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viernes, 24 de octubre de 2025

AUGUSTO MUNARO. FRONTERAS MÓVILES Y DESPLAZADAS

 



Por razones de familia, viví y visité, durante los primeros años de mi vida, países culturalmente tan lejanos y disímiles como los Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Omán. Las artes plásticas fueron mis primeras herramientas de expresión, llegando a exponer en Abu Dabi, hacia 1995, una serie de pinturas abstractas. Poco más tarde, tras explorar infructuosamente la escultura cinética, migré al soporte audiovisual, editando diversos videoclips. Esto, naturalmente, mutó en un nuevo discurso estético con Ensoñaciones (2006), mi primer libro: una suerte de híbrido horadado por múltiples napas o estratos de intensidades, como ser teatro, biografías imaginarias, cuento, ensayo en estado de ensayo, cierto vago enciclopedismo y, desde luego, poesía.

En síntesis, una segmentaridad por modificaciones sucesivas, siguiendo un principio rizomático. Como se sabe, el rizoma no tiene ni principio ni fin, sino siempre un medio por el que crece y desborda. Ofrece, a cambio, un marcado crecimiento y multiplicación de estados intermediarios. Una pulsión, ciertamente, en sintonía con mi modus scribendi disruptivo: expresión espontánea sin mucha planificación; intensidades discontinuas; lo visible sitiado por lo invisible. De modo que no podía —ni aún puedo— programar un libro que cierre un único mensaje. De ahí lo rutinario de los “géneros” y su ominosa dependencia del mercado o del Estado: maquinarias reduccionistas.

En ninguno de mis libros de ficción hay finalidad, sino lo opuesto: creación. La obra cerrada, entonces, como solución matricial y seriada, jamás me concernió, porque ella, tarde o temprano, elige justificarse. Sí tiendo, en cambio —por ser rizomorfo—, a cruzar lenguas, continuar siempre el rizoma por ruptura, alargar, prolongar, alternar la línea de fuga para crear un mapa sin límites. Ya que es desmontable, conectable, alternable, modificable, con múltiples entradas y salidas. Escribir sin mucho control, en la espontaneidad, y de cualquier manera. Articulaciones textiles. Realzar el carácter efímero. Partir en medio de, por el medio, entrar y salir, insisto, no empezar ni acabar. Una escritura nómada de las velocidades. Cada pieza (libro), con su densidad específica. Instaurar así todo un sistema aleatorio de probabilidades entrópicas. Estados caógenos interconectados.

Mis libros Cul-de-sac (2012), Breve descripción de una |sepultura| (2013), El busto de Chiara (2018), Incrustaciones dubaitíes (2019), o los más recientes Trino (2024) y  ü(n) nhadha d'or (2024), son piezas donde el montaje (encastre entre partes) apunta a una multiplicidad sin sujeto ni objeto, solo dimensiones. Un pensamiento metamórfico del estilo: no de llegada, sino de pasaje. Suerte de pasaje permanente sin nexos causales ni temporales cristalizados. Informismo. Flujo puro; una estética de la no permanencia. Una que plantea la posibilidad de nuestra propia personalidad a través de la investigación libre de todo canon preestablecido, de todo código, caduco por impuesto. Experimentación y búsqueda incesante. Así, la inercia muta entre libros. Y con cada cambio de código, siempre varían las intensidades. Variar; jamás repetir esquemas o formulismos. Pujar por una sostenida marcha experimental hacia lo indefinido. Abatir cada estilo para desentrañar otro. Lo aural de toda indeterminación como posibles conductos de fuga.

Gesta Cornú (2013), vía la sátira bufa; [Hna. Paula] (2014), la transcripción literal de un juicio (es decir, materialidad de la oralidad in extremis); lo gótico residual existente en El Rapto de Helmut Kelsen (2020) y El cráneo de Miss Siddal (2011); la biografía coral de La leyenda de “Krazy” Becker (2024); el objetivismo riguroso en La casa flotante (2021); el protocubismo hallado en las páginas de Lucía en verano (2022); el guion cinematográfico de La mansión púrpura (2021); el aforismo descarnado de 1944 (2025); el neobarroco plebeyo de lenguatomada (2023); los ensayos en desbordes (2022); el surrealismo de Camino de las Damas (2014) o Los soñantes (2019); etc.

La escritura como huella explorativa hacia otras disciplinas operatorias. Leídos en continuum, mis libros son movimientos de fractura y ruptura de distintos niveles de texturación. Breves tratados sinestésicos. Movimientos escriturales de aceleración y cristalización; otra aproximación perceptiva a la escritura. Esta suerte de proyecto en transición es absolutamente autodidacta. Algo que resolví desde temprano al publicar en sellos independientes —Arroyo, Nicaragua Encuadernaciones, Taller Perronautas, Unbudha, Prebanda, Gigante, Atávica, Tóxicxs, Volcán de Agua, Otras Tintas, Vox/Lux, Tinta China, Minibus, etc.— esparcidos por todo el territorio argentino: editoriales pequeñas, diferentes, con el fin de conservar esa autonomía, una que anhela la multiplicidad de circuitos de distribución protounder.

Caminos alternativos que favorecen la actividad vital, la creación instintiva, espontánea, indeterminada. Artística y radical. Además, es un modo más libre de interactuar con artistas muy diversos y poder trabajar los libros con los otros. Los muchos otros. Explorar a través del intercambio permanente y simultáneo de materiales. Así fue que se ramificaron los libros por Tucumán, Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires, siempre respetando esa pulsión creadora de inacabamiento, un perderse en los pliegues de lo posible. Fugas sin fronteras que son, a la vez, conquistas, creaciones. En mi caso, nomadismo y alteridad a través de una voz que cambia progresivamente (todo un vero rumor).

Como creo que el arte no debe ser un gesto huraño ni solitario, sino colectivo y gozoso, a menudo colaboro con diferentes artistas plásticos para que mis libros estén acompañados por sus creaciones. Así, tuve oportunidad de compartir publicaciones con Gabriela Giusti, Alejandra Usandivaras, Caro García Vautier, Triana Leborans, Juan Rux, Alfredo Baldo, Daniela Stucan, entre otros, potenciando el aura de singularidad de cada pieza, y elevando el concepto del libro en cuanto objeto artesanal único.

Es decir, buscar obstinadamente evitar los peligros de la parálisis inventiva y de la reiteración de lo conocido. Tal vez por ello mismo se me pueda juzgar de iconoclasta, al no comulgar formalmente con ninguna coalición estética per se. El ambiente cultural, a veces, puede resultar sectario y exitista. La escritura experiencial no emerge de las bibliotecas ni del dinero de los bienintencionados galardones, sino —en parte— de la renuncia al prestigio (léase: todo aquello que se busque fuera de la obra).

Mucho tiene que ver esto con el enmarañado régimen de premios: instrumento castrador de control. Es decir, una escritura que obedece a reglas impuestas. Se sabe: en dichos casos, el lenguaje se lo impone. Entonces, se cree en él y se lo obedece. El consenso y la búsqueda de aceptación no deben seducir como instancias basales. La competición es para los caballos, no para los artistas, como cierta vez alegó Béla Bartók. Las maniobras del mercado (con sus “premios” de facto, a favor del índice de ventas) o del Estado (vía sentencias, veredictos y dogmas) dan órdenes reguladoras, pautas ajenas al verdadero artista. Restringen los territorios posibles. Los condicionan.

