquimia del cuerpo y del verbo, donde cada imagen respiraba como un metal en combustión. En
The Inspector of Tides y Drug Poems, la sustancia se hizo teología, el delirio método, la disolución una forma de conocimiento. Murió joven, víctima del exceso de ver, dejando una voz suspendida entre el sacramento y la toxicología. Redescubierto en el siglo XXI, su poesía reverbera hoy como un evangelio químico de la modernidad.

En el ámbito hispano, el poeta mexicano Hernán Bravo Varela con fervor filológico tradujo especialmente para Transtierros algunos de sus poemas  confirmando a Dransfield como una de las más altas iluminaciones del siglo breve. 









Las inteligencias y los despachos más secretos de un extraño país

 

cuando piensan

que nadie está escuchando

cantan las máquinas

 

de noche

cuando camino sin poder dormir

las oigo

 

sobre todo

a las plantas de refrigeración

que susurran y traquetean en su propia

lengua mecánica

 

ya despiertos

miramos fijamente en el café

no hay nada que decir

 

allá afuera los

pájaros del mundo

encuentran algo sobre

qué cantar



Girasoles, Arles

 

Todo, de pronto, como nunca antes, se hace realidad.

Debería advertirse desde el comienzo, eres impaciente,

vastos movimientos veloces de las manos, barridos de color,

difuminados, la velocidad doliente de la carestía, arranca

con una sola imagen luego extiéndela hasta ocupar la vista.

Es tan simple al principio, la exuberancia de lo que se expresa.

Puedes hablar con manos no hace falta

abrir la boca. Pero dentro de un mes o en la estación

que viene ardes camino a la fragmentación

todas las cosas se repiten todas

estallan en colores increíbles y no puedes al fin

ni pronunciar un solo pensamiento o describir durante tu trayecto el aroma

del campo.

Los tonos y texturas permanecen tan sólo es tu repentina

imposibilidad para comunicarlo. De manera que lanzas

contra ti un ataque con armas luminosas... teorías y relatos de épocas

doradas... reyes locos, esos fueron los tiempos de una transición así.

Y tú, Vincent van Gogh, ¿qué tienes que decir

que se rebele contra el gran incendio del sol

o reproduzca un girasol distinto? Pero ya todo ha muerto.

Estás en los museos ahora, nos informan

de tu oreja perdida, del color amarillo

que pintabas... ya todo son fantasmas.

 



La tierra de las papas

 

Al rey Pedro

 

En el palacio duerme tu familia

todos han muerto ya y han sido envueltos

en ropas blancas dentro de estuches de cristal

 

todo es imposible

o fue prohibido

 

una pantalla gris nos muestra al dictador y a los civiles

que intercambian saludos en la calle y el palco,

desesperadamente, como si no hubiera lenguaje




En la tierra

 

me despierta el dolor y me alzo entonces

como una extraña luna mi cabeza

llena de mierda     a la deriva.

hasta llegar a una ventana        llueve

todo el día sin excepciones

tiemblo y los caballos tiemblan pacientemente

en pie bajo la lluvia

 

incluso un cielo azul sería tan peligroso

como astronave oscura cuando

tuvimos siete años de sequía y matamos animales

a tiros por amor a ellos

 

los problemas metafísicos no logran

seducirme   no hay primavera

ni verano aquí       ninguno desde que los árboles

fueron talados y las tribus

diezmadas   esto trajo a la tierra mala suerte

 

nunca sabremos lo que le dijeron

a sus hijos pero seguramente fue

poesía







Isaías (Lucas 3:4)

 

Mejor morirse de hambre,

ser nada, disolverse

de forma significativa en un punto de luz

tan diminuto como la estrella más lejana, ser

solo una voz en vastas multitudes;

así como, al estar entre el gentío, detectamos

a uno que habla muy bajo, que apenas se le oye,

y todas sus palabras son poemas, y todas sus verdades,

filosofías. O menos: hablar al interior,

no hacer declaraciones, rechazar cualquier título,

ser tan real como es real un esqueleto;

huesos que ya no visten carne alguna; ascetismo.

Igual que Milarepa, quien tomaba una sopa hecha de ortigas

y cantaba sus himnos a los bandidos que pasaban,

reducido, en esencia, a un puntito de luz.

