Todo parece recién ordenado; en la cocina
los cuencos la jarra grande la cesta del pan
se trasmiten un temblor él lo nota
la taza de café da una música chirriante
un pitido agudo que viene de lejos
que traspasa al recién despertado
y la confusión al manejar los utensilios
las manos confundidas vienen de la noche
y el rostro enharinado el peso en las piernas
vienen de la noche de aquel camino
donde a sus pies arrojaron estiércol donde él sintió
que le ponían un aro en la nariz
como a una bestia le fueron llevando
el chirrido la taza de café animada
el desasosiego el daño nocturno.
Sobre mi cabeza pronunciaron palabras sin
sentido
palatino repetían
y yo pensé en cavernas o en mineros
cavando en el pozo de mi rostro
el hueso delicado del ser me lo movieron
y repetían palatino una máscara de corcho
se volvió mi cara carne ajena
perdí la monda del fruto que es el rostro
dormido insensible pero sentía
afilárseme los dientes con el hambre última
allí estaba oyendo palatino
y cayó la monda la máscara
no hubo más dolor.
Con las ventanas abiertas
(para Tomás Salvador González
y Miguel Suárez)
El balcón
el mundo dulce y el mundo
amargo
asomado como el dueño de una
casa en mi villa
recién despierto pan recién
cocido
galería altares rincón pagano
cajitas de la viuda negra
en su casa el más casero
polvorones asomarse encarar
fumando el parque
hablar con los desconocidos
es el ermitaño el cangrejo más
amable
en el parque la niña de bronce
(limpió cuidadoso, con la yema de los dedos, los signos de la obscenidad
inocente pintados con tiza)
camino del café solitario:
humos con sabor a manzana té arábigo
éramos dos ociosos en nuestro
café de Bagdad
Tzara el rumano Desnos en
amores
libros amontonados televisor
que no cesa
somos los vanguardistas somos
los brigadistas
los que vamos y volvemos del
Antes (¿quiénes nos podrían juzgar?, ¿por
qué delito?: ir siempre y volver de nuestro Antes)
y en su lengua suavemente
espinosa
nos dice aquel compañero:
el sueño es el jardín de las
dudas
no sabes lo que es verdad lo
que no es verdad
y qué más nos da.
Fue allí, miró y vio cómo se abría más la herida
blanca, de labios dulcificados, en maduración. Se endureció la yema del dedo,
encontró el hueso. Después, la mano buscaba entre globos de luz blanquecina
otra hendidura sin violetas ni filamentos, de estatua limpia, pulida. Un anillo
espectral, un nudo del color de ciertas pinturas sobre muros ahumados. Era otra
floración sin carmín, sin escozor de gases o sabores ácidos. Desapareció un
estigma y se abrió otro más antiguo. Eran los orificios pasionales.
Vio un ojo en erupción, azul oscuro, abierto
en un cielo raso. Se desgarró la cortina y apareció otro ojo agrio, violento.
Era también un hocico grueso, replegado. Vino la supuración amarilla y el
escalofrío. Entonces las manos dejaron caer un cuenco y alguien gritó, como si
en la boca se le anudaran dos lombrices. El incienso depositado en la hendidura
ardió, los dedos no fueron azarosos, fueron muy exactos. El Escaso supo lo que
estaba viendo: ordeñar en lo oscuro, sacar el naipe que llaman bocarrana. En lo
angosto se vertió su miedo.
Cuando una imagen obsesiva le interrumpe el
sueño, pone su esfuerzo en hallar el correlato en el que sigue vibrando, como
una varilla de caja musical, la propia imagen. Desvelado, sigue pistas o se
deja sorprender por la reminiscencia. El descubrir ese objeto, casi flotante,
le provoca alegría o desolación. En un hornillo de cocina puede encontrar
cenizas y agua que se filtró de la lluvia, carbones aún encendidos, papeles que
no consumió el fuego.
De un modo
oscuro, resuena la sentencia que, oída en la alta noche, se aplica ahora a sí
mismo: él es alguien que, en pleno verano, olfatea ya el invierno.
Una escena
Mira: parece música; hay
flores en el agua
salpicaduras de una
alegría antigua
ya desaparecida; río y
jarra contienen
las mirada del otro: se
ahonda la visión
brota en un charquito en
un dedal
en el cuenco de tu mano
así brota la alegría
parece música
baila el animal de cuatro
manos alza
cabeza y pies se acuna
en un dedalito brota la
visión
mira: la espalda
silenciosa del río
las dos espaldas del
nuevo animal que salta
baila y se aparea: fluyen
con simetría
fluyen amorosas las aguas
intermedias.
Alrededor de la
medianoche: Thelonious Monk
Larga es la luz: una
esquila de metal dorado
una pausa mantenida y el
azúcar en el café
un desgarrón
lentos giran los
tornillos
giran las estrellas
encendidas en la piel de los amores
lo que así está durando:
esta hora y nunca otra.
El que movió el hueso que atrancaba su garganta y lo
alojó en la nuca, así dejó libre la oquedad vibratoria para que saliese la voz,
pudo gritar, dar gritos articulados, pudo cantar;
el animal que sabe
poner tensa su membrana interior, para la resonancia simpática: resuena en los
bailes comunales, en el cariño y en la pena, contagia el bostezo y la risa;
ése soy yo.
Ése, que al sentir
el vuelo de una mosca, se dijo: ésta es mi mosca, y la tomó por mensajero leve
y gris de todos los asuntos de su vida.
