¿LO QUE HAY ES LO QUE VES? (3) LUCIANA HORVART. COVERS SENTIMENTALES

 



Sostener que buena parte de la poesía española de alta circulación afectiva en la última década no constituye una ruptura sino una estrategia de mantenimiento puede parecer, a primera vista, un gesto innecesariamente suspicaz, incluso un exceso de celo crítico, una incomodidad que llega cuando el consenso ya ha sido firmado. Sin embargo, basta afinar el oído —no el corazón, siempre dispuesto a la empatía programada— para advertir que estamos ante un fenómeno reconocible, casi administrado: no una nueva poética, sino una serie de versiones, covers cuidadosamente producidos, afinados en estudio, optimizados para la reproducción, de una matriz ya canonizada. El repertorio es antiguo, el arreglo es contemporáneo y el objetivo es inequívoco: sostener la vigencia emocional, la respetabilidad estética y la circulación asegurada de la poesía de la experiencia o, con mayor precisión histórica, de aquel programa que en 1984 se presentó como La Otra sentimentalidad y que hoy circula sin comillas, sin manifiesto y, sobre todo, sin adversarios. Lo que antes fue una toma de posición ahora es una posición heredada.

El cover no niega el original: lo conserva, lo estabiliza, lo vuelve transferible. Amplía su público, sí, pero sobre todo refuerza su valor de reconocimiento. Esta lógica, trasladada sin fricción al campo literario, permite leer las escrituras de Elvira Sastre, Irene X, Irati Iturritza, Rosa Berbel y el conjunto variable reunido bajo el título programáticamente inocuo Poesía ante la incertidumbre como una operación de continuidad estilística más que de innovación estética. El yo sigue siendo reconocible, confesional, emocionalmente disponible; la experiencia cotidiana continúa funcionando como garantía de autenticidad; la escena urbana permanece como fondo moral homologable; el lector es interpelado no para poner en duda el lenguaje, sino para reconocerse en él y reafirmar su pertenencia. Nada de esto es casual. Todo responde a una poética que triunfó porque supo generar adhesión, producir identificación y consolidar prestigio afectivo sin exigir demasiado a cambio.

La diferencia actual no reside en el núcleo estético sino en el dispositivo de legitimación. Allí donde en los años ochenta hubo una disputa por el lugar del poema en la tradición, hoy hay una gestión eficiente de ese lugar. El poema ya no se arriesga a perder: acumula. No discute su posición: la reproduce. La circulación no es consecuencia del conflicto, sino su sustituto. El reconocimiento se obtiene por reiteración, por familiaridad, por correcta administración de expectativas. Así, el valor del poema deja de depender de lo que hace con el lenguaje y pasa a medirse por su capacidad de sostener una imagen, una firma, una voz estable y reconocible. No estamos ante una tradición viva sino ante una tradición rentable: una escritura que se mueve porque ya ha sido aceptada.

El verso funciona entonces como un organismo postmortem con excelente logística: se replica, se cita, se enseña, se exhibe, pero no transforma. No metaboliza mundo: conserva forma. Es una poética que no piensa porque no lo necesita; no interrumpe porque ya está integrada; no fracasa porque el fracaso ha sido excluido del circuito. No es que no haya riesgo: es que el riesgo ha sido externalizado.

La experiencia, categoría central de aquel programa, ha sufrido una mutación decisiva. Convertida en unidad de valor emocional, ya no necesita lenguaje sino validación. No se escribe para pensarla, se la presenta para confirmarla. La experiencia dejó de ser mediación y pasó a ser comprobante: algo que se exhibe para sostener una posición y no para interrogarla. A mayor transparencia afectiva, menor fricción semántica. El poema no se tensa: se alinea.

Antes el lenguaje mediaba; ahora amortigua. Antes tensaba la experiencia; ahora la suaviza. Antes producía mundo; ahora mantiene clima. La experiencia actual es experiencia sin exterioridad, sin espesor histórico, sin alteridad real: un yo en suspensión permanente, perfectamente adaptable a cualquier marco de reconocimiento. No hay afuera que incomode: hay circulación que confirma.

También se ha transformado la dimensión pedagógica. Donde hubo formación del lector —aprendizaje de la dificultad, del tropiezo, de la lectura lenta— hay entrenamiento en la identificación inmediata. El lector ideal ya no interpreta: valida. No se le pide que lea mejor, sino que reconozca más rápido. No es un defecto del sistema: es su mecanismo central. La poesía no forma criterio: consolida pertenencia.

La Otra sentimentalidad no desapareció: se institucionalizó. Conserva la forma del trayecto, pero ya no necesita desplazarse. Funciona por repetición, no por necesidad; por estabilidad, no por conflicto. Es una poética que sigue caminando, pero sobre suelo firme; que sigue hablando, pero dentro de un perímetro seguro. No está muerta: está asegurada.

No estamos ante una poética en crisis, sino ante una poética estabilizada. Cuando el poema ya no disputa su lugar, lo administra; cuando no arriesga pérdida, asegura circulación. El lenguaje deja de ser problema y pasa a ser garantía.

La experiencia, convertida en valor emocional reconocible, ya no se escribe para ser pensada sino para ser validada. El verso no interrumpe: confirma. No desajusta: consolida. Funciona.

Así, la tradición no se transmite: se reproduce. No camina: se conserva. Y en esa conservación eficiente el poema pierde mundo, pierde fricción, pierde incluso la posibilidad de fallar.

No es que la poesía se entienda demasiado bien.
Es que ya no hay nada en juego en ese entendimiento.

AUTORÍA / JULIETA VALERO

 

inger morath




In the mood for love

En algún lugar alguien está viajando furiosamente hacia ti
John Ashbery

 Iba a decirte No vengas

que conozco la trampa del paraíso: limbo, piedra y abandono.

Pero es tan incómodo estar vivo.

Este festín, defectuoso porque cursa, defectuoso porque termina.

Todo tiene el mismo cuerpo que la vida.
Todo está mal.

De modo que tú, ciego cometa que trabaja, compra
y algunas mañanas de festivo alcanza verdades… Ven.

Cuando la revuelta del encuentro amaine
y ames mi cuerpo y la forma de mis dientes
y el error de estas manos exactamente distintas a las que imaginabas

te conmueva como una revelación
te daré tres mentiras contra el frío

no debes tener miedo
no estás solo ni hay sentencia
desde hoy la catástrofe consiste en no salir a la vez.

 


Domingo. Resaca. El libre albedrío.

 Asumirse como océano donde pueden acontecer grandes olas

y bancos de peces en realidad muy solitarios.

El verde más sobrenatural lo perderá todo porque en definitiva el Sol es quien manda.

El ejercicio de la libertad no existe pero habrá que disimular

—un hallazgo que a menudo sucede en la compra, en el baño—.

Lo posible es entonces manejar el volumen o tiempo que convienen la exposición, el esponjado, la séptima dermis.

La resaca, por ejemplo, desviste la conciencia

y acontecen cosas así:

Desde mi ventana el vuelo del primer polen permite anticipar abril

y germino en la falda o infelicidad de esa mujer que carga niña, periódico, domingo.

Luego subo al tren que toda calle propone hacia el pasado

y concluyo que la desgracia fue siempre el descrédito del amor

tras lo cual queda el paso a la ternura, el resfriado, la finitud con su ausencia de liguero

Si no se aguanta la intensidad tres recados aseguran la poda de una vida.

Mucho más estimulante que el cuero, la cópula visible o anidar en la secretaria es saberse mortal y pretender compañía

Por mi parte prefiero negociar con la luz y recomiendo la elegancia como férula y techo.

Pero hay mil maneras de ponerle la letra a este crimen.

En algunas latitudes se limitan a bailar.

 


inger morath



Ítems para un tsunami

En el colmado de abajo aceptaron a mi planta trepadora a cambio de un kilo de arroz.

Mirando bullir el arroz engañé a la prisa y se quedó dormida junto a los trozos de hielo.

Ahora la palabra frío conserva su manantial y su Estalingrado pero designa también tus pies pequeños que me buscan cada noche.

Cada noche tú imitas a Boris Karloff y tomamos al monstruo por el niño. El cabo de la risa en nuestra almohada es el espejo donde la rutina se ve las arrugas y llora.

Algunas madrugadas hablamos de tener hijos sin la comadreja de las tropas que invaden. No es Navidad pero sé que nos preocupan verdaderamente los niños palestinos. Ningún reportaje escinde el material de sus casas del inventario de nuestro miedo.

