Carla Van de Puttelaar
2. Encuentro objetos
tirados en la calle, insectos y animales, zapatos sin su par, gente sin par.
Cartas de baraja solitarias, boca abajo, encubriendo identidades y designios.
Las «E» de acero de silicio ―algo de los transformadores, la inicial de un
nombre y una esperanza perdida―. Pendientes, medias a medias, sin su par.
Qué cosa más
triste es ver un perro sin dueño junto a un hombre descalzo, en posición fetal
bajo una bolsa de nylon, con un zapato solo, del que ambos beberán agua de
lluvia.
La razón de
ser del zapato no es el pie, sino el par. ¿Dónde está el zapato ausente? Con
tantos objetos para ver en el cielo, vicisitudes del sol y las estrellas, ¿por
qué mirar al suelo cuando camino? Para tropezar con objetos sin par, no
entender y preguntar. Del asombro nació la pregunta.
16. No hay reparación a
través de las palabras, ni por otros medios. No porque sea irreparable lo que
hicimos, como cuando algo se rompe y, debido a su grado de destrucción, no
puede recomponerse. Las cosas que no están rotas son igual de irreparables que
las completamente deshechas, en ambos casos es aplicable el término «irreparable».
Para saber si algo puede arreglarse primero tiene que romperse, y solo puede
romperse aquello que antes estuvo sano, en el sentido de entero, en el sentido de
sido. Es válido decir de algo o de alguien que nació, creció y murió roto, pero
no todo lo que puede decirse, y en efecto se dice, es cierto. Los vínculos y
las conciencias no nacen rotos. Nacen o no nacen, sin adjetivos. Así que, omitiendo
el adjetivo y una premisa, la conclusión de mi razonamiento es que no hay nada
que reparar.
27. No, mi corazón no es
malo. Vengo del infierno, intenté modificar su ordenamiento territorial con las
manos. Cavé un pozo. Permanecí ahí hasta que me di cuenta de que no había hecho
bien los cálculos, que aquello no tenía sentido. Entonces, cambié de tema. Les
conté de Satán y otras metáforas, lo comparé con Batman. Elaboré un complejo
esquema conceptual en el pizarrón que nadie copió.
68. El ómnibus frenó de
golpe. Mirna perdió el equilibrio y dos dientes; los recogió con parsimonia y
guardó en su riñonera. Se tomó un taxi para llegar en hora al trabajo.
Cuando ella
camina se rajan las baldosas y marchitan los cactus, tiemblan los contenedores.
Se desconoce su efecto sobre el ser humano porque todavía no se ha cruzado con
uno. Tiene el cuerpo demasiado entreverado con el alma, lo cual explica su
antipatía por el dualismo cartesiano y el sexo casual.
102. Los cinco dedos se
aferran con pasión a los muslos de mármol de Proserpina, entibiándolos. Los
ojos amarillos de la Venus son ojales para el sol y un bien que, aunque no es
verdad, es belleza. La belleza no siempre es verdad, la verdad no siempre es
belleza. Cuando el espíritu del poeta toma nota del horror de la carne, ¿es su representación
una grave denuncia que suscita el estupor por la condición humana o una mera
descripción que alardea técnica, insensible y banal, como la de una jarra de té
sobre la mesa o la del mingitorio de una iglesia?
¿Será bella
la imagen del horror, no por el horror representado, sino por el alma que lo
entiende y al pintarlo lo trasvasa, embelleciendo el paredón, el pavor del fusilado,
el agujero, seco al principio, del que brotará a borbotones la sangre de miles?
Detrás del
mostrador, el carnicero blandía, impúdico y soberbio, la guadaña dorada que
deslumbró a la clientela. Después de un año atroz, terminé de saldar la deuda de
su infancia difícil y mis cuarenta y siete kilos de picada magra. No fueron
baratos mis privilegios. ¿Por qué elegir esta imagen, este parásito mental en
concreto, esta pregunta, en vez de otra que, en vez de ser, no es? Porque hay
cuestiones más importantes que la vida.
103. La mujer se vistió de
hombre para poder entrar al matadero. Quiso verse en el charco de la res
colgando, la carne blanda y hendida. Pintó de memoria las venas vaciadas y
músculos frescos, las tripas en los tambores, el fulgor del gancho. Narró en el
lienzo, implacable, la cadena alimenticia. Intoxicada de aguarrás y trementina,
con la garganta inflamada y la vista ardiendo, cenó ternera. Quedó afuera de la
historia del arte.
109. El cuerpo es un tubo
macizo rodeado de costras de pus, responsabilidades, pescado podrido, hojas de
diarios del lunes, la mirada de los otros, un ungüento epóxico gris, opaco,
encima portland y pedregullo, enunciados oscuros, detritos, doble hilera de
bloques de granito, la niña, costras de asadera, interrogantes de diez
renglones, lo que sacamos de la grasera durante medio siglo, otra hilera doble
de bloques de granito, otra capa gruesa de cemento, ladrillos refractarios,
revoque fino, tablones de madera, la caricatura de la niña, barniz de acabado
mate.
La salida es
hacia arriba, hacia el espacio silencioso e ingrávido, no hay otro modo de
sortear la muralla tubular. Ahí se respira con el sentido del tacto y los
músculos se distienden: no hay nada que sostener.
115. Me iré con el caballo
blanco en una yegua blanca. Se irán contigo la sinfonía blanca, el rebenque,
los gusanos grises.
Los papeles cantarán de noche llamando a sus crías. Partiremos, en dos mitades, una pastilla blanca.
Fragmentos de Serie negra, caballo blanco (La Coqueta editora, 2025).
