MAURIZIO MEDO. DUBROVNIK: UNA FICCIÓN DE LA REALIDAD* (2)

 






El humor croata no irrumpe ni solicita atención, no se presenta con la cortesía de un gesto ni con la estridencia de un remate, sino que se desliza, casi a su pesar, por debajo de la conversación como una corriente fría que no busca convencer a nadie de su existencia y que, sin embargo, termina por adormecer el entusiasmo ajeno con una eficacia que ninguna carcajada lograría igualar. No es un humor que se explique, porque explicarlo sería  traicionarlo, ni uno que se ofrezca como alivio, pues su función no es consolar sino recordar, con una ironía paciente y minuciosa, que toda euforia es provisional y que toda solemnidad merece, como mínimo, una pausa incómoda.

En Croacia se aprendió temprano que la historia habla demasiado y escucha poco, de modo que la risa, lejos de ser una explosión liberadora, se volvió una técnica de economía emocional, una forma de administrar el desgaste sin llamar la atención, una sonrisa que no aspira a ser compartida y que, por lo mismo, resulta profundamente sospechosa para quien necesita confirmación constante de su ingenio. El humor, aquí, no seduce ni persuade; observa, toma nota, deja pasar, como si supiera que los grandes gestos suelen ser los primeros en desaparecer cuando cambian los mapas. Hay en esta ironía una lentitud deliberada, una negativa  a responder en el tiempo que impone el espectáculo, como si cada ocurrencia cargara consigo el peso de haber visto demasiadas promesas incumplidas, demasiados himnos variando el sentido de la letra pero sin cambiar de compás. Por eso el humor croata desconfía del énfasis, se repliega ante la emoción exuberante y considera la risa abierta una forma menor de propaganda, útil para los imperios breves y para las industrias que confunden atención con sentido. Reír, en este contexto, no es un acto social sino una estrategia íntima, una manera de seguir caminando sin hacer ruido mientras el mundo insiste en desfilar, convencido de que alguien lo está mirando. Y es quizá por eso que este humor, austero hasta parecer inexistente, termina siendo más duradero que cualquier espectáculo: porque no busca aplauso, no espera respuesta y no se ofende cuando nadie se da vuelta.

 

EPISODIO 1: Donde las murallas aprenden a reír


En Dubrovnik, ciudad en la que las las murallas se retuercen y se arremolinan como serpientes de piedra que han bebido demasiado sol y cuyos  adoquines brillan con una insolencia histórica que ningún archivo logra domesticar y los turistas tropiezan en la geografía como lectores de mapas escritos por alquimistas borrachos, el humor no comparece como ornamento ni como alivio retórico sino como sustancia primera de la existencia músculo vital catecismo sin confesor, alquimia de café negro rakija temprana y aire salobre. Aquí se comprende no por deducción sino por contagio que la risa croata se despliega como una epidemia codificada en refranes que condensan siglos de experiencia sarcasmo y administración del desastre y cada frase, cada murmullo, cada chanza, se vuelve hilo conductor de una cultura que ríe incluso cuando debería llorar.

El inat, ese orgullo obstinado del espíritu balcánico, lejos de coagularse en resentimiento, se traduce aquí en carcajada cotidiana, ironía automática, resistencia civil y estética en chiste que atraviesa cafés, callejones, y corbatas imposibles, como si fueran puentes invisibles hacia una eternidad sin solemnidad. La risa no es evasión sino forma de gobierno mínimo, una pedagogía sin cátedra que administra la cercanía permanente de la catástrofe sin convertirla jamás en religión.

Entre espresso ristretto y rakija comparece entonces el eco de Cervantes conocido secretamente como Servet, prisionero de piratas berberiscos en Argel entre 1575 y 1580, ensayando fugas que fracasan una y otra vez, murmurando versos en los que ya palpita la ironía de un Quijote todavía no nacido y observando encadenado cómo la risa sobrevive incluso al cautiverio absoluto como espuma persistente en una taza mínima de café negro. Mientras los piratas discuten con gravedad absurda la longitud de sus propias corbatas, Cervantes anota mentalmente que si el hidalgo cabalgara por Stradun Dulcinea sería eslava. La Historia conspira así para enseñar que el humor es filosofía práctica espada y escudo mapa y brújula remedio y conjura simultáneos.

Los bećarac flotan sobre plazas y tabernas mezclando insulto y elogio, deseo y burla, en una sintaxis oral que no distingue entre celebración y ataque. Los niños erigen anfiteatros líquidos en los charcos, los gatos ejercen crítica literaria silenciosa, los perros narran tragedias no solicitadas. Los taxistas abandonan turistas en callejones inexistentes y declaran con gravedad hermenéutica que la ciudad ha decidido otro comienzo. Aquí perderse es método, equivocarse es rito y la confusión sacramento, en tanto la poesía solemne permanece en las alturas, incapaz de contener la volatilidad vital de una risa que se despliega en cafés corbatas refranes y charcos.

 

EPISODIO 2: Un ensayo que no se deja archivar




No existe un acervo de chistes croatas pretenderlo es como exigir que el sauce dé uvas y aun así la tentación clasificatoria persiste porque la academia confunde perseverancia con método. El humor croata no se conserva, se ejercita, se transpira, se traga antes del desayuno con un vaso de rakija, y quien no lo hace corre el riesgo de ser observado con desprecio por un perro invisible que ladra solo por sí mismo ,como si el mundo entero fuera un teatro de abstracciones y uno apenas un actor que llega tarde al ensayo.

A diferencia de la amargura que se estaciona en la solemnidad y espera devoción con ceja arqueada, el humor croata se retuerce, tropieza, se golpea contra la pared de la historia, y se levanta agitando su abanico de ironía y proverbios. Sin esfuerzo no hay aprendizaje, pero nadie dijo que el esfuerzo no pudiera ser risible, performativo, incluso grotesco, como estudiar metafísica mientras se mastica pan rancio pensando en la última crisis municipal.

En este teatro de tensiones aparece Kusturica como orfebre del folclore exportable, afinador de acordeones simbólicos, fabricante de un humor impostado que se contempla demasiado y se vuelve postal. Frente a él irrumpe Žižek no como representación sino como detonación mezclando filosofía con chistes obscenos y teoría con la eficacia de quien arroja pólvora en las salas de profesores en los que uno estiliza, el otro desordena donde uno embalsama el otro contamina. No es una disputa estética sino epistemológica porque el humor auténtico no ilustra identidades las descompone.

Hay aves que vuelan en espiral para burlarse de la geometría. En ese punto las farmacias antiguas la de los franciscanos o la atribuida a Alighieri, dejan de ser depósitos medicinales para revelarse como habitáculos  simbólicos en los que se dispensan ungüentos contra la vecindad histórica, jarabes de paciencia, pomadas de ironía para paliar trastornos crónicos de convivencia balcánica. No curan el pasado lo vuelven soportable y risible. 

Dubrovnik deja de ser ciudad y deviene órgano palpitante corazón abierto que late con carcajadas minerales. Caminas tropiezas, bebes, escuchas, y entiendes riendo, que la risa croata no es ornamento cultural sino condición de existencia. Y si todo esto es exageración bendita, exageración porque confundir la vida con un pie de página es el único error que aquí no se perdona.

 

EPISODIO3: Nota sobre la risa cuando se le quita el cuerpo



Conviene ahora retirar el ornamento no por virtud sino por método. Si lo anterior opera por proliferación este episodio procede por sustracción deliberada. No añade resta. No celebra enumera. No ríe, observa la risa como si ya hubiese ocurrido y dejara solo un residuo conceptual. Aquí la risa no es experiencia sino objeto. No es universal no es espontánea no brota del carácter ni del clima ni de la identidad. Es una técnica de relación con la contradicción. Donde la contradicción se reprime aparece la solemnidad. Donde se administra aparece la ironía. Donde se habita aparece la risa.

Desde esta perspectiva no existen humores nacionales sino regímenes históricos de gestión del conflicto. El problema comienza cuando la risa se estetiza hasta convertirse en representación, cuando pasa a ilustrar lo que debería interrumpir. En ese punto pierde su función principal: desactivar el exceso de sentido y comienza a confirmarlo. Ya no corta decora. Ya no incomoda tranquiliza.

La corrección política no elimina el humor lo neutraliza. Produce chistes previsibles sin riesgo, sin desplazamiento, sin costo subjetivo. La risa que no compromete al que ríe es una forma menor de lenguaje, una cortesía sin efecto. Por eso cuando el humor se clasifica, se explica, se traduce, suele ser señal de que ya ha perdido eficacia. El humor verdaderamente activo no se deja explicar del todo, no por profundidad, sino porque opera antes del concepto. Cuando llega la teoría la risa ya ha hecho su trabajo.

Este texto no propone alternativa, fija un límite.No todo exceso es resistencia.

No toda risa es subversiva. A veces la risa es solo síntoma de adaptación exitosa.

El exceso anterior necesitaba este espacio seco para no convertirse en ornamento puro. Este ascetismo sería ilegible sin aquel exceso. No se corrigen se necesitan. Si antes se afirmaba que quien no ríe no participa de la ceremonia, aquí se añade con sobriedad incómoda que no toda ceremonia merece risa.

No hay cierre. No hay epifanía. Solo una pausa.

La risa si vuelve que vuelva sola. Y sin embargo todo queda dicho. Porque si este ensayo ha venido avanzando en espiral,  y retrocedido por exceso,  no ha sido para demostrar nada, sino para ejecutar una operación mínima: mostrar que la risa cuando es real no pide permiso, no solicita marco teórico, no comparece dócil ante el índice ni ante la nota al pie.  La risa acontece o no, acontece y cuando acontece deja residuos que la erudición recoge tarde como quien llega a un incendio con un cuaderno. Aquí se ha exagerado para que el gesto fuera visible. Se ha secado después para que no se confundiera con estilo. Se ha citado para no caer en el grito y se ha reído del formato para no confundir el rigor con obediencia. 

El resultado no es una teoría del humor,  una identidad cultural o  una defensa del chiste, sino una constatación incómoda: que pensar sin risