EMOTIONAL RESCUE: ILDEFONSO RODRÍGUEZ. ÉSE, AL QUE SE LE SUBIÓ LA IRA

 


bárbara de vries


                                                                                                                                             



 

Todo parece recién ordenado; en la cocina

los cuencos la jarra grande la cesta del pan

se trasmiten un temblor él lo nota

la taza de café da una música chirriante

un pitido agudo que viene de lejos

que traspasa al recién despertado

y la confusión al manejar los utensilios

las manos confundidas vienen de la noche

y el rostro enharinado el peso en las piernas

vienen de la noche de aquel camino

donde a sus pies arrojaron estiércol donde él sintió

que le ponían un aro en la nariz

como a una bestia le fueron llevando

el chirrido la taza de café animada

el desasosiego el daño nocturno.

 

 

 

Sobre mi cabeza pronunciaron palabras sin sentido

palatino repetían

y yo pensé en cavernas o en mineros

cavando en el pozo de mi rostro

el hueso delicado del ser me lo movieron

y repetían palatino una máscara de corcho

se volvió mi cara carne ajena

perdí la monda del fruto que es el rostro

dormido insensible pero sentía

afilárseme los dientes con el hambre última

allí estaba oyendo palatino

y cayó la monda la máscara

no hubo más dolor.

 


r


Con las ventanas abiertas

                                           

                                             (para Tomás Salvador González y Miguel Suárez)

 

 

El balcón

el mundo dulce y el mundo amargo

asomado como el dueño de una casa en mi villa

recién despierto pan recién cocido

galería altares rincón pagano

cajitas de la viuda negra

en su casa el más casero

polvorones asomarse encarar fumando el parque

hablar con los desconocidos

es el ermitaño el cangrejo más amable

 

en el parque la niña de bronce

(limpió cuidadoso, con la yema de los dedos, los signos de la obscenidad inocente pintados con tiza)

camino del café solitario: humos con sabor a manzana té arábigo

éramos dos ociosos en nuestro café de Bagdad

 

Tzara el rumano Desnos en amores

libros amontonados televisor que no cesa

somos los vanguardistas somos los brigadistas

los que vamos y volvemos del Antes (¿quiénes nos podrían juzgar?, ¿por qué delito?: ir siempre y volver de nuestro Antes)

 

y en su lengua suavemente espinosa

nos dice aquel compañero:

el sueño es el jardín de las dudas

 

no sabes lo que es verdad lo que no es verdad

 

y qué más nos da.

 

 

 

Fue allí, miró y vio cómo se abría más la herida blanca, de labios dulcificados, en maduración. Se endureció la yema del dedo, encontró el hueso. Después, la mano buscaba entre globos de luz blanquecina otra hendidura sin violetas ni filamentos, de estatua limpia, pulida. Un anillo espectral, un nudo del color de ciertas pinturas sobre muros ahumados. Era otra floración sin carmín, sin escozor de gases o sabores ácidos. Desapareció un estigma y se abrió otro más antiguo. Eran los orificios pasionales.

Vio un ojo en erupción, azul oscuro, abierto en un cielo raso. Se desgarró la cortina y apareció otro ojo agrio, violento. Era también un hocico grueso, replegado. Vino la supuración amarilla y el escalofrío. Entonces las manos dejaron caer un cuenco y alguien gritó, como si en la boca se le anudaran dos lombrices. El incienso depositado en la hendidura ardió, los dedos no fueron azarosos, fueron muy exactos. El Escaso supo lo que estaba viendo: ordeñar en lo oscuro, sacar el naipe que llaman bocarrana. En lo angosto se vertió su miedo.

 



Cuando una imagen obsesiva le interrumpe el sueño, pone su esfuerzo en hallar el correlato en el que sigue vibrando, como una varilla de caja musical, la propia imagen. Desvelado, sigue pistas o se deja sorprender por la reminiscencia. El descubrir ese objeto, casi flotante, le provoca alegría o desolación. En un hornillo de cocina puede encontrar cenizas y agua que se filtró de la lluvia, carbones aún encendidos, papeles que no consumió el fuego.

  De un modo oscuro, resuena la sentencia que, oída en la alta noche, se aplica ahora a sí mismo: él es alguien que, en pleno verano, olfatea ya el invierno.

