sábado, 11 de octubre de 2025

JAMILA MEDINA. EN WOODSTOCK, TOMA MNEMOSINE

 




En los aserraderos
sobre el amarillo tibio de los prados de Aaru
viniendo de Bulu caravanas de película metálica
como un hogar de niebla subiendo
hasta los reservorios de la madera.

En la tiniebla infiernos tornasolados
(las redes de cavernas del Naraka congeladas y ardientes
del rojo vivo al loto azul utpala
el Naraka del aplastado el del gran grito el del calor y el gran calor
el de los dientes como castañas en el fuego, haciendo hu hu sin apagar la sed
y el Naraka del condenado a beber en un gran bol de colonia
con líneas negras que duran                                         1296 años
por donde cortan los sirvientes de Yama
con ardientes sierras y afiladas hachas
un cuerpo
y el Avīci
el Naraka ininterrumpido de la hierba mora
macerada
por no se sabe cuántos pies).

Con los ojos bien cerrados oigo cantar los gallos
abajo
al fondo
en el camino de Bethel
el libro abierto de las puertas
del infierno y el cielo
oh Jardines de la morada y el pasto fresco de Guinee
Asgard, la ciudad amurallada, perfecta e incompleta a medianoche
y el lago de llamas de Gehena sobre el que crecen cabezas de demonio
tártaros báratros orcos
un fruto amargo sostenido que se debe comer morigerado
en la puerta de Din Yu:
Meng Pol prepara un té de cinco lotos
y en su puerta la niña de Tuonela (Tuonen Tyttö):
que nos guiará a través del río Gjöll o el Tuoni
en la corriente de cuchillos cayendo hacia los barrancos
en Uku Pacha en un cruce de camino entre los jícaros
me asomo a una casimba que es el ojo de la tierra
y cede un despeñadero
en que nada el espacio y nada el tiempo
vengo de Dilmun
donde habita la señora del aire, Ninlil
y nadie sabe que las semillas de sésamo sirven para comer
y para llenar barriles que te alejan del infierno (en Svalbard).

Food foot, fast food, football
hermana
emparédame gratis y rápido entre las Primaveras Amarillas
en una tumba / en una tundra de comida japonesa
quiero comer en Yomi-no-kuni
y regresar al j/rueg/do del big best acelerador
mientras la cruz roja expurga de ahogados el lodazal
y contra la malla eléctrica del escenario
se lanzan de cabeza mis cantantes semidesnudos favoritos.

Qué frío en el estómago Jimi
qué salto Janis y tu desabrigada
como una estrella en bruto minando la bandera
HELLTER SKELTER HELLTER SKELTER
calcula un descenso largo un suicidio en masa
planea(n)do en la internet.

Abre las puertas de la ciudad de luz
Jim Morrison duerme a salvo en casa
quería estrenar la bañadera de la reina de Saba la bañadera de Séneca
la bañadera de Cleopatra la piscina de la reina Victoria
el urinario de Duchamp la bañadera de Marat.

Dios nos asista
me han alcanzado los 27 años
ven que traigo en los bolsillos
del chocolate azul
y el primero en entrar en Sheol fue el blando Abel
nunca has tomado jugo de Soma
ven conmigo al Naraka de la ampolla y al de la ampolla abierta
al Naraka del gran loto donde tu cuerpo entero
terminará por romperse en piezas de carne cruda
tus órganos internos hacia el frío
rotos también más tarde
ya sin música.

Ven al Naraka de los escalofríos
que los mercaderes de la montaña rusa
ya no podrán llegar.

No busques más a la que ya nos ha encontrado
en el deslizador
tocando el agua
entrando en Tlalocan te daré el mapa de Amduat
y te daré mi secreto.

 



EDUARDO ESPINA . AQUÍ LA VIDA HACE COMO QUE EXISTE.





