
John Ashbery publicó Un país mundano en 2007, a la edad
de 80 años. Un año después su posición en el “canon” de la poesía
estadounidense quedaba afianzada: su obra escrita hasta 1987 salía reunida en
la prestigiosa Library of America. Con relación a Un país mundano, críticos
como Stephen Burt, Helen Vendler, Sam Munson y el mismo Bryan Appleyard vienen
a coincidir en dos puntos: Ashbery muestra unas facultades imaginativas plenas
y una conciencia del paso del tiempo aún más aguda que de costumbre. En sus últimos
poemas la percepción de la inminencia del fin, el sentimiento de pérdida, la
atmósfera elegiaca y evocadora se modulan a un ritmo vivo y aun vertiginoso.
“La sensación de lo inasible parece más apremiante”, sostiene Vendler. Los
multitudinarios fenómenos a cuya representación ha de dirigir la mirada el
lector se revelan ahora especialmente caducos y fugaces. Según Burt, la obra
reciente de Ashbery, leída como poesía de senectud, es de una calidad
equiparable a la del último Wallace Stevens. Con todo, se diría que Ashbery no
busca en sus poemas el acabado formal que se advierte en los del autor de La
roca. La riqueza verbal que presenta su nuevo libro estaría trazada en un mapa
incompleto. En Un país mundano referencias, razonamientos, géneros, construcciones
gramaticales y sintácticas se suceden y varían a tal velocidad que llegan a
producir desorientación y ahogo: “¿Puedes verla, / su diferencia, distinguir
entre medias tintas, / matices fugitivos, medir el nivel creciente / incluso
cuando nos sofoca”. El lector puede advertir alusiones a mitos, cuentos o
fábulas; reminiscencias de tradiciones orales como la canción infantil, el
ripio, la adivinanza, la música pop; giros propios de la jerga académica,
cinematográfica, política, publicitaria, cibernética o comercial; o guiños a la
Biblia, Emerson, Wallace Stevens o T. S. Eliot. Por ejemplo: “La primavera es
la más importante de las estaciones”. Con todo, hasta las referencias más
reconocibles acaban perdiendo su lugar en la vorágine del tiempo consuntivo:
“¿No te dijeron dónde te extraviaron, / en qué avenida, hendidura de la ciudad,
/ veloz y más veloz como el aliento?” Según Charles Bernstein (destacado
valedor de la language poetry), Ashbery tiene costumbre de insertar
conjunciones entre piezas de collage discrepantes. De este modo, sus poemas
producen “la sensación espacial de una superposición y la sensación temporal de
un pensamiento divagador”. En cambio, el “coloquialismo cordial” de Un país
mundano suaviza las aristas de las transiciones sintácticas (“como rocas de la
playa erosionadas por el tiempo”, añade Bernstein). Así, la corriente
discursiva parece remansarse sin dejar por ello de avanzar caudalosamente: “la
sospechada sorpresa / y su hermana, la cansada impaciencia, / marcan el flujo
una vez que las compuertas / se han abierto un poco. Entonces pasa sin más, /
con un horizonte improvisado sujeto a él”. Aunque en ocasiones pueda causar un
efecto de sofoco, el flujo lingüístico se articula mediante el despliegue de
una amplísima gama de tonos e inflexiones. Tarde o temprano prácticamente
cualquier lector occidental puede sentirse “representado” como impaciente,
desconcertado, afectuoso, reticente, sombrío, exuberante, alarmado, exaltado, desdeñoso,
sarcástico… Vendler denomina este rasgo de la poesía de Ashbery “hospitalidad
tonal”. Musical también: tonos e inflexiones se entretejen con una
multiplicidad de ritmos de intensidades y timbres diversos. He aquí donde le
cabe al lector dirigir la mirada. Según Vendler, Ashbery está convencido de que
es capaz de “rescatar del metálico fragor del ruido contemporáneo los golpes de
emoción y giros de lenguaje sentidos universalmente en que pueden reconocerse
los lectores”. Esta hospitalidad respondería a la aspiración de articular un
lenguaje “demótico” o coloquial que el propio poeta ha asociado a las Vistas
democráticas de Walt Whitman. Ashbery toma estas “lecciones de variedad y
libertad”, tan influyentes en la poesía estadounidense moderna, para descargarlas
de certeza y didacticismo mediante apóstrofes entre paródicos y siniestros: “Me
preguntas qué hago aquí. / ¿Esperas que de verdad lea esto? / Si así es, tengo
una sorpresa para ti: / Se lo voy a leer a todos”. En el mapa de tales vistas,