Pero no todo está perdido, desde luego. Hubo, por estos lares argentinos, un puñado de momentos excepcionales. Creo dignas las obras de singularidades como Elba Fábregas, Reynaldo Jiménez, Diyi Laañ, Juan Carlos Bustriazo Ortiz, naKh ab Ra, Miguel Ángel Bustos o Néstor Sánchez. Asimismo, desde un plano pictórico, la vanguardia informalista —Alberto Greco, Luis Wells, Jorge Roiger, Martha Peluffo y Kenneth Kemble—, por las otras formas que ellos tenían de proponer imágenes. Sus procesos transformadores. Aunque no siento, por lo general, atracción hacia una única obra en particular de ellos, sino por fragmentos, breves relámpagos de plenitud.

El cine de la nueva ola checa (Nova Vlná), por ejemplo, también me resulta extrañamente familiar. Las imágenes reveladoras de Juraj Herz, Pavel Juráček o Věra Chytilová, su ritmo insolado. El montaje parpadeante concuerda con la velocidad de mi estética en eclosión. La escritura en fuga como un equilibrio provisorio, que evita cualquier orientación discernible. No olvidemos que el lenguaje visual también habilita una red de intersubjetividades. Son las mismas que, a veces, y con un poco de buena fortuna, devienen en radiantes objetos verbales, tejiendo así toda una nueva y deformante red de textiles en expansión. Pintura, cine y literatura se unen en una fortuita aleación, logrando otros niveles de percepción colectiva. Descubrimiento puro e ilimitado hacia lo desconocido y germinal. Creación continua, sin clausura.

                                                                                                                         

 

 

 



Augusto Munaro (Buenos Aires, 1980). Narrador, poeta, traductor, editor, y periodista. Publicó más de cuarenta libros, entre ellos: El cráneo de Miss Siddal, 2011, Cul-de-sac, 2012, Gesta Cornú, 2013, Noche soleada, 2014, Camino de las Damas, 2014, A la hora de la siesta, 2016, El baile del enlutado, 2017, Celuloide, 2018, El busto de Chiara, 2018, Las cartas secretas de Georges de Broca, 2019, Los soñantes, 2019, Incrustaciones dubaitíes, 2019, El rapto de Helmut Kelsen, 2020, Un misterio luminoso, 2020, El sueño de un poema, 2020, Ficciones supremas, 2021, La casa flotante, 2021, Lucía en verano, 2022, Galope de nubes, 2022, desbordes, 2022, ¡Intríngulis – Chíngulis!, 2022, lenguatomada, 2023, La gran ilusión, 2023, Rachael, un experimento, 2023, La esfinge de cristal, 2023, La leyenda de “Krazy” BecKer, 2024, Trino, 2024, ü(n) nhadha d'or, 2024, La imagen mutante, 2024, Variaciones Dodds, 2024, Andanzas nocturnas, 2025, (1944), 2025,  Rito, 2025, y Black María, 2025.

Las fotografías del presente post pertenecen al artista visual Alex Webb

 

miércoles, 10 de septiembre de 2025

MAURIZIO MEDO. ONORIO FERRERO: EL HOMBRE QUE VINO DEL MAR

 Mientras en buena parte de Europa se atestigua el resurgimiento de una deplorable oleada neofascista que, aferrada únicamente a un manierismo retórico, pretende emanciparse de su pasado vergonzante, en América Latina el frenesí por la «identidad propia» viene reversionando una suerte de xenelasía retórica cuya emocionalidad pareciera empecinarse en desdibujar la noción de la alteridad convirtiendo al Otro en «lo enemigo» como otra versión del mismo fascismo. Hoy, tanto los europeos como los latinoamericanos, víctimas de un neoprovincialismo, parecen haber olvidado cómo, a través del tiempo, la mezcla de culturas fue la única revolución capaz de transformar el paisaje social generando nuevas identidades y formas de vida. «El hombre que vino del mar» es un texto que, escrito desde otra órbita, busca revalorar los aportes de los migrantes en la conformación de la ansiada «cultura propia» en la figura de Onorio Ferrero, mi abuelo.


EP1: EL FANTASMA DE EMMA

La frase debió ser: It's one small step for [a] man, one giant leap for mankind, pero, en el momento en el que Ferrero se detuvo ante el umbral de la que sería su futura morada, Neil Alden Armstrong apenas se había graduado en ingeniería aeronáutica en la Universidad Purdue.

Quizá Armstrong alguna vez pensó que solamente la luna era capaz de refulgir con ese tenue resplandor por encima del inagotable entramado de colores de la superficie del planeta de abajo, no en que sería el protagonista del primer alunizaje. Ferrero sabía muy bien que su país era apenas una remota aldea perdida en medio de la vastedad del globo terráqueo, y si bien, y ya desde los albores del Renacimiento, su apellido ya aparecía vinculado a la aristocracia piamontesa, ahora él estaba dispuesto a erogar su propia historia con todas sus mitologías y recalar en un presente que parecía bien dispuesto a revelársele.

Pensó en todos a quienes había debido dejar atrás al momento de sustituir el destino de Ulises por el de Abraham y, de pronto, como si el fantasma de Emma Dyke le hubiera presagiado un hecho inimaginable, experimentó una súbita sensación de pesar por quienes no tenían patria, pensando que quizá, con el transcurrir del tiempo, él corría el riesgo de convertirse en uno de ellos.

De ese repentino estremecimiento empezó a brotar no una esperanza, se trataba más bien de una especie de asombro ante el tempestuoso vértigo que significaba el hecho de estar ahí, aun cuando sus antiguas y proverbiales certezas se hubiesen reducido al eco de una sola pregunta a la que ningún hombre podría responder en una vida. Pese a esa amenguada conciencia, conforme arreciaba la vergüenza ante su propio desamparo, consiguió recordar cierto momento en el que se vio sorprendido por un estupor similar. Fue cerca de Cavoretto. Ya había estallado la guerra y escuchó que, desde la otra vera del Po, alguien lo llamó: «¡Ferrero!». Presto respondió de inmediato con una señal, así lo habían acordado. Él era simplemente «Ferrero» y ya no el joven señor del castillo de Monferrato.

A diferencia de aquella vez, Ferrero no estaba solo. Aferrándose a ello es que fue capaz de recuperar del todo la cordura y anticiparse a las intempestivas urgencias de Lucía quien buscaba interpretar cada detalle de la realidad conforme intentaba traducirla al dialecto ligur, su lengua. Mientras Luigi y Giuliana, sus hijos, parecían perderse en medio de la bruma circundante.

Ferrero los observó con esa clarividencia que parecía provenir de lo infinito sin saber bien cómo detenerse y atender las distintas exigencias que surgían con lo más inmediato. Cuando descendieron del auto, antes de ponerse a pensar en cuál sería el significado real de los ruidos que parecían inquietar tanto a Lucía, los primeros baúles que mandó descargar del equipaje fueron aquellos atiborrados de libros quién sabe desde cuándo.

En uno de ellos podía reconocerse la inconfundible caligrafía de Emma Dyke y reunía todos los volúmenes escritos presuntamente en deva-vani. Ese fue el legado de Emma, su maestra; en otro, con el cual, contrariamente a lo que solía caracterizarlo — pues, a veces, daba la impresión que Ferrero carecía completamente de sentido práctico — exageró en los cuidados. En dicho baúl apenas podía leerse Ventimiglia. Fue lo que la familia pudo conservar de Emilio antes que zarpara a cobrar venganza contra el asesino de su hermano mayor, un tal Wan Guld, gobernador de Maracaibo.


A Ferrero nunca le importó que los leyéramos, no con el imperativo de una obligación. Debía tenerlos consigo con un solo propósito: que la historia exista. Así nosotros, quién sabe cuándo, descubriríamos que también formábamos parte de esa historia. Por ello, muchos años después, cuando me detenía a observar los detalles de cuanto se encontraba a mi alrededor, descubría que, amén de las antigüedades que fueron rescatadas del castillo, lo único que había, y pese a las exigencias de Lucía, era miles y miles de libros desperdigados caóticamente por cada rincón de la casa.

