Harari confunde la descripción del capitalismo
de plataformas con una profecía. Lo que él llama “la nueva religión del
dataísmo” no es una mutación ontológica, sino la más reciente intensificación
del dispositivo mercantil. Su entusiasmo por la inteligencia artificial no
difiere mucho de la fascinación teológica por la omnisciencia divina: “El
algoritmo sabe”, como antes se decía “Dios proveerá”. En el fondo, Harari no
predice el futuro: lo canoniza. Zižek, en cambio, en The Parallax View (2006), nos recuerda que el verdadero
acontecimiento no es lo que cambia la realidad sino el desplazamiento en
nuestra mirada: lo digital no sustituye lo analógico, lo recodifica. No
asistimos a una “nueva era”, sino a la expansión tautológica de la vieja lógica
instrumental, la que convierte toda experiencia en dato, toda afectividad en
estadística, toda memoria en archivo replicable.
Walter Benjamin ya había advertido que “toda
tecnología de reproducción acarrea una transformación de la experiencia” (La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica, 1936), pero lo que Harari no percibe —o decide
no percibir— es que esa transformación no anula la experiencia, la repite bajo
otra textura. Kilroy was here
condensaba, en plena guerra, el deseo de dejar huella, de resistir a la
aniquilación simbólica; los memes de hoy, aunque saturados de ironía y
conectividad, repiten el mismo gesto, pero degradado por la estadística: su
circulación ya no es acto de supervivencia, sino de consumo.
Zižek, en Living
in the End Times (2010), dice que el capitalismo tardío ha logrado un
prodigio teológico: transformar la abstracción en sustancia. El dinero, el
crédito, el dato: todos fingen ser inmateriales pero dependen de la
infraestructura más física imaginable. La “nube” —esa invención poética de
Silicon Valley— no es una metáfora espiritual, sino una ficción de clase. Son
kilómetros de servidores encendidos en desiertos energéticos, obreros minando
litio en el altiplano para que el teléfono pueda simular liviandad. Lo digital
es la última forma del fetichismo materialista: el deseo de eliminar el peso
del mundo sustituyéndolo por una estética de la transparencia.
La autoproclamada “cultura digital” se ufana
de haber abolido al mediador, de haber democratizado la producción simbólica,
pero lo que realmente ha hecho es suprimir toda noción de curaduría. En el
reino del scroll infinito, nadie filtra,
nadie jerarquiza, nadie interrumpe. La promesa de libertad creativa se traduce
en dispersión atencional. El algoritmo no selecciona por criterio estético ni
por densidad conceptual, sino por permanencia ocular: gana el que grita más
tiempo. Donde antes existía el editor, el crítico o el curador —esas figuras
molestas que hacían de la cultura una conversación y no una estampida—, hoy hay
un código que contabiliza pulsaciones. La mediación se ha automatizado, y por
tanto, se ha vuelto invisible.
Harari celebraría esta descentralización como
la democratización definitiva del conocimiento; Zižek la vería, con su habitual
sarcasmo, como el colapso de la sublimación simbólica: el punto en que la
cultura deja de organizar el deseo para limitarse a producir dopamina. “El
problema del mundo digital —dice Zižek en Disparities
(2016)— no es la pérdida del sentido, sino su sobreproducción trivial.” Cada
sujeto conectado se cree un emisor soberano, cuando en realidad repite el gesto
reflejo de la máquina que lo traduce. La originalidad se sustituye por la
reacción, la profundidad por la disponibilidad. El resultado es una cultura sin
memoria, sin jerarquías, sin reposo: una avalancha de signos huérfanos que se
destruyen en el mismo instante en que aparecen.
Harari imagina un mundo donde los algoritmos
superan al hombre; Zižek, en cambio, ve en ello la confirmación de su
estupidez. El sujeto contemporáneo, dice, es un “idiota gozoso”, un esclavo que
celebra su esclavitud porque la ha delegado en una interfaz (The Courage of Hopelessness, 2017). Harari
interpreta la digitalización del yo como el final de la historia; Zižek la
interpreta como su síntoma. No hemos llegado al futuro: estamos repitiendo, a
mayor escala, el mismo impulso que llevaba a los soldados a escribir Kilroy was here en las ruinas. Solo que
ahora lo hacemos en el muro luminoso del smartphone,
sin barro, sin guerra, sin alma, pero con la misma desesperación.
El error de Harari —su ingenuidad neoliberal
disfrazada de profecía— consiste en creer que la data sustituirá al deseo. Pero el deseo, como enseña el
psicoanálisis, no se borra: se desplaza, se codifica, se disfraza. Lo digital
no elimina lo analógico: lo convierte en su espectro. Kilroy sigue aquí,
asomado entre las rendijas del algoritmo, sonriendo con sarcasmo mientras
Harari explica, por enésima vez, que el hombre ha sido superado. Tal vez lo
único que fue realmente superado es la capacidad de entender la ironía.
Referencias
Barthes, R. (1957). Mitologías. Éditions
du Seuil.
Benjamin, W. (1936). La obra de arte en la
época de su reproductibilidad técnica.
Dawkins, R. (1976). The Selfish Gene.
Oxford University Press.
Eco, U. (1984). La estructura ausente:
Introducción a la semiótica. Lumen.
Harari, Y. N. (2016). Homo Deus: A Brief
History of Tomorrow. HarperCollins.
Shifman, L. (2013). Memes in Digital Culture.
MIT Press.
Zižek, S. (2006). The Parallax View. MIT
Press.
Zižek, S. (2010). Living in the End Times.
Verso.
Zižek, S. (2016). Disparities.
Bloomsbury.
Zižek, S. (2017). The Courage of Hopelessness.
Allen Lane.
Lucía F. Rivarola (Buenos Aires, 1987) es investigadora independiente, ensayista y crítica cultural. Se formó en Letras en la Universidad de Buenos Aires y amplió estudios en filosofía contemporánea y teoría de los medios en la Universidad de La Sorbonne Nouvelle, París III. Su trabajo articula pensamiento crítico, estética y tecnología, con un énfasis particular en las formas de traducción entre lo analógico y lo digital. Trabaja de manera autónoma, fuera de las estructuras universitarias formales, defendiendo una práctica ensayística que combina rigor teórico, humor negro y escritura de combate. Colabora esporádicamente con colectivos de crítica experimental y laboratorios de arte digital en Argentina, México y España. Actualmente prepara el volumen Restos de pantalla: arqueología del presente digital, donde expone su tesis central: que la llamada “nueva cultura” no es sino una curaduría del descuido, una civilización sin memoria que archiva todo para olvidar mejor., R. (1976). The Selfish Gene. Oxford University Press.



