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FRANCISCO LAYNA RANZ. EJERCICIO USUAL PARA QUE LOS ANTÓNIMOS DEJEN DE SER CONTRARIOS

 

narelle autio





        “Usual” porque tiende a una paráfrasis de lo dicho no para ampliar el significado, sino para asumir el riesgo de reducirlo, como a menudo sucede. Tomaré de ejemplo el inicio del poema “Los fragmentos de la noche”, de Lezama Lima, que Pedro Provencio incluye en su ensayo sobre la oralidad en el verso libre. Lo he elegido por ser un texto tocado por el adverbio “no” y su capacidad para expresar la negación y para denotar lo inexistente, lo contrario o la ausencia de lo designado:

 

Los fragmentos de la noche

 

                                    Cómo aislar los fragmentos de la noche
                                    para apretar algo con las manos,
                                    como la liebre penetra en su oscuridad
                                    separando dos estrellas
                                    apoyadas en el brillo de la yerba húmeda.
                                    La noche respira en una intocable humedad,
                                    no en el centro de la esfera que vuela,
                                    y todo lo va uniendo, esquinas o fragmentos,
                                    hasta formar el irrompible tejido de la noche,
                                    sutil y completo como los dedos unidos
                                    que apenas dejan pasar el agua,
                                    como un cestillo mágico
                                    que nada vacío dentro del río.
                                    Yo quería separar mis manos de la noche,
                                    pero se oía una gran sonoridad que no se oía,
                                    como si todo mi cuerpo cayera sobre una serafina
                                    silenciosa en la esquina del templo.

 

            El fragmento, desde hace mucho tiempo, goza de gran prestigio como posibilidad constitutiva de nuevos significados. Lo mismo sucede con la idea de centro, que se lee y vive como núcleo de poderes y eje desde el que se irradian. Su abandono se produce en beneficio de los márgenes, aledaños donde habitan lo marginal, la alternativa y, por consiguiente, el disentimiento. Ya es una costumbre de la crítica. En este ejercicio he seleccionado un fragmento, las primeras diecisiete líneas del poema de Lezama, de un total de sesenta y seis, en una tentativa por constatar que las marcas que definen su final pueden ser intercambiables y, en última instancia, eliminadas, a modo de “tachismo” del que surgen nuevos textos. Mi pretensión es convertir algunas palabras en sus contrarias, en un nivel exclusivamente léxico, y evidenciar que el resultado no es la negación del original. Primero, vayamos al escolio aparentemente clarificador.

1.      Aislar: separar lo que se percibe en unión. Aislar los fragmentos: entresacarlos con un fin específico. Los fragmentos de la noche: desde San Juan de la Cruz no es lo mismo la obviedad de la noche oscura que la noche oscura del alma como indicio del tormento no corporal, y menos aún cuando de afanes del ánimo se trata. ¿Para qué aislarlos? Para apretar algo con las manos, manos vacías que anhelan sujetar, sostener, dar cabida a algo, como cuando se juntan para beber agua. Lo que sea, pero en el escenario de la noche. El sujeto, de este modo, manifiesta una debilidad, una carencia, un deseo. El texto se inicia con el adverbio interrogativo cómo, al que le suceden, en ristra de respuestas, une serie de comos conjuntivos que introducen el segundo término de la comparación: como la liebre penetra en su oscuridad // como los dedos unidos // como un cestillo mágico. Esta serie de comparaciones termina con la locución conjuntiva como si, que indica una posibilidad no real.

2.      La liebre penetra en su oscuridad: penetrar es entrar dentro, no en la oscuridad de la madriguera, sino de la noche, es decir, entrar en lo que está afuera. No hay oxímoron sin antónimo.

3.      Separando dos estrellas: las estrellas dotan de luz a la oscuridad de la noche, la matizan. La liebre se fija en dos estrellas del universo, al igual que antes se quería aislar los fragmentos de la noche. Esa luz estelar se deposita en el brillo de la hierba húmeda, el relente.

4.      Sin embargo, la noche respira en una intocable humedad, está viva pero no vida tangible. El tacto es el sentido verificador. No es posible, pues, ratificar sino tan solo percibir.

