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miércoles, 22 de octubre de 2025

FLIP: MARCELA PARRA & JUERGEN TELLER


Marcela Parra (Santiago de Chile, 1981) escribe como si el poema fuera una zona de pruebas donde el lenguaje se chamusca, se ríe y se transforma. No tiene paciencia para la solemnidad: su poesía opera con bisturí, humor y descargas eléctricas. Desde Ferragosto (2008), esa aparición discreta pero corrosiva, hasta Sexo y longevidad de las moscas (2011), su escritura ha sido un ejercicio de disección: del cuerpo, del deseo, de la sintaxis. En Los cuerpos de las niñas (2012) llevó esa búsqueda al límite, con textos que mezclan ternura, miedo y una lucidez incómoda, como si la infancia hablara desde el borde del colapso. Hay un punto de partida (2015) confirmó que Parra no busca estilo sino riesgo: cada poema suyo funciona como un dispositivo de sabotaje lírico. 
Su voz —seca, eléctrica, impúdicamente inteligente— se mueve entre la poesía, la performance y la música experimental. Bajo el alias Corazón de Robota, convierte la electrónica en un acto poético de resistencia: loops, respiraciones, gruñidos, versos que parecen cables pelados. No canta: reprograma el sonido hasta que el poema se vuelve ritmo y el ritmo pensamiento.

Marcela Parra escribe como quien hackea la sensibilidad. Sus textos no buscan consuelo sino fisura. En ellos, el humor es arma, la ironía método, y la poesía —esa vieja estructura sentimental— se comporta como un cuerpo vivo que todavía tiembla, incluso después de cortar el micrófono.



EXPERIENCIA ESTÉTICA

 

 Cuando tenía 7 años preguntó a sus padres:

 

–el perro que está ahí ¿es bonito o feo?

–feo.

 

Desde aquel día

ese pellejo carcomido

con su único diente

la acompañó a escondidas en el juego.

 

            Su hocico le daba piedras y ella le daba pan.

 

Sentada en el baño a la edad de 23

el olor a Clorinda se lo trajo de recuerdo:

 

–bello.

 

CINE EN SU CASA


            Hacia el poniente de mi pieza se extiende una línea recta

es una línea de tiempo. De ella se desprenden barcos, navegaciones interoceánicas, los cuatro viajes de Colón.

 

            Una fecha a mano alzada marca el día de mi nacimiento.

 

            Aún no puedo deshacerme de esa línea. Tampoco sé por qué uno a uno se han quebrado los vasos de esta casa

y pasamos horas viendo películas pirateadas desde el cine, tomando té en tazas sin orejas, en tazas sordas

hasta que no sabemos si es de día o si es de noche y si no es de día ni de noche, entonces dónde estar.

 

            Nunca permanecimos despiertos hasta los créditos y ni las paredes ni el techo pudieron salvarnos de eso. Al fin, el parpadeo azul en nuestras caras es más rápido que lo visto por los párpados cerrados. Nuestras narices dormidas reflejarán todos esos ruidos, esos ronquidos azules que con sueño, parecen no tener dueño.

 

            Una fecha a mano alzada marca el día de mi alumbramiento. Mientras dormimos, esa línea viaja por nuestra casa, como un cordón que amarra el futuro de los amigos. Nos separaremos un día, sí, pero será mentira.

 

            Yo sé que al despertar voy a volver triste, metiendo la mano en el bolsillo y comprobando que lo gasté todo en despedirme. Ya no tendré amigos, pero aún podré buscar alguien más viejo, para sentirme más joven, alguien más joven, para sentirme más vieja y no saber si se es joven o se es vieja, eso es parecerse al atardecer.

 

            Una fecha a mano alzada marca el día de mi entierro. Para entonces, todos los muertos pasarán a existir en la memoria de sus deudos, hasta que sus deudos pasen a existir en la memoria de sus deudos.

Y lo del miedo al atardecer será sólo una marca de nacimiento. 

 

 




 

 

COMER CON PIJAMA 

 

  

Antes de meterme a la ducha

camino en puros calzones

por la casa, a veces apago el celular por tres días

y esto resulta ser mi gran aventura,

como la vez que salí a comer con pijama,

o la tarde en que entré con personal a la Iglesia

de los Sagrados Corazones

escuchando Nirvana a todo chancho.