A PATRIA, UN OBJETO RECIENTE
(Aquí la vida hace como que existe)

La mortalidad de su materia es lo que
da para empezar: a punto de quedarse
deseada encuentra la perla y el apodo.
Vida como dádiva duradera, como ha
sido la del búfalo y detrás, la pantera.
Entre zancadas hasta cruzar la bruma
más allá del alba añadida a la persona
del paje que pregunta por el anfitrión.
A tiempo de tener lo que nunca nació,
la mañana derrama lebreles de brillo,
la letra que a la voz anuncia naciones,
nada más que la solución de siempre.
Llega la lluvia, la costumbre del agua
y el ocio que por cierto cae en desuso:
la luna en el heno hace a la planicie, el
invierno al venado que alcanza a ceder.
Por su hez ha sido el sitio disminuido,
en algo convertido como cuerno y ahí:
la flecha conocida al quedarse clavada,
el cuerpo dispuesto por la posibilidad.
Podría resumirse así: el margen de los
recuerdos origina con el gerundio y la
canción llevada al grazno del susurro.
Ciervo, hierba y loan luego al viento:
la casa encuentra el coto desconocido.
De toda su estatura hace sentir al cielo.
Duerme la piel a pesar de lo que pasa.
Los ojos dan por verdad a las palabras
las cosas buscan un lugar en la mirada.




Mínimo de ninfa invisible

(Un comienzo es siempre otro)



«de manera que aquellas cosas que no se pueden decir,
es menester decir siquiera que no se pueden decir».
Sor Juana

No se veía nada, mejor dicho no se veía nada.
Tiene razón Sor Juana en lo que haya hallado
y aquello al pie de un epónimo, y a propósito,
¿cuándo verá el oso a su femenino en la miel?
Desde este Luxor a solas, rocas, peñasco, mar
a morir menos que ola en lo que está tan lejos
pero no tanto como la luna más alta que éstas.
Mar de todas las mareas al morir a su manera
a ras de la corriente donde dirá del resto todo.
Y al Sur salpica, rasca el kiss de las quimeras
haría hace un buen rato por ser tan de repente
o tan, buen ciego para la Sor, también Él azor.
Mira cuánto ímpetu ha perdido, o mira cuánto
de todo esto dejaríase mirar en hora, ahora ya.
No se veía nada pero ahora se ve menos, años
de no verse, de bañarse en guarismos a ciegas.
Entonces igual sería a la mirada aun en la cara
de lectura cuando abre la cifra y ve la primera
palabra: eso es ver, esto es el sentido siguiente.
Frase, refranes y no dejes el alma para mañana
ni menos señales su ausencia añadida al cariño
de piraña que de niña comía mirras arrepentida.
Para otra será su ardid, para él la edad indebida.
Caza las cimas si tanto le dio la luz como llegar,
porque ha llegado: comienza con apariencia, en
la misma persona la sorpresa cambia de planes.
Mínimo de mundo visible, el que Berkeley vio
y no este de ahora que a nadie ya no pertenece,
mundo para inclinar a la chancleta la bataclana.
Está frío, en la ingle clama por algo menos ahí.
Mundo, o da lo mismo pues en inglés es world.
Cuando empiece a ser menos, alguien lo sabrá.






Enamorados sólo por esparcimiento

De la escritura que a tu ostra todo atrae
retardando esta inmensidad de materias
aparecidas como clima a quien reparten
por la entera estima de tropas tristes que
dudan desovar el estreñimiento a través
de berenjenas en el perdurar del frutero
que al chirle destripa pelón por el diván
donde sierva mutua de mi verbo junto a
la jaula dormirás aliviada de la ligereza,
porque melodioso soy el desmemoriado
que no canta de la historieta lo pasado y
no sé si fue anoche o pasmado mañana
como aquel revés de mi resma entrando
por las comisuras de las lacas en tu caca
que salpicabas como cal por el gallinero
de igual manera hasta la perdigonada en
el pijamas cuando a dormir se acomoda
restregando el gamulán por los orificios
que a su beneplácito al belfo adormelan
o dime si es mía memoria la que miente
y esas cosas que pasaron dejaron de ser
la tamaña tropa de hetairas cuando eran
tan bien dos cuerpos del otro por detrás
del celofán donde melaza marrón arreas
en los resabios de la vejiga al aguardar
debajo de la pirámide la dudosa verdad
que al buche del entenado se le parezca,
porque causas encuentran a lo ocurrido
por ensimismar el órreo o la semejanza
entre los resquebrajos la penúltima vez
en que pegados del rabo al despeñadero
pues como cae la caspa caen los reinos
por la resolana mejorada donde silba la
belleza traída al momento de los demás
que a su cerco devuelvan aquella noche
en que los desaseados purgaban iguales
a la garcha hinchando el apocado plano
del castrapuercas por la frez enamorada
que mustia vaya, de la orilla al corazón
y a su sazón las sílabas puestas a saltar
la soga en una lona de boda y metáfora.