EP2: LO INESPERADO

 En el año 2012, Neil Armstrong en un diálogo con el australiano Alex Malley, al compartir algunos detalles de lo que había significado su alunizaje, apenas meses antes de morir, se burló de las diversas teorías de conspiración que sostenían que la aventura del Apolo 11 había sido falsa afirmando que las 800,000 personas que formaron parte del equipo de la NASA no podrían haber guardado el secreto.

En Torino la parentela de Ferrero no cejaba en advertirle que el Perú era un desierto indócil el cual arreciaba como un impetuoso mar de arena naciente alrededor de un ojo de agua. Lo recordó mientras jugueteaba con las llaves de la casa justo cuando, algo turbado, creyó oír el eco de la risa de Emma quien solía burlarse de la candidez de esos inverosímiles relatos. Parecían cuentos inventados por Giovanni Aubrey Bezzi, los mismos que pasaron de generación en generación hasta llegar a nosotros.

En ellos Emma era presentada como una doncella de la casta brahmánica quien, alguna vez, como decían, fue secuestrada en la ciudad de Pune por Luigi, el hermano mayor de Giovanni, un coronel del Imperio colonial italiano.

Ferrero no quiso pensar más. La puerta de la casa se abrió perezosamente revocando su antigua posición de reposo. Estoy seguro que para él esa casa fue el primer espacio en el que encontró una verdadera posibilidad para construir sus recuerdos.

En ese preciso momento no imaginó que Giuliana desposaría al primogénito de un abnegado seljanin. Tampoco Blajo, el joven esposo, fue consciente de todo lo que representaba unir su vida a esa muchacha, quien prefería ignorar las cuitas urdidas a lo largo de la historia alrededor de su linaje.


El Perú fue el primer país en Sudamérica en recibir a los inmigrantes croatas. También la ruta elegida por los zíngaros apátridas. Blajo se sentía como uno de ellos, aunque, en realidad, Pétar, su padre, fue un campesino, yugoeslavo de nacimiento, a quien, de acuerdo con su origen, le hubiera correspondido el derecho de quedarse trabajando con tranquilidad las tierras. Fueron todo con lo que pudo soñar su mirada.

Es cierto que Blajo, en algún momento, reunió el coraje suficiente y se rebeló ante todo lo que, para él, pudo significar la figura de Pétar y, luego de graduarse como economista, inició sus estudios en la Facultad de Filosofía, en tanto dirigía su taller automotriz.

Los italianos, por lo general, relatan las fábulas que los croatas sólo recuerdan. Digo esto pensando en los recuerdos que he podido conservar del carácter particular de sus migrantes. Frente a la elocuencia histriónica del italiano, el croata es, más bien, de pocas palabras.

Pese a la proximidad geográfica que hay entre estos países, y considerando incluso la innegable influencia de la cultura italiana sobre la croata, para hablar de ellos es imprescindible que uno se está refiriendo a dos formas muy particulares de «pensar el mundo». Sin duda uno encontrará historias compartidas —la «cuestión adriática» o la expulsión de italianos en Istria, son dos capítulos poco felices — pero no devinieron en una confrontación al estilo de los gibelinos y güelfos o, pensando en mis padres, como los Capuleto y los Montesco.

EP 3: FICCIONES & CERTEZAS

Blajo y Giuliana vivían en la planta baja de la casa de los Ferrero, un lugar con abundantes significados simbólicos que, con el paso del tiempo, para mí representó el dilema de tener que elegir una cultura en la «relación del ‘nosotros’ con los ‘otros’»11 , la misma que, de manera involuntaria, se daba en el seno del hogar. Durante mucho tiempo para, nosotros, sus habitantes, el Perú fue solamente lo que estaba ocurriendo afuera.

Nunca supe con certeza si Blajo olvidó su lengua materna después de descubrir que el idioma croata constituía una ficción regional, si no lo aprendió como se debía o si adoptó el español como parte de su rebelión ante la égida paterna. Sabíamos que Pétar no escribía. Tal es así que, cuando llegó el momento en que debió estampar su rúbrica en la declaración jurada que se expedía a los recién llegados, tímidamente optó por dibujar un círculo pensando quizá en la versura del arado al final del surco antes de dar la vuelta. Estaba en una tierra nueva —pudo pensar— y eso había que representarlo.

Si bien Blajo, y pese a comprenderlo bastante bien, apenas farfullaba algunas frases en italiano, generalmente apremiado por alguna circunstancia, hablaba el español como si, en ese momento hubiera estado inventándolo. Se daba el lujo de embarrocarlo rescatando enfoscados arcaísmos pronunciándolos con una dicción tan precisa y sonora que, de sus labios, parecía resurgir parte de la impronta revelada durante el Siglo de Oro. Pese a ello Blajo jamás fue capaz de expresarse en peruano.

A su alrededor nosotros, los de casa, podíamos cuchichear con el habla vertiginosa que cimbra alrededor del Puciuriale. Aunque nadie lo había decidido así, la lengua de las querencias siempre fue el italiano. Yo ignoraba que, en el momento en que elegí abrazar toda esa «telaraña de significados», no sólo quedaría ineluctablemente atrapado dentro de ella, si no que me estaba convirtiendo en un forastero .

EP3: EL OTRO


El día en el que Ferrero llegó al Perú «el poeta era el cantor oficial de efemérides patrióticas o el bohemio que prostituía su inspiración, llamémosla así, enteramente banal y de almanaque, al alcance de los pilares de cantina, en una cualquiera de las numerosas y sórdidas trastiendas de pulpería» (Moro, 1957, p. 110) , pese a ello, la visión que entonces pude tener de la poesía, debido a los diálogos con Ferrero fue esencialmente stilnovista. Él creía que el romanticismo había arrasado con esa concepción trovadoresca, así como con el espíritu cavalcantiano que apenas Croce, su maestro, era capaz de evocar.

Crecí en Santa Beatriz, un barrio cuyo capital cultural resultaba tan particular que el vecindario en sí estaba determinado por la presencia viva de una clase creativa que no era precisamente aquella de carácter bohemio. Si bien el barrio se situaba en el extremo austral del Cercado de Lima y refulgía ante mí con el aura de una ínsula extraña, nunca fue un territorio de señoritos. Cruzando el puente, tal como nos advertían, se llegaba a La Victoria. Estaba ahí no más.


Pero entre quienes vivíamos en Santa Beatriz y los otros no hubo jamás un incordio que trascienda la euforia irracional de una contienda futbolística. Era un lugar tan diverso como parecía serlo el Perú. Por esa razón las advertencias de Blajo alertándonos sobre el peligro que podría representar ese Otro resultaban algo paradójicas, tanto que las habría comprendido mejor de haber aparecido como parte de un diálogo entre los Cartwright hablando sobre los planes de Sitting bull en un capítulo perdido de Bonanza.

En el experimento Homeles hotel  traté de referirme brevemente a esta condición tomando como pretexto una fotografía de Martín Chambi en la cual Juan de la Cruz Sihuana aparece retratado junto a Víctor Mendívil. Xiao Jeng (Kōbe, 1942- ), un entomólogo dedicado a la observación de las abejas melíferas, explica a un interlocutor que, en el hotel en el que se encuentran hospedados, hay un turista coreano, el resto era una turba escandalosa de huéspedes chinos. Por ende, y dada tal coyuntura, para Xiao Jeng ese coreano era el Otro. Era lo distinto, lo extraño, lo peligroso. Mientras Xiao Jeng observaba con atención las características particulares de los personajes retratados por Chambi, preguntó: ¿quién es el otro acá? La respuesta a la inquietud del entomólogo explicaba la situación del Otro en el Perú. Después de interrogarse: ¿el que no está?, su interlocutor concluye:

entre dos peruanos la identidad del Otro está en el tercero, oculto en la ecuación nacional.