5.      Hasta aquí, los seis primeros versos, porque el séptimo se abre con una especie de médula en negación, el meollo de lo percibido: no en el centro de la esfera que vuela. El adverbio “no” divide esta primera secuencia, secuencia expresada en un tiempo presente, como dos bóvedas unidas y ahora separadas por ese “no”. Es un recurso muy habitual en Góngora y en la poesía barroca clásica: focalizar la atención en una palabra que abre la línea. Pensemos en un templo partido en dos mitades por una negación, una geminación perfecta, el hombre de Vitrubrio de Leonardo y el Taj Mahal convertidos en escritura que infunde el equilibrio. Seis líneas encima y seis líneas debajo, en presente. Y a partir de ahí se pasa al pretérito imperfecto que dominará por extenso el texto del poema. Una simetría bilateral exacta, como en el patrón de subida / bajada de Beowulf, un palíndromo vertical. No en el centro de la esfera que vuela, sino en las inmediaciones, márgenes lejanos o cercanos donde flotan, oscilan los fragmentos. Lo centrífugo cede paso a lo centrípeto, otra sustitución acaso convertida por el uso en lugar común. La tierra es una esfera, aunque imperfecta, pero huimos del geocentrismo para evidenciar que, en cualquier caso, una esfera es una superficie formada por un conjunto de puntos, fragmentos, equidistantes de un centro axial. Porque el centro tiene, a su vez, otro centro en su interior, de lo más externo a lo más interno, de la noche estrellada del macrocosmos a lo más sucinto y subsumido del microcosmos, en el que se incluye la memoria, la emoción y el poema con que se expresa.

6.      Va uniendo, esquinas o fragmentos, / hasta formar el irrompible tejido de la noche /: ¿podemos hacer una lectura holística, es decir, asumir que el "todo" de la noche es más complejo que una simple suma de sus fragmentos constituyentes? Este tejido irrompible de la noche, es sutil y completo como los dedos unidos / que apenas dejan pasar el agua: nada que sea completo puede tener fisuras, como así sucede en la unión de las manos que intentan contener agua.

7.      Esas manos que contienen agua se asemejan a un cestillo mágico / que nada vacío dentro del río, imagen de lo que no se consigue retener, o la noche no reunida en un único sentir, una única percepción que penetra y se adentra en un absoluto exterior. Hasta aquí, hasta este verso número trece, el tiempo verbal es el presente.

8.      Yo quería separar mis manos de la noche: aparece el imperfecto que indica un deseo no cumplido que se confirma en la aparición inmediata del “pero”. La escritura ya manifiesta claramente lo que se intuía. Al principio era aislar los fragmentos de la noche, luego separar la luz proporcionada por dos estrellas. Ahora es separar las manos de la noche, convertirlas en fragmentos individualizados.

9.      Pero se oía una gran sonoridad que no se oía, / como si todo mi cuerpo cayera sobre una serafina / silenciosa en la esquina del templo: “Su significación es desacuerdo. En la bifurcación / del corazón no hay templo para Apolo”, decía Rilke en su tercer soneto a Orfeo. Apolo, el jefe de las musas, no tiene cabida en el corazón del artista, que se guía por directrices no ecuánimes. El templo partido en dos mitades por una negación axial, lugar sagrado donde el silencio ocupa lugar en la audición y también en el desacuerdo. Pero no en el centro, de la noche, del templo o del corazón, sino en la cúpula, en la esquina, en la parte más alta y alejada del altar.

            Ahora, la versión originada en los contrarios semánticos. He marcado en negro las palabras que he alterado, van en oposición léxica.

 

Los fragmentos de la mañana

 

                                    Cómo aunar los fragmentos de la mañana
                                    para apretar algo con las manos,
                                    como la liebre penetra en su claridad
                                    congregando dos estrellas
                                    apoyadas en el brillo de la yerba húmeda.
                                    La mañana respira en dos tangibles humedades,


                                    en el centro de la esfera que no vuela,


                                    y todo lo va desuniendo, esquinas o fragmentos,
                                    hasta deformar el quebradizo tejido de la mañana,
                                    tosca e incompleta como los dedos unidos
                                    que apenas impiden pasar el agua,
                                    como un cestillo ordinario
                                    que nada lleno dentro del río.


