Guatambú es un libro que fue escrito por el argentino Mario Arteca (1960) en el año 2003. Así como hoy nos referimos a este título — sin duda emblemático— recordaremos otros editados a «principios de siglo» con el propósito de dilucidar cómo lo que, entonces, parecía alborear con la claridad de un período promisorio —existen varios ejemplos de ello—devino en un régimen digitado por la inmediatez ramplona de la “poesía Instagramática” con la promesa de ser famosos mediante la escritura.
Salvo algunos aportes de Vicente Luis Mora, Martín Rodríguez Gaona y, eventualmente, de Cristina Rivera Garza, no he leído muchos debates sobre esto. No como tal vez lo exija este ¿cambio?. Para ello en lugar de hablar de «lo que hay» —en su librería favorita—comenzaremos refiriéndonos a las escrituras, perdidas en el submundo de las ferias ambulantes, esperando ser descubiertas o, por qué no, reeditadas.
MM
La escritura del argentino Mario Arteca (1960) constituye una coartada contra el discurso, comprendido como estructura orgánica o ideológica. No hay tal. Y si lo hubiera, sería por contra-lógica; es decir, desde la propia negación del mismo. A través del cuadrado mallarmeano, y contra el ruido blanco de la página, yuxtapone paradoja y suspicacias, doxa y voz urbana; de pronto refiere, en otro evoca. El Yo del sujeto poético ora es una imagen pictórica, ora una idea, ora una insinuación, oscura o no, que alude a otros planos, siempre desde la alusión a otros planos. Coartada, dijimos. Agregamos ahora: “ensamblado”. Esta escritura es composicionalmente prismática. No hay tesis. Si la hubiera sería solo para liberarla de los determinismos que han sido puestos sobre ella, y casi al borde del pensamiento crítico: aquel que nos da el medio para pensar el mundo tal y como es (y como podría ser), pero, cuando el lector empieza a creer en este, basta una sola frase para tirarlo todo abajo.
De acuerdo con José Kozer, la escritura de Arteca es concebida con tal rapidez que aparece como una continuidad deshaciendo la propia continuidad. Esta es una de las operaciones más características de Guatambú, un libro articulado en cincuenta y cinco zonas, pero que deben ser entendidas como una organicidad indivisible.
La performance de Arteca podría hacernos pensar en un “tiempo real”, en uno que transcurre conforme se va hablando, y que se recoge a través de una mímesis narrativa. Los flujos de pensamiento, las voces, las referencias fluyen y devienen, como en John Ashbery, sin aspavientos ni arbitrariedad. Connotan, al mismo tiempo, un plano real-mental, como se imbrican, tal si cada uno deviniera desde otra lengua. Mario Arteca es solo el lugar de cruce. Escapa a eso que él llama caídas retóricas de la sensiblería, las mismas que ocurren, incluso, en grandes poetas de nuestro continente.
No es raro, entonces, rastrear en Guatambú influencias anglosajonas: Eliot, Pound, Hughes, o de las más recientes generaciones brasileñas: Paulo Leminski, Wilson Bueno. Tampoco es raro –por el contrario, es una de las bases de su discurso- el recurso ensayístico, la poética del poema, el apunte reflexivo que irrumpe y se integra al flujo expresivo. Expresión y reflexión: decisión de un decir que se expresa. Este proyecto, que atraviesa toda su obra hasta llegar a El pekinés (2011), aunque cada libro concentre en sí a una variante, hace de esta escritura una operación de desmontaje de lo real a través de la deriva.
No hay estructura, no hay lírica, no hay estilo y, sin embargo, todo encaja perfectamente.
Maurizio Medo (en “País imaginario. Escrituras y transtextos. Poesía latinoamericana. 1960-1979).
“A Guatambú lo veo como un libro que funciona como un manual de escrituras a punto de dispersarse en varios fragmentos, que luego serán textos literarios autónomos.
Permanentemente pensaba en huir de cualquier etiqueta previsible… No se trata
de un movimiento racional, pensado, calculado, sino del resultado de lo que
mejor me salía hacer en ese momento.”
Mario Arteca.
Por distintas razones, este libro está dedicado al amor
y a la amistad de Esteban López Brusa, Reynaldo Jiménez,
Aníbal Cristobo, José Kozer y Víctor Sosa.
Sin ellos, este libro jamás hubiera visto la luz.
Y por una sola razón, este libro es para Fernanda y Olivia.
Guatambú: en guaraní: guata: caminar, viajar,
funcionar; mbú: ?
1) m. amer. Árbol de excelente madera que se
usa para adulterar la hierba mate: “¿Siempre nota a la primera el sabor del
guatambú?”. Plural: guatambús, guatambúes. Tronco duro de los bosques del
Paraguay. En Argentina existe la variedad “guatambú blanco”. Tiene gran
flexibilidad y es muy codiciada en la zona del triple límite entre Argentina,
Paraguay y Brasil. Arquitectos y urbanistas suelen trabajar con ella, sobre
todo para amoblamiento de casas; 2) municipio del estado sureño de Santa
Catarina, Brasil. Población: 4.707 habitantes. Ciudad esencialmente agrícola
ganadera.