Razón de todas las cosas

De tal manera imaginaria, las cosas sucedían
para que todo fuera donosura en lo desusado:
la racha entrometida del dedo en el deshabillé,
la sevicia por la blusa azul al soltarla basta el
desacato de desabotonar de las polainas a las
bragas en remedo de ilusiones todo lo demás,
y así el pulso, la unción en marcha él y el final.
Aposento de nombre en la pradera soleosa y
mudo a moverse a dar desvelo de júbilo pero
igual, no. Nadie en la piel más de la cuenta.
En la ducha los afeites hermosean el enredo
y regresa el agua a la noche donde se bañan.
El amor es la única imposibilidad necesaria.

 

MONÓLOGO DE DA VINCI ANTE LO MÁS CONOCIDO QUE PINTÓ 

El beneficio de efigie no lo era
(ni detrás de las madréporas el
estruendo en su otero otra vez)
y tú, estados de ti por la tundra,
a traer sargazos con quien goza
(casi como del cielo saliéndote)
en esa la vez cuando un botón
si tocan la verdad y por boreal
hasta el último abeto que la ve.
En el tiempo detenido delante
la carnada daba al alma como
ejemplo, el silencio salva a la
sabiduría y deja de preguntar.
Mientras llueve en el jardín de
los rivales, la albahaca bañada
por la soledad de los símbolos
aguarda alegres ratos de estos,
el dividendo que vino primero.
A merced de la senda el deseo
más entre las mustias retamas
y yo ya uno en las horas tuyas
llamando a la luz un hallazgo.
(Los que estuvieron hablan de
la promesa de serlo y según la
ganancia, el higo fiel y al final:
la res que agradecida regresara)
Manera sería de filtrar las dotes,
de dar portento a los esparcidos.
Y en blando cetro con la madre
a emprender: sea trébol extraño
rastreando la respiración de los
muertos que aún no empezaron.
Todo eso que el sueño conocía:
la cuadratura de una taza de té,
el árbol de la índole, la orla de
largo pegamen, cuando sólo la
soledad cambiaba de posición.
En mitad del centro su ántropo
la hacía apariencia en persona:
algo la cuida, una historia, una
inercia incierta de saber que sí.
Lo que quedaba para un habla
era aquella llaga fría de follaje
llenando la noción de la lluvia,
el nacimiento de los samuráis.
Pero la osa de satén al saberse
abotonada, en víspera todavía.
Toca por ver si Bizancio vino
a dar vuelta como el venteveo.
Ella para el resto del estambre
obra con la causa en desorden.
Aja el origen lo propio de las
cosas calmas, la belleza en la
cara contraria no se atraviesa.
(Y yo, para traerte cerca de ti.)
Eran de la aridez las limosnas,
la certeza de saquear un costo.
Preciosa filantropía: el cuerpo
da sombra y el suyo, Da Vinci.
En el siglo de los albaricoques,
un alud de óleos y lejanos ojos
que daban vuelta y dejaban ver.
Con ellos, el llanto a otro loto,
la carga, un caracol, cosas allí.
La espuma puesta en el puma,
ámbito que ninguno deshabita,
lapsos de seda como si dijeran
y en el lado de quien anhela lo
elemental, mejor definición de
Narciso: la nada en ti entonada.
A otra entonces con la sed y el
palo amplio aplicado al perdón.
Cumple el plan con lo espiable;
nadie por el hado entre adornos
entrega al braguero lo que sabrá,
agua dejada entre tantos agüeros.
A esa hora, el merecimiento y la
mitad, las zonas al azar soñando.
Toda ansia a saciar, y ya escrita
la cripta que por enero te venera.
Queda la edad, el entendimiento:
el sol en el brillo es lo más veloz,
la Luz se detiene entre nosotros. 