                                    Yo quería atar mis manos a la mañana,
                                    pero se oía una gran insonoridad que se oía,
                                    como si todo tu cuerpo cayera sobre una serafina
                                    ruidosa en el centro del templo.

 

1.      Cómo aunar los fragmentos de la mañana. Deseo de concordia de aquello que parece desunido, aunque aún es pronto para saber si se trata de deseo.

2.      Para apretar algo con las manos: solo con las manos se aprieta, se ciñe, se aferra en la evidencia que proporciona la luz.

3.      Como la liebre penetra en su claridad: es difícil concebir que lo claro sea impenetrable. Sin embargo, la liebre, animal huidizo, es capaz de encontrar, solo con instinto, escollos, óbices en la trasparencia, en la nitidez. ¿Es el “tema” la claridad meridiana o es la oscuridad que encierra en sí lo más luminoso? ¿Gira en torno a un lugar bastante común que alude a que la luz es lo que más ciega?

4.      Congregando dos estrellas: la liebre o la luz convocan a dos estrellas. No una, no tres. Claridad / oscuridad; yo / tú (como veremos); atar / desatar, dos elementos en juego en relación antitética.

5.      Apoyadas en el brillo de la yerba húmeda: el apoyo es un receso, una ayuda o un descanso en lo vivo, en lo que rezuma humedad.

6.      La mañana respira en dos tangibles humedades: solo respira lo que está vivo. Si son dos estrellas, son dos humedades, pero es una falsa humedad, porque la luz de las estrellas es la luz de su muerte. La velocidad de la luz y la del sonido. Solo lo vivo tiene humedades, no así lo muerto, como el fulgor muerto de las estrellas, explotadas hace millones de años pero cuyo resplandor llega al presente.

7.      Sí en el centro de la esfera que no vuela: la disección de dos mitades mediante una tajante afirmación. Negar supone oponer una idea a otra previa, un tono, un color, una subordinación. Afirmar supone ratificar, negar el avance, otorgar rango valedero a lo existente. Ambas suposiciones son falsas, como falsa es la luz de las estrellas, pero permite llenarse los ojos de mundo. Se dice que es una esfera que no vuela, quieta, casi apoyada en el mismo brillo anterior. Sabemos que el centro de una esfera es el punto respecto al cual equidistan todos los puntos de su superficie. Si se trata de un triángulo, el ortocentro es el punto donde se cortan las tres rectas que contienen las tres alturas de ese triángulo. Amanecer y puesta de sol se congregan en la “dudosa luz del día”. Esfera y línea recta se congregan en una lejanía y cercanía que estrechan la longitud que les separa. Consideramos que la distancia se mide en progresión lineal, aritmética, geométrica, pero al igual que dos líneas paralelas se unen en el ojo humano en un punto futuro, la distancia puede ir hacia atrás, e inundar el origen limpio con la espesura final, dotar de experiencia al nacimiento, de mar al manantial. Lo mismo sucede en el poema. También en la emoción, en el llanto y la risa. Heráclito y Demócrito esperan a un tercer partícipe del ánimo, el tercer ángulo.

8.      Y todo lo va desuniendo, esquinas o fragmentos: la mañana presta mayor atención a sus límites, las aristas de su frontera luminosa. El fragmento también es unitario, unidad que la luz desmantela, atomiza en otras más breves unidades. Todas esas esquirlas no forman la luz, pero bajo su tutela la evidencia puede dejar de serlo. No es solo una paradoja que vayamos entrando en la espesura, en todas las acepciones que recogen los diccionarios.

9.      Hasta deformar el quebradizo tejido de la mañana: podemos pensar que la mañana no tiene los mismos matices, en la escala y gradación de la luz y, por tanto, en la disposición gradual de todo lo que ilumina. Pero no solamente es eso. Frente a la uniformidad de lo oscuro, donde sí hay distancias pero invisibles, la cercanía y la lejanía varían bajo el conjunto de partículas o rayos luminosos de un mismo origen, el haz y el envés de las distancias.