el poeta trataría tenazmente de “representar” incluso el trazado de los puntos
de fuga, al servirse de una elocución tan heterogénea y alusiva que llega a
teñirse de pathos: “‘Completamente decidido’, escribe uno una carta / a la
calle, en el habla popular, esperando que un amigo / la encuentre, se la guarde
y la analice”.1
(…)

Ashbery siempre ha mostrado interés en dirigir la
mirada al presente: “El mañana es fácil, pero el hoy está inexplorado” dice en
Autorretrato en un espejo convexo (poema en busca de un oyente invisible, según
Vendler). En la medida en que el presente cobra velocidad en su poesía, cabría
matizar este verso para adecuarlo a una posible definición de la obra reciente
de Ashbery: “el mañana es difícil, pero el hoy está inexplorado”. Cuando se
aproximan hoy y mañana, el mapa se queda corto o termina hecho tiras: crece lo
inexplorado. De ahí que quepa leer “Canción a coro”, poema que cierra Un país
mundano, como una invitación que extiende el poeta anciano a los poetas futuros
para que continúen explorando: “Esos lugares que quedan sin plantar serán
cultivados / por otro, por otros”. En la “atmósfera póstuma” que, al decir de
Stephen Burt, se respira en estos poemas, el yo reconoce, “en ropa de calle”,
en su “habla coloquial”, lo arduo que es representar un presente cada vez más
perfecto, una acción presente que por el apremio del futuro se precipita hacia
el pasado: “Tiene que ser difícil / si hasta aquí nos ha traído”. Desaparecen
las transiciones, aumenta la erosión. Pero lo que más llama la atención del
poema no es su facilidad o dificultad, sino que logre con todo traer al lector
hasta aquí, que le haga señas y le invite a aproximarse y explorar: “Había poco
que ver al principio; / luego, cuando se nos acostumbró la vista a la
oscuridad, / logramos distinguir en un puente figuras / que nos hacían señas,
como queriendo que nos acercáramos”. Se trata de una invitación a que dirijamos
la mirada a la veloz corriente de un tiempo que, con independencia de cómo lo
llamemos, huye: “Si / pasó en tiempo real, estuvo bien, y también estuvo / bien
si fue en tiempo de novela”. Aquí cobraría sentido la “representación”. El mapa
no promete nada más allá del vertiginoso presente que señala. Fuera del
presente, la lectura se oscurece, porque “el momento en que damos media vuelta
no tarda en convertirse en el banco de arena donde nuestro penoso esquife
encalla”. Los poemas de Ashbery parecen evitar a toda costa dar media vuelta.
Volver la mirada hacia los antiguos diagramas de flujo sirve para percatarse de
que el presente también los ha invadido y arrastrado: “El flujo envolvente que
intuimos / como tiempo tiene otros derechos sobre nuestro inventiva”. Tal vez
por este motivo Un país mundano también puede verse, según Appleyard, como un
país que es un mundo; un mundo propio dentro del mundo de fenómenos; una suerte
de microcosmos mental, consustancialmente incognoscible, donde cada vuelta
fuera otra vuelta al presente; cada representación, otra presentación. Como
leemos en El doble sueño de la primavera, uno de los primeros libros de
Ashbery: “Y parece que toda la fuerza / de la temperatura cósmica vive en forma
de contactos / que ninguna intervención puede resolver, / ni siquiera la de un
creador al volver a la / desolada escena de este primer experimento: este
microcosmos”. Aunque el año que viene traiga la misma fruta, sólo la vemos una
vez. Esta primavera ya se extravió; pero “está aquí aun cuando no lo está”. Las
voces que pueblan el microcosmos de Ashbery parecen interpelar al lector como
espectros que hablan desde otra orilla, desde un tiempo y un lugar extrañados:
“Eras mortal, / así que ¿por qué no dijiste nada? No te cabe más que la base /
de lo básico, amigo mío. Otro día veremos / que la ola se queda corta en la
orilla del agua, / lo que a su vez justifica nuestras divagaciones: / Una vez
existimos, ¿cierto?”. En “Remitido”, el yo enumera las consecuencias de su
amor, tal vez tormento y salvación: “el sueño de verlo todo”. Por extraño que
resulte el camino que nos indica, el mappemonde del poema constituiría una
invitación a acercarnos a un lugar hecho de palabras, un lugar otro,
otherworldly, dentro del mundo de fenómenos, desde donde aventurar una mirada a
nuestra condición mortal. Un relumbrón rápido: este presente.