A veces salgo a pasear llorando, con un cigarro

le doy la vuelta a la manzana

y me gusta que me vean llorando porque a veces la gente me habla,

me dice cosas románticas como

“¿tanto lo amai?” o “el señor me dijo que te ama”

y yo no sé si es dios el que me ama o es el recado

de algún otro cristiano. Pero no me atrevo a preguntar quién es ese señor que

¿tanto me ama?

 

 


Para matar el ocio invento invento ridículos déjà vu

             realizo la misma acción varias veces

realizo la misma acción varias veces

pero siempre siempre hay algo diferente

aún no me doy, pero es un hecho,                              no tengo déjà vu.

 

 

 

 

 Lo que tengo son recuerdos de cosas que nunca pasaron, como el día en que no me dejaste un cocholate entremedio de las sábanas o te aguantaste de llorar y me quedé sin consolarte. Recuerdo cuando tuve una enfermedad que no alcanzó a agravar lo suficiente y no pude recibir visitas de mis amigos al hospital. Recuerdo muy bien lo que nunca me ha pasado, el día en que la situación no alcanzó a ser tan límite y caminé ante todos, cabizbaja, completamente despojada de mi valentía. Me acuerdo perfectamente de la promesa quebrada, se la hice a un perro antes de morir, le dije que nunca lo olvidaría y lo engañé, porque no lo recuerdo, sólo recuerdo la promesa, aunque quizás fue mejor así, hay muchas cosas que no deben ser poemas porque son más hermosas que poemas, que sólo calzan con sí mismas y no pueden cambiar de continente, y nacen, y mueren en el ojo que las mira, como si todo el mundo fuese una visión del ojo que las mira, de mi ojo la visión, un mundo al que le da cáncer cada vez que fumo, cirrosis cada vez que me curo, que se acaricia en mi mano y mientras duermo se acuesta conmigo. Se sube a mi sueño (que es un medio de transporte) y nueve horas después bajamos juntos, en esa estación que se reacomoda todos los días, el aporreado paradero de mi destino.

De Silabario, Mancha

 

 



 

 

 

            En el cine porno de la calle Condell

pasé cuarenta minutos. Fue bastante educativo.

Latoya & Joe me hicieron recordar

el Silabario Hispanoamericano

                         (las diferentes manifestaciones y capacidades de la lengua son una cosa).

 

 

            La vida como una rotativa porno

el mismo amor repetido

una y otra vez en diferentes cuerpos; yea yea um ah

son los puntos cardinales del sexo.

El término de la rotativa es la pequeña muerte del espectador.

 

 

            Terminada la jornada laboral

el actor porno pasa por una florería y compra un tulipán.

Lo pone en el velador de su mujer

                                                       (hace un mes y medio que no tienen relaciones)

y lee una novela titulada Las bolsas de basura

para eludir los requerimientos de su esposa. Se pregunta

qué puede hacer para mejorar su vida.

Un matrimonio joven

afectado por el estrés. Recuerda Joe:

al trabajo lo que es del trabajo y a la casa lo que es de la casa.

 

 

            El trabajólico Joe y su mujer

viven en una casa rodante. Ellos

al igual que yo, buscan una sedentaria.

Razón por la que ambos deben trabajar desmedidamente

y ella comienza a ponerse un poquito celosa.

Pero Joe ama a su mujer y sabe cómo consolarla. Los vecinos

los miran feo, no quieren

que un porn tenga derecho a casarse

lo ven absurdo, quieren que pague, pero

¿cómo saben que Joe está en la industria?    

 

            Joe cree que el cine dogma es una copia barata del porno.

  

            Joe articula en Sexual Freedom Magazine

su área de trabajo es el hardcore porn.

En sus ensayos incluye:

1) referencias críticas de otros escritores

2) análisis de fotografía y de color.

 

            No dirige películas. Intuye en sí mismo

la tentación de componer,

lo que arruinaría –según su opinión–

la especificidad del género cinematográfico.

Prefiere desarrollar su faceta artística en otras disciplinas, por ejemplo, la poesía:

 

 

HARDCORE CRUSH

(By J. Love)

 

Losing innocence

was like a terrible car

accident to me;

something I always thought

would only happen to the rest,

 

until a wheel of unhealthy feelings

passed over me

and I really felt ran over by them.