Hay una cuenta que no me sale y eso me recuerda como hoja y aquel viento. Me refiero al tiempo que me queda atravesado por la pértiga de la felicidad. Tengo dudas con la densidad del aire aunque en los depósitos de lo que importa tu sonrisa es un número primo. De aquí a la eternidad. No sé más pero matemáticos bondadosos con grasa en el pelo se han sentado en su pupitre, descalzos y tristes, a balancear estos enigmas.

De lo escondido ya sólo me interesa cómo se las arreglará la esponja del amor para crecer más allá de la barrera de coral.

Sospecho que la belleza debe ser algo que se desparrama con tino. No vale la sustitución de materiales. Ese truco era un conejito blanco que huyó hacia los helechos de la adolescencia.

Desde que sé que envejezco con la certeza que se sabe una fresa en la boca me gustaría que cada vez que me cansa mi madre me creciera una demanda de amor con el perímetro de los días que sus manos han sido benéficas. Una caricia detrás de otra para que su círculo me extrajera esta imbecilidad lineal, la muela de la ingratitud sonando en la bandeja de lo inapelable.

Debes estar al llegar. Cuando eso ocurre Marguerite Yourcenar tiene un pensamiento obsceno y planea su regreso.

El regreso es el único movimiento posible y sin embargo choca siempre con la rótula de los emprendedores. De esto deduzco que los recién nacidos ya se están rehabilitando, que las estadísticas quedan pasteurizadas en las incubadoras.

Donde quiera que esté Praxíteles te mira satisfecho. Por mi parte, he roto con el miedo: lo hubiera perdido todo de no dar contigo. La mesa está puesta. Aunque sabes de mis limitaciones con las salsas y la Cábala, también tu ambición es sabia: una bolsa blanca que se mueve con el viento.

 

(Del libro Autoría. DVD Ediciones. Barcelona, 2010)

 

 