10.  Tosca e incompleta como los dedos unidos: los dedos son las porciones distales de la región de la mano, los diez extremos de las extremidades, el punto más alejado del centro, el ombligo, la primera herida, la primera cicatriz. Su unión es también tan imperfecta que el agua que se desea beber se infiltra, se pierde en la fisura.

11.  Como un cestillo ordinario / que nada lleno dentro del río: claro, se compara el hueco formado por las manos unidas con un cesto, no un cesto especial, sino uno ordinario. Esto quiere sugerir que es un recipiente tejido con juncos y mimbres y, por lo tanto, inútil para la contención del agua, aún más inútil en el interior de un río, que niega en su profundidad el empleo de los objetos que contienen líquidos. Yo quería atar mis manos a la mañana: hemos visto que la mañana es la desunión en la aparente unidad que proporciona la luz. Aparece una voz pronominal, sobre la que gira el poema. Hasta ahora, la presencia de ese “yo” era implícita, ahora es explícita, el acercamiento de dos contrarios. Formula la voz poética un anhelo, aunque de difícil cumplimiento por el repentino cambio del tiempo verbal, del presente al pretérito imperfecto, otra imperfección. Se corrobora la impotencia en la línea siguiente, en el “pero” adversativo. ¿Qué introduce esa contrariedad gramatical? Pero se oía una gran insonoridad que se oía: en física, la onda esférica es tridimensional. Una onda sonora puede ser esférica cuando se propaga a través de un medio homogéneo, como el aire o el agua en reposo, nunca un río. La luz es una onda electromagnética. En el poema, la adversación se traslada hacia lo sucedido en líneas anteriores, deja su lugar gramatical. Hemos pasado de la luz al sonido, el sonido de cada fragmento y cada imperfección. Se percibe en los oídos lo que no emite sonido, que se oye por otro proceso psicofisológico. No es el silencio. El poema ha congregado no a dos estrellas, no a dos términos opuestos, no una representación de lo sentido en correlato dual. La lengua ha congregado al tercer partícipe en la manifestación del ánimo. ¿

12.  ¿A quién y por qué se dirige lo escrito?: como si todo tu cuerpo cayera sobre una serafina / ruidosa en el centro del templo. El interlocutor no alude a un escenario de comunicación, sino a otro fraccionamiento del cuerpo, sensorial y lingüístico, fragmentado en oídos y ojos, como si fuera un paño, una tela caída. Ruido en los oídos, engañosa claridad en los ojos. Y ¿dónde sucede todo esto? En un templo, en un lugar donde se rinde culto al saber, la fe, la justicia, la certidumbre. ¿Y dónde dentro del templo? En el centro, en el interior de todos los interiores, en el último fragmento. El mundo exterior, animal, vegetal, cósmico, en dirección contraria para negar la contrariedad.

            Posible resumen de la “versión noche”. Un sujeto carente busca en la oscuridad, en algunas de sus partículas nocturnas. Las criaturas distinguen la luz que procede de las estrellas. Lo más lejano e inmenso se acerca a lo más cercano y minúsculo. La noche une en sí todos los elementos que la componen, pero es una unidad frágil y por eso el sujeto que carece se siente parte de esa quebradiza plenitud. Conciencia y contemplación van de la mano. Fin.


narelle autio

            Posible resumen de la “versión mañana”. La claridad facilita que todo sea notorio. Sin embargo, es falso que se acceda sencillamente a su evidencia. Si la oscuridad abraza en unión todo lo que cubre y oculta, la luz dispersa y manifiesta los errores de lo cercano e inmediato. Pero algo más consigue, logra que bajo su égida todo lo percibido carezca de exactitud, incluso los límites de lo que se desea, incluso el contacto de la interlocución, y se diluye en lo amorfo e inarticulado, igual que cualquier ruido. ¿Cómo se convierte esta naturaleza informe en palabra y en sonido identificable? Y en esta tesitura, ¿se hace necesario otro poema? Conciencia y escasez van de la mano. Principio.