El Otro no aparecía: no podía representarse por sí mismo pues carecía de un discurso para lograrlo. No se trataba del Otro de la alteridad, era simplemente el «otro», quien «es próximo, tan cercano que no nos gusta confundirnos con él, demasiado próximo que en él está el peligro. Mediante estas distinciones es posible explicarse el racismo »

Desde esta perspectiva Baudrillard observa que «uno puede ser el otro del otro, sin que el otro sea el otro de uno. Yo puedo ser el otro para él, y él no ser el otro para mí» .

EP4: UN TABLERO

El Perú dejó de ocurrir afuera la mañana en la que Blajo se decidió a instalar un tablero de basquetbol en el patio que daba a la puerta de la calle.

Si bien yo regresaba a casa después de haber entrenado un par de horas en el colegio, un día, dejé de estar junto a Hans aburriéndonos con el balón en lugar de enfrentarnos al desafío que ocultaba ese tablero. Aparecieron el Negro Brillo, Guille, el Perro Pérez León —quien jugaba en la selección peruana de baloncesto—, Carlos y Javier Menacho, Jean Pierre Ureta, Borrador, Rosita —quien con el tiempo pasó a llamarse Rose, mucho antes de tener a su primera novia— Henry, Samuel —que venía sólo para ver jugar a los chicos—, Coco y Pepe Avellaneda….

Dada la estrechez del espacio todos nos contentábamos organizando sendos torneos de uno contra uno —canasta gana los cuales podían extenderse durante horas.

En el transcurso de esas jornadas aprendí a hablar, no como Blajo, sino más bien en peruano, y el peruano se convirtió en mi segunda lengua.

Quienes jugábamos éramos muy diferentes y, entre nosotros, nadie se parecía a ninguno, pero, todos juntos, éramos el barrio.

En tanto nunca conseguí formarme una imagen de ese Otro sobre el cual Blajo seguía advirtiéndonos. Para mí su sola presencia, más que constituir un peligro ante el cual debía estar alerta, y más si consideramos mi falta de arraigo con respecto al unívoco concepto de lo nacional, comenzó a representar una esperanza: la del diálogo.

El Perú que encontró Ferrero se desarrollaba bajo la sombra de una suerte de xenelasia criolla, muy bien asolapada. Por ello los migrados, y esto pasó también con el resto de sus familias, pasamos a formar parte de una comunidad (im)política pues, tal como señala Paula Massano, debido a la interpretación que se hace del discurso del colonialismo, el cual es tratado como una ficción política, lo que, en realidad se encubre, es la verdad histórica ligando al individuo a una identidad artificial: la del mestizo.

Frente a ello no importaba mucho el origen de un migrado. No fue mi caso. Fui educado en una cultura que se planteaba desde una relación asimétrica con respecto al lugar de origen, como alguien «que no es» pero que, al mismo tiempo, responde potencialmente a distintas identidades. Podría decir que crecí como un concepto, en este caso, el de «un foráneo nacido en el Perú».

En las tardes de baloncesto —hoy sé muy bien que pudo tratarse de cualquier otro deporte—descubrí que los peruanos no me veían como a un paisano más. Era natural. Amén de preguntarme constantemente «¿y cómo se dice! @#$%^ en italiano?», ellos cantaban El Plebeyo en tanto me emocionaba con la lírica de Fischia il vento; leían Condorito mientras Lucía me traía el último número para completar mi colección de Il Corriere dei Piccoli; bebían pisco cuando a mí el pelinkovac ya me había curtido.

Algo parecido me ocurría con los pocos italianos de la colonia quienes no terminaron de comprender del todo mi franqueza ni mi intensa emocionalidad, mi aversión por los modales establecidos para los distintos protocolos, ni la fascinación que experimentaba ante el sonido de la tambura o al oír los cantos de los guslari.

Para ellos yo era simplemente un cigano y no por lo que pudiera haber en mí de balcánico. Si se inventaban esta condición y la expresaban con un acento tan peyorativo era debido a mi procedencia: era el nieto de un partisano.

De ahí mi gratitud para con la gente del barrio. Lo que experimenté cuando nos juntábamos en el patio, que constituía el escenario de esos improvisados torneos de básquet, fue la utopía de un nosotros junto a los peruanos.

EP5: SIGILO

 Armstrong nunca se sintió cómodo con la fama que traía consigo el hecho de haber sido, en julio de 1969, la primera persona en pisar la Luna. Tenía 38 años y dos inviernos después se retiró de la NASA para dar clases de ingeniería espacial en la Universidad de Cincinnati para mudarse a una granja. Si bien Ferrero, quien tenía la misma edad que Armstrong en el momento en el que llegó al Perú, nunca imaginó que en ese país encontraría su manera de estar en el mundo, sintió que su trabajo encubierto como amministratore dell'ospedale, pues, en realidad, desarrollaba labores de inteligencia para el Comando Partisano del Norte, formaba parte de una vida anterior. Por primera vez en Lima pudo desempeñarse en el ámbito en el que fue formado por su Maestro Benedetto Croce teniendo como condiscípulos a Carlo Carretto y Giuseppe Tucci.

Desde 1952 Ferrero enseñó en la Pontificia Universidad Católica del Perú, la misma institución en la que estudiaron Blajo y Giuliana, llegando a ser profesor Emérito.

Si bien a fines de los años setenta fue reconocido como Commendatore del Governo italiano y recibió la Stella D' Italia por sus aportes a la cultura peruana, siempre se mantuvo muy al margen de las actividades de la colonia.

La mayor parte de los italianos que migraron al Perú era oriunda de los puertos de la región costera de la Liguria (pienso en pueblos como Santa Margherita, Rapallo, Zoagli, Chiavari, Lavagna, Sestri Levante) y su trabajo tenía como tierra al mar, en «la colonia italiana había miembros del Fascia Italiano (…) Este Fascio contó tempranamente con órganos de expresión los cuales cumplían una función propagandística, como Italia Nuova (…) El propósito de este semanario era «sembrar la ideología fascista y en hacerla fructificar entre los miembros de la colonia italiana difundiendo los postulados básicos del fascismo» (López Soria,1981) .

Estando el Fascia Italiano de por medio, Ferrero intuía un peligro.

Los migrados europeos, y esta situación se hacía más evidente si pensamos en aquellos que alcanzaron la prosperidad merced a la industria y el comercio, no eran del todo conscientes que, fuera del ámbito de sus colonias, apenas representaban a una minoría en la dinámica del país que los había acogido, y si sucedía esto era tal vez por el poder de sus economías. No fue el caso de Ferrero.

En lo que respecta a la familia de Pétar, si bien él fue un «socio muy colaborador de la Sociedad Salva de la Beneficencia, de Lima », cada quien se ocupaba de sus propios asuntos, temerosos por el fervor nacionalista originado por el reformismo velasquista.

EP 6: MÁS QUE TODOS LOS DEMÁS


Dejé la ciudad de Lima hace 22 años, aunque Lima se convirtió en un recuerdo el mismo día en el que dejé Santa Beatriz poco años después de la muerte de Blajo.

Neil Armstrong falleció en Cincinnati, Ohio, el 25 de agosto de 2012 a los 82 años de edad. Su muerte se debió a complicaciones derivadas de una cirugía cardíaca. Ferrero partió antes que Armstrong, una tarde de agosto de 1989. Parte de mi generación creció leyendo su traducción del Tao Te Ching de Lao Tzu del idioma chino al español.