 

 

 

Una escena
Mira: parece música; hay flores en el agua
salpicaduras de una alegría antigua
ya desaparecida; río y jarra contienen
las mirada del otro: se ahonda la visión
brota en un charquito en un dedal
en el cuenco de tu mano
así brota la alegría parece música
baila el animal de cuatro manos alza
cabeza y pies se acuna
en un dedalito brota la visión
mira: la espalda silenciosa del río
las dos espaldas del nuevo animal que salta
baila y se aparea: fluyen con simetría
fluyen amorosas las aguas intermedias.
 
 
Alrededor de la medianoche: Thelonious Monk
 
 
Larga es la luz: una esquila de metal dorado
una pausa mantenida y el azúcar en el café
un desgarrón
lentos giran los tornillos
giran las estrellas encendidas en la piel de los amores
lo que así está durando: esta hora y nunca otra.

 

 

 

 

El que movió el hueso que atrancaba su garganta y lo alojó en la nuca, así dejó libre la oquedad vibratoria para que saliese la voz, pudo gritar, dar gritos articulados, pudo cantar;

el animal que sabe poner tensa su membrana interior, para la resonancia simpática: resuena en los bailes comunales, en el cariño y en la pena, contagia el bostezo y la risa;

ése soy yo.

 

Ése, que al sentir el vuelo de una mosca, se dijo: ésta es mi mosca, y la tomó por mensajero leve y gris de todos los asuntos de su vida.

 

 

Ése, al que se le subió la ira y, en correspondencia, le vino la imagen de un cactus muy verde y oscuro, sin flores, vio su ira con espinas y escamas venenosas, la imagen le centró el humor malsano que parecía destilar de aquella planta áspera, vista en el vacío;

pero después entró en un bar y se fijó en una botella con la etiqueta ESCARCHADO; el frío de los licores escarchados apagó aquello que le hervía dentro, pudo hablar con calma, no alterarse, agradecer entonces el balanceo de las dos imágenes.

 

 

Quien recibió otra imagen del consuelo: la mujer que iba alumbrando los corredores nocturnos de la casa, encendía bolas de alcanfor, ésas que dan una llama breve, perfecta.

 

 

Uno que echó media vida soplando en un tubo.

 





Mi fantasma

 

 

En su balancín

en su cocina

 

allí donde se aplique así la ley

que para todos no es

es bajo determinadas condiciones

por ejemplo: si sueltas de la mano las tijeras que ahora sostienes caen al suelo

 

mundo ingrávido de mi fantasma

se sabe de él que anda solo por los bares

¿busca salvación?

 

¿y dónde?

¿en la poesía?

¿en ese agudo que cruje como pan tierno en lo alto del saxo?

 

¿busca alienarse?

¿asentar su posición en el deseo?

 

su libertad peligrosa

su ser indefenso

la presencia muda de sus calcetines

 

no me hagas

reír

 

no me hagas

llorar

 

lo que respira

no se pudre

 

o si no

llévame a la Fuente de los Prados.

 

 

 

Canción de las migas de pan

 

 

Soñé que veía una ciudad

invencible al asalto del mundo entero

soñé que era la nueva ciudad de los amigos

escribió Walt Whitman

en una lengua curativa

hablar: los vahos balsámicos

mentol y aceites esenciales

decir todas estas palabras

y aquí estamos otra vez

en el baile de los contrarios

así que es una casa común

con los rasgos de una madre

sol y luna son la luz

las bombillas

en el juego de esconderse y dar la cara

la levedad de todo aquello

que es material y es cercano

y entonces una voz que no fue convocada

dice su miedo

el cuento infantil del zapato

en un zapato negro no quiero vivir

repentino llega a la nariz

un sentimiento inalcanzable

hierba segada

y polvo del heno luminoso

lo húmedo y lo seco

odio y dolor en los cañaverales

entre dos ríos: Éufrates y Tigris

y sigue la voz aquella

era como se bailaba entonces

el baile familiar de la tarasca

y el pigmeo que cantando defiende su vida

 

 