EMOTIONAL RESCUE:UN PAÍS MUNDANO. JOHN ASHBERY. TRAD. E INTRODUCCIÓN DE DANIEL AGUIRRE OTEIZA



John Ashbery publicó Un país mundano en 2007, a la edad de 80 años. Un año después su posición en el “canon” de la poesía estadounidense quedaba afianzada: su obra escrita hasta 1987 salía reunida en la prestigiosa Library of America. Con relación a Un país mundano, críticos como Stephen Burt, Helen Vendler, Sam Munson y el mismo Bryan Appleyard vienen a coincidir en dos puntos: Ashbery muestra unas facultades imaginativas plenas y una conciencia del paso del tiempo aún más aguda que de costumbre. En sus últimos poemas la percepción de la inminencia del fin, el sentimiento de pérdida, la atmósfera elegiaca y evocadora se modulan a un ritmo vivo y aun vertiginoso. “La sensación de lo inasible parece más apremiante”, sostiene Vendler. Los multitudinarios fenómenos a cuya representación ha de dirigir la mirada el lector se revelan ahora especialmente caducos y fugaces. Según Burt, la obra reciente de Ashbery, leída como poesía de senectud, es de una calidad equiparable a la del último Wallace Stevens. Con todo, se diría que Ashbery no busca en sus poemas el acabado formal que se advierte en los del autor de La roca. La riqueza verbal que presenta su nuevo libro estaría trazada en un mapa incompleto. En Un país mundano referencias, razonamientos, géneros, construcciones gramaticales y sintácticas se suceden y varían a tal velocidad que llegan a producir desorientación y ahogo: “¿Puedes verla, / su diferencia, distinguir entre medias tintas, / matices fugitivos, medir el nivel creciente / incluso cuando nos sofoca”. El lector puede advertir alusiones a mitos, cuentos o fábulas; reminiscencias de tradiciones orales como la canción infantil, el ripio, la adivinanza, la música pop; giros propios de la jerga académica, cinematográfica, política, publicitaria, cibernética o comercial; o guiños a la Biblia, Emerson, Wallace Stevens o T. S. Eliot. Por ejemplo: “La primavera es la más importante de las estaciones”. Con todo, hasta las referencias más reconocibles acaban perdiendo su lugar en la vorágine del tiempo consuntivo: “¿No te dijeron dónde te extraviaron, / en qué avenida, hendidura de la ciudad, / veloz y más veloz como el aliento?” Según Charles Bernstein (destacado valedor de la language poetry), Ashbery tiene costumbre de insertar conjunciones entre piezas de collage discrepantes. De este modo, sus poemas producen “la sensación espacial de una superposición y la sensación temporal de un pensamiento divagador”. En cambio, el “coloquialismo cordial” de Un país mundano suaviza las aristas de las transiciones sintácticas (“como rocas de la playa erosionadas por el tiempo”, añade Bernstein). Así, la corriente discursiva parece remansarse sin dejar por ello de avanzar caudalosamente: “la sospechada sorpresa / y su hermana, la cansada impaciencia, / marcan el flujo una vez que las compuertas / se han abierto un poco. Entonces pasa sin más, / con un horizonte improvisado sujeto a él”. Aunque en ocasiones pueda causar un efecto de sofoco, el flujo lingüístico se articula mediante el despliegue de una amplísima gama de tonos e inflexiones. Tarde o temprano prácticamente cualquier lector occidental puede sentirse “representado” como impaciente, desconcertado, afectuoso, reticente, sombrío, exuberante, alarmado, exaltado, desdeñoso, sarcástico… Vendler denomina este rasgo de la poesía de Ashbery “hospitalidad tonal”. Musical también: tonos e inflexiones se entretejen con una multiplicidad de ritmos de intensidades y timbres diversos. He aquí donde le cabe al lector dirigir la mirada. Según Vendler, Ashbery está convencido de que es capaz de “rescatar del metálico fragor del ruido contemporáneo los golpes de emoción y giros de lenguaje sentidos universalmente en que pueden reconocerse los lectores”. Esta hospitalidad respondería a la aspiración de articular un lenguaje “demótico” o coloquial que el propio poeta ha asociado a las Vistas democráticas de Walt Whitman. Ashbery toma estas “lecciones de variedad y libertad”, tan influyentes en la poesía estadounidense moderna, para descargarlas de certeza y didacticismo mediante apóstrofes entre paródicos y siniestros: “Me preguntas qué hago aquí. / ¿Esperas que de verdad lea esto? / Si así es, tengo una sorpresa para ti: / Se lo voy a leer a todos”. En el mapa de tales vistas, el poeta trataría tenazmente de “representar” incluso el trazado de los puntos de fuga, al servirse de una elocución tan heterogénea y alusiva que llega a teñirse de pathos: “‘Completamente decidido’, escribe uno una carta / a la calle, en el habla popular, esperando que un amigo / la encuentre, se la guarde y la analice”.1
(…)