1/
Más
bien la oscuridad misma, y no sólo opaca
a causa de su influjo. Todo es
inquietante;
1999 o
algo que luego podría aclararse tras
ponerlo de manifiesto. Ante sus ojos,
un alma abierta imposible de adivinar cualquier
acertijo. Es así: la señora iba pocas veces
a
la cabaña; no siempre le llevaba comida a su hijo.
Las
peras asadas en ceniza son lo mejor del mundo
-tallaba
con navaja grandes rebanadas de pan negro;
también
lonchas de sebo pellizcando el nervio
de
un brasero. Para probar si ya estaban cocidas,
clavaban
en ellas (batatas) y unos bastones
de
lo más delgados; al retirarlas apenas debiera
registrarse
la transpiración de un filamento. Allí
se
despreció la regla, según la cual no hay que seguir
a
todas partes a la persona que se adora. Atracción,
sumisión.
Nada lo desvelaba sino una faceta
de
su naturaleza. Era un largo caracol sin cáscara,
acercándose
al fuego, contemplándose cómo
al
primer contacto se encogía, vulnerable;
o
una rata a la que empujan hacia un túnel,
entre
carbones encendidos. Así el encanto
de
una pequeña columna de humo entre
los
árboles, y aquellos seres lanzando salivazos
a
gran distancia, no pueden aun con él. Los
que
hablaban, además eran gente lithuani. Pero
él
no tenía miedo, tan sólo un júbilo que lo unía
para
siempre jamás. Un lobo, en la linde del bosque:
negras jorobas echando campos bajo
1989 la
ausencia de lugar. Es el mismo animal
quien voltea la cabeza en dirección
a
una ventana. Al reparo, alguna vez tendrá sentido
probar.
Aquel rectángulo cortado de luz atraía
seres
menos inteligentes, cuando el viento
del
deshielo soplaba desde el oeste, esquivando
concilios
de dipolos rumbo a cada antena de radio.
Sigan
filmando; reincidan en la escucha; apunten
esos
nudos del sinónimo. ¿Cuál será el equivalente
a
una escopeta colgada de un clavo? Cuál papá,
pariente
mío de todos los sapos. Y: “¡Ay de mí,
que
no puedo acabar de morir en esta hoguera!”,
decía
Servet. Una heráldica de plumas de pato
zumbando
en Basilea, Tubinga, Wittenberg,
Estrasburgo
y Cracovia, por una diferencia
de ducados, sufriendo hasta la muerte. Una ciudad
flotante, una aglomeración de puntos oscuros
1940 entre
el humo de las aguas y una bandada
de ánades; el bote tomó un nuevo
impulso,
cortándole la huida hacia los juncos. Pero enseguida
perdieron el orden intercambiando gritos. Las mismas
raíces (napis) y las manchas de cieno bajo las matas,
le parecían ahora menos extraordinarias; ajeno
al meollo de partida, sonó el silbato y el aguamanil
desbordó en shampús, cera para pantorrilla en el vello
de la carne, tras los poros su lisura. Con el baño
concluido a la hora, a su señal, dechado del indicio
la criatura inunda su animal, ríe entre pies de apoyo,
casi desnuca, ameniza la velada, localiza el objeto
(mío, suyo), da tres pasos y lanza la cosquilla al padre;
alcanzará con ponerlo en autos, triscarle sus relieves,
sacarlo del apuro y del ganglio de la hora, entre tantas;
decirle con aproximación allí donde la tutela falta
a la cita, cuando memoriza su libreto,
kilómetros de fallas en los mohines aquellos.
Cosa bien retornable el sondeo, no soporta
mientras
la visten. Candil y media luz a tientas,
a
otra llaga brutal; el decomiso de unas prendas,
la velocidad del tinglado cuando escupe
1989 cielo
y tierra: adolece la marca en el cinzano,
con un clima de aquellos: tiene
temperatura.
Reza, ora entre abluciones, irrumpe modal, simétrica
ya entre la frase. Padre –nuestro-, siquiera estás
en la tierra, danos lo que puedas, ya fuere muy poco
a saber y en qué sitio o reino. Corroe en un tiempo
las hogueras, a sus costados las lonchas embebidas
en romero, azul de vinagre en la imantación
de unas órbitas, tomando de pronto el zumo
y su epicentro; y relojea luego la pasión
según su criterio, de acuerdo al impulso primero,
anómalo, respectivo hasta tanto otros sumen
mucho más por retracción, toda bicoca. Enciende
así sus indicios, fuera de esas trufas en manteca.