es cortar los sueños de un tajo

si o no

ése que come su arroz con alegría

y come también su alpiste amargo

ahí asoma la lengua negra

la culebra de los ojos rasgados

expulsa sus heces el miedo

uno adiestrado en oír

cascabeles muy menudos invisibles

cordeles sonoros

pero lo sobrevenido es

que un dedo cariñoso te enseñe a ver el cielo

ahí está Orión allá Casiopea

en el prado vivo del verano

vulva y tallo

el invisible

se desprende de su raíz

está apareciendo

pero una sola hoja sensitiva

y el sonido trae su punzada

su emoción

y los rayos de la proximidad

sobre nuestras cabezas

aquí seguimos por ahora

en el baile de los contrarios

con toquecitos blandos

hilando cada día amuletos

contra el despilfarro de la energía

con ternuras tensas

son buenas las palabras ilegibles

trazadas (eso sí) por mano conocida

huele el saúco

su médula

el espíritu de los huertos solitarios

un olor con poder

agua fría humos astillas de la infancia

y ahora siniestro

suena un saxofón con su voz de muñeca

la casa que renovó el tiempo de lo nuevo

nueva sigue pareciendo cada día

aunque padezcamos sueños borrosos

tela de qué vestido charquito

corteza de un árbol que ya no sé nombrar

brotan palabras bajo la yema de los dedos

la liebre de marzo nos miró

nos saludó con las orejas

los campos eran geometrías vivas

aún estaban sembrados

y vimos también el vuelo de las cosas

campanas que tienen nuestros años

(izquierda derecha un dos tres)

yo sigo en lo mío

oigo desde aquí un coro en la cocina

las voces que quiero: un aire

como de flautas y cuentos antiguos

ese aire qué suave y confuso es

despierto entonces con ganas de sentir

que vuelve todo aquello

y es buscar en el coro dos palabras

nunca siempre

por esa senda vamos

y aquí seguimos tejiendo

el plazo temporal el amuleto

alimentado con hilos y espigas secas

 

 

 

pero en todo: hojas gotas de lluvia insectos

hay mirada

el pensamiento es

un trozo de pan que se comparte

escribió Abdelkader El Yanabi

escucha: es un fraseo de impulsos

electricidad viva en la yema de los dedos

hacia algún sentido.



 

 



 Ildefonso Rodríguez nació en León, 1952. Ha publicado, entre otros libros de poesía, La triste estación de las vendimias, premio Provincia de León en 1988, Mis animales obligatorios, premio Rafael Alberti en 1995), narrativa (Son del sueño, Disolución del nocturno, Informes y teorías) y ensayo (El jazz en la boca). Su obra poética ha sido reunida en el volumen Escondido y visible. Sus tres últimas publicaciones son el libro –disco Inestables, intermedios, Ciclo Tierra de Campos (Inacabado) Aventuras de tres amigos en los tiempos del nacionalcatolicismo y el libro Mandolina y jaula ante un espejo, en colaboración con el poeta Francisco Deco. Es saxofonista, dedicado al jazz y a la improvisación libre. Actualmente escribe en el periódico digital Tam-tam Press la sección Despierto y por la calle.

ANTONIO ORTEGA. EN EL TRANCE DE LA LENGUA: APUNTES SOBRE "POCO LÁZARO" DE ÁNGEL CERVIÑO.





En la escritura de Ángel Cerviño los poemas comparten una mirada poética y una perspectiva propias, la de un yo diseminado que se manifiesta en una suerte de contradictoria y visionaria impersonalidad, y que es capaz de registrar, juntos, el tiempo suspendido y desconcertado de las señales inciertas de la existencia. Un tiempo que se hace presente, aunque este sea indescifrable. La trama de su poesía se teje con las huellas de unos poemas que quieren recuperar la duración, apariciones numinosas como núcleos básicos de la expresión, que ni buscan ni delimitan un sentido definitivo, en cuanto se disponen dentro de una lengua que las dice sin traicionar ni renunciar, en el acá, a su más allá. El juego lingüístico y combinatorio da lugar a un sustrato topológico del sentido, pero no hay identidad para sus significantes, pues al margen de lo que puede considerarse sentido, hay realidad, evidencias, procesos, pequeños cuentos mínimos sin argumento.

En Poco Lázaro, y más allá de la figura bíblica, se da voz a quien, volviendo a la vida, va vertebrando su mente y su propia conciencia, a alguien que se encuentra sumido en ese estado de vigilia o de sueño, en ese momento de “duermevela” (así lo define el propio Cerviño) que establece una especie de situación intermedial en la que esencialmente se establece un sistema o código sígnico que se emplea para transmitir información y que genera una representación de la realidad. Surge así un frenético y paradójico movimiento que produce cambios en las formas de representación de la realidad, pues al cambiar nuestra percepción del mundo y la forma en que habitamos en él, cambian las maneras de representarlo. La intermedialidad entendida como una combinación de medios y maneras, de modos y de voces. Lázaro se levanta y anda, y habla y piensa, y dice. Se enfrenta al mundo y oye el parloteo de las voces. Es el punto de vista del muerto que se ve ahora y desde fuera, en ese espacio teatral intermedio y de tránsito que representa el guardarropa, allí donde nos despojamos de lo que nos cubre y esconde. Un espacio poético entre la vida y la muerte, de tránsito o suspensión (tal y como lo define Francisco Layna), un pensar en y desde la muerte más que el hecho mismo de la muerte. Justo ahí, entre el velar y el desvelar se asienta este Lázaro cerviniano, en la yacente figura de la ensoñación y el duermevela, en el diván poético del psicoanalista donde se libera el habla y se le da carrete a la lengua.

En [Campos de urnas], en la coda del poema dice EL MIMETISTA: en un trance similar yo también he visto pasar la vida entera en un instante / pero no era la mía. Y al lector le vienen a la mente las sepulturas y cementerios etruscos que imitan ciudades y casas con profusión de elementos estructurales, pero mientras que para los etruscos era “ciudades eternas”, en Poco Lázaro semeja más el proyecto o el diseño de algo por llegar aún, pues mientas aquellos muestran el más allá de la muerte, Lázaro se (ex)pone al más acá de esa misma muerte, al tránsito y al trance. Es ese viento (que) bisbisea en el oído del ciego, el del vértigo de la ceguera y del abismo. Y al lector también le vienen a la cabeza esas dos tintas dibujadas por el monje y calígrafo japonés Ekaku Haikun de ciegos cruzando un puente de un solo tronco sobre el abismo, un camino de madera que no llega al otro lado, que está suspendido cerca pero no alcanza el otro lado, una senda que lleva al vacío, vacíos que se solapan y donde lo importante, sustancial y decisivo es el trance de llegar. Ciegos videntes o profetas que, en el espíritu de su visión, parecen dibujar el negativo de un pliego de cordel donde las imágenes se rinden al oído y al pensamiento. Tanto la vida interior como el mundo flotante a nuestro alrededor son como ciegos que vagan sobre un puente.

Se conforma así un tejido textual de líneas que confluyen, y cuya conectividad procede y va pasando de unos libros a otros en la escritura de Cerviño, un ir y venir de voces y personajes, de repeticiones de versos y de frases, de confluencias de espacios y señales. El texto es un escenario, y su organización escénica permite la aparición de polifonías fragmentarias integradas por espacios diversos y lugares diferentes, por un sistema de personajes y voces contrapuestas (subalternas, secundarias, ficticias e imaginadas), de diálogos dramáticos y conversaciones, de discursos y decires disonantes, de notas y léxicos acumulativos en los que un yo múltiple y multiplicado que se difumina entre las piezas (des)encajadas de un mosaico de ecos y fragmentos. Piezas que se asemejan a esos sprite o espectros rojos que se definen como una descarga eléctrica (de distintas formas, como columnas, tentáculos o estructuras similares a medusas) que se produce por encima de las nubes en tormentas intensas que tienen lugar en la atmósfera, en la parte de la mesosfera de las estrellas fugaces. En la trama de su urdimbre nada está medido por la norma, pues se asemeja a un tejido linfoide difuso en la que las células se encuentran dispersas y no forman estructuras organizadas, y se niegan a fosilizarse en el discurso y a él se resisten.

[Ruido secreto]
Patapúm / el mundo suena / canturrea sus décimas y a las horas da la fiebre / despacha un colibrí en cada aliento / relincha sus álgebras campo a través / ceba las trampas de pasos con festividades locales y trajín de pájaros / las tardes de lluvia enhebra el morse en los aleros (sin un ¡oh! ni un ¡ay! las pisadas de la garza) / ataviado de madrastra puede bailar la noche entera / no le molesta improvisar / cuando se murria en otoño las tres personas del verbo son tres húmedos hocicos en el hueco de su mano lameteando / grazna con desgana si el fin se acerca (1) / y entonces hay que correr sin preguntar.

UNA CABEZA RODANTE (Baja la loma cantando): échale semilla a la maraca pa' que suene.
(1)  El fin del mundo se anunció con unas notas de cha-cha-chá por la megafonía / en los prados las vacas arden sin pestañear.