Daniel Aguirre Oteiza
Cambridge, abril y mayo de 2009
El siguiente libro de poemas de John Ashbery, cuya publicación fue prevista para diciembre de 2009 con el título de Planisferio, el cual también fue traducido por Aguirre Oteiza. .
UN
PAÍS MUNDANO
No
la lisura, no los insensatos relojes de la plaza,
el
olor del estiércol en el parterre municipal,
no
los tejidos, la adusta burla del pajarito Piolín,
no
las tropas frescas que necesitaban refrescarse. Si
pasó
en tiempo real, estuvo bien, y también estuvo
bien
si fue en tiempo de novela. Desde palacios y tugurios
el
gran desfile inundó avenidas y pistas
y
los campos de nabos se convirtieron en otra autopista.
Los
caramelos de chocolate sobrantes fueron tirados a los pollos
y
los gansos, que graznaron como auténticos demonios.
No
hubo paz en el cuarto de baño, ni en el armario de la porcelana
ni
en los bancos, adonde nadie vino a ingresar nada.
En
resumen, aquella extensa tarde fue un infierno.
Al
atardecer ya estaba todo de nuevo en calma. Colgaba del cielo
una
luna creciente como un loro en su percha.
Al
irse algún invitado sonreía y exclamaba: “¡Nos vemos en la iglesia!”
Porque
la noche, como de costumbre, sabía lo que se hacía,
al
brindar sueño para contrarrestar el gran despego que el día
de
mañana sin duda traería de nuevo.
Mientras
miraba los mudos escombros, me tuvo perplejo
una
cosa: ¿Qué había ocurrido? ¿Y por qué?
Estábamos
un día de rebeldía hasta el cuello
cuando
de pronto la paz había sometido a las filas del infierno.
Pasa
tan a menudo que el momento en que damos media vuelta no tarda
en
convertirse en el banco de arena donde nuestro penoso esquife encalla.
Y
así como están las olas ancladas al fondo del mar
debemos
alcanzar los bajíos antes de que de un tajo nos deje Dios en libertad.
POR
AHORA
Mucho
se perdonará a quienes
no
han caído en la cuenta de nada. Pero yo me pregunto,
¿tiene
nuestra polémica un eje? Y si lo tiene,
¿quién
se ocupa de iluminar? No es como si no me hubiera quedado,
apestando,
en lo oscuro. Qué tiene este
desastre
en particular que ver conmigo, sin duda
se
habrá preguntado más de uno. Y si él
o
ella de pronto viera retrospectivamente
la
condición de víctima de todos esos años, cómo el dolor
era
tan reversible como el placer, ¿no se identificarían
con
nada al vender ahora en tiendas las cornucopias
de
las secciones de descuentos expuestas a la intemperie?
De
la despensa y el pajar salen alucinantes
patas
blancas. Un modo de sentarse
se
ha establecido, aunque son las mismas cosas
entre
las que tanteábamos antes: juncos, antiguas partes
de
lanchas motoras, huevas de arenque. Trajimos algo más:
alguna
aclaración que, creímos, los meses
podrían
disfrutar en su paulatino avance a través de los años:
“repentinas
tomas de conciencia”, el significado de los sueños
y
los viajes, y cómo las habitaciones de hotel
pueden
llegar a ser el espacio significativo en el que siempre ha vivido uno.
Sólo
es un jirón, en serio, un fragmento de vida
en
el que nadie más parecía interesado. No es que se lo pueda uno llevar:
forma
parte de la decoración, el baile, para siempre.
UNA
ESPECIE DE FRESCO
Él
tenía un hermano en Schenectady
pero
de eso hace muchísimo tiempo. Actualmente, los cuervos
fichan
en un reloj registrador, en una olvidada extensión de terreno
no
muy lejos de los Adirondacks. Se mantienen en forma
y
al corriente con listas de lo que han de hacer mañana:
graznar,
arrepentirse del pasado por completo.
Eso
engalana toda la ocasión
y
les da energía de maneras que ni en sueños habrían imaginado.
Su
tarde tenía una buena racha,
y,
como con todo lo demás, se hartó de ella.
Ningún
siniestro que tasar. Nada de rondar por oscuras callejas
a
la espera de un sacerdote o la policía,
lo
más probable, si fuera éste el final del año fiscal.