Observa, ponle atención a la galleta en dos
para su hija. Mirá la niña ahora, junto al apóstrofe
de su padre, cubriéndole cara y cabello
entre los dedos. Qué hace. Por qué no
quitarle mica por mica sus capas donde rebosa,
proveyendo el único momento unicelular del día,
y cada tanto ella, por igual número sus deposiciones.
Ese sonido no recuerda en absoluto voces que suelen
salir de una garganta, pero aún así aprendió a imitarlo.
Hasta él mismo se extrañó de poder
hablar
1980 con
ellos. Sí, hay una depresión del terreno
cubierta de alisios y en verano todo
muda
en un lago. Las puntas de los alisios se recortaban
sobre un fondo de cielo color limón, con sus contornos
oscuros, mientras tenía ante sí un compacto de árboles
jóvenes. Allí donde el acceso era difícil, la tierra
se conservaba mojada; cada vez que alguna cosa sucedía,
desde
un lugar le respondían desde tres o cuatro puntos
diferentes.
Por encima de los árboles, una silueta
y luego otra. El hecho de que estuvieran volando allá
arriba no probaba nada aún. Atención: una sombra pasó
entre el cepillo de las brisas más jóvenes, se posó después
de un disparo y encontró aquello tendido de espaldas, vivo
aún, las garras erguidas en actitud de defensa. La piel,
disecada, conservará durante un tiempo el aspecto de éste
y no de otro ser, mientras no la destruya la polilla.
Quiso lanzar un reclamo, aunque sólo consiguió quedarse
ronco, cambiada ya la voz, nunca otra vez aquella señal
aguda (contrapicado) entre el maullido de un gato
y el silbido de la bala, haciendo centro. Lo único
que
los justifica es la medida de sus proporciones;
cuando
no se expresa aquello que no existe, de la misma
forma en que el Estado protege a sus animales
2001 de
caza mediante leyes y a la nueva generación
por medio de verjas (G. Benn). Asbesto,
la
inflación de la conducta; sucesión espontánea del páramo
en
su dogma, las muñecas anuda hasta zamparlas del todo;
es
un mundo para ella y así, incluso, con esa carga apenas
lo
conoce. Pero insiste con él, se deja estar entre esos brazos
iguales
a los suyos en la compensación de los detalles.
A
escala dará lo mismo que él y ella sumen de a un coágulo
el
ritmo del vareo, aúnen sus pies en el caldo de la noche,
cuando
incurrir en ello supone el principio de toda atracción
tras largas emanaciones. Corrige, tacha la válvula paterna;
proviene del horror vacui cada despunte de sus ojos. Lo ve,
imprime los suyos saliente de un reflejo acercándose al apego
de una cámara. En la nueva toma ningún miembro del dúo
opina lo contrario. Hacen correr sus cilicios al amparo
de un efecto, un rebote. Al tiempo se refractan, salpican
milímetros de la piel que los une (si es para siempre, mejor)
pero sería demasiado, tamaña coincidencia; o bien le zumba
cualquier
atisbo de un script en la cara, segura cosa entre ellos.
2/
El lugar de observación sigue siendo el mismo:
un cúmulo de ramas secas al filo de una hoguera
1973 ante el menor chispazo de cigarro, atalaya
aún en plan de desprendimiento de la mirada
haciéndose visera por el fondo de la calle, y aunque
la luna irrumpa con su ojo de buey el muchacho
continúa
observando. Así ninguna situación anticipa descanso
alguno para él. Además: los jefes duermen
en las cuchetas; tutelaje del daemon de una cama
solar
y bajo un sueño en el que bien fornican al colimba de
turno.
Así serán, lo fueron, y escaparon de nosotros. Un
compás
de espera previo al seguro ataque, aquello tantas
veces
un preanuncio se volverá topos de horror, dolencia,
cosa fibrilar en auténtico desgarro por el meollo
de los intestinos hacia la punta del colon, luego
inevitable:
terror mundi, a lo Lowell en el Boston Common; alzan
la barbilla igual y en consonancia con la misión
interfecta.
Uno de ellos recibirá la suma de todos los disparos,
reservorio de todo blanco móvil cuando no se trata
de aquellos quienes debieran aguardar el fin
de la descarga. La carne de cañón será puesta a
punto,
dente, en otros mayores desprevenidos. La clase se
preserva
y la elipse de muerte frena su rasguño final, a
tiempo.
Así bien,
piedra de toque, una estirpe
1974 que comprende, rezuma de importancia
dentro del
esquema: el objeto de no verse
averiada. Igual los desmalezarán, con la azada puesta
en el límite del cogote en el instante de pasar a la
cena
de despedida, sin amenaza, siempre anticipación.
El esófago será recuerdo en la pluma y otra vez
vigencia de cualquier notario, apostado frente
a esos cadáveres como pequeño ante el mecano.
Conteo previo, reuniendo evidencia entre los restos
sin oriente de los grandes hombres de la fundación,
su circuito arterial en el preciso diluir de la
pesquisa.
El chico hace visera, las luces de la ciudad
empaquetan
su resudación a chorros frente a la antesala:
vendrán,
serán muchos, enviarán la molécula huidiza
de sus pasos y el miedo se tornará arroz al arrozal.
Roce; tendrá sus ojos. Piensa en tiempos en que la
duda
entre hacer y deshacer cobraba un intersticio de
tedio
y sólo eso; pero en este ahora confunde esa latencia
y promueve un grito destemplado –interior- en el seno
de la entraña cuyo apogeo se contrae alicaído,
y crea su mundo de imaginaria fuera de proyecciones
y ángulos de retardo, y conoce, y más allá avienta
cuándo será el ataque, el achique. Desde su lugar,
casi diez veces su presea de diez y nueve años, el
halo
de los jacarandáes alcanza con martirizar el polen
ambiente y revolverlo en un saco de colonia,
diseminando estos menesteres. La vigilancia,
desde la fundación de su mundo cargó
contra un ejercicio sagrado. Desde ya, aquello
lo ignoraba; el muchacho contemplaba la posible
llegada del racimo de enemigos, su atención
parecía venirle de los tiempos donde sólo
observar con agudeza formaba parte de una heráldica
invisible, movida incluso por el afán de paternóster
en el recuento del día, y verificada por informes
a los altos mandos, horas más tarde. Un reporte, así.
Esa es la exigencia, y el chico la cumple muy
1976 a su pesar. El escándalo, espanto
provocado
en cada roce de telaraña contra el manubrio
de una bicicleta, en pleno intento. La más leve brisa
vacila así entre el climaterio de la garita. Al
tiempo
irá recordando, en busca de alejarse mente arriba
tamaña responsabilidad, una antigua canción
de sus años (que eran hasta el momento todos
los que había acumulado: diez y nueve). Las ramas
de pronto abrazando en un anillo de ceñir novios
-dentro de la garita- eran de laurel. Sea definitivo.
Saberlo después, la perspicacia de un aroma. Pero
no se anima en decirles nada sobre cuán repentino
perfume amanera la atmósfera, y en la sordidez
espartana todo el regimiento. Llegan más datos,
según se apunta, en el interior de un camuflaje;
el muchacho exhibe tres pies de cabeza hacia
los costados, igual si estuviese comprobando
esa orientación de la calzada. Raleas de peatón,
el posible ataque llega a la medianoche. Se trata
de un comando que días atrás consiguiera los añicos
de un jefe de policía, por interpósito artefacto
debajo
de la cama, previo acierto. Un trabajo de hormiga
la inserción de la muchacha en el seno familiar
bajando hacia la siesta del jerarca, depositando
esos abastos, y él encima de la munición, próximo
a repartirse entre los suyos. De inmediato
una impresión refleja, y segura detonación.
3/
Bombitas
de noche, fungibles, calóricas -filisteas:
dan su punto en esos progresos del tranco;
2001 y
de nuevo abiertas como barrigas de batracios
(auto, asfalto). Ponen lumbre en mi talante
decenas
de bichos aumentando su ciego: un fino
en
el callejón y hacia otro (uno) más recóndito. Allí,
diversos
lamentos sueltan la lengua, desdicen y acomodan
una
petición lista para servir. El bicherío, encandilado,
reconforta.
Pies yendo del sigilo a la epilepsia, diezman
imprecaciones
contra el muro, vencidos los terrores
del
invierno (bien) y bien, ya incestuoso. Cosen así
la
brea entre las muelas, digieren sin dilación
los
remanentes de la fiesta; loas y asenso a la trituración.
De
hinojos ahora alcanzan con detenerse y poner fin
a
la sospecha del residuo. Es alimento, doble cocción
de
los fluidos, inmanencia de los pies quitándolos del medio.
Las
bombitas en su cóctel de mercurio, son paupérrimas
bajas
de los zócalos; allí buscan, y encuentran
seguros
quilates en sus reservas. Lo mismo se agravan,
enferman.
Tener cuidado: en casos más graves, diplopía;
también
hipotensión, reacciones cutáneas, depresión
respiratoria.
Coma, raramente. Y apnea en el sueño,
miastenia
severa, ausencia de estado anímico.
La
continuidad de todo esto (los bichos no suponen
desperdicio)
no debiera extenderse dos o tres meses.
Aunque
en determinadas situaciones será necesario
alargar
el período de tratamiento. Laboratorios Lwów.
Riapuzuk,
widzenia, miasto dzienne. Después
emergen
gruesas estacas negras cubiertas
de musgo, verdín en balanceo junto
1966 al
movimiento de las aguas, donde antes
se conformara un puente en medio
de cercetas, modelo común y pequeño de palmípedos
lituanos.