Ése, al que se le
subió la ira y, en correspondencia, le vino la imagen de un cactus muy verde y
oscuro, sin flores, vio su ira con espinas y escamas venenosas, la imagen le
centró el humor malsano que parecía destilar de aquella planta áspera, vista en
el vacío;
pero después entró
en un bar y se fijó en una botella con la etiqueta ESCARCHADO; el frío de los
licores escarchados apagó aquello que le hervía dentro, pudo hablar con calma,
no alterarse, agradecer entonces el balanceo de las dos imágenes.
Quien recibió otra
imagen del consuelo: la mujer que iba alumbrando los corredores nocturnos de la
casa, encendía bolas de alcanfor, ésas que dan una llama breve, perfecta.
Uno que echó media
vida soplando en un tubo.
Mi fantasma
En su balancín
en su cocina
allí donde se aplique así la ley
que para todos no es
es bajo determinadas condiciones
por ejemplo: si sueltas de la mano las tijeras que ahora
sostienes caen al suelo
mundo ingrávido de mi fantasma
se sabe de él que anda solo por los bares
¿busca salvación?
¿y dónde?
¿en la poesía?
¿en ese agudo que cruje como pan tierno en lo alto del
saxo?
¿busca alienarse?
¿asentar su posición en el deseo?
su libertad peligrosa
su ser indefenso
la presencia muda de sus calcetines
no me hagas
reír
no me hagas
llorar
lo que respira
no se pudre
o si no
llévame a la Fuente de los Prados.
Canción de las migas de pan
Soñé que veía una ciudad
invencible al asalto del mundo entero
soñé que era la nueva ciudad de los amigos
escribió Walt Whitman
en una lengua curativa
hablar: los vahos balsámicos
mentol y aceites esenciales
decir todas estas palabras
y aquí estamos otra vez
en el baile de los contrarios
así que es una casa común
con los rasgos de una madre
sol y luna son la luz
las bombillas
en el juego de esconderse y dar la cara
la levedad de todo aquello
que es material y es cercano
y entonces una voz que no fue convocada
dice su miedo
el cuento infantil del zapato
en un zapato negro no quiero vivir
repentino llega a la nariz
un sentimiento inalcanzable
hierba segada
y polvo del heno luminoso
lo húmedo y lo seco
odio y dolor en los cañaverales
entre dos ríos: Éufrates y Tigris
y sigue la voz aquella
era como se bailaba entonces
el baile familiar de la tarasca
y el pigmeo que cantando defiende su vida
es cortar los sueños de un tajo
si o no
ése que come su arroz con alegría
y come también su alpiste amargo
ahí asoma la lengua negra
la culebra de los ojos rasgados
expulsa sus heces el miedo
uno adiestrado en oír
cascabeles muy menudos invisibles
cordeles sonoros
pero lo sobrevenido es
que un dedo cariñoso te enseñe a ver el cielo
ahí está Orión allá Casiopea
en el prado vivo del verano
vulva y tallo
el invisible
se desprende de su raíz
está apareciendo
pero una sola hoja sensitiva
y el sonido trae su punzada
su emoción
y los rayos de la proximidad
sobre nuestras cabezas
aquí seguimos por ahora
en el baile de los contrarios
con toquecitos blandos
hilando cada día amuletos
contra el despilfarro de la energía
con ternuras tensas
son buenas las palabras ilegibles
trazadas (eso sí) por mano conocida
huele el saúco
su médula
el espíritu de los huertos solitarios
un olor con poder
agua fría humos astillas de la infancia
y ahora siniestro
suena un saxofón con su voz de muñeca
la casa que renovó el tiempo de lo nuevo
nueva sigue pareciendo cada día
aunque padezcamos sueños borrosos
tela de qué vestido charquito
corteza de un árbol que ya no sé nombrar
brotan palabras bajo la yema de los dedos
la liebre de marzo nos miró
nos saludó con las orejas
los campos eran geometrías vivas
aún estaban sembrados
y vimos también el vuelo de las cosas
campanas que tienen nuestros años
(izquierda derecha un dos tres)
yo sigo en lo mío
oigo desde aquí un coro en la cocina
las voces que quiero: un aire
como de flautas y cuentos antiguos
ese aire qué suave y confuso es
despierto entonces con ganas de sentir
que vuelve todo aquello
y es buscar en el coro dos palabras
nunca siempre
por esa senda vamos
y aquí seguimos tejiendo
el plazo temporal el amuleto
alimentado con hilos y espigas secas
pero en todo: hojas gotas de lluvia insectos
hay mirada
el pensamiento es
un trozo de pan que se comparte
escribió Abdelkader El Yanabi
escucha: es un fraseo de impulsos
electricidad viva en la yema de los dedos
hacia algún sentido.
Ildefonso Rodríguez nació en León, 1952. Ha publicado, entre otros libros de poesía, La triste estación de las vendimias, premio Provincia de León en 1988, Mis animales obligatorios, premio Rafael Alberti en 1995), narrativa (Son del sueño, Disolución del nocturno, Informes y teorías) y ensayo (El jazz en la boca). Su obra poética ha sido reunida en el volumen Escondido y visible. Sus tres últimas publicaciones son el libro –disco Inestables, intermedios, Ciclo Tierra de Campos (Inacabado) Aventuras de tres amigos en los tiempos del nacionalcatolicismo y el libro Mandolina y jaula ante un espejo, en colaboración con el poeta Francisco Deco. Es saxofonista, dedicado al jazz y a la improvisación libre. Actualmente escribe en el periódico digital Tam-tam Press la sección Despierto y por la calle.


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