foto, Dave Krugma
Escribir poesía es tratar de abrir nuevos horizontes y romper el círculo del lenguaje existente.
Bei Dao
Una lectura perspicaz, suspicaz, se hace necesaria al acercarnos a estos Mínimos
informes de Julio Prieto: leer a través de ellos (con agudeza), o por
debajo de los mismos (con sospecha), pero también leerlos literalmente, pegando
ojos y oídos a las letras y a lo que falta entre ellas. Desde la antidefinición
de “informe” de Bataille, colocada como epígrafe de apertura: “Comenzaremos un diccionario a partir del momento en que no ofrezcamos el
significado sino la tarea de las palabras. Así, lo informe no es sólo un
adjetivo que tiene tal o cual significado, sino un término que permite
desclasificar, frente a la exigencia general de que cada cosa tenga una forma”,
queda claro que en estos Mínimos informes, lo informe
funciona como una herramienta crítica que permite poner en marcha las
posibilidades performáticas de la lengua, de ahí que lo importante no sea sólo
el significado de las palabras sino y sobre todo su tarea, es decir su función.
La escritura se asume en este libro como una actividad crítica que transforma y
a la vez cuestiona a la lengua. En este sentido es importante recordar que en
Julio Prieto la mirada del crítico y la mirada del poeta se encuentran y se
alimentan mutuamente. De ahí la riqueza de estas “malas escrituras” que Prieto
nos ofrece, en las que el error y la errancia funcionan como gestos productivos
y no como fallas. Tal como lo dice Paolo Virno, el error es falaz si se
encuentra inmerso en la lógica de la justificación, pero si se encuentra en una
lógica del descubrimiento, ese mismo error se vuelve eficaz.
Cada una de las tres secciones: “Parábolas (diario de
sueños)”, “Del amor y los verbos performativos” e “Inframínimos (absurdos consentidos)”, supone una escritura distinta: del
devenir y los desvíos de las parábolas-sueños, pasamos, entre los pliegues de
la especulación metapoética, al cruce del ensayo y el poema, para desembocar,
hacia el final, en la potencia de la exactitud de lo inexacto. A pesar de las
diferencias entre las partes y de los distintos recorridos o trayectos que
Prieto propone, hay un suelo común, un gesto que impacta en los textos y que
podríamos llamar, siguiendo en esto a Charles Bernstein, el efecto
antiabsorbente de estos Mínimos informes. Prieto incorpora en la
estructura de sus textos lo inestable, el cortocircuito, el equívoco, el
artificio, el absurdo, el nonsense, la resistencia, la digresión, el desliz, la
interrupción, para romper con el hechizo o la ilusión de “realidad” que crean
los textos absorbentes, y nos sitúa así frente a los elementos constitutivos de
la lengua, frente a su materialidad y sus texturas.
El
propio Prieto nos va dando en sus escritos ciertos ejes de lectura. En “Sabor”,
por ejemplo, leemos una manera de leer:
Hay
que leer, ya es hora. Para ello ha de pasarse la lengua por los renglones
formigáceos que desfilan marcialmente por los rincones de la casa. Es difícil
encontrar el ángulo bueno, uno casi se desnuca intentando dar con la línea
exacta. La cuestión es cómo permanecer en ese intervalo: las hormigas son
ácidas, tienen sentido. Lo que no se puede decir de los otros habitantes de la
casa, de los que nunca se habla. El sinsentido es lo que ya se sabe cuando
alguien se acerca a hablar, lo que es tan dulce que no se puede nombrar cuando
con furiosa quietud nos mira y casi sin sentir empieza a soltar la lenta lengua
En Mínimos informes encontramos el roce entre la escritura y el
habla, entre el sentido y el sinsentido, entre lo posible y lo imposible. Estos
textos, híbridos en su mayoría, como algunos de los personajes que ahí
aparecen, el hombre-caballo, el hombre-palo o el virus-flauta, parten de
premisas arbitrarias que contravienen el orden objetivo de toda convención y
socavan la seguridad semántica de la lengua. En ellos el humor o el
extrañamiento funcionan como detonantes que desestabilizan la superficie de los
textos y nos permiten permanecer por un momento en esos intervalos o ángulos
“buenos” para leer a pesar del desequilibrio o la incomodidad. Pero “Sabor” nos
da otro eje importante, que se repite en “Carrera”: “el brioso paso de la
lengua por las rotundas palabras”. La lengua que habla y la lengua que
lengüetea se confunden en el juego antropofágico que se suscita entre la
escritura y la lectura, o como lo dice Prieto en otro de sus textos: “Se trata,
precisamente, de escribir leyendo”, como si Prieto
escribiera comiéndose a Macedonio, a Borges, a Lorenzo García Vega, a Zurita, a
Kafka, a Michaux, a Carson, a Duchamp, (e incluso a la Wikipedia) y a tantas
otras y tantos otros (antiguos, modernos o contemporáneos) que de manera
frontal o subrepticia se come para transformar y propulsar desde esos
nutrientes su propia escritura. No por nada lo culinario es una de las
constantes de este libro.
Otro eje importante, que atañe a la tercera parte, pero que se filtra en
todo el libro, son los inframínimos (inframince duchampianos), que podríamos
tomar incluso como el sustrato que moviliza a estos mínimos informes: textos
fragmentarios, inacabados o discontinuos en los que la distancia sutil y el
intervalo toman el lugar central, rompiendo toda posibilidad de fijación o de
identidad. El devenir, la metamorfosis, el tránsito entre ser y dejar de ser,
el azar, el encuentro, la conjetura, son las puertas de entrada y salida, o
mejor, las bisagras que señalan justamente esa juntura, ese rozamiento, entre
un algo y otro algo en permanente cambio. O como lo dice Duchamp: “lo
infra-mince sería así el punto cualitativo en el que lo mismo se transforma en
su contrario, sin que podamos decir exactamente que es todavía lo mismo”. En
ese peculiar matiz que borra todo contorno se ponen a funcionar los engranajes
del sueño, del erotismo, del deseo y de la imaginación. La pulsión de esas
otras realidades toma forma en el juego de los contrasentidos, las homofonías o
los desplazamientos semánticos, mecanismos que permiten los enfoques oblicuos,
sobrepuestos o polimorfos que los textos de Prieto suscitan y requieren. En
suma, el desequilibrio propio de la lógica del descubrimiento marca el ritmo y
la densidad de estos textos.
Pereciera que en estos Mínimos informes todo quiere descoincidir,
palabra que por lo demás introduce Prieto en su texto “Zapallo” y que puede
leerse desde el libro de François Jullien, quién ve
en la des-coincidencia la oportunidad de romper con la coincidencia como
adaptación y adecuación. La descoincidencia, según el filósofo francés,
introduce una distancia con respecto a un orden en el que todo coincide o
concuerda, y por lo mismo todo se estanca. Esta descoincidencia pone en jaque
la visión normativa que concuerda con cierta tradición conservadora; la familia
como centro se desestabiliza, el amor se cuestiona, la realidad se desdibuja
entre el sueño, la aventura y lo fantástico. En Mínimos informes se
abren posibilidades inauditas, surgen nuevas relaciones entre las palabras o
los sucesos que rompen la causalidad conocida para proponer una lógica otra
desde dónde pensar: “se explora y se explota la libertad del juego”. Romper la
inercia de la coincidencia le permite a Julio Prieto una toma de conciencia y
le concede una mirada que sesga lo previsto o sabido, como sucede, por ejemplo,
en el caso de las erratas: “Errata telefónica «Ámame cuando puedas»”, en sus
Ambidiestros (reversibles):
“(drama en la feria del libro.) y no sé hacer caca si nadie” o en sus
traducciones inexactas:
“Batir de ala (butterfly effect)”.
En Mínimos informes, ya lo dijimos, el cuestionamiento es
constante: “(no sé qué tipo de obra estoy escribiendo)”, leemos entre
paréntesis en “Rueda”, y en “Del amor y los verbos performativos”: “¿cómo tener
certeza de que ocurrió algo que sólo ocurre en el lenguaje?”. Pero a pesar de
la duda, o quizás gracias a ésta, alcanzamos también a vislumbrar el trabajo
precario, y a la vez potente del poeta, que como un picapedrero rompe, desgaja
o labra su materia prima (lengua o roca bruta) para dar un (in)forme distinto:
lenguaje / visión
la lengua es un penal / se viene a hacer
trabajos forzados / a veces conseguimos
deshacer piedras grandes / en piedras
pequeñas, poco más.

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