Y allí, formando pasarelas de mujeres en torno
a
un fondo de canoas, pervive la exacción de un huerto
de
manzanos, y las redes de los pescadores ahora cuelgan
como
mármoles en aquellas estacas. A través suyo
un
viento suave eriza la superficie del lago, estropeando
la
fiesta durante un raro santiamén, mientras un grupo
de
aves sobrevuela en círculos cada perímetro
de
la helada. Cuando se trata de pájaros acuáticos
la
espera tiene su recompensa: en una pata
encontramos
un anillo y dentro de él, escritos, cifras,
signos
de alguna estación científica en un país lejano.
Las
aves hundiéndose contra el doblez de una hoja
oculta
en la cabeza, estableciendo pausas en el aire,
ajenas
al litigio.
4/
A
partir de sí misma, la oscuridad se traslada al texto
y al tipo de letra, privada de sentido y luego
1965 vuelta
gradual hacia el principio del grabado;
los epígrafes en bastardilla; nomparell:
el
orden sencillo de las cosas, incluyendo en una suerte
de
fiebre el concepto de las cosas reunido en el grabado.
Estaba
escrito. Ríos de pronto vertiendo sangre;
una
invasión repentina de anuros; la velocidad
de
los mosquitos en su trampa de succión; el ganado
corrido
por la apetencia de las moscas o cualquier plaga
social;
de inmediato, granizo; langostas sobre el climax
del
sorgo; más granizo y luego tres noches consecutivas
inclinando
los ojos a la tierra; y todos los primerizos
expulsados
de su faz, dando calibre a la commedia.
Lamentos
se oyeron, porque no hubo casa
sin
una persona muerta. Pues, obviemos ese pasaje:
quod
erat demonstrandum. Mientras que los antiguos
asertos
insistían en la objetividad de los hechos
exteriores, sin participación del espíritu humano,
1937 la
de ellos repone esta dimensión por la presencia
del inconsciente (Durozoi-Lecherbonnier);
campo
de exploración, azar, psiquismo. Y escogiendo
la
observación médica como modelo de relación
con
los hechos. De pronto, la iluminación:
ese
navegante que descubre una nueva costa o el sabio
testigo
de fenómenos desconocidos. Y claro, también
quien
hace el trabajo sucio. Los tres abiertos
a
un mundo que no ha dejado de existir;
la
electricidad de un evento donde el suelo recoge
sus
pies a mansalva, ya instalada cierta matriz
del
escrúpulo afectivo; la vida en ceniza,
circuyendo
marcas en la piel lejanas, inclusivas
al
reintegro. Quid pro quo: raro isósceles abjurando
ya
libre de un cuarto miembro, a pesar de la demanda.
5/
“En el Génesis hay un momento conmovedor en que Jacob dice: ‘Y he aquí el olor 2001 de mi hijo como el de un campo bendecido por Dios (Yahvé)’. Esa es Oli o mi Milonga o mi Susana: olerlas es el mayor recuerdo. Esa hija mayor, cada vez que nos visita y entra en casa, lo primero que hace es husmearme. Reímos, y aguardo. Gracias por tu discreta misión”. Y en fin, aquí están estos pocos: dará banquete leyéndolos. Mañana en la calle todo el día y si aquello llega irá a recogerlo a la oficina de correos, haciendo largas colas en la que serán dos pichoncitos, porque cada cola de diez tiene unos dos mil años de futilidad reunidos en carne ajena. Jijoja. Luego ruega no se queje: ya lo estarán viciando sus niñas en la casa. Que lo acompañan por unos días sin la cercana familia carnal. Si entiende lo hará con el mayor gusto. Sólo, please, la confirmación; y viene por el camino un libro no titulado Asunción. Con la edad surge el privilegio de verse solicitado por los amigos: ahora no pasa día 2000 en que alguien no le pida una opinión, y convertido de repente en una putilla doméstica, suele acceder. Pero a veces quien lo pide es la persona en sí, de primera intuición, alegato sucesivo de días y horas en transcurso. Y así escribirá alguna cosa, mientras sigue abonando trabajo sobre Eielson, o traducción portuguesa de Girondo, y después, sí, contará con ello. Agradece; inscribe loco entre los suyos. Darle a los pobres pibes de su país a leer doppio rarezas: “pobres chicos: no sabía que te encantaba envilecer a jóvenes estudiantes con lecturas malsanas. Espero sobrevivan el trance y dediquen todas sus fuerzas a la cibernética, que es el presente. El futuro somos tú y yo”. Así llama a juntar fuerzas, ya quedan pocos sitios alternos. Algo en Brasil, muy poco en México; en España casi nada o menos; la poesía está más muerta que la calaca deshuesada de sí misma. ¿Entonces, por dónde “conspirar”? Lecturas, donativos, dineros, golpe al mecenazgo, más compra de libros y promoción, etc. En fin, todo toma su tiempo –dice- y jura un día a esa hija suya (de otro) enseñará a bailar gaitas a lo cubano. ¿Chi lo sá? Ruega cuidado, para después la promesade decir las veces necesarias amor en latín, -no en griego, cosa muy abstrusa-, bien en castellano, sí, pero sólo para que lo diga al oído de ese amigo suyo hasta su edad de siete años. Y que, además, verá fotos, tantas e iguales a lo posible. Intuye bien una familia idéntica a la suya, en amoroso orden libérrimo, comunidad. Bien: el poblado donde vive y defeca tiene una calle, más bien avenida, se toma el ascensor, se llega al piso 9, izquierda, izquierda, recto, se llega al número 2133, sumados, nueve: al abrir la puerta se encuentra a un hombre sonriente, tiene 2001 en la mano un libro de aspecto sesentón, tal y como el propio hombre; el libro está apenas rozado por las manos del hombre sesentón, claro que apenas, si es que acaba de llegar. Y el hombre tras la sonrisa revela salto, alegría, zapatetas, altura, se muestra eufórico, quién se lo iba a decir: un día tendría aquello en sus manos, y es tal su alegría que ya se confunde, no sabe, para qué saberlo, si tiene entre sus manos las Memorias de Ultratumba de René de Chateaubriand, enviado desde un país cambiado por su amigo, o si tiene entre sus manos a su amigo o las memorias de su amigo escritas por Chateaubriand, o quizás si el hombre al abrir el libro, que pronto llevará varios días leyendo se encuentra con que todas sus letras se han borrado y él tendrá que escribir las memorias de Chateaubriand con su nuevo seudónimo: el de su amigo. Aquél le ha traído la alegría, gracias mil: está en esa casa junto a los suyos, de uno en uno con los otros –y otras- damas chinas, todas comiéndose en respingos. Diagonal, tal vez ese costado, bajo omisión. Le sugiere hacerse de un ejemplar de esas memorias; aún tiene tiempo y es joven. “Qué bruto el papi del romanticismo francés”. Después otros: Willa Cather, 2001 novelista (cuentista) usamericana: apenas hoy día se lee (volverá): es la madre de Hemingway, afín a Sherwood Anderson (otro olvidado): todos narradores de línea muy recta, cronológica, limpidez compleja dando gusto, siempre a un milímetro del melodrama pero no, no cae. Y su humanidad entonces se centuplica, porque se acercó a lo lacrimógeno, el nudo en la garganta, sin nudo ni moqueos. Y luego, ahora, eso sí, las cuentas llegan al buzón, infalibles; y se las paga lo mismo, para eso se incurrieron. Qué ganas de verlo. Yace Chateaubriand sobre una repisa que implica, entre sus rituales, “siguiente libro a leer”. Primero terminar la novela de la madre del viejo lobo, banquetazo (acto seguido): tiempoal tiempo y todo se andará, faltaba más a estas alturas (bajuras) de su vida. 6/
Polska Rzceczpospolita: un escritor es un obrero
productivo. Ende, el modelo de explicación
1972 se reduce a un análisis de roles, límite
de los alcances; secuelas; la neutralidad
respecto a los problemas lleva al sometimiento:
material descriptivo (Löwenthal) de enorme
importancia. Una vida transcurre (Kolbe) entre Tieck
y
Raabe, donde sólo se admite destreza en quien
prevalece
sobre los recursos. Y con eso darle
a
la afectación una muerte digna de ella.
Pues
si la capuchina calada por el otoño
ofrece
todo eso, el olor ha quedado en la palabra.
Así
una yema de álamo, parásita y pegote. Después,
el
musgo a instancias de un demo y verdes
en
partículas; por ahí resbala también un ciclo
geométrico,
los movimientos de cabezas
cuando
alternan ritmos circadianos. Bien, aquello
se
sostiene en vilo, toma huelgo, respira de nuevo;
una
mano oscura colocando con distancia –práctica-
que se ve y practica de continuo su quehacer.
2001 Tiembla
por él. Por su existencia y futuro,
alabado. Mantenerse frugal y remoto, bajo
refachimento
final, de cabo a rabo y por la espiral
del
rabo, de vuelta al cabo. Una alegría spinoziana,
surgida
del deseo de la virtud, de la razón rigiendo
pulcra
hacia la necesidad, conforme la naturaleza
o
algo así. Le aguarda arduo camino: no lo dejarán
vivir,
hasta aburrirse del gesto, en paz. Entonces
reunirán
silencio bajo la luz de una lámpara,
fueran
por igual número sus remociones.
7/
Los pueblos blancos se encuentran en el estadio
final,
sin importar qué tipo de teorías fijen
1935 su
decadencia. Esa fisión ya es palpable,
menos imposible: aquí rige la segunda ley
de
la termodinámica y el nuevo poder está ahí, la mecha
en
su sitio, sea consunción del átomo o espita de fuego,
desinteresado
del mecanismo sólo porque produce,
contrario
al raciocinio. Ya no se tiene realidad alguna,
ni
posesión, ni cualidad del instinto: hay estómago vacío
en
ese círculo de recelos del ciudadano de a pie.
Zôon Politikón.