Hoy vivo en Arequipa, un lugar que, de acuerdo a cómo pensábamos el país en Santa Beatriz, está enclavado en las orillas del Perú profundo. Eventualmente, en las conversaciones con Ludy, cuando comento algo sobre la idea del Otro, ella me advierte: «te obsesiona, ¿no?». Puede que sea así.

Si bien «los tiempos en los que existía el otro se han ido. El otro como misterio, el otro como seducción, el otro como eros, el otro como deseo, el otro como infierno, el otro como dolor va desapareciendo» 23 , siempre sentí una extraña fascinación por lo que se me pudiera revelar a través de la diferencia, un aspecto que incluso podría evidenciarse en mis lecturas e investigaciones sobre escritura contemporánea como también en algunos tramos de mi propia creación.

Si alguna vez fui capaz de vislumbrar la aureola del Otro y acogerlo —esa era mi única preocupación —no fue a merced a las reiterativas advertencias de Blajo. Ocurrió a través de una frase de Dostoievski en la novela Los hermanos Karamazov: «Cada uno de nosotros es responsable ante todos por todo y yo más que todos los demás».

Después de haber sido eximido de toda responsabilidad en las diversas monsergas de Blajo en las cuales, ineludiblemente, el Otro constituía el peligro, con Dostoievski y su ansiedad rusa, por primera vez me vi implicado sin escudarme más en la metafísica exotópica de mi condición liminar. Yo también era responsable, y no sólo «...yo más que todos». No pensaba sólo en mis camaradas de ese entonces, también en la historia y, con ella, en todos y cada uno de los peligros a los que mis abuelos debieron enfrentar en sus travesías para llegar «hasta aquí». Con la idea planteada por Dostoievski pude intuir por qué en la casa de los Ferrero la lengua de las querencias siempre fue el italiano. No se trataba de subrayar la diferencia con respecto a los demás ni excluir a nadie y si, a la larga, se convirtió en la forma con la cual pude comprender el mundo, se dio así porque a través de esta elección, queriéndolo o no, estábamos restaurando la dignidad de cada una de las experiencias vividas por los Ferrero. No sólo al dejar Italia, también se redimía el momento en el que Onorio decidió desposar a Lucía, poco después renunciar al Marquesado; la imagen de la propia Lucía montando una bicicleta rumbo al mercado negro a procurarles algo de comida la mañana en la que siete bombarderos británicos atacaron la planta Fiat Mirafiori, cerca de casa; aquel otro en el que él fue tomado prisionero por la Gestapo y estuvo a punto de ser fusilado.

Hoy, mientras distintas formas de neofascismo parecen fascinar a las nuevas generaciones, tal vez como una transgresión frente a «el Sistema», yo sigo reivindicando cada uno de los detalles que implican mi origen. Si bien, en los años de la Guerra Fría, la Resistencia fue mayormente olvidada o se convirtió en una especie de secreto vergonzante, mencionado en voz baja después de ser cautelosamente extirpado de los libros de historia, y aunque hoy todo sea banalizable a tal punto que el valor de un gentilicio vale menos que una dirección IP, para mí, aunque sea más conveniente aceptar una legítima condición —la de peruano, la de croata o la de italiano, pues todas me corresponden— haya preferido hablar reconociéndome como un proveniente. De no hacerlo así estaría borrando de la Historia de cada uno de los momentos vividos por Ferrero considerándolos solamente en su conjunto, como parte de las vicisitudes propias de un arribaje.

Sé bien que «la historiografía de los últimos cincuenta años abundó sobre la pretendida “objetividad” del conocimiento histórico, colocando a los historiadores como si fueran científicos de bata blanca dentro de un laboratorio, y las fuentes documentales [como] elementos químicos que combinados producen un único y exclusivo resultado»

Por ende, tal objetividad no tomará en cuenta ningún episodio de esta narrativa, no, a menos que se registre. De ahí que, en la reseña biográfica de mi penúltimo libro  se consigne simbólicamente como lugar de origen daleko (y que, en alguna entrevista, debido a la impertinente obstinación de mi interlocutora, quien parecía empecinada en recalcar mi condición de «alguien que no es», con respecto a la peruanidad, haya terminado declarando a destajo «soy un viejo genovés»)

A Ferrero parecía no importarle si leíamos o no los libros que llegaron en esos antiguos baúles, pero no fue capaz de ocultar su emoción cuando descubrió que venía leyendo con avidez cada uno de esos enigmáticos volúmenes.

Después de leerlos descubrí que, al hacerlo así, no sólo me estaba convirtiendo en alguien que formaba parte de la historia de Emma Dyke, de Giovanni Aubrey Bezzi, de Emilio Di Ventimiglia o de Giovanni Maria Mastai Ferretti, también era su memoria viva.

En ese entonces no sabía que el Otro era yo.

 

 

 

INÉDITO: CARLOS COCIÑA. EL PAISAJE POÉTICO DE LA RUINA

 Estos textos serán leídos en septiembre 26 de 2025, en la lectura de poesía y ensayo "El paisaje poético de la ruina, en el marco de la XXIII Bienal de Arquitectura y Urbanismo de Chile.”



Puentes y pasadizos llagan al lugar hundido bajo una superficie. Túneles de inundación sostienen el casco urbano, armado con paredes de diseño de granos de maíz. Allí el sentir es indispensable entre energías invisibles de lo natural. Juegos de turbinas en silencio, entre algas imperceptibles. Escuchar derrumba los altos techos del miedo. Aun si se fuerza la vista, no se ve la resonancia de ojos que quedan atrás.

Una percepción que no considera el cambio de los elementos, ni relativice la temporalidad, puede producir desastres. Vacilaciones estructurales, obsolescencia tensional, desgaste de materiales, alteran la pulsión contemporánea al control.

 

 

A la casa sobre el arroyo se accede por el radio. Su estructura es un puente entre el abandono y el bosque. Habitada y sola, conserva su materialidad en un otoño extenso, musgo y humedad. Integrada al viento, resuena en insectos y telas transparentes, resquebrajada en el concreto. Se recrea sin interrupción con destellos de ventanas y objetos volátiles.

Un remanso incluye su desaparición en un ciclo de viento. Trazado cuyos límites desbordan la posibilidad de quietud. Un lago que gira en un aire pesado, visto doble para vislumbrar los enigmas de un mar que relincha. Cascos resuenan en olas y corrientes inmoladas en recuerdos.


 

Fueron leídos en agosto 26, 2025, en el ciclo “Voladores de Luces. Conversaciones con la poesía chilena” (Sesión 15) en la ciudad de Valparaíso.

 

 

 

Un objeto recubierto por un material cuya superficie absorbe el 99.965% de la luz visible. La forma pierda volumen y se ve completamente plana. La película que lo cubre está compuesta por millones de nanotubos de carbono tan delgados que la luz rebota infinitamente hasta desaparecer. No es un hoyo negro sino una espacio denso y plano con su curvatura en expansión. La percepción pierde el infinito. Ocurre en la superposición y el entrelazamiento del límite de la profundidad del aire.

 

 

El traductor automático de sonidos no registra matices ni entonaciones. Una extensión plana donde ocurren abismos y cimas que alteran en forma dramática el rumbo. Una vía que elimina el olor y texturas del aire que se respira.

Su versión más avanzada reproduce todas las posibilidades, y las ajusta a una cohesión lógica con un archivo de información elaborado por contigüidad de ciertas marcas preestablecidas. Rompe toda posibilidad de sostener una mínima relación con aquello que pretende describir.