Ashbery siempre ha mostrado interés en dirigir la mirada al presente: “El mañana es fácil, pero el hoy está inexplorado” dice en Autorretrato en un espejo convexo (poema en busca de un oyente invisible, según Vendler). En la medida en que el presente cobra velocidad en su poesía, cabría matizar este verso para adecuarlo a una posible definición de la obra reciente de Ashbery: “el mañana es difícil, pero el hoy está inexplorado”. Cuando se aproximan hoy y mañana, el mapa se queda corto o termina hecho tiras: crece lo inexplorado. De ahí que quepa leer “Canción a coro”, poema que cierra Un país mundano, como una invitación que extiende el poeta anciano a los poetas futuros para que continúen explorando: “Esos lugares que quedan sin plantar serán cultivados / por otro, por otros”. En la “atmósfera póstuma” que, al decir de Stephen Burt, se respira en estos poemas, el yo reconoce, “en ropa de calle”, en su “habla coloquial”, lo arduo que es representar un presente cada vez más perfecto, una acción presente que por el apremio del futuro se precipita hacia el pasado: “Tiene que ser difícil / si hasta aquí nos ha traído”. Desaparecen las transiciones, aumenta la erosión. Pero lo que más llama la atención del poema no es su facilidad o dificultad, sino que logre con todo traer al lector hasta aquí, que le haga señas y le invite a aproximarse y explorar: “Había poco que ver al principio; / luego, cuando se nos acostumbró la vista a la oscuridad, / logramos distinguir en un puente figuras / que nos hacían señas, como queriendo que nos acercáramos”. Se trata de una invitación a que dirijamos la mirada a la veloz corriente de un tiempo que, con independencia de cómo lo llamemos, huye: “Si / pasó en tiempo real, estuvo bien, y también estuvo / bien si fue en tiempo de novela”. Aquí cobraría sentido la “representación”. El mapa no promete nada más allá del vertiginoso presente que señala. Fuera del presente, la lectura se oscurece, porque “el momento en que damos media vuelta no tarda en convertirse en el banco de arena donde nuestro penoso esquife encalla”. Los poemas de Ashbery parecen evitar a toda costa dar media vuelta. Volver la mirada hacia los antiguos diagramas de flujo sirve para percatarse de que el presente también los ha invadido y arrastrado: “El flujo envolvente que intuimos / como tiempo tiene otros derechos sobre nuestro inventiva”. Tal vez por este motivo Un país mundano también puede verse, según Appleyard, como un país que es un mundo; un mundo propio dentro del mundo de fenómenos; una suerte de microcosmos mental, consustancialmente incognoscible, donde cada vuelta fuera otra vuelta al presente; cada representación, otra presentación. Como leemos en El doble sueño de la primavera, uno de los primeros libros de Ashbery: “Y parece que toda la fuerza / de la temperatura cósmica vive en forma de contactos / que ninguna intervención puede resolver, / ni siquiera la de un creador al volver a la / desolada escena de este primer experimento: este microcosmos”. Aunque el año que viene traiga la misma fruta, sólo la vemos una vez. Esta primavera ya se extravió; pero “está aquí aun cuando no lo está”. Las voces que pueblan el microcosmos de Ashbery parecen interpelar al lector como espectros que hablan desde otra orilla, desde un tiempo y un lugar extrañados: “Eras mortal, / así que ¿por qué no dijiste nada? No te cabe más que la base / de lo básico, amigo mío. Otro día veremos / que la ola se queda corta en la orilla del agua, / lo que a su vez justifica nuestras divagaciones: / Una vez existimos, ¿cierto?”. En “Remitido”, el yo enumera las consecuencias de su amor, tal vez tormento y salvación: “el sueño de verlo todo”. Por extraño que resulte el camino que nos indica, el mappemonde del poema constituiría una invitación a acercarnos a un lugar hecho de palabras, un lugar otro, otherworldly, dentro del mundo de fenómenos, desde donde aventurar una mirada a nuestra condición mortal. Un relumbrón rápido: este presente.

Daniel Aguirre Oteiza Cambridge, abril y mayo de 2009




El siguiente libro de poemas de John Ashbery, cuya publicación fue  prevista para diciembre de 2009 con el título de  Planisferio, el cual también fue traducido por Aguirre Oteiza. .





UN PAÍS MUNDANO

No la lisura, no los insensatos relojes de la plaza,

el olor del estiércol en el parterre municipal,

no los tejidos, la adusta burla del pajarito Piolín,

no las tropas frescas que necesitaban refrescarse. Si

pasó en tiempo real, estuvo bien, y también estuvo

bien si fue en tiempo de novela. Desde palacios y tugurios

el gran desfile inundó avenidas y pistas

y los campos de nabos se convirtieron en otra autopista.

Los caramelos de chocolate sobrantes fueron tirados a los pollos

y los gansos, que graznaron como auténticos demonios.

No hubo paz en el cuarto de baño, ni en el armario de la porcelana

ni en los bancos, adonde nadie vino a ingresar nada.

En resumen, aquella extensa tarde fue un infierno.

Al atardecer ya estaba todo de nuevo en calma. Colgaba del cielo

una luna creciente como un loro en su percha.

Al irse algún invitado sonreía y exclamaba: “¡Nos vemos en la iglesia!”

Porque la noche, como de costumbre, sabía lo que se hacía,

al brindar sueño para contrarrestar el gran despego que el día

de mañana sin duda traería de nuevo.

Mientras miraba los mudos escombros, me tuvo perplejo

una cosa: ¿Qué había ocurrido? ¿Y por qué?

Estábamos un día de rebeldía hasta el cuello

cuando de pronto la paz había sometido a las filas del infierno.

Pasa tan a menudo que el momento en que damos media vuelta no tarda

en convertirse en el banco de arena donde nuestro penoso esquife encalla.

Y así como están las olas ancladas al fondo del mar

debemos alcanzar los bajíos antes de que de un tajo nos deje Dios en libertad.