            En este ejercicio que ahora terminamos, los sinónimos y los antónimos no se encuentran en mitad del camino, como si se tratara de la virtud aristotélica, sino que se invitan de mutuo acuerdo a relativizar el exclusivismo lingüístico. Si bien los dos poemas son distintos, no son únicamente la otra cara de la moneda: asumo que la mayor diferencia está en la lectura propuesta, no en el resultado, que es obvio, sino en la tensión, en el “voltaje” de mi comentario. Esto es inevitable desde el momento en que, antes de ser intérprete, soy lector, lector consciente de que leer no equivale a explicar. Invito a un paso más en el ejercicio: reescribir el segundo poema en dirección opuesta, negando lo negado. Como el resultado dependerá de un enorme abanico de lecturas, dejo aquí este ejercicio para que sean otros ojos los encargados de la tarea, con la casi seguridad de que la sinonimia habrá de diluirse bajo el foco de su frágil convicción.

 

EMOTIONAL RESCUE: ILDEFONSO RODRÍGUEZ. ÉSE, AL QUE SE LE SUBIÓ LA IRA

 


bárbara de vries


                                                                                                                                             



 

Todo parece recién ordenado; en la cocina

los cuencos la jarra grande la cesta del pan

se trasmiten un temblor él lo nota

la taza de café da una música chirriante

un pitido agudo que viene de lejos

que traspasa al recién despertado

y la confusión al manejar los utensilios

las manos confundidas vienen de la noche

y el rostro enharinado el peso en las piernas

vienen de la noche de aquel camino

donde a sus pies arrojaron estiércol donde él sintió

que le ponían un aro en la nariz

como a una bestia le fueron llevando

el chirrido la taza de café animada

el desasosiego el daño nocturno.

 

 

 

Sobre mi cabeza pronunciaron palabras sin sentido

palatino repetían

y yo pensé en cavernas o en mineros

cavando en el pozo de mi rostro

el hueso delicado del ser me lo movieron

y repetían palatino una máscara de corcho

se volvió mi cara carne ajena

perdí la monda del fruto que es el rostro

dormido insensible pero sentía

afilárseme los dientes con el hambre última

allí estaba oyendo palatino

y cayó la monda la máscara

no hubo más dolor.

 


r


Con las ventanas abiertas

                                           

                                             (para Tomás Salvador González y Miguel Suárez)

 

 

El balcón

el mundo dulce y el mundo amargo

asomado como el dueño de una casa en mi villa

recién despierto pan recién cocido

galería altares rincón pagano

cajitas de la viuda negra

en su casa el más casero

polvorones asomarse encarar fumando el parque

hablar con los desconocidos

es el ermitaño el cangrejo más amable

 

en el parque la niña de bronce

(limpió cuidadoso, con la yema de los dedos, los signos de la obscenidad inocente pintados con tiza)

camino del café solitario: humos con sabor a manzana té arábigo

éramos dos ociosos en nuestro café de Bagdad

 

Tzara el rumano Desnos en amores

libros amontonados televisor que no cesa

somos los vanguardistas somos los brigadistas

los que vamos y volvemos del Antes (¿quiénes nos podrían juzgar?, ¿por qué delito?: ir siempre y volver de nuestro Antes)

 

y en su lengua suavemente espinosa

nos dice aquel compañero:

el sueño es el jardín de las dudas

 

no sabes lo que es verdad lo que no es verdad

 

y qué más nos da.

 

 

 

Fue allí, miró y vio cómo se abría más la herida blanca, de labios dulcificados, en maduración. Se endureció la yema del dedo, encontró el hueso. Después, la mano buscaba entre globos de luz blanquecina otra hendidura sin violetas ni filamentos, de estatua limpia, pulida. Un anillo espectral, un nudo del color de ciertas pinturas sobre muros ahumados. Era otra floración sin carmín, sin escozor de gases o sabores ácidos. Desapareció un estigma y se abrió otro más antiguo. Eran los orificios pasionales.