RAZÓN DE TODAS LAS COSAS

De tal manera imaginaria, las cosas sucedían
para que todo fuera donosura en lo desusado:
la racha entrometida del dedo en el deshabillé,
la sevicia por la blusa azul al soltarla basta el
desacato de desabotonar de las polainas a las
bragas en remedo de ilusiones todo lo demás,
y así el pulso, la unción en marcha él y el final.
Aposento de nombre en la pradera soleosa y
mudo a moverse a dar desvelo de júbilo pero
igual, no. Nadie en la piel más de la cuenta.
En la ducha los afeites hermosean el enredo
y regresa el agua a la noche donde se bañan.
El amor es la única imposibilidad necesaria. 



MOMIAS
(Morir entre comillas)

En la invisible inmensidad
del tiempo y de todo les toca
el calor de cada cromosoma,
la cuna que trajo cuanto quiso.
Saben de más venganzas, del
cielo que ha sido demasiado.
(Quietas, calladas como ellas:
es el silencio lo que confiesan)
Dentro de la inmensa morada,
lo mismo la lamia que la hurí.
Ah la unión de los nacimientos,
blancura de holgados brocados,
seda somnolienta para librarlas.
Cabe la verdad que las venda.
Fijeza ni velocidad se les vio
cuando a solas por la cripta,
la piel o algo peor añorando.
La nada que nunca llegaba.
(Quedaron envueltas
para que la muerte
no las hiriera) 




EL TIEMPO EN LO QUE LLEGA MAÑANA
(Con Ludwig Zeller en Oaxaca)

El rumor a helar los rabos a lo largo
del lugar, ánimas de mutua cantidad
anteriores a cada huella que tendría,
(la vida tan dentro, la visión sabida)
cuando más que deseos para sí decía
en desaire de cielo la solución de los
abisinios por la cripta del ojo a dejar
además del modo resplandeciente de
la anguila hacia la isla del comienzo:
todo dividido en la gradiva por durar.
Pero en tal atalaya donde los tullidos
huían inquietados a quitar su cadena
de cadmios amenazados por osadías,
se iban olvidando del alba varada a
un costado, de casi hadas en la edad
airada del error que a lo hermoso de
muy cerca y a lo bello también veía.
El fin a encontrarse con el principio,
la sorpresa con el ciprés en presente:
en la manera del ocioso no amanece
y la velocidad recorre algo recíproco. 


Las ilustraciones corresponden a escenas de películas de Douglas Sirk

CRISTIÁN GÓMEZ OLIVARES. HAY CONGRESOS EN VIENA POR TODAS PARTES


EXTRAVÍOS

Todavía sigue en pie

el hotel de París donde Vallejo

vivió una temporada con Georgette.

Las arañas de rincón representan la nostalgia de infinito.

Mis amigas ya son abuelas, pero mis amigos

siguen haciendo el mismo tipo de comentarios

que hacían después de levantarse del suelo,

jurando que no volverían a tomar.

La nieve cubre nuevamente la cordillera,

y me pareció que a alguien podría interesarle:

los gatos se escuchan por la noche

cuando uno espera la llegada de los malandras

de los que es imposible seguir culpando al régimen.

Los fuegos artificiales ya no son juegos de niños.

La medicina es un campo minado, pero el paisaje no

tiene la culpa de los adjetivos que sus fanáticos

le cuelgan, tal vez lo que quiero decir no sea más

que esto: haría falta un soneto a la luna,

un auto de fe para enjuiciar a los que intentan

respirar bajo el agua, a los intentan apoyarse en el viento,

permítanme elogiar a los que ven en el humo de las fábricas

el nombre de los que las mantienen funcionando:

las espléndidas ciudades son una farsa

cuando sólo se respira con los pies.

Hay que pagar el arriendo, hay que dejar

escrita la tragedia de estas hojas.

La gramática no guarda ninguna relación

con que hayamos mirado las estrellas.

Los que saben lo que quieren

van al quiosco y lo piden con buenas

o malas palabras, los que a orillas del mar

dejan que las olas toquen sus pies

y conducen mirando por el espejo retrovisor

para entrar a su manera en el porvenir

aparecen en una añeja fotografía

asaltando el Palacio de Invierno: la compré

en una feria de antigüedades que es donde se

consiguen ese tipo de documentos.