 

 

            No puedo seguir versando sobre esto. Lo justifico, porque creo he visto demasiado cine desde que me arrojaste (juro) involuntariamente a la promiscuidad. Me centré en mis manitos y el olor que quedaba entremedio de las uñas luego de haberme investigado.

 

            Ahora que el deseo ha dado paso

al deseo de desear, ni Tigre ni Cocodrilo

se aparecen por mi casa

y a Orangután

a este me lo he pillado en la calle un par de veces. Nos quedamos ahí

despidiéndonos para supuestamente subir a la micro

y estirar el dedo en vano

cuando la micro no para.

 

 


            En Las bolsas de basura, un artista

diseca quiltros despedazados por las ruedas de los autos.

Los encuentra a la orilla del camino

a modo de animitas, los encuentra siendo su propia tumba

el recordatorio de toda pérdida, de todo sangramiento

de todo sentimiento de atropello. Un artista

diseca quiltros despedazados por las ruedas de los autos

los encuentra a la orilla del camino

los lava y los sutura, volviéndolos permeables

a la belleza extrema.

 

 

“Se trata de enfermos crónicos, nunca han de encontrar mejora estos desvalidos. Los Enfermeros del Amor –que suelen gozar del sufrimiento y del quejido ajeno– a menudo derraman la medicina en sus espaldas, incluso en su propia cara. La administración oral de ésta suele ser la única cura con algún grado de efectividad, siempre que el paciente sea obediente y se la trague, de lo contrario, se presencia un insaciable aumento de la fiebre. La cura consiste en dejarlos clínicamente muertos durante algunos segundos, sólo durante ese breve lapso de tiempo, experimentan sensación de alivio. Pero los pacientes desean continuar enfermos y por ello vagarán en busca del amor, unos rellenando momentáneamente sus heridas y los otros hurgando en concavidades vacías. La premisa de esta película es, como todas, una dicotomía: lograr meter y sacar el amor. Cómo convertirlo en una cosa viscosa que se escurra. Recibir con la esperanza de poder expulsar luego, quedando completamente vacío, en blanco. Encontrar un cuerpo celeste que te cubra y que se corra, como un eclipse de sol o como uno de la luna.”[1]

 

 

            Papel semilla. Los carteles

que se dan de baja en el Cine Condell

toman un color índigo y tal como esos niños

con malas notas en la escuela, deben tornarse cristal algún día.

El papel, como todo lo orgánico,

tiene olor base al pudrirse (= regresar).

 

 

            Un amigo dice que es olor a semen, me reí mucho

cuando dijo eso. Mi amigo es cristalino, buena gente

y no tiene nombre de mamífero ni de lagarto.




 

 

 



LA MUJER CON LA HERIDA MÁS GRANDE DEL MUNDO A ESTADIO LLENO.

 

Elevó su mano hacia la cámara abriendo la palma de ésta

como un bife sin cocer (en la revolución

he visto heridas más grandes que esa, pensé).

 

Don Francisco pide zoom; el nuevo enfoque muestra un surco en esa mano abierta. Luego otro zoom, réplica aditiva del anterior; algo se movía en ese surco. Más cerca aún, ese algo que se movía en el surco era un anciano. Ese anciano arriaba vacas y saludaba enérgicamente a la cámara.

 

 

            Una vez al año una meta es superada.

 

 

            Yo no quiero dejarte una cicatriz

yo quiero dejarte un tajo porque un tajo es el origen del mundo.

Porque esa herida dice ¡auch! y esa herida dice hola

cuando tus hermanos mayores juegan a abrir y cerrarla, como ese portón por el que los niños éramos absorbidos hacia el patio más grande de la cuadra o la cartera materna y su pasadizo al universo de los primeros auxilios. No como cuando te caíste en bicicleta ¿te acuerdas de los puntos que urdió el cirujano? si los cuentas, sabrás todas las veces que nos hicieron callar.

 

 

            No soy una Gladiadora del amor,

lo que hicimos en la casa rodante no fue Amor en la carretera.

Hablar de ti

como se burlan del amor en los títulos de las pornos

es pura caca no más,

disimulada por desodorantes ambientales y extractores.