 

POR AHORA

Mucho se perdonará a quienes

no han caído en la cuenta de nada. Pero yo me pregunto,

¿tiene nuestra polémica un eje? Y si lo tiene,

¿quién se ocupa de iluminar? No es como si no me hubiera quedado,

apestando, en lo oscuro. Qué tiene este

desastre en particular que ver conmigo, sin duda 

se habrá preguntado más de uno. Y si él

o ella de pronto viera retrospectivamente

la condición de víctima de todos esos años, cómo el dolor

era tan reversible como el placer, ¿no se identificarían

con nada al vender ahora en tiendas las cornucopias

de las secciones de descuentos expuestas a la intemperie?

De la despensa y el pajar salen alucinantes 

patas blancas. Un modo de sentarse

se ha establecido, aunque son las mismas cosas

entre las que tanteábamos antes: juncos, antiguas partes

de lanchas motoras, huevas de arenque. Trajimos algo más:

alguna aclaración que, creímos, los meses

podrían disfrutar en su paulatino avance a través de los años:

“repentinas tomas de conciencia”, el significado de los sueños

y los viajes, y cómo las habitaciones de hotel

pueden llegar a ser el espacio significativo en el que siempre ha vivido uno.

Sólo es un jirón, en serio, un fragmento de vida

en el que nadie más parecía interesado. No es que se lo pueda uno llevar:

forma parte de la decoración, el baile, para siempre.

 








UNA ESPECIE DE FRESCO

Él tenía un hermano en Schenectady

pero de eso hace muchísimo tiempo. Actualmente, los cuervos

fichan en un reloj registrador, en una olvidada extensión de terreno

no muy lejos de los Adirondacks. Se mantienen en forma

y al corriente con listas de lo que han de hacer mañana:

graznar, arrepentirse del pasado por completo.

Eso engalana toda la ocasión

y les da energía de maneras que ni en sueños habrían imaginado.

Su tarde tenía una buena racha,

y, como con todo lo demás, se hartó de ella.

Ningún siniestro que tasar. Nada de rondar por oscuras callejas

a la espera de un sacerdote o la policía,

lo más probable, si fuera éste el final del año fiscal.

 



ABUNDANTE A LA ANTIGUA

Creo que lo que estoy diciendo es

no seas más veladamente agresivo

o intencionadamente vago de lo necesario

para zanjar la cuestión. En cuanto eso

pasa, puedes olvidar el contexto

y probar algún nuevo anticlímax, una severidad

nunca vista en ti hasta ahora. ¿Mandaron

a buscar noticias de ti? ¿Estuviste comunicativo

en tus respuestas? Hace tanto tiempo

ya, y aun así tiene sentido alguna parte, por ejemplo:

¿por qué estuvimos jodiendo en primer lugar?

Astutamente mirabas desde bastidores,

con un dedo en los labios, mientras el viejo actor

renqueaba con el papel que ha recitado de un tirón

tantas veces, sin siquiera pensar

si es tangencial al modo en que nosotros

nos arrastramos ahora. Estaban tantos tan equivocados

sobre prácticamente todo que apenas parece

tener importancia, y sin embargo algo la tiene,

si no sería todo muerte.

Arriba, en las nubes, estaban cantando

“Oh, prométeme” a los abedules, que respondían de igual modo.

En cierto modo se derramaban ríos por donde

habíamos estados sentados, y la brisa hacía como

que no notaba ninguna falta de modales, la luz también

fingía que nada iba mal, o que

todo iba a ir bien algún día.

Y, sí, estábamos borrachos de amor.

Vaya verano fue aquel.



 
EMOCIÓN DE UN ROMANCE

Es distinto si tienes algún hipo.

Todo es… Tantas manos alegres que compiten

por tu atención, una bufanda, una bocanada de hollín

o una sencilla ráfaga de silencio salida de una radio.

¿Qué pasa? Ya te enterarás,

con gran consternación, cuando, al final de una larga cola

en la cafetería, bandeja en mano, te digan que la verja cerró

tras la Segunda Guerra Mundial. Syracuse fue declarada capital

de una nación indispuesta, pero la directiva

tenía otras metas, ocultas. Proclamar a la lógica

víctima de la verdad era una.

La soledad de todos (y la consiguiente promiscuidad)

perfumaba los caminos de pueblos que teníamos por civilizados.