Vio un ojo en erupción, azul oscuro, abierto en un cielo raso. Se desgarró la cortina y apareció otro ojo agrio, violento. Era también un hocico grueso, replegado. Vino la supuración amarilla y el escalofrío. Entonces las manos dejaron caer un cuenco y alguien gritó, como si en la boca se le anudaran dos lombrices. El incienso depositado en la hendidura ardió, los dedos no fueron azarosos, fueron muy exactos. El Escaso supo lo que estaba viendo: ordeñar en lo oscuro, sacar el naipe que llaman bocarrana. En lo angosto se vertió su miedo.

 



Cuando una imagen obsesiva le interrumpe el sueño, pone su esfuerzo en hallar el correlato en el que sigue vibrando, como una varilla de caja musical, la propia imagen. Desvelado, sigue pistas o se deja sorprender por la reminiscencia. El descubrir ese objeto, casi flotante, le provoca alegría o desolación. En un hornillo de cocina puede encontrar cenizas y agua que se filtró de la lluvia, carbones aún encendidos, papeles que no consumió el fuego.

  De un modo oscuro, resuena la sentencia que, oída en la alta noche, se aplica ahora a sí mismo: él es alguien que, en pleno verano, olfatea ya el invierno.

 

 

 

Una escena
Mira: parece música; hay flores en el agua
salpicaduras de una alegría antigua
ya desaparecida; río y jarra contienen
las mirada del otro: se ahonda la visión
brota en un charquito en un dedal
en el cuenco de tu mano
así brota la alegría parece música
baila el animal de cuatro manos alza
cabeza y pies se acuna
en un dedalito brota la visión
mira: la espalda silenciosa del río
las dos espaldas del nuevo animal que salta
baila y se aparea: fluyen con simetría
fluyen amorosas las aguas intermedias.
 
 
Alrededor de la medianoche: Thelonious Monk
 
 
Larga es la luz: una esquila de metal dorado
una pausa mantenida y el azúcar en el café
un desgarrón
lentos giran los tornillos
giran las estrellas encendidas en la piel de los amores
lo que así está durando: esta hora y nunca otra.

 

 

 

 

El que movió el hueso que atrancaba su garganta y lo alojó en la nuca, así dejó libre la oquedad vibratoria para que saliese la voz, pudo gritar, dar gritos articulados, pudo cantar;

el animal que sabe poner tensa su membrana interior, para la resonancia simpática: resuena en los bailes comunales, en el cariño y en la pena, contagia el bostezo y la risa;

ése soy yo.

 

Ése, que al sentir el vuelo de una mosca, se dijo: ésta es mi mosca, y la tomó por mensajero leve y gris de todos los asuntos de su vida.

 

 

Ése, al que se le subió la ira y, en correspondencia, le vino la imagen de un cactus muy verde y oscuro, sin flores, vio su ira con espinas y escamas venenosas, la imagen le centró el humor malsano que parecía destilar de aquella planta áspera, vista en el vacío;

pero después entró en un bar y se fijó en una botella con la etiqueta ESCARCHADO; el frío de los licores escarchados apagó aquello que le hervía dentro, pudo hablar con calma, no alterarse, agradecer entonces el balanceo de las dos imágenes.

 

 

Quien recibió otra imagen del consuelo: la mujer que iba alumbrando los corredores nocturnos de la casa, encendía bolas de alcanfor, ésas que dan una llama breve, perfecta.

 

 

Uno que echó media vida soplando en un tubo.

 





Mi fantasma

 

 

En su balancín

en su cocina

 

allí donde se aplique así la ley

que para todos no es

es bajo determinadas condiciones

por ejemplo: si sueltas de la mano las tijeras que ahora sostienes caen al suelo

 

mundo ingrávido de mi fantasma

se sabe de él que anda solo por los bares

¿busca salvación?

 

¿y dónde?

¿en la poesía?

¿en ese agudo que cruje como pan tierno en lo alto del saxo?

 

¿busca alienarse?

¿asentar su posición en el deseo?

 

su libertad peligrosa

su ser indefenso

la presencia muda de sus calcetines

 

no me hagas

reír

 

no me hagas

llorar

 

lo que respira

no se pudre

 

o si no

llévame a la Fuente de los Prados.