ABUNDANTE
A LA ANTIGUA
Creo
que lo que estoy diciendo es
no
seas más veladamente agresivo
o
intencionadamente vago de lo necesario
para
zanjar la cuestión. En cuanto eso
pasa,
puedes olvidar el contexto
y
probar algún nuevo anticlímax, una severidad
nunca
vista en ti hasta ahora. ¿Mandaron
a
buscar noticias de ti? ¿Estuviste comunicativo
en
tus respuestas? Hace tanto tiempo
ya,
y aun así tiene sentido alguna parte, por ejemplo:
¿por
qué estuvimos jodiendo en primer lugar?
Astutamente
mirabas desde bastidores,
con
un dedo en los labios, mientras el viejo actor
renqueaba
con el papel que ha recitado de un tirón
tantas
veces, sin siquiera pensar
si
es tangencial al modo en que nosotros
nos
arrastramos ahora. Estaban tantos tan equivocados
sobre
prácticamente todo que apenas parece
tener
importancia, y sin embargo algo la tiene,
si
no sería todo muerte.
Arriba,
en las nubes, estaban cantando
“Oh,
prométeme” a los abedules, que respondían de igual modo.
En
cierto modo se derramaban ríos por donde
habíamos
estados sentados, y la brisa hacía como
que
no notaba ninguna falta de modales, la luz también
fingía
que nada iba mal, o que
todo
iba a ir bien algún día.
Y,
sí, estábamos borrachos de amor.
Vaya
verano fue aquel.
EMOCIÓN
DE UN ROMANCE
Es
distinto si tienes algún hipo.
Todo
es… Tantas manos alegres que compiten
por
tu atención, una bufanda, una bocanada de hollín
o
una sencilla ráfaga de silencio salida de una radio.
¿Qué
pasa? Ya te enterarás,
con
gran consternación, cuando, al final de una larga cola
en
la cafetería, bandeja en mano, te digan que la verja cerró
tras
la Segunda Guerra Mundial. Syracuse fue declarada capital
de
una nación indispuesta, pero la directiva
tenía
otras metas, ocultas. Proclamar a la lógica
víctima
de la verdad era una.
La
soledad de todos (y la consiguiente promiscuidad)
perfumaba
los caminos de pueblos que teníamos por civilizados.
Te
vi esperando un tranvía y apreté el paso.
Ay,
eras sólo un niño con armadura. Ahora, cuando vuelan brindis
procaces
por toda una mesa tan pulcramente puesta, resulta que las consecuencias
sólo
son polvo, dolencia y senectud. Los gratos recuerdos
no
son más que eso. Así que encauzo lo que sea
hacia
mi contingencia, una veta de mercurio
que
continúa reventando, más arriba, más oportuna
a
cada oportunidad. Las faldas con corpiño, salpicadas de flores obsoletas,
que
vuelven a llevarse en la ciudad, promueven un debate abierto.
HOJAS
DE TÉ OTOÑALES
Por
toda Europa se está registrando
un
eclipse parcial: la sospechada sorpresa
y
su hermana, la cansada impaciencia,
marcan
el flujo una vez que las compuertas
se
han abierto un poco. Entonces pasa sin más,
con
un horizonte improvisado sujeto a él.
Por tanto,
yo
pregunto qué tiene de especial esta hélice, si
es
que hay algo que lo tenga. ¿Puedes verla,
su
diferencia, distinguir entre medias tintas,
matices
fugitivos, medir el nivel creciente
incluso
cuando nos sofoca? Hubo un tiempo
en
que todo parecía una fiesta, incluso el trabajo
antes
de que echaran a los trabajadores para el resto del día.
Un
auténtico cielo eran los sueños entonces, no sólo
imágenes
enmarcadas para que el durmiente se instruyera
y,
sí, gozara.
Conque si el
mercurio se desploma
otra
vez, como está previsto esta noche, ¿qué pedazo
de
manta considerarás suficiente para la ocasión,
pavor
o éxtasis, o sólo el deseo de que te tape?
Una
ínfima fiebre se instala.
Éstos
una vez fueron bailarines, con caras
y
sentido del humor. Lo cual, desde luego, no era
demasiado
pedir, y de ese modo ella pasó sonriendo,
de
natural bondadoso hasta el fin. Las tartas que servían…
¿queda
constancia de ellas? ¿O de las hojas acumuladas
en
el hueco de un tocón, algo que uno
desearía
haber incluido en los cálculos
incluso
si no iba a ser nunca calculado,
o
de una vela chica ante la aparente marea,
tirando
hasta salir del puerto sempiterno, esta única vez?
*Los collages son de la autoría del propio John Ashbery