 

 

Tareas pendientes aparecen repentinamente en otro lugar. Ramas secas que aún no caen por su propio peso. Energías que transforman dimensiones desconocidas.

La desaparición de las especies y la dispersión de los materiales establecen un orden, un salto a otro espacio sin moverse.



lunes, 8 de septiembre de 2025

MAURIZIO MEDO. DUBROVNIK,UNA FICCIÓN DE LA REALIDAD

 La tarde en la que Vlaho Medo pensó en todos los elementos geopolíticos que entraban en juego y con los que tendría que harbar durante los próximos agostos hasta que sus hijos comprendan bien dónde fue que había nacido, apenas pudo hipar como quien ya no puede, incluso antes de haber empezado. Entonces buscó socorro santiguándose frente a los libros de la balda más alta pensando en las enciclopedias que allí había reunido con los años mientras los críos crecían pintarrajeando paredes incunables. No iría a dejarlos solos en medio de esa estancia atiborrada con siglos de saberes. Ellos recién estrenaban lectura y en ese entonces habrían sido muy capaces de convertir la última novela de Amos Oz en el SketchBook de una barbarie. Entonces Vlaho alzó su dedo grande en el aire, y después de darle cientos vueltas siguiendo el curso de un remolino imaginario, apuntó una foto aparecida en un antiguo volumen la revista National Geographic (allá por los 70) diciendo, y casi no: fue en Dubrovnik.


Si bien fue imposible rescatar la foto original, pues ésta se estropeó entre inverosímiles y absurdas mudanzas, aquélla que encabeza el post fue la vista elegida por Vlaho, después de cientos de ráfagas, para que conociéramos el lugar donde había nacido. Nosotros nos miramos. Vlaho no había dicho Yugoslavia, tampoco Croacia. Sólo acentuó Dubrovnik.

Pegué esa foto con cinta aislante sobre la vieja pared de adobe como, en ese entonces, los adolescentes solíamos hacer con la imagen de nuestros ídolos de otrora.

Cada día, luego de sobrevivir a la larga jornada, como si fuera un feligrés quien se encomienda a la gracia de Majka Bozja Bistricka, rogaba porque esa vista, aun cuando pareciera estar en un lugar fuera del mundo, se mantuviera viva. El aura de Dubrovnik, a diferencia de lo que enfrentaba en mi entorno, me transmitía cierta impresión de paz al ver cómo su pasado enraizado entre esas ariscas rocas parecía consensuar con el viento frío del Bora cuál sería el momento en el que se transformaría en futuro.

Aunque viajamos  con cierta continuidad a Italia, no pensé nunca llegar a Dubrovnik, estaba en ‘la otra Europa’,en las Balcanes. Parecía más lejana.

Mi expectación de niño sin propinas, amén de adquirir algunas gollerías, se satisfacía con alcanzar la vereda de enfrente. Ahora bien, si como dije, no estaba en mi planes, aún cuando en mi entresueño intuía que, de hacerlo, en el casco de la civilización iliria de hace 2500 años, tendría la dicha de encontrar encofrada en un pañol la voz de mi propia historia.

Habiendo transcurrido medio siglo del tiempo en que Dubrovnik estuvo más acá de mí mismo, aunque muy lejos de la escoba de ramas de brezo, no ceso de ciar especulando qué podría originar que alguien, quienquiera que sea, se aventure en la vastedad del Adriático hasta llegar a las orillas de Dubrovnik.

Aunque el escritor dubrovnikés Luko Paljetak también pensó en ello, desde este lado del mundo, y sin ir en detrimento de lo escrito por Paljetak, puedo colegir otras variables:

 

1. porque fue un confeso fan de GOT y alguna vez, se imaginó caminando entre las laberínticas calles de King's Landing,

2. porque gracias a ese viaje en la próxima reunión con los socios del club podrá ufanarse comentando que estuvo de plácemes a las orillas del Adriático en «la otra Europa»

 o 3. va, porque como ya «conoció», pues estuvo, en la medida que «pasó» por Roma y por París —e incluso fue capaz de llegar a Estambul— pensó en un destino más excéntrico, uno que, aunque infrecuente, sume un check en su lista de lugares visitados menguando la férvida ansiedad de su cosmopolitismo de escaparate.


Creo que estas líneas son suficientes para que el lector consiga hacerse una idea acerca de la visión que tengo, y que, también, mantengo, con respecto a lo que se encuentra inmerso en el abominable negocio de la turistificación.

 En mi caso, si bien, cómo no, alguna vez la he padecido, ello está al margen de lo que experimentan los residentes de los países anfitriones: la pérdida de identidad cultural, el deterioro del medioambiente, la congestión en los servicios básicos, la congestión y privatización de los espacios públicos, la especulación inmobiliaria y el aumento de los costos de vivienda o los conflictos entre los actores implicados en esa «industria sin chimeneas». Pero, a decir verdad, mi confesa ojeriza concierne al «real interés» que motiva que un turista oficie como tal.

Recientemente, una influencer china fue multada por grabar en streaming cómo cocinaba y se comía un tiburón blanco; una pareja fue encarcelada por robar en 2021 vino valorado en 1,7 millones de dólares en el restaurante Atrio de Cáceres en el oeste de España; un grupo de turistas alemanes derribó una estatua de valor incalculable mientras ensayaba la pose perfecta para fotografiarse en Viggiù, cerca del lago de Como. Algunos de estos casos, en su momento, fueron ampliamente difundidos con el propósito de explicar el sentido de las recientes olas de protestas en contra del «turismo de masas» y que, en su momento, también fueron utilizadas por el periodista británico Greg Dickinson para definir apropiadamente el concepto de Overtourism.

 Al concluir nuestro viaje por tierras croatas decidimos «alejarnos» del indómito trajín que, sabíamos, implicaría («la vida de un turista es muy sacrificada», solía repetirnos mi amiga Johana) y, después de todas las cuitas de ese barullo, decidimos darnos una tregua y reposar unos días en el corazón de la Toscana.

En una visita que hicimos a la Casa di
Boccaccio, debido al cansancio acumulado por el frenesí de las distintas expediciones por tierras «balcánicas», me detuve un momento para conversar con una joven sienesa. Ella, una simpática estudiante de la Università degli Studi di Siena, trabajaba en la atención al público que visitaba la Casa di Boccaccio. Fue así que, entre dimes y diretes, me comentó sobre lo que presenció en una osteria en el Panzano in Chianti cuando un estadounidense, visiblemente molesto, se quejó de que la comida que servían no era auténtica, No era como la pizza que alguna vez había comido en su ciudad. Otro se quejó indignado. Nadie hablaba inglés. Exigió ser atendido en su idioma. Pero esto ocurrió «después». Una vez que llegamos a Dubrovnik, Marija, la guía, compartía con nosotros algo de todo lo que había significado para ella vivir las Guerras Yugoslavas.

—Cuando te dicen —comentaba casi a corazón abierto—que, en ese tiempo, muchos tuvimos que dormir sobre el piso mirando solamente las estrellas, la imagen, en sí, podría resultar lírica. Pero, un momento, «dormíamos sobre el piso», sin un techo que nos guarezca ante la inminente amenaza de un nuevo bombardeo y sin saber bien qué podríamos comer el día siguiente teniendo sólo unos cuantos centavos . Sus ojos parecieron anegar en lágrimas. Me emocionó.

 


Marija había abandonado el guion del discurso original. El grupo —en ese momento formábamos parte de uno—guardó silencio. Pareció compartir su sentir. El silencio también es elocuente. Sin embargo, esa magia se quebró súbitamente. Una mujer, quien parecía haber sustituido su último resquicio de piel por la plástica lozanía del bótox, puso fin a esos efímeros instantes de clímax. Entre empellones, dio un paso adelante, abriéndose entre el gentío, con la actitud de una potranca que parecía haber divisado a su padrillo. Así, muy decidida, ametralló a la sobreviviente.