Hasta ahora no presenta batalla
en
ninguna parte. Niágara para ahogarse en la bañera;
Constantino
alocando clavos en la cruz del príncipe.
La
paz en su cincha, embeleco, y ya antítesis, pase ahora
de largo. Blandengue, contenido, evitando así
1933 el
peligro, algo de ello velada la pauperización.
En eso el aislamiento resulta más evidente,
aunque (claro) siguiendo con él, más esmalte y
barniz.
Del cernícalo duplica el grito en el cielo, entre
cercetas,
ya sumando nuevas cifras a viejas intercesiones.
En resumidas: Kleist no vivió lo suficiente; nunca.
Drittes Reich for out. Nunca. Y así levantaron
su cabeza de puente en el Este, y tras ello,
de lo mejor evaporándose.
8/
Oblicuo,
con besos; towering con seis pies
de silla que talla una madera y
dura
1988 (rubia) de guatambú, en llamado Paraguay.
Ella tiene un aliño más de oro
disponible
ante cualquier acabado natural; y ese
modelo del grano,
con marcas pequeñas. Cierto. De vez en
cuando
grandes, semejante a besos. Entonces la
silla es mano,
frotada a un liso, final del lustre de
satén (y otro rasgo
suyo: no siempre acaba sencillo como
cristal). Él
asienta y posterior ante-como se encadenan
con 5/16
cuerdas de cuero, sólida del diámetro u
obtenga
por fin textura; los olores del
cuero aquél,
1797 cuando se utiliza mejor la silla. Se
siente
y huele. Preside: mostrando se piensa rey
de la serial. “Estamos desarrollando
modelos de reina;
modelos de empeño”. Así su majestad
ofrecerá pliegues
en el marco, y luego apenas ya delgado,
más estrecho
que mayor, un rey. La silla de empeño, de
alguna manera
será una cimiento de la parte posterior,
del punto bajo.
Más tarde una especie
de casa Wolfe (Rudolph
1921 Schindler, 1923), de
pirámide invertida, ganará
toda inserción de
mixtura en cócteles de hierro,
donde perfiles normales irán
soldando a pie juntilla
una fila india de remaches, tras
monteras de placas
y madera laminadas; o bien alerces.Tres o cuatro
protuberancias
alares; apenas quedan muy pocas:
si
se observa desde aquí ya todo está construido,
imágenes
casi imposibles, excavándolas igual
un
arqueólogo, con pala: a ver si rescatan cosa
alguna
del paisaje, color marfil de homogenous.
Variedad
de aplicaciones para muebles (diversos
elementos);
adornando (las cocinas, almacenes; están
paradas);
construcción (paredes, puertas, escaleras);
insolación:
phonic y térmico empaquetando (plegable,
cuando
reutiliza); carretes de sirga
disponibles en pies
y avanzando de a poco, a petición. Esas
1984 aplicaciones,
ayuda del suelo, muebles,
montaje, material para techos, dicen algo
de
su fibra regular: capa de 1,5 milímetros; 2200
x
1600 milímetros; 2440 x 1220 milímetros (talla).
Aspidosperma
polineuron. Árboles por agudos,
en más de un estrato. Y emergentes, si con ello
fuera necesario internarse en el remozo
de un combate. El gametofito se alimenta
en el megasporo, y las
hojas liguladas, los tallos
polistélicos, ceden
importancia ante cierta tecnología
flotante. Y bien: existe una alternativa (continua)
entre dos tipos de frondas: el primer grupo, aquellas
en blanco y negro, bajo un sistema abierto
y menudo, consiguen todo en un sólo punto conocido;
y el segundo, fuera siempre de secuencia cronológica,
igual, aunque en orden cerrado al dolo de los
faustos.
De existir un mecanismo entre ellas, no siempre
sería bajo el reflujo de los amos.
9/
Paréntesis
en la explotación: 800 mil hectáreas
aún restan de bosque nativo; cosa irracional
1995 lleva
al hatajo hacia un camino sin retorno.
Rollotráfico. Servicio Forestal Nacional,
y
demás popes de la frontera. Intervinieron camiones,
sacaron
carga, varios transportes, amén. Cuando
se
entraba a los aserraderos, se molestó a mucha gente,
y
es así: todo se vuelve un borde seco tan activo.
Además,
en Curitiba hay versión guatambú
paraguayo,
segado en kilos como si fuera brasileño.
“El
estado de Paraná no tiene más guatambú” (Folha).
Mientras
la Ley 200 ata de manos y toma sanciones
anuales
contra funcionarios y agrotóxicos. Cristo
Crucificado, en una sola pieza de guatambú,
1902 obra del tirolés Leo Moroder
(Catedral
de La Plata). Tallado íntegro por él salvo
los
brazos, con su cruz de roble de Eslavonia, ahora
reza,
ora, absorbe su minúsculo don; será porra verbal
hacia
todo costado e sitios. Poezji: vieja permuta
para
demasiados epítomes.