Esta pieza lo deja y pone sonoramente en claro. El ritmo es un ruido secreto, el patapúm del mundo que suena, el ir y venir del ritmo tipográfico del tejido del poema y del goce mismo y propio del lenguaje, del lienzo visual y espacial que dibuja la escritura. Por eso las barras diagonales que señalan el corte versal, la ambigüedad entre la poesía y la prosa, y dónde están o se sitúan cada una de ellas. Suya es la repetición y la permuta, las citas de libros anteriores, las sucesiones recursivas donde lo dicho y escrito se define a partir de lo anterior, de lo antes escrito y de lo antes dicho en una especie de herencia, de transmisión textual patrimonial, incluidas las deudas y las dudas. Su modo es el sampleado, fragmentos y versos ya creados, escritos para usarlos como base o para añadir texturas nuevas o levantar nuevas composiciones. Y su manera es la remasterización (resemantización al decir de Layna), versiones actualizadas y mejoradas, nuevas y refinadas adaptaciones. En Poco Lázaro se modifica o amplía la escala, se mejora la resolución de las texturas, se pone en marcha un motor lingüístico más actualizado, se aumentan la resolución textual: / palabra por palabra eso está escrito y no seré yo quien lo desdiga / al fin y al cabo todos tuvimos una infancia y cada uno sopla como puede su fantasma / desganas ya no quedan, pues así nos lo dice el empleado de la funeraria, pero ya estaba en Kamasutra para Hansel y Gretel. Sea, acaso, la permanencia y novedad de lo escrito. Ángel Cerviño establece y levanta así su propio género de habla, siendo el habla la realización individual de la lengua (Bajtín dixit):  enunciados concretos y específicos que se producen en las diferentes esferas de la vida humana, y que están marcados por su forma, contenido y estilo,  una variedad de géneros discursivos: dialogismo, heteroglosia (el lenguaje está lleno de diferentes "voces" y discursos), intencionalidad, el uso particular de la lengua que hace el hablante, y una composición que depende, además del propósito y del contexto, del lector.

Voces de suicidas, de muertos y fantasmas, una alucinación de voces que parecen levantar una especie de psicofonía poética, pues no olvidemos que el término latino “hallucinatio” significa el vagabundeo y el sueño de la mente. Una clase propia de psicoquinesis, de voces en el aire y de ecos de lo escrito. Un flujo de conciencia poético y polifónico. Una psiconarración que hace suya la flexibilidad temporal, el presente y pasado de unos personajes a los que otorga voz y palabra un narrador traspuesto, pues la suya es una voz referida para dar cuenta de su intimidad mental, y uno de los síntomas más evidentes de esta técnica es la ironía, la autodefensa y el distanciamiento de lo irónico y del humor negro, del sobresalto y el juego. Una psiconarración recorrida de y por digresiones que vienen a completar el flujo mental de los personajes, pues como bien a dicho el mismo Cerviño, la “horizontalidad sincrónica de los tiempos y de los pensamientos, esa superposición de decires, es el principal motor de mi escritura”. Frente al límite de los momentos concretos, Lázaro mantiene una flexibilidad que le permite ofrecer representaciones mentales de amplios y diferentes espacios de tiempo: / dicen que ahí puede ver los mundos orbitando /que en cada mota giróvaga asciende el fulgor disponible para innumerables poemas venideros / no debes afligirte / apura tu suerte y aprieta las clavijas del canto / déjate ir en el texto como en uno de esos laberintos que el sueño nos descubre en la vieja casa familiar.

Ese espacio de tránsito y de suspensión, esa escritura en suspenso que configura y conforma Poco Lázaro, suscita y provoca al lector a formular su lectura y enunciar sus propias preguntas, cuestiones que alcanzarán respuesta, acaso, en la tensión misma de la lectura, en ese juego de ir y venir de arriba abajo, del dentro al afuera. Como apunta Francisco Layna en el necesario prólogo de este libro: Me escribe el autor: “el libro se va armando delante de los ojos del lector. El espectador llega a la sala, se sienta, pero no empieza la obra, empiezan los ensayos, martillean los de atrezzo, se pelea la diva con un figurante, los extras hacen huelga y se sientan a almorzar, critican al director… Pasa el tiempo y la obra no acaba de empezar, o quizá ya ha terminado”. Quien aquí venga y tenga butaca reservada, deberá vencer las resistencias del lenguaje y de la realidad, olvidar la “coquetería del corte versal”, dejar de lado los límites del sentido y de la fea inteligibilidad o la facilidad de los sentimientos en favor de la tensión tonal de las notas que forman parte de la estructura de acordes y de intervalos que se extienden en y a través de su personal armonía: MI MADRE DESDE EL TENDAL DEL PATIO: dejadlo estar /es poesía de datos / la emoción no apremia. En el vasto decorado de la realidad, y como dijera ya hace tiempo Hegel, “la vida del espíritu no es la vida que se espanta de la muerte y que se mantiene pura ante la desolación, sino la que soporta la muerte y se conserva en ella”.