Te vi esperando un tranvía y apreté el paso.

Ay, eras sólo un niño con armadura. Ahora, cuando vuelan brindis

procaces por toda una mesa tan pulcramente puesta, resulta que las consecuencias

sólo son polvo, dolencia y senectud. Los gratos recuerdos

no son más que eso. Así que encauzo lo que sea

hacia mi contingencia, una veta de mercurio

que continúa reventando, más arriba, más oportuna

a cada oportunidad. Las faldas con corpiño, salpicadas de flores obsoletas,

que vuelven a llevarse en la ciudad, promueven un debate abierto.

 

HOJAS DE TÉ OTOÑALES

Por toda Europa se está registrando

un eclipse parcial: la sospechada sorpresa

y su hermana, la cansada impaciencia,

marcan el flujo una vez que las compuertas

se han abierto un poco. Entonces pasa sin más,

con un horizonte improvisado sujeto a él.

                                                  Por tanto,

yo pregunto qué tiene de especial esta hélice, si

es que hay algo que lo tenga. ¿Puedes verla,

su diferencia, distinguir entre medias tintas,

matices fugitivos, medir el nivel creciente

incluso cuando nos sofoca? Hubo un tiempo

en que todo parecía una fiesta, incluso el trabajo

antes de que echaran a los trabajadores para el resto del día.

Un auténtico cielo eran los sueños entonces, no sólo

imágenes enmarcadas para que el durmiente se instruyera

y, sí, gozara.

                           Conque si el mercurio se desploma

otra vez, como está previsto esta noche, ¿qué pedazo

de manta considerarás suficiente para la ocasión,

pavor o éxtasis, o sólo el deseo de que te tape?

Una ínfima fiebre se instala.

Éstos una vez fueron bailarines, con caras

y sentido del humor. Lo cual, desde luego, no era

demasiado pedir, y de ese modo ella pasó sonriendo,

de natural bondadoso hasta el fin. Las tartas que servían…

¿queda constancia de ellas? ¿O de las hojas acumuladas

en el hueco de un tocón, algo que uno

desearía haber incluido en los cálculos

incluso si no iba a ser nunca calculado,

o de una vela chica ante la aparente marea,

tirando hasta salir del puerto sempiterno, esta única vez?



*Los collages son de la autoría del propio John Ashbery



MAURIZIO MEDO. MINDFULNESS (CONTRA LA MUERTE)  

 



 


louis eduard fournier

 





 

TERAPIA 1: OBITUARIO EN TERCERA PERSONA (ANTICIPACIÓN PRIMERA)

 


El pasado que nos rodea es más oscuro
que el futuro impelido en una rampa
improvisada con tablones sobre cada
momento transcurrido hasta librarnos
de todo lo que alguna vez fue.


La historia no tuvo tiempo para ser justa.


Maurizio Medo ha muerto. Lo maté en tercera
persona, libre de la errata facturada por insignes
humanistas castellanos. Sin nadie que abogue
por él dándome la contra. Ni envidiado ni envidioso
en el año XXIV de este siglo posthumano
«sin realidad» [en la Realidad]

Que su ausencia ahora sea un motivo.
Ensayemos un relato asimétrico en
el que los recuerdos reaparezcan
traducidos con el aura de esa cualidad
que interpreta los eventos como una
alteración del algoritmo que el Destino
había programado hasta que la vida,
con su narrativa apasionante,
aun cuando mengüe, vuelva a convertirse
en un evento inesperado.

 

Los mil (y un) intentos fallidos para la composición
del obituario revelaron que, en sus diversas versiones,
las acciones de Medo significaron. 

También para mí.

En el siglo XX los antiguos nos referíamos a ello como
algo que, para alguien, en algún momento, revelaba
un «sentido ético», aun en contra de las normas
teologales establecidas para la celebración
de un domingo bisiesto en función
de lo que una vez creímos verdadero.

Yo solo quiero el presente.

 

Entrégamelo con la emergencia de una premonición
por la que estarías dispuesta a morir al lado mío.
En el siglo XX lo llamábamos «promesa».

No estoy evocando palabras aleatorias de la estrofa
de una antigua pavana en un ensayo paleográfico,
rescato solo las que son capaces de poner al mundo
en movimiento sin un Bitcoin o con una llamada
al infierno.