10/
Misa
mayor por la mañana. Paseos, afternoon;
tocan piano a dos
manos. Ellas
1965 y sus cananas bajo un
sostén regio,
después de bruto entre
las ropas. Levan
romanzas y más tarde vida
concentrándose pálida
en sus sueños. Esa sala donde drena
la oscuridad
a chorradas, quita ya la vista y
todo sermón, cualquier
inmediata pastelería de flan chino,
más copa de Larios.
Muy pocos domingos después, alguna
de ellas se irán
yendo para siempre. Y la cena, tras
pasar la cena,
y el trapo del polvo sobre aquellos
tálamos de níquel,
donde ahora se recuestan con sus
vestidos ajenos
a la moda, delante fotografías. Al
cuarto de sus padres,
esa certeza plena de
los guatambúes reunidos
1970 en un dosel de raso, junto a cobertores
de piel
leonada. La rara somnolencia de un padre
al afeitarse, niega de improviso
todo fundamento.
También en ellas esa hoja de fígaro
(stainless steel)
estará abriéndoles surcos día y
noche, a la luz
de novísimos movimientos. Concédase
así la pausa
en estos y otros enviones. Líbralas
de ellas.
De la aerofagia, de próximos
desgarros. Adluego,
niños de Maeterlink ya
reposan lejos
1972 de los autores
muertos, simples formas nunca
leídas, cachando
los ojos en doble pestañeo.
Allí pensó, al sentarse a la mesa:
con el luto
no se tiene gana de nada. A través
de aparejos
vacíos de guante, la acetona yendo
del relevo al relevo
de prueba, en su apareamiento de
píxeles, y delante
suyo un frío sacudiendo cabezas,
pies, ojos
en su sombra, enzimas, tanto como
agua
y creolina, donde existieron apenas
bienes raíces.
11/
Rescató esa imagen del olvido: el
concilio acechando
la bocacalle en
silencio mientras dos hombres
1965 apuntan al zaguán con una bandera
blanca.
Aquella se destaca
intensa bajo el polvo ocre,
sobre el blanco a la vez enlucido
de las paredes.
Semeja encenderse todo cuando
ondea, vibra en el aire,
en un efecto típico del espejismo.
Asistencia en la alucinación,
al cabo de muchos años jamás
vividos; los acordes
de “La Santa Espina”, el Jarama,
descuentan la bandera
del panegírico ahora chusco,
cegado, por amor a un Jehová
con lágrimas en los ojos. No era
una bandera sino una capa
de brega. Se sirven un vaso de
Fefiñanes, apurado a sorbos,
cuando entero filman la estampía,
el regreso del novillo
a los cabestros y al sindicato
único de mayorales. Boyeriza.
Trifulca en la camisa cuando se
prende fuego hasta la hilada.
Un chico enmaroma la ristra en el
cuello animal,
mientras aquél entiende de desobediencias al hilo,
1966 girando sobre sí mismo al
modo peonza. Tras
primeros estampidos,
la bestia corrige su carrera
en medio del camino a las esquilas,
con gran empaque,
y desaparece con otras desde
cualquier campo visual.
Boinas, calzones de pana, mandiles
y blusas, junto
a la sangre en la comisura del
novillo; público elemental.
Intentan restañar la hemorragia,
pero aquél sigue
con su agonía concéntrica, en sus
trece, luego de arrancarle
la cola para el señorito de
sombrero cordobés y cigarro habano.
Hermoso en agosto, el paisaje de la
sierra de Yeste;
1963 la comarcal 3.212 serpentea
en medio de los bosques
madereros, el agua azul del pantano
de Fuensanta,
baja, bordea la orilla, regresa a
escalar, detrás de los pinos
y el llano. En tanto, los alberos
promedian esos espartizales,
a cubierto de la ruidosa ola
turística; del cielo maná
en el perezoso país del verano, a
pesar de los cien mil
vehículos vadeando la frontera del
Perthus durante
el último fin de semana (de paso,
requisas). Franceses,
belgas, suizos, alemanes, eslavos,
se reunieron
para ventilarse como saurios en un
bautismo de brebajes,
bajo consuelo a la generación de
los suyos. Y chinos,
gitanos, sefardíes, siempre lejos
del radio de apreciación,
fueron también prevenidos. Sikh de
turbante azul,
sellando con su mano una que otra
boca, y floja.
El recato civil en los Reinos
Taifas; la madurez a costa
de indispensables errores. Por lo
que Swedenborg se refiere
a la afección; la tendencia del hombre es más
1848
abstracta: habrá un intercambio entre hombre
y mujer, darwiniano: el trabajo científico
en el suave sobrepeso de las
caderas: formando estribillo
con sus lamentaciones. Es así:
“Para entender a Balzac
primero se debe volver a
Swedenborg. Se empieza
con la Séraphita y se sigue
con El amor conyugal”.