— Qué lindo tu pantalón. ¿Dónde lo compraste? ¡Felicitaciones¡

La dubrovnikense, desconcertada, pareció acusar el golpe.

—En un almacén. Fue lo primero que encontré a la mano— y la pobre ya no supo cómo continuar el hilo de su sentido discurso. En ese momento la «turista», como ocurrió también en los casos anteriores, no respondía a una nacionalidad en particular, era simplemente eso: una «turista».

Yo no fui a Croacia por turismo. Fui porque, desde que pegué esa vista en la pared de adobe, siempre la llevé conmigo. Mi familia es originaria de Dubrovnik. Pétar, mi abuelo llegó al Perú a fines de los años 30 pero, tal vez, debido a su particular carácter, no encontró el tiempo que le exigía hablar de «su tierra» y, tal como comenté, tampoco mi padre, ni siquiera mientras se desarrollaban las sangrientas Guerras Yugoeslavas, razón por la cual la familia no pudo regresar a Dubrovnik, encontró el momento, y tal vez las palabras justas, para hablarnos de lo que para él representaba aquello que estaba ocurriendo.

Si bien escribí «particular» creo que hay aspectos del carácter que, a veces, aparecen registrados en la etimología. Estoy pensando propiamente en la palabra eslavos. El término "eslavo" proviene del latín medieval Slavus, que, a su vez, deriva de la palabra protoeslava slověninъ, que significa "persona que habla [la misma lengua]". En base a ello existe una teoría que relaciona esta raíz con la palabra slovo (palabra, habla), sugiriendo que "eslavo" significaría "el que habla [nuestra lengua] ".

Comento esto pues, pese a que, desde este lado del mundo, se piensa a los croatas y, a los habitantes de los pueblos eslavos como personas «frías», Croacia fue considerada por la revista Condé Nast Traveler como uno de los países más amigables de Europa. La forma de ser del croata está signada por la idiosincrasia del eslavo, es decir por un fuerte sentido de pertenencia, el cual se manifiesta a plenitud en la intimidad de una cofradía «entre quienes hablan su lengua», ajenos, como es el caso, al estridentismo y la grandilocuencia histriónica de los italianos


Por lo general, el croata se identifica con la cultura de Europa occidental e incluso hay quienes, después de haber fruncido el entrecejo ante el término «balcánico», por las connotaciones negativas, marca una distinción entre «ellos» y sus vecinos «del este» de Bosnia-Herzegovina, Montenegro y Serbia, es alguien quien, a primera vista, pareciera ser de carácter reservado. Pero, en la medida que uno supera esa impresión inicial, descubre que el croata, amén de hospitalario, es muy amigable y no sólo: su vinculación con el mundo se da a través de un particular sentido del humor, uno que podría recordarnos el tono del deadpan británico, pues, cuando un croata hace una broma no sonríe, permanece serio. Si se ríe de alguien es de sí mismo. Para un croata el sentido del humor posee la valía que los serbios confieren al Inat*. Pienso en la invención de la corbata como un atavío confeccionado con el propósito de que los sangrientos mercenarios croatas que llegaron a Francia en la segunda mitad del siglo XVII contratados por el rey Luis XIII para luchar por la causa real en la Guerra de los Treinta Años pudieran mostrarse como «caballeros confiables y probos». Sólo mediante el humor es que uno consigue explicarse cómo, después de las Guerras Yugoeslavas, hoy, en Croacia, puedan coexistir armónicamente las culturas centroeuropeas, mediterráneas y balcánicas, amén de las pequeñas comunidades conformadas por bosnios, húngaros, italianos, eslovenos, romaníes, albaneses, checos y alemanes.

Este aspecto ya puede vislumbrarse en Dubrovnik, donde las iglesias católicas conviven con una mezquita, una sinagoga y una capilla ortodoxa-serbia.

NON BENE PRO TOTO LIBERTAS VENDITUR AURO


Si bien figura en el Capítulo LVIII de El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra, la frase Non bene pro toto libertas venditur auro, es el lema que motivó la firma del Tratado de Zadar en 1358, el cual le puso fin a la guerra entre la República de Venecia y Hungría dando origen al surgimiento de la República de Ragusa di Dalmazia en el Reino de Yugoslavia. Desde 1918 conocemos ese lugar como Dubrovnik, nombre eslavo que deriva de la palabra dubrava, bosque de robles, aludiendo así a los árboles que, en ese entonces, cubrían el Monte Srd. Non bene pro toto libertas venditur auro reza la inscripción que se lee en la Fortaleza de Lovrijenac. Dicho recinto fue construido por los propios ciudadanos de Ragusa a principios del siglo XI en tan solo 3 meses con el fin de cautelar la ciudad del asedio de los venecianos, quienes incluso pretendían construir su propia fortaleza precisamente en ese lugar. Una vez que llegaron las tropas venecianas cargando con todos sus pertrechos se encontraron con esta imponente fortaleza, la misma que se siguió reforzando en un proceso que duró más de 300 años hasta culminar la obra en los albores del siglo XIV.

¿Cómo explicar esta «coincidencia» entre la inscripción que refulge en Lovrijenac y su aparición en el Capítulo LVIII de El ingenioso Hidalgo? 

La gallega Ángela Rodicio en el libro Dulcinium: el amor perdido de Cervantes cuenta que, tras la batalla de Lepanto, Miguel de Cervantes, fue hecho prisionero en 1571, por los corsarios montenegrinos. No estuvo preso sólo en Argel, de acuerdo a ciertas crónicas, sino también en Ulcinj, la antigua Dulcinium romana—Dolchiño para sus habitantes situada en la costa montenegrina, a 58 millas de Croacia. De acuerdo con Rodicio, Dulcinium fue el nombre que dio origen a uno de los personajes clave "Don Quijote de la Mancha": Dulcinea. Cuando Rodicio emprendió su periplo hacia las costas montenegrinas, no le costó mucho encontrar datos que documentan la presencia del escritor español, conocido como Servet por los lugareños, quienes relatan su cautiverio como algo que no admite duda, tanto así que incluso enseñan a los turistas su celda.

Según otra leyenda, Cervantes fue llevado a Berbería, lugar con la que los corsarios de Ulcinj tenían estrechos vínculos y tras cinco años de cautiverio, consiguió volver a casa, gracias a unos frailes españoles quienes pagaron quinientos táleros de oro por su liberación. A su regreso a España escribió el «Quijote » una historia sobre Dulcinea, qquien, muy probablemente fue una mujer de Ulcinj.


Actualmente, en el Stari Grad** de Ulcinj existe un busto de Servet. Su autor es un famoso escultor albanés de Tirana, Bujar Vani. Como en la política, en la literatura no hay coincidencias.

Pero volvamos a Dubrovnik. La primera impresión para quien llega a esta ciudad está imbricada con la impresión de que, a lo largo del tiempo, dicho lugar ya estaba infiltrado en nuestro imaginario, no sólo por las tomas que vimos de Dubrovnik como parte de King's Landing en Game of Thrones, donde La Fortaleza de Lovrijenac era La Fortaleza Roja en la capital de los Siete Reinos. Dicha impresión ya se manifestaba desde el rodaje de Fiddler on the Roof, película musical realizada al viejo estilo de Broadway por Norman Jewison en 1971, previa a los años dorados del turismo en Dubrovnik en los años ochenta, y, posteriormente, con la aparición de la ciudad en producciones más recientes como Doctor Who, ¡Mamma Mia! Here We Go Again o Episode VIII de Star Wars: The Last Jedi).