También encontré: el acta de matrimonio

del modernismo con las vanguardias,

la dirección del Zambo Verástegui en el cielo

y la receta para transformar

el agua en vino tinto. Pero créanme:

a nadie le he lavado los pies

después de escuchar mi condena. 

Ni he tirado del mantel con los cubiertos encima.

Ni me dejé castigar por los que deberían haberme castigado:

mojé las estampillas, envié las cartas.

Y ante la llama encendida recordé que toda ley es severa.

Y sólo piedra entre las ruinas, jeroglífic0s

en lugar de señales de tránsito:

banderas negras flameando de noche.

Pedí tregua y me dieron agua.

Pedí agua y se ofendieron.

Pido perdón pero no me escuchan.

La cordillera permanece impertérrita.

Con un poco más de nieve o tal vez con un poco menos

la cordillera de Los Andes permanece impertérrita. 

 

 

 

Un nuevo congreso de Viena se ha reunido.

Trazan mapas con alfileres

que representan los territorios a repartir.

No es nada nuevo que alguien distribuya

lo que no le pertenece

y justifique la urgencia de su tarea

acogiendo a los niños a su alrededor

para después guardarlos en un libro

donde nadie los obligue a sonreír.

Las pinturas más negras de Goya

son las actas de semejante reunión.

Dicen que las pintó con un sombrero

coronado de velas, yo diría

que para pintar al diablo se necesitan

las murallas de una casa

y una mujer joven, la noche

como telón de fondo

pero también

como testigo. Un nuevo

congreso de Viena

decide que la Biblia es un contrato

y los abajo firmantes

los encargados de cumplirlo,

si te preguntaron o no si querías

formar parte, si leíste o no

la hoja que tenías delante de ti,

si pudiste o no sacarte la venda de los ojos

son detalles que en nada empañan,

pura semántica que no enloda

ni beneficia el avance de los trenes

por la llanura: los bisontes

están allí para cazarlos,

la tierra prometida

se encuentra delante de tus ojos, ignorarla

sería pecado de ignominiosa sofrosine,

no actuar cuando deberías

haberte levantado de esa mesa

y proclamar con el último vaso en la mano

el manifiesto vanguardista que escribiste

vistiendo tu uniforme de colegio: los asistentes

trajeron séquito y caballos

para que las monturas

se encargaran de detener el tiempo

y los monteros dispararan por nosotros:

el jardín antes que las flores.

Al próximo congreso

asistirán con las semillas en la mano.

 








Hay congresos de Viena por todas partes.




 

 

Tayllerand, viejo, Tayllerand,

aprende como un apóstol

a caminar sobre las aguas,

no importa lo turbulentas

 

que vengan en contra de tu bote.

Lo principal es la fe, los peces

se acercarán como nosotros

a las redes, las mareas

 

serán piadosas y los vientos

que corren no necesitan

para ello de tus piernas:

síguelo y no te olvides

 

que para alcanzarte

el enemigo también

debe acercarse: derrota

 

es una palabra demasiado seria.

Los intereses permanentes del país,

la paz que para ser debe ser duradera:

cincuenta años sin que te pongan

 

la mano encima. Y cojeando.

 





Un congreso de Viena en el colegio de tus hijos.

Donde los columpios son una amenaza.

Y el recreo es visto con sospecha.

 

¿Recuerdas los manzanazos en el ojo,

 

            los pelotazos de plástico, las peleas

            entre gladiadores de segunda?

 

Podría darte nombres y apellidos, pero en qué

ayuda eso a nuestra causa. Podría mencionar

 

el garrote vil, la inspectoría, la citación

de padres y apoderados.

 

Pero en qué ayuda eso a nuestra causa.

El territorio francés debe permanecer intacto.

 

La integridad de la nación está en juego.

El único sobreviviente de cinco décadas de circo

 

sabe que la cojera juega a su favor: el ritmo,

saber guardar silencio, esperar

 

            hasta que los músicos se rindan

 

al cansancio. La firma es lo de menos,

lo imprescindible

 

                        es haber entregado a tus propios padres

 

para salvaguardar para corregir para comprender

 

que napoleónico es estar desterrado

(en qué ayuda esto a nuestra causa)

sin que vuelvan a dormir tranquilos.