Medo no fue alguien con el lustre que podría
evocar el monumento sobre el que cagan
las gaviotas que sobrevuelan el Parque Raimondi.

La fama es el sol de los muertos. Es un efecto.
No significa, encandila inspirándose en sentimientos
tan íntimos que lo infinito se revela
como el estribillo que el niño perdido canta
buscando el camino a casa,
solo ante la oscuridad.

Tal vez por ello no consigo cerrar el texto final
manteniendo la lógica exigida en una secuencia
sinecdótica. No es por la falta de un gentilicio,
sí por la obscenidad que se esconde en la fábula
de un sucio tren de gitanos, ésa que no queremos leer,
pero por la que haríamos cualquier cosa con tal oír
y enterarnos de algo nuevo. 


No,
Medo no volverá.


El futuro tendría que haber comenzado hace mucho tiempo.

Entonces ninguno de nuestros poetas lo sabía:

los más jóvenes rituaban lanzando las varillas de aquilea
con la idea de obtener un hexagrama promisorio.

La ciencia explica este exceso de profecías como
una respuesta ante el temor que suscita el desenlace
de lo que se ignora. No se puede hacer de los miedos
una ideología. La fama sólo es para unos cuántos y llega
mucho después que se apagaron nuestras expectativas.

 

Quizá cuando las olvidamos sin saber
si alguna vez se cumplieron
o fueron brotes de ansiedad.

 






terapia 2. obituario bostoniano

(murió al menos tres veces en el mismo día)


 

El día en el que inventé a Maurizio Medo
no fue en la vera opuesta del río. Fue en esta
misma ladera. Tuve miedo de su rostro
reflejado en el agua incitándome a
emprender juntos el viaje cuando, de
pronto, los árboles avanzaron
hacia el bosque. Y tuve miedo también
de ir hacia allá. Pero ese miedo ya había
estado aquí
haciéndose oír.


Eran los pájaros. Son una revelación.
Su vuelo nos permite creer que, alguna
vez, hubo una montaña.

 

Hoy soy un bosque que habla. También con
los fósiles en los que ese miedo pareció anunciarse
la tarde en la que Medo murió, al menos
tres veces en el mismo día. Conforme los árboles
continuaron avanzando hacia el corazón del bosque
como ciegas barcazas en medio de la oscuridad.

 

Isaías lo dijo bien:
cada hombre debe caminar
sobre su propio fuego.

No en teoría.

Como una presencia.

 

Quizá esta sea la clave de todo el arte humilde que
se expresa a través del antiguo drama de tener
que resignarse a escribir como si tratara de
la traducción de algo nuevo.

 
Más tarde leeré lo que alguien escribió cuando
nosotros jugábamos a invocar la luz de
un falso solsticio de verano en medio
de una fría primavera.

Lo sé, me estoy perdiendo en otras perspectivas.

 

El bosque está lejos.

 

Querría adoptar el pragmatismo bostoniano
de Howe en un boceto que afirme:

La tierra se ha alejado/del sol y es de noche.

Esta es una  , no del todo elegida.

Durante estos días la lluvia rumora sin
demasiado eco. No como debería tal
si se trata de representar algo que signifique
un presagio.

 

La mujer del clima recomienda quedarnos en casa.

 

«El tiempo no es un acontecimiento».

 

Se trata de un síntoma.


Nos confunde.

 

Tanto como la frase:


cuatro estaciones circulan

en torno a un año cuadrado.

 

Maggie Nelson nació en San Francisco en 1973.

Carece del pragmatismo de Howe, al menos
para referirse a los trastornos climáticos.

 

El clima nunca podrá consolarnos.

 

Lo que ocurre en la tierra no puede
escribirse en el cielo.

 

Ambos disienten.


David LaChapelle

 


 

 

TERAPIA 3: INTENTO FALLIDO

 


Prometí escribir el próximo obituario como
una suerte de renovación de la última cláusula
en mi contrato de vida. Méndez acotó que tal
acción resultaba muy performativa, y lo peor
es que insistía en mantenme con vida
por un desmesurado amor a mí mismo.

Desistimos. Sugirió que, antes de redactar obituarios,
mejor faene ubérrimo en el arte del sudoku entrenado
por un antiguo
Maestro de bonsái.