 

 

 

Canción de las migas de pan

 

 

Soñé que veía una ciudad

invencible al asalto del mundo entero

soñé que era la nueva ciudad de los amigos

escribió Walt Whitman

en una lengua curativa

hablar: los vahos balsámicos

mentol y aceites esenciales

decir todas estas palabras

y aquí estamos otra vez

en el baile de los contrarios

así que es una casa común

con los rasgos de una madre

sol y luna son la luz

las bombillas

en el juego de esconderse y dar la cara

la levedad de todo aquello

que es material y es cercano

y entonces una voz que no fue convocada

dice su miedo

el cuento infantil del zapato

en un zapato negro no quiero vivir

repentino llega a la nariz

un sentimiento inalcanzable

hierba segada

y polvo del heno luminoso

lo húmedo y lo seco

odio y dolor en los cañaverales

entre dos ríos: Éufrates y Tigris

y sigue la voz aquella

era como se bailaba entonces

el baile familiar de la tarasca

y el pigmeo que cantando defiende su vida

 

 

es cortar los sueños de un tajo

si o no

ése que come su arroz con alegría

y come también su alpiste amargo

ahí asoma la lengua negra

la culebra de los ojos rasgados

expulsa sus heces el miedo

uno adiestrado en oír

cascabeles muy menudos invisibles

cordeles sonoros

pero lo sobrevenido es

que un dedo cariñoso te enseñe a ver el cielo

ahí está Orión allá Casiopea

en el prado vivo del verano

vulva y tallo

el invisible

se desprende de su raíz

está apareciendo

pero una sola hoja sensitiva

y el sonido trae su punzada

su emoción

y los rayos de la proximidad

sobre nuestras cabezas

aquí seguimos por ahora

en el baile de los contrarios

con toquecitos blandos

hilando cada día amuletos

contra el despilfarro de la energía

con ternuras tensas

son buenas las palabras ilegibles

trazadas (eso sí) por mano conocida

huele el saúco

su médula

el espíritu de los huertos solitarios

un olor con poder

agua fría humos astillas de la infancia

y ahora siniestro

suena un saxofón con su voz de muñeca

la casa que renovó el tiempo de lo nuevo

nueva sigue pareciendo cada día

aunque padezcamos sueños borrosos

tela de qué vestido charquito

corteza de un árbol que ya no sé nombrar

brotan palabras bajo la yema de los dedos

la liebre de marzo nos miró

nos saludó con las orejas

los campos eran geometrías vivas

aún estaban sembrados

y vimos también el vuelo de las cosas

campanas que tienen nuestros años

(izquierda derecha un dos tres)

yo sigo en lo mío

oigo desde aquí un coro en la cocina

las voces que quiero: un aire

como de flautas y cuentos antiguos

ese aire qué suave y confuso es

despierto entonces con ganas de sentir

que vuelve todo aquello

y es buscar en el coro dos palabras

nunca siempre

por esa senda vamos

y aquí seguimos tejiendo

el plazo temporal el amuleto

alimentado con hilos y espigas secas

 

 

 

pero en todo: hojas gotas de lluvia insectos

hay mirada

el pensamiento es

un trozo de pan que se comparte

escribió Abdelkader El Yanabi

escucha: es un fraseo de impulsos

electricidad viva en la yema de los dedos

hacia algún sentido.



 

 



 Ildefonso Rodríguez nació en León, 1952. Ha publicado, entre otros libros de poesía, La triste estación de las vendimias, premio Provincia de León en 1988, Mis animales obligatorios, premio Rafael Alberti en 1995), narrativa (Son del sueño, Disolución del nocturno, Informes y teorías) y ensayo (El jazz en la boca). Su obra poética ha sido reunida en el volumen Escondido y visible. Sus tres últimas publicaciones son el libro –disco Inestables, intermedios, Ciclo Tierra de Campos (Inacabado) Aventuras de tres amigos en los tiempos del nacionalcatolicismo y el libro Mandolina y jaula ante un espejo, en colaboración con el poeta Francisco Deco. Es saxofonista, dedicado al jazz y a la improvisación libre. Actualmente escribe en el periódico digital Tam-tam Press la sección Despierto y por la calle.