Leía el subtítulo en Cuadernos de Quimioterapia titulado contra la poesía y esta “advertencia” me hizo retroceder por las páginas de tu obra poética hasta llegar a El mar, ese oscuro porvenir. ¿Cuánto de Victoria Guerrero se pone en juego?
En
todo ese recorrido textual, mucho de mi yo está presente, de una tal “victoria
guerrero”, que se ha ido haciendo, entretejiendo, a la medida de lo que se
quiere decir, o, mejor dicho, lo que no se puede decir debido a las
limitaciones del lenguaje. He hecho del cuerpo y de lo biográfico una
textualidad que me es imprescindible para poder decir y construir una poética
que vaya más allá de lo ya enunciado hasta ese momento dentro de la tradición,
que no sé si lo he logrado, pero lo he intentado de corazón y con una cierta
insatisfacción, que es casi con la que una nace en estas latitudes si se tiene
un mínimo de conciencia de sí y de su entorno.
Como
escribió Bernardo Soares –heterónimo del bien querido Pessoa y a quien cito en
El mar…: “Para crear, me he destruido”.
De
alguna manera, he diseccionado mi ser, porque entendí que solo incendiando la
única posesión que tengo –mi cuerpo– podía construir un discurso poético,
parapoético, metapoético –como quieras llamarlo– que podía ser usado como un
arma de cuestionamiento, que, si bien en un principio fue meramente intuitivo,
es obvio que ya en Ya nadie incendia el mundo no lo es.
Allí
lo que hay es una gran alegoría de lo nacional, que L. F. Chueca ha leído
bastante bien y que, por supuesto, he intentado reelaborarla desde una voz y un
cuerpo femenino, desde aquellos cuerpos que han sido opacados constantemente.
Al
mismo tiempo, la migración es una experiencia límite en muchos casos, más aún
cuando, en este país, no existía para los miembros de nuestras generaciones
ninguna expectativa de vida vivida sino era rozando con la muerte o la miseria
de la sobrevivencia.
Todo
eso también te lleva a extremar el lenguaje al punto que la vida misma entra,
porque sientes que todo debe estar para poder darle un sentido a la
reconstrucción de ese yo.
Es un
mecanismo de doble vía: me expongo en el texto para poder reconstruirme en la
vida.
El
arte lo entiendo no en su función meramente estética, sino también política y
de una mínima restitución simbólica de todo aquello que se nos demanda día a
día. La poesía no sirve para nada, entendido esto, pasas al momento en que la
poesía te da todo: caminos para enfrentarte, para aliviar, para hermanarte.
En la
voz de aquella “vgp”, hay otros sujetos que están operando detrás de ella y
quiero creer que, a su vez, cuando tengo el privilegio de que me lean, en ellos
se está operando la misma disidencia y la misma hermandad, el mismo horror
frente al poder y la lucha por una vida bien vivida.
¿La voluntad por construir la ficción desde la entraña
(mientras se afirma y disuelve la biografía) podría ser el argumento del
subtítulo contra la poesía?
Yo
diría, más bien, que hay un hartazgo de poesía, en el sentido de que he llegado
a palpar sus límites, debido a que la vida misma se nos presenta con tal
violencia que seguir en pie de guerra, seguir hablando desde aquello que tú
llamas “la entraña” ya no es posible, porque, en Cuadernos de quimioterapia,
la guerra hay que pelearla en la vida misma, y la poesía es un lugar ya poco
posible para entablar esa serie de disidencias. ¿La he jaqueado hasta el punto
del bostezo?
Pero siempre “desde el piso de lo real” en donde las
superficies son “reabsorbidas” a través de diferentes planos y niveles del
habla.
He
intentado expresar esta habla desde diversos niveles y, para ello, me he
apropiado tanto de la técnica surrealista y del expresionismo como de citas y
nombres que me ayudaran a construir el sentido de aquello que quería expresar.
Por
allí escuché una crítica de que Berlin estaba lleno de citas y dónde
estaba “mi poesía”, mi voz. Esto me provoca una media sonrisa, porque se trata
de una estética del descubrimiento, pero no es un juego en el que expongo al
lector a descubrir las citas –si las sabe, bien, puede ayudar; pero no es
imprescindible–; me interesaba más lograr alcanzar el sentido, sin importar que
fuera con palabras de otros, con lecturas mías, con prosa, con poesía, con una
conversación callejera, etc.
Todo
era material reciclable, los poetas los hacía míos en su sentido más personal y
más amoroso: por fin, cada verso suyo era mío en mí, tal como siempre añoré.
De
allí la construcción de estos niveles a los que aludes y, por supuesto, también
estas ensoñaciones, que están emparentadas a cierto nivel de locura: la locura
como parte de la vida –o de mi vida– y de la poesía.
En Cuadernos de quimioterapia, en la primera sección,
Contra la poesía, escribes:
Estamos cansadas de tanta Poesía
Felizmente ya cerraste el pico
Ahora te haces pis
Te haces la valiente frente al público
Alguien tiene que decirlo y es verdad:
La poesía de mujeres es ridícula hasta el hartazgo
Telenovelesca como nuestras vidas
Dura penetrable penetrante
Los Poetas son melindrosos ante la poesía de mujeres
Sobre todo la que habla de penes y vaginas
¿Crees que, en determinado momento la ‘poesía de
mujeres’, al menos en nuestro país, se banalizó hasta el punto de la
‘telenovela’, ¿por qué?
Lo que
pienso es que lo que llamamos “poesía de mujeres” o el movimiento que dio paso
a una voz femenina en la poesía peruana ha sido excesivamente criticado y, yo
diría, casi repudiado por una buena parte de la crítica (la crítica en su
sentido más amplio, no solo la especializada, sino de lectores en el pasado y
aun en el presente: “los Poetas son melindrosos ante la poesía de mujeres”).
Incluso, lo que ha logrado, a la larga, es unir a un grupo diferenciado de
poetas que ahora casi nadie individualiza.
Obviamente,
esto me toca en lo que me tiene que tocar: “he sido ungida como una niña”
(CdQuimioterapia). Entonces, me incluyo también en la pregunta que planteas y
en la cita misma. Es una pregunta sobre mi genealogía como escritora.
¿Pertenezco
al grupo de la poesía escrita por mujeres?
En
cierto sentido, sí y, en otro, no.
No
puedo opinar sobre la poesía obviando el género del sujeto que escribe.
Me
importan ciertas reivindicaciones desde el género y creo que a toda mujer
deberían importarle y más en este país.
Esa
también es otra lucha constante.
Así
que preferí hacerla más explícita en este libro: ¿cuál es mi origen?, ¿con qué
tradición conectarme?
Me
conecto con Vallejo, con JRR, Apollinaire, y soy feliz, me emociono,
verdaderamente, y luego leo a Ollé, a Eleonora Carrington, los diarios de Anaïs
Nin, al primer Zurita, a Diego Maquieira, a Diamela, y me siento allí, estoy
viva allí, con mis dudas y mi telenovela frente a una estética audaz, que
intenta punzar un paradigma, que, en nuestro país, es altamente conservador.
Mi
generación y las anteriores han –hemos– sido educadas para actuar como las
heroínas de telenovelas, con llantos y cursilerías baratas, etc., y es una
demanda que se nos hace y que se nos quita en determinados contextos.
Ahora,
como mi generación llegó al mundo con la liberación de los años setenta,
entonces, lo que hay en el mundo intelectual es esta disyuntiva constante entre
ser una feminista educada –y que te miren con el rabillo del ojo– o creer en la
pretendida igualdad entre el hombre y la mujer, pero cuando llegas a casa es
donde las papas queman.
Es una
cuestión bien compleja.
La
escritura, el arte en general no puede eximirse de ese cuestionamiento.
En otro momento señalas: (Es verdad cada régimen posee su escritura) ¿Cómo sería el régimen poseído por tu escritura?
Esa
frase es de Barthes y la cito porque me interesa indagar en el poder, es decir,
cómo cada discurso de poder elige una escritura muy particular para transmitir,
gobernar y controlar ámbitos políticos, estéticos e incluso muy privados, como
los cuerpos mismos, y la manera en que los patologiza o los elimina cuando le
son problemáticos.
En una
fantasía megalómana de un régimen poseído por mi propia escritura, este sería
un espacio liberado, despojado de tanta escritura insana y autoritaria
(racismo, segregación, mezquindad, etc.), para dar paso a un régimen de la
audacia creativa y la imperfección del cuestionador inteligente, apasionado.
Leí
sobre las circunstancias que pudieron originar la idea para referirte a una
quimioterapia (y toda la farmacopea que está alrededor de ella) pero no dejo de
pensar que, al mismo tiempo cáncer y quimioterapia podrían estar
constituyéndose en las metáforas-eje sobra las que giran el libro. Es decir,
dos mascaradas dentro de esa poética que ‘testimonia sin metáforas’. ¿Te lo has
planteado?
Hasta
el momento no lo había pensado tan abiertamente, así como me lo planteas, pero
un cierto camino hay, de hecho, en las citas que aluden directamente a esta
demanda de “renovar la poesía” cuando sufre el embate de ese léxico
farmacológico.
La
poesía se muestra como un cuerpo abatido, que debe ser auscultado, irradiado,
pero también le llevo su helado de chocolate, se lo come feliz y luego lo
vomita. La poesía como una paciente enferma, un cuerpo femenino en crisis.
Esta
idea me daba vueltas, pero es, a la vez, una gran y triste ironía, porque todo
lo que implica el régimen con que se trata esta enfermedad constituye una real
crueldad.
¿La
poesía puede ser sometida a esta auscultación sin sufrir daños colaterales?
Creo
que no, por eso prefiero el exceso o el silencio.
¿En nuestro país la “literatura” podría ser el cáncer
de la poesía? Te lo pregunto en base a una conversación con Jerónimo Pimentel
en la que declara: “La sensación que tengo como lector es que la poesía peruana
está atrapada en su propia tradición y que no ha podido dar un salto
cualitativo en por lo menos 40 años, cuando Hora
Zero postula el poema integral”. Esto implica que para algunos
creadores la poesía tal cual la entendemos es un espacio si bien libre,
visitado y revisitado.
Si
pensamos a la literatura en su sentido más tradicional y de inmanencia, sí.
Es un
hecho que hay corsés que imposibilitan la ruptura, porque, particularmente en
el Perú, hemos sido educados con el peso de la Tradición; por eso, más arriba
te decía, que como escritora y como mujer es un papel que me cuestiona
doblemente, pero también creo en las posibilidades de ese cuestionamiento, es
decir, en la medida que nunca podremos pertenecer abiertamente, sin miramientos
ni sospechas (ah, “es una poeta a tomar en cuenta”, “medio feminista”, “gorda,
flaca, tonta”, etc.), al canon, es una ventaja de la que me he valido en los
últimos diez años.
Me he
sacudido del formalismo con que me eduqué en los años noventa, porque allí
pesaba la tradición, la palabra exacta, etc. El canon es un referente más en la
medida que me apropio de él en un sentido personal, de posesión de los versos y
las palabras, es decir, para hacerlas mías, debo traficarlas. Pienso que es
allí donde la poesía puede abrir una veta importante, un movimiento arriesgado
en diálogo con otras tradiciones.
Hay
que explorar otros lenguajes y otras tradiciones más allá de la cultura
occidental, más allá de nuestra pequeñísima vida limensi.
Tampoco
me gusta la idea de encasillar a un escritor en un “género literario”, eso me
parece bastante conservador; a veces la situación te demanda otro tipo de
escritura o escapar de un formato.
Por
otro lado, creo que debemos dejar de pensar en términos solamente estéticos el
por qué, desde mediados de los ochenta, la poesía peruana da vueltas sobre sí
misma –si es que esta afirmación es válida, otros podrían decir que se trata de
otro momento–.
Debemos
pensar en términos políticos y económicos también, es decir, cómo la violencia
y luego la dictadura fustigaron y estigmatizaron todo espacio de cultura hasta
arrinconarla.
En ese
camino, ¿por qué la crítica no se adaptó a los nuevos tiempos? No creo que sea
la única tradición que esté en crisis. La posmodernidad, además, es un discurso
que ha puesto en jaque muchas poéticas (y el arte en general), puesto que ya no
es posible “matar al padre”.
Entonces,
¿cómo vas a refundar sobre aquello que no puedes matar, pero tampoco te
identificas plenamente?
Solamente
puedes hacerlo a partir de la exploración y la reconstrucción de cuerpos
(textos) incompletos, mutilados, pero siempre deseantes.
Ojo,
no digo que la escritura de una mujer sea una respuesta (no creo en purismos a
partir del sexo, creo en el posicionamiento de los sujetos), lo que afirmo es
que una escritura disidente sí lo puede ser.