 

 

EL POPULISMO DE LOS AÑOS SETENTA

 Ahora me arrepiento de haber leído

esos volúmenes que me llevaron a creer

en las predicciones del oráculo disfrazado de

mendigo: marineros colgando del mástil

se mueven inflamados por el viento.

¿Cuál es el nombre de la película?

Acuérdate de que los leíamos sin que nadie se diera cuenta.

Los guardábamos en una mochila que usábamos para acampar.

Excursiones al patio de tu casa para hablar

con propiedad del territorio. También nos echaron

del trabajo para cumplir con los ritos imprescindibles.

Una lámpara de noche, una botella de agua

durante el día. Los cristales en el estómago de mi amigo

podrían haber sido una bendición si hubiera estado aquí

para contarlo. Entramos al futuro mirando por el espejo retrovisor.

En vez de manejar nos alejábamos. La elección de los tiempos verbales

es el azul de nuestras venas (estábamos muriéndonos de frío.

Esdrújula tras esdrújula resulta imperdonable, pero no importa:

ese libro de los astros apagados que todavía

quieres escribir se parece a los espantapájaros

que se yerguen en medio del trigo: sus únicos visitantes

son aquellos a los que debería espantar. Desde

la carretera se ve como los cuervos le hacen compañía.

Si todavía creyera en Dios, uno podría pensar

que la clase obrera está en el cielo.

Agregando en voz baja algún amén

que no sea en sí mismo una derrota.

 

 EL ÚNICO PROBLEMA ES LA LÍNEA DEL ECUADOR

 Los payasos piden silencio antes de continuar con la función.

Un dibujo en medio de la página, destinado a dejarnos

con la boca abierta. Los vecinos ampliaron su casa

y cada mañana me levanto con un horizonte nuevo

delante los ojos: conversan alrededor del quincho

 

            producto del peso de la noche

 

y el único país sin nombre, señora,

fue el mismo donde usted nació.

 

Aquí se proclama a los cuatro vientos

el nacimiento y la muerte del intercambio

 

            de productos, pesados en una balanza

           

que entrega sus decisiones a través de un oráculo

haciéndose pasar por uno de nuestros mejores amigos

 

y está sentado a la misma mesa

donde antes bebiéramos alcohol, pero ahora

cortamos los versos con un hacha

 

y nos divorciamos de nuestras últimas mujeres

para publicarlo en la edición matutina

de los que aún no se han arrepentido:

 

            el único problema es la retórica de los payasos.

            Están empeñados en colgar la ropa

 

para que se seque en medio del invierno.

Empeñados en que las cosas se llamen cosas.

 

No piden que los buses de la locomoción colectiva

los lleven gratis.

 

Piden que los buses de la locomoción colectiva

los lleven hasta el final de su recorrido

porque son demasiado hermosos

 

                                    para confundirse con esa plebe

                        que los hace echar espuma por la boca

 

cada vez que la recuerdan delante de un altar:

allí reúnen velas y alimentos

 

            para que aprendamos a orientarnos

                        aquellos que perdimos el horizonte.

 

Quiero volver al sur, decía el privilegio

de ser el primero en abandonarlo.

 

Quiero volver al sur decimos nosotros,

 

funcionarios públicos sin estado, orificios

 

de bala en los muros de la historia,

garabatos con afán de verso,

 

números áureos

 

            sin hoja en medio de los bosques

            ni arco de una piedra cruzando el aire

 

para describir en el cielo el símbolo de la victoria:

 

mucho más temprano que tarde, el voluntario

desorden de los sentidos, sigan sabiendo

 

            ustedes que oramos delante de esas calaveras.

 

Ni advertencia ni vaticinio

sus rostros en la punta de las estacas:

 

                        salutación del optimista,

 

escenas de la vida familiar

 

                        de un Balzac sudamericano y perdido

 

debajo de la línea del Ecuador.

Pero igual de gordo y caradura.

 

 

 

MATEO 27:46-50

 Cada mañana me levanto

para irme a comprar un café

al negocio de la esquina. La esquina

es una forma de decir, porque tengo

que manejar más o menos dos kilómetros

para pedirlo. No es que no quiera caminar,

pero no hay aceras. “El negocio de la esquina”

tampoco le hace honor a esa cadena de cafeterías

que se encuentran a todo lo largo de este estado.

Al llegar a Indiana cambian de nombre. Pero no de dueño.

La chica que atiende ya me conoce, y me trae

de inmediato lo mismo de siempre. Después

me devuelvo a la casa, porque toda la pega

la hago sentado frente al computador. La escena

se repite desde hace años. La chica ya no es tan joven

y el otro día por primera vez me preguntó mi nombre.

Por primera vez le pregunté el suyo. Y ahí me contó

que iba a entrar a la universidad, que se iba a vivir

a Colorado y que ese era su último día trabajando

en ese lugar. Iba a pagarle pero me dijo no se preocupe,

este lo pago yo. Le agradecí, le deseé mucha suerte y nos

despedimos. Mientras manejaba de vuelta,

 el camino me pareció más largo, lleno de semáforos

que no había visto nunca, atestado de conductores

intentando llegar a alguna parte. Estacioné el auto 

y me senté como siempre delante de la pantalla. 

Mi obligación es tomarme ese café.

Arrojármelo encima. Sorberlo entre la mugre

del suelo, preguntando por qué me has abandonado,

por qué, Señor de las ojivas nucleares atravesando

el cielo de esta tarde, me has abandonado.

 

 




TRES POEMAS SIN TÍTULO 

I.-

La profesora recuerda los murales que veía camino a su trabajo.

La extensión de los jardines habla en estos casos x sí misma.

Los naranjos plantados en la calle nos recuerdan el centro de la ciudad

y un mecanismo secreto e inconfesable para atravesarla.

Un mecanismo secreto e inconfesable nos recuerda al inspector

que pasaba revisando los boletos en el tren. Y a nuestros familiares

atrapados entre el mal de ojo y el adobe. La profesora recuerda a los niños

que se orinaban para dibujar con displicencia un círculo a su alrededor.

Y una gitana le dijo: la Ley del Padre es irreversible y sin embargo no es tan difícil

traducir el inconsciente. Basta con que la casa donde creciste

hoy se encuentre abandonada. Que se haya construido un edificio

en el mismo lugar donde los perros ladraban con tal de que llegara la noche.

Una taza de té no requiere de ninguna explicación. Voy a leer todos los libros

del mundo aunque me pase los próximos cincuenta años (tengo casi cincuenta)

sentado a la sombra de un árbol dándole de comer a las palomas.

Las palomas recuerdan el camino de vuelta. La nieve cómo caer.

A orillas de la azotea de un edificio donde el viento sopla por obligación

los ancianos recuerdan el arte de volar extendiendo los brazos

como un mesías sin madero, una vez que el vértigo los vence.

 

O ellos se dejan vencer.

 

II.-

La belleza del aserrín tirado por el suelo:

ya van a cerrar el restaurante pero están esperando

por nosotros. Épico es quedarse hasta el final, salir

después de que hayan bajado las cortinas

y la última micro de la noche acaba de pasar

por la esquina donde estábamos parados. Otra vez caminar

hasta la casa. Otra vez van a mirarnos como miraremos

mañana a nuestros hijos. Un disco rayado

nos obliga a permanecer despiertos. Los bombazos

han destruido las torres de alta tensión y esta noche

podremos cenar a la luz de las velas. Conozco esas miradas,

el ceño fruncido de los sapos en el charco. Pero entiendan:

ustedes también fueron felices. Yo los vi corriendo

por una avenida abandonada a su propia suerte.

Yo los vi trepar a los plátanos orientales

como si estuvieran combatiendo un enemigo

que nada tenía contra ustedes. Yo los vi

cubriéndose la boca para que al bostezar

no se les escapara el alma y en medio de las asambleas

los vi redactar manifiestos con la forma de una rosa

o una partitura: de nota en nota esgrimían sus razones,

pétalo tras pétalo iban a cambiar el mecanismo

para sacar las mejores fotocopias y hacerse de una biblioteca

infinita como la querían los maestros, proletaria

como las circunstancias lo exigían. Yo los vi.