Esta sensación, desde que uno cruza el umbral de la Puerta de Pile y camina sobre el mármol pulido de la calle Stradun, la misma que atraviesa el corazón de todo el Stari Grad, se replica, y sigue replicándose, como si se tratara de la acometida de un incesante deja vu. La vívida impresión de haber visto alguna vez esto, aquello o eso otro, pareciera superponerse con cada una de las tallas medievales del Palacio del Rector, ante el delirio barroco con el que se construyó la Iglesia Patronal de la Ciudad, levantada en honor de Vlaho, Santo Patrono de Dubrovnik o incluso entre el profundo aroma a lavanda que se respira entre las rojas fresas silvestres, llegadas de Konavle, cuando uno visita el mercado al aire libre en la plaza Gundulić.


Pero, antes de emprender el viaje a las entrañas del Stari Grad lo más conveniente es recorrer las murallas de la ciudad. La historia de Dubrovnik también se escribió en el mar. Cada vista que se observa deslumbra como si cada una se luciera como un esplendente fotograma que, bajo un cielo de fuego y miel, parece decirnos que el tiempo nunca será suficiente para contemplarlas.

Al pie de las Murallas, después de cruzar la Puerta de Pile, en el lado derecho del Stradun, se encuentra la antigua farmacia del Monasterio Franciscano. La tradición popular cree que San Francisco de Asís alguna vez estuvo en Dubrovnik. Es bastante probable. La farmacia «Mala Braca» abrió sus puertas en 1317 junto con el monasterio franciscano, y en ese entonces, el puerto de Dubrovnik era una parada obligatoria para los barcos que transportaban a los peregrinos hacia la Tierra Santa.

«Mala Braca», originalmente atendía las necesidades propias de los monjes, pero con el tiempo abrió sus puertas al público. Pese a que no es la farmacia más antigua de Croacia , constituye una de las atracciones más visitadas en Dubrovnik. Tal vez se deba a su estratégica ubicación ya que su campanario resulta un magnífico punto de orientación si es que alguien se pierde entre las callejuelas del Stari Grad. La antigua farmacia, o más bien, la botica, se visita como museo. En el siglo XIV la botica fue un espacio en el cual la medicina se combinaba con la herboristería, y la ciencia farmacéutica propiamente dicha, y comprendía desde la preparación de los medicamentos hasta su dispensación y consejo al público sobre lo que les había sido administrado.


No alcancé a visitar Plaza de la Luža, Fuente de Onofrio, La Torre de la Campana, pero todo ello pareció dejar de ser importante en el momento en el que divisé muelle de Portoc y partí rumbo a Lokrum, una isla de apenas 2 kilómetros cuadrados. Amén de su condición de paraíso natural pues, entre los pavos reales asentados allí, «sinuosos como culebras, huidizos como los gatos y cautelosos como los búfalos viejos cuando vigilan los movimientos de sus enemigos» (Edward Charles Stuart Baker ) se encuentra su propia versión del «Mar Muerto», un lago pequeño y poco profundo (10 metros) de alta concentración salina que está conectado con el mar, y sin referirme a su exuberante floresta, fue la prolífica cantidad de mitos leyendas surgidas que consiguen suscitar apenas unas cuántas hectáreas.


Supe de La leyenda de la maldición de Lokrum, la misma que surgió cuando el general del ejército francés Auguste Marmont ordenó el cierre del Monasterio Benedictino y la inmediata expulsión de los frailes. Los monjes de Lokrum indignados, protestaron ya que en el legado del Conde Savin, y aún en contra de aquello de lo argüían sus herederos, se indicaba que el monasterio pertenecería a los monjes. Así, en medio de la vasta espesura de la noche, convenientemente ataviados y arrastrando consigo cadenas, dieron tres vueltas a la isla, cantando ceremoniosamente las ominosas palabras de la terrible maldición:"¡Quien reclame Lokrum para su propio placer personal será condenado!". Esto no fue suficiente. Los monjes abandonaron la isla que pasó a manos de una familia de aristócratas que no tardó en perder su fortuna. La isla fue vendida a una pareja que había visitado el lugar en 1859. Ellos remodelaron el antiguo monasterio para habitarlo construyendo preciosos senderos que se abrían en la fronda, trajeron esos hermosos pavos reales y bandadas de exóticos pericos provenientes de las Islas Canarias, mientras sembraban sendos jardines de rosas, lavanda y limones. Pero felicidad es efímera. Por diversas circunstancias debieron abandonar la isla. Una que, de acuerdo, a lo que narra otra leyenda, Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra, naufragó a su regreso de las Terceras Cruzadas en 1192. El Rey, agradecido, pues fue rescatado en la isla, prometió construir una iglesia en la isla, lo que, entonces, fue imposible, pero este fue el origen de la catedral de Dubrovnik. Y de Lokrum aún hay más, en el rodaje de Games of Thrones, en los jardines botánicos de la isla se grabaron las escenas de Qarth, donde Daenerys y su séquito asisten a una fiesta organizada por Xaro Xhoan Daxos.

Comencé afirmando que, aun cuando Dubrovnik, pareciera estar en un lugar fuera del mundo, rezaba para que se mantuviera viva. Ojalá pueda ser así. El Stari Grad se está desmoronando, razón por la cual la UNESCO amenazó con despojar a la ciudad de su estatus de Patrimonio Mundial debido a los embates ocasionados por la turistificación. Dubrovnik no se construyó para albergar a tanta gente. Hoy, cuando llueve, el contenido del alcantarillado medieval bajo Stradun se vierte por entre las alcantarillas y el suministro eléctrico es insuficiente para cubrir las necesidades de todos los restaurantes y para lo que requieren los equipos de aire acondicionado. Por esta razón en Dubrovnik ya no hay turismo de masas. 

El Ayuntamiento dispuso contadores de personas en cada punto de entrada y salida. En tiempo real se puede saber cuántas personas están en la ciudad en cada instante. También por ello, paulatinamente, se fue reduciendo el número de cruceros y se restringieron los alquileres en el casco antiguo recortándose en un 30 por ciento el número de mesas y sillas en los cafés al aire libre y en un 70 por ciento el número de puestos de souvenirs. La legislación nacional exigirá a los propietarios de departamentos en edificios el consentimiento del 80 por ciento de los demás residentes antes de poder alquilar su departamento. 



Mientras tanto, recientes noticias dan cuenta que el «Ministerio de Exteriores ha recomendado ‘posponer todos los viajes no esenciales a Serbia debido al trato inapropiado y arbitrario hacia los ciudadanos croatas’ y que, en caso de hallarse en suelo serbio y necesitarlo, contactar con la embajada de Croacia en Belgrado».

Dubrovnik no es Disneyland, felizmente. Pero, de existir un paraíso, es lo que más se le parece. Vuelvo después de muchos años sobre la imagen de Majka Bozja Bistricka le pido otra vez por Dubrovnik: «que exista para siempre».

Los fantasmas de Lovrijenac parecen decirnos que esto no es imposible.



 

* “Inat" (инат) es una palabra serbia que no tiene una traducción directa al español, pero se refiere a una actitud de terquedad, obstinación, o desafío, a menudo en contra de la adversidad o la autoridad.

**Centro histórico

*** La farmacia más antigua de Croacia se encuentra en la calle Kamenita 9, llamada "K crnom orlu" (El Águila Negra) y fue fundada en 1355 por Niccolo Alighieri, sobrino nieto de Dante, y está en funcionamiento desde entonces, ofreciendo, como «Mala Braca», medicamentos a base de plantas y mezclas preparadas por los propios farmacéuticos