Hibernando en cartelera, tapada por una .

 

 

 

Los animales no piensan, las plantas no sienten, las suegras no duermen

 

Persona: Nicolás

Perro: Nerón

 

            Vi a Nicolás reírse de Nerón

cuando se puso a imitar su ladrido

y Nerón, confuso, ladeaba la cabeza.

 

A que si un día Nerón le habla

Nicolás lo confunde con una persona.

 

 

Anotaciones negativas

 

            No se depila, se pinta, no plancha la falda.

Imita a los que fuman, escarba su entrepierna

con un espejo y se lo comenta a sus compañeras.

 

Tiene dos amigas para comer helados de agua

que se pegan en la lengua. Juntas persiguen

a chicos que no conocen y les ponen nombres

pretendiendo que son sus novios

llegando incluso a la autopolución.

 

Se vuela con nuez moscada o con cáscaras de plátano,

rebana sus brazos con un cartonero (eso lo hace todo el grupo curso,

todas se fabrican tatuajes como si el colegio fuese la cana).

 

Orinaron paradas afuera de la disco que se hacía en el gimnasio,

 acto en honor al perro gris y polvoriento

que enterraron en nuestro patio, medio en broma, medio en serio.

 

Camina hasta su casa porque no encuentra el monedero

ensayando su primer amor en el reverso de la mano

mientras espanta la borrachera con palmetazos de lluvia.

 

Confunde a la luna con una bola de espejos

Y se adueña de la pista, desafiando bocinas de bicicletas

y de unos cuantos autos viejos, que por más que lo intente

nunca la van a atropellar.

 

EL ESQUELETO DE LA ESPUMA

 








Estas fotografías son nuestros abuelos;

 

            parecen forzudos de película antigua

figurantes extraviados del registro civil

espacios recuperados por imágenes y leyendas

encogiéndose a diario, como todas las especies.

 

Es posible conducir esta plaga de fantasmas

si se alimenta un territorio como a un músculo

amasando el pavimento en una renoleta

rodeada de pasillos de pino y eucalipto.

 





Sentados en el asiento delantero

los adultos domestican el camino

antes de que pase por los niños

ese bosque y ese incendio

que al llegar al vidrio trasero

se encoge hasta volver de donde vino.

 

Si los padres son más altos que nosotros

nuestros abuelos habrán sido gigantes:

 






Viejos galgos, que viajaron también

en otras máquinas de amansamiento

cortando el hilo de la tarde

en hebras desiguales como segundos

enrollándolas sobre sí mismos

sobre sus inmensas espaldas.

 

Pareciera que el futuro nos aplasta

pero siempre pasa por el lado

para eso lo empujan cuatro ruedas

desde el ancho máximo del camino

aunque a veces le pedimos al presente

nos espere en otro tramo del viaje.

 

El cielo se disuelve cuando cruzan

voluntarias alucinaciones:





; Astas de banderas en lugar de árboles,

caras en la corteza de los troncos,

como en las nubes y en la llave del lavamanos

cuando se revientan las burbujas

y se asoma el blando esqueleto de la espuma.

 

                        ; Perros con camisa jugando al póquer

                        clavados sobre una pared de tablas

(el gobelino de los perros nunca absorbe

nuestros restos de amabilidad autoritaria).

 

 

 




; Vivienda básica escondida

Tras una fila de figuritas de yeso

que cuadran en la ventana

una barricada emocional.

 

; Pañitos a crochet que se multiplican

como una armadura blanca

que sólo se protege a sí misma

de sí misma

y de la bolsa de las bolsas

que se cría en la cocina.

 

 



En la radiografía de nuestra infancia

se ven árboles donde ahora hay banderas

pies que retroceden, posturas corregidas

gritos apañados, ronchas sin sanar

pensamientos cubiertos por una mancha

redonda, de color duro y oscuro

que al posarse sobre la cabeza

sólo sabe actuar como sombrero.

 

De WE

 

 

 

 


 


 

 


 

 

 



[1]              Love, Joe (2006). “Los Enfermeros del Amor: ¿una película placebo?” en Metáforas de la represión político–sexual en la pornografía de finales de los sesenta.  Québec, Canadá. Milk Editores (p. 67).