Estuve a vuestro lado (perdonen que les dirija

la palabra: mi función era despertarlos

cuando se quedaban dormidos en la micro,

mi papel no darme cuenta, mi tarea comprender

que las ramas secas y delgadas prenden mucho más

rápido que los libros arrancados de los anaqueles

pero no de la memoria. Las servilletas están

manchadas como la sangre sobre la nieve

y al verlas tiradas por el suelo recuerdo esas

naturalezas muertas que sin estar colgadas de una pared

incluían frutas apetitosas con una mosca encima:

curtidos en el arte de hacer hora esperamos

que algo pase en el último de los paraderos

que todavía sigue en pie, nos protegemos

del frío haciéndole caso a nuestros padres

y arrojamos una piedra al agua para que sus círculos

concéntricos mantengan prendido el fuego: yo los vi.

Lleno del estupor que me producen

las profecías a punto de cumplirse

los vi cruzando la Alameda, capitanes

de una embarcación de mediana eslora

varada en el puerto hasta nuevo aviso.

Y cuando les comunicaron que ya podían

zarpar, que todo estaba en regla y los marinos

se agitaban con el viento como un campo de trigo maduro,

tuvieron que ir a buscarlos a un lupanar

donde estaban sentados a la mesa con sus familias.

Un pianista tocaba el piano para que los niños

bailaran en medio de los clientes, en esa época

entre la rosa que uno corta y la que da

se abría un abismo por donde se precipitaban

los pasajeros al salir de los vagones del Metro

y el agua de las olas reventando nunca

alcanzaba la orilla ni la arena, la Avenida

del Libertador Bernardo O’Higgins

es una prueba irrefutable pero también

es una pista, el sol ocultándose en el horizonte

pero también los que se sientan, en pleno

invierno, a verlo desaparecer entre las aguas

y sienten el impulso de salir a buscarlo:      

yo los vi con un traje de dos piezas saludar

al enemigo, sin saber que se trataba del enemigo,

yo los vi trabajando hasta las cuatro

para no tener que ir a dormir, yo los vi más

pájaros que alas como si el arte de volar se demostrase

subiendo a la azotea de un edificio desde la cual

se arrojan los ancianos para combatir un mal que han olvidado

sin más remedio que volar para ver si aterrizando lo recuerdan. 

 

III.-

Los murales que veía en el camino

contaban su propia historia, aunque no pudiera

darse cuenta. Desperdigados en las estaciones del metro

que conectan a la ciudad con los suburbios, a la pobreza

de los antiguos obreros industriales

con la indigencia de chaqueta y corbata.

Bastante se demoraron en terminarlos:

ese tiempo en que las fábricas

todavía les daban de comer y en los patios

había árboles de hoja inmarcesible capaces de soportar

la nieve y cualquier estupidez que se diga sobre ella.

Tiempo en el que algunos de los que pintaban los murales

eran llevados por los guardias de turno hasta la comisaría

y otros encaminados hasta los bares, cuando asaltar

un banco tenía un innegable aire de romanticismo

y ciertas palabras aún no se borraban del diccionario,

el boleto de tren estaba al alcance de los que hasta hace poco

habrían dado la vida por un boleto de barco, el ruido

de los vagones oculta lo que decían

los que estaban condenados a hablar en voz baja

incluso en los lugares donde todos los demás

definían la realidad golpeando con un vaso sobre la mesa,

la historia de un país puede resumirse en esto:

alguien pretendiendo que escucha

lo que otros no se atreven a decir.

Todos se bajan en la misma estación.

Recogen sus cosas y se levantan.

El primer pie sobre el andén

les recuerda a sus antepasados.

El frío con que los recibe la estación,

al lugar de donde vinieron.

Nada sin embargo el idioma en que pedían

otro pedazo de pan. Nada el nombre

de esos árboles que deshojaban

tarde en el otoño. Ni cómo

se decía está saliendo el sol

como sale todas las mañanas.

Todos se bajan cuando el tren se detiene.

Los murales donde aparecen cargando sus pertenencias.

Los recuerdan más hermosos de lo que fueron.

Más necesitados de volver.

Menos cansados de lo que estaban.

Sacan las llaves cuando están delante de una puerta.

La cerradura es la última estrofa

antes de terminar el libro.

La palabra fin,

la última palabra.

 

 

 Fotografías de Alex Prager

 

 

 

 

 


MAGDALENA CHOCANO. RUIDO CANÓNICO VERSUS POESÍA

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