 


Carta a la gente sobre los pelícanos

 

me levanté temprano

preocupado por un

oscuro tema

 

decidí

comenzar una nueva escuela de poesía

 

algo relacionado con la temperatura

 

me acordé sin embargo del pelícano

blanco americano

 

los de su especie viven en

la isla anacapa

a ochenta kilómetros de california

 

no parecían correr algún tipo de riesgo

 

la contaminación

los alcanzó

ponen

huevos curiosos

 

sólo cuatro de cada

seiscientos

no se rompieron al ponerse

 

a los peces los envenena el mar

de manera que focas y pelícanos que

comen peces

también están envenenados

 

pensando en mis

poemas diferentes sin riesgo

que no ayudan en nada

tomé la decisión

de ayudar a los animales

 

estás matándolos

la gente de tu casa

le jala al baño y echa la muerte al mar

 

tiene más relación con

el comercio y los gobiernos

 

por eso no comenzaré con mi

revolución poética

 

en su lugar prefiero una

escuela de química reconstructiva

 

enseñarle a volar a los pelícanos

de mocba a washington

a volar alto

a arrojar huevos bomba

 

 

Selección y versión al español de Hernán Bravo Varela

[Material seleccionado de Michael Dransfield, Collected Poems

(Rodney Hall, ed.), St. Lucia, Universidad de Queensland, 1987]

lunes, 13 de octubre de 2025

GERARDO DENIZ. PATRIA


                                                                                                                                        foto de martin parr


Mil olvi­dos y dos recuer­dos me bas­tan para armarla.

El olvido se per­dona, pues cumplía entonces yo dos años:

hablo del churro de mi desayuno tempranero.

Los recuer­dos tienen menos de veinte años.

Unos son los cam­pos junto a Soria,

secos, entris­te­ci­dos al filo de noviembre,

que recorrí con mi amigo al atardecer,

mien­tras den­tro de mi crá­neo resonaban,

inex­plic­a­ble­mente,

los lar­gos arpe­gia­dos del coral de César Franck.

Y al fin, un mes después,

cuando, en el jirón restante

de la calle del Caballero de Gracia,

entré a la tienda aque­lla para que cuidasen de mis fotografías,

y tras el mostrador surgió una muchacha seria

y me miró

y por unos segun­dos sentí deshac­erse, disolverse,

mi pecu­liar y gen­uino sobretodo helveticomexica

y fui un viejo las­civo judío o morisco

requiriendo de amores en silencio

a una don­cella cris­tiana de her­mo­sura casi inimag­in­able. Y amargo como Pafnucio:

—¿Por qué das tal poder a una creatura?

Escribo esto a mediodía (hora de otoño), a midi, ses fauves, ses famines,

y mi graznido de pigargo al arro­jarme al espa­cio postrero, mi Weltinnenraum,

pase­ando, inex­plic­a­ble­mente nervioso, por los pasil­los hue­cos del aerop­uerto de Barajas,

viendo des­fi­lar anun­cios y avi­sos de aerolíneas nunca vistas

que van —pero de veras— a todos mis mundillos,

a Kuwait, a Helsinki, a Ánkara y Angkor, a Sid­ney, vía Djakarta.

Era tam­bién el mediodía (hora de Greenwich)

y cuando por fin me arrel­lané en mi asiento en el avión

son­aba, quedo, música de Debussy

para des­pedirme de mi Eura­sia (un mes atrás, cuando llegué,

la música de fondo era, muy propi­a­mente, de Granados).

Ahora, a luchar con el sol, para lle­gar a Méx­ico a las 11 p.m.,

por­ta­dor de unos tur­rones de avellana

y de un fardo invis­i­ble de recuer­dos que añadir a un mon­tón ya desmesurado.

Soy un bor­botón de magma super­fluo, bro­tada en la super­fi­cie terrestre.

Los bomberos, lla­ma­dos con urgen­cia, aseguraron

que jamás habría peli­gro, que sen­cil­la­mente fuera siendo cubierto el adefesio

con pla­cas de amianto. Mamá tomó fiel nota

y, pasado el puer­pe­rio, dis­eñó diver­sas pla­cas de amianto

y encargó que man­u­fac­turasen doscientas,

mien­tras mi padre se encogía de hom­bros y predecía

que todo aque­llo no serviría para nada.

Tenía razón, pues, todavía hoy,

las pla­cas recor­tadas en amianto, a ima­gen y seme­janza de mamá

no embo­nan ni a golpes, las jun­turas se niegan

y el magma inagotable rezuma y escurre sin reposo;

para colmo, se caen más y más placas

y se quiebran, las tiran o las roban.

De ahí la sin­gu­lar­i­dad inútil de mi exis­ten­cia, si es que fuera tal.

Retro­cedamos. Rep­tando —vaga anímula—,

me lle­varon a cono­cer el mar a Santander.

Tan grande fue mi emo­ción, que eché a andar.

Por ese mar, supe pronto, se va a América, donde no ten­emos nada que hacer.

(Algo anál­ogo repetí en 1962,

cuando, como un Bal­boa cualquiera,

tomé pos­esión del Océano Pací­fico en mi pro­pio nombre

—y es sabido que por él se llega hasta Borneo.)

Pero, de momento, mi des­tino man­i­fiesto fue el lago Léman,

en cuyas aguas me metí y cuyas seiches conocí en —relativamente—

felices años.

Cuando regresé un rato a la penín­sula, en el 92,

la Con­fed­eración Helvética envió a saludarme

un automóvil con placa y escudo y todo

de la República y Can­tón de Ginebra

que vi pasar, dis­creto y efi­caz por una car­retera navarra.

Pero días atrás ya había res­pi­rado todo el aire de Fran­cia en Roncesvalles

y a su zaga, para mí, el de Europa entera,

el aire de mi Helve­cia y de Croacia,

de mi Escan­dia, mi Mun­ster, mi puszta, mi Cir­ca­sia y mi Carelia.

Poco después volvía a Fran­cia labortana,

durante un par de horas, la mitad de las cuales en Ciboure,

donde no se vio a nadie pero los ojos se me ane­garon al cruzar

hacia una casa sim­ple, del XVII, con una mod­esta indicación:

Dans cette mai­son est né Mau­rice Ravel”.

Pronto cruzamos al revés la fron­tera, hacia el Baztán,

donde vi a las bru­jas y bru­jos en las cuevas de Zugar­ra­murdi y cruzó la car­retera un enorme gato negro,

descen­di­ente rec­tilí­neo de los que en otros tiempos

enno­blecían los aque­lar­res con su belleza impar.

Qué quieren que haga yo, si uno de mis zarcillos

se enrosca —ya hacía mucho entonces—

en aque­lla Vas­co­nia que conocí tan poco,

pues no vi ni las cade­nas arrebatadas al miramamolín,

que cuel­gan en la cat­e­dral de Pamplona,

donde no pude entrar porque la esta­ban reparando.

Mediter­rá­neo. —Donde, según el anar­quista Elysée Reclus,

el alma se des­pereza en uno de los cli­mas más tonif­i­cantes del globo (apud. J. Verne).

(Ah, no se me olvide, mide un titipuchal de mir­iámet­ros cuadrados.)

Acaso me aso­maría a él teniendo menos de un año; qué importa,

pero en el año de semi­m­i­le­nario colom­bino, lo conocí en Cambrils

mien­tras unos bar­quichue­los volvían de pescar sardinas,

pese a no haber alcan­zado el Egeo ni, por ende, el Eux­ino argonáutico

donde el Cáu­caso se refleja, ácido y gra­mat­i­cal­mente enrevesado.

Luego, desde Barcelona, el Mediter­rá­neo noc­turno que contemplé

fue sólo un poco de agua som­bría y chapoteante.

Mi único viaje a París

fue —¡casi nada!— cuando estaba a punto

de cumplir cua­tro años.

Todo era inmenso (o acaso era yo chico):

el fuego del sol­dado descono­cido y el arco del triunfo,

las escaleras inter­minables de Montmartre,

y desde el primer piso de la Eiffel

un barco dimin­uto por el Sena.

Cua­tro años más tarde me pasearon tris­te­mente por la Can­nebière desierta,

Meurent les boches”, gara­bateado con gis en un muro. Y las sirenas.

En el puerto un sub­marino pre­histórico, larguísimo, no lejos del barco donde par­tiríamos mañana.

—Aman­des ou sor­bet? —pre­gunt­aba un camarero irreprochable

(almen­dras rel­lenas de polvo o bolanieve como las que nos lanzábamos los esco­lares en Ginebra).

La trav­esía mediter­ránea se dio mal,

me mareé, pero al atardecer

del otro día se oyó gri­tar —¡África, África!

y se vio acer­carse una her­mosa orilla argelina verde y cálida.

De Orán a Casablanca hubo dos tan­das sucesivas,

curiosa la primera, mirando andenes con mujeres moras

como fan­tas­mas de mediodía

(pero al recom­pon­erse la blanca envoltura

una de ellas dejó ver, un solo instante,

una larga falda verde lechuga alegre),

y el tren se fue ati­bor­rando de facinerosos.

Me dormí entre los bra­zos de mi madre

y soñé con la línea de mi lago,

el huerto, los cone­jos, mi gata Feli­ciana y acaso el tango “Celos”

en los cafés al aire libre.

Al des­per­tar mi padre nochempié me informó —con orgullo, supongo, por tener un vástago tierno y geográfico—

que habíamos pasado por Fez de madrugada.

Fez, donde no muchos años antes

lle­varon de vaca­ciones a Ravel, ya fulminado,

y el direc­tor del insti­tuto de estu­dios islámicos,

cer­e­mo­ni­oso y per­ifrás­tico le sugirió, cortés,

com­poner alguna obra de ambi­ente árabe,

y le fue respon­dido difi­cul­tosa­mente —ataxia, apraxia, agrafia, alalia…—

Si escri­biese algo árabe, sería más árabe que todo esto”.

Lo dijo Ravel cubierto de gatos —“saben cuánto los quiero”—,

en tanto que a mí me habrían de lla­mar, en dos o tres edi­to­ri­ales, aprovechando un título del odioso Drieu,

L’homme cou­vert de femmes

porque dieciséis sec­re­tarias cada mañana

pasa­ban a verme y por mi bendición,

mer­mando mi forzada labor en pro de la marxismo-leninismo-castrolatría,

en tanto que otras muchas, en gen­eral más feas, apreta­ban el paso al cruzarse conmigo.

Y es fácil enten­der tan opues­tas reacciones

ante un señor nada mal y algo desconcertante

que pasa, anima sdeg­nosa, salu­dando apenas,

escucha pero nunca aconseja,

con­ste­lado de pres­ti­gios tan indis­cutibles como insondables,

que cuando le pre­gun­tan evoca con aplomo la costa soleada de su natal Turquía

—si bien otros dicen saber de buena fuente que es español aunque no se le note,

así como tam­bién con­sta que tim­o­nea una pequeña familia común y corriente.

¿Qué hacer ante él sino platicar un rato y, si no, persig­narse y escapar velozmente?

En su oficinita sobre­sale de la pared un pilar de cemento

que luce en rojo un mon­tón de para­le­las: son las estaturas

de algu­nas vis­i­tantes diarias y el cien­tí­fico lo explica en detalle a quien soporta oírlo.

Sen­tada al pie de esta escala, una asidua le espetó estas mem­o­rables palabras:

—Te envuelve un mis­te­rio que jamás podrás imaginarte.

—Ah, caray. Yo nada más me creí un vis­i­ta­dor de calei­do­sco­pios competente,

avezado en los ritos y pirue­tas concomitantes.

En el aerop­uerto de México

la luz verde me salvó de tener que abrir mi saco de viaje,

ati­bor­rado de tur­rones y libros vascos

que hoy por hoy ya me han robado.

Recibido por cua­tro de familia,

advertí un pelotón de mujeres, toda la lira,

acom­pañado por un quin­teto de ancianos

que, con salte­rio y todo, empezó a tocar valses nacionales viejos.

Las reconocí a todas y del grupo se alzó un mur­mullo de frases evocadoras:

(en primera fila una niña bonita sólo se agitaba,

con un chupón out­sized entre los labios.)

Tienes mucho que dar pero no lo sabes ofre­cer; Eres un apa­sion­ado y eso no tiene objeto; Eres el colmo de los col­mos del amor, sin ser nada empalagoso; Sí, Joan, mucho, mucho… mucho, mucho; Eres un cabrón tierno; ¿Así lo hacen de bien en esas tier­ras adonde vives?

El acento de esta última pregunta

me sor­prendió y busqué con la vista a su autora. Inquirí:

—Y tú, ¿en qué vuelo has venido? Anteanoche nos des­ped­i­mos para siem­pre en Madrid.

—A lo mejor tengo una capa del super­mán. Pero no te alarmes, que esta misma noche tengo que volver.

Cierta nativa audaz se adelantó:

—¿Sabes cómo se llama este vals viejo?

—Sí. “Algo se pesca” (recordé Cam­brils), y cuando oigo ese título me acuerdo de ti.

—Desagrade­cido.

Saludé al grupo con una ele­gante incli­nación de cabeza y una son­risa casi imperceptible.

Media hora más tarde comía yo en familia los tacos vari­a­dos de la medi­anoche al sur de la ciudad.

Con­taba yo y con­taba, y sin dejar de bromear sentí que todo aque­llo se trans­formaba en Aca­pulco treinta años atrás, o mejor sólo veinte. Nel mezzo

—porque acababa de escuchar el mejor elogio

en labios de la que me llevó a ver un Aca­pulco imposi­ble­mente azul.

¿Hasta dónde se va por este mar, decíamos?

Hasta Bor­neo —y es un caer de ánge­les la hora.

Entonces dos ánge­les vieron que las hijas de los hom­bres eran bellas

y las amaron: lo hondo del beso en cruz está en el centro,

Il pleut —c’est mer­veilleux. Je t’aime.

Nous res­terons à la maison:

Rien ne nous plaît plus que nous-mêmes

Par ce temps d’arrière-saison [Carco]

(Salta­ban cha­pu­lines tes­taru­dos con­tra el vidrio.)

Escribí por ahí que mi infan­cia no fue feliz, pero sí interesante.

Ahora entiendo que así fue toda mi vida.


 Texto apare­cido en la edi­ción 156 de la revista Crítica.


MAGDALENA CHOCANO. RUIDO CANÓNICO VERSUS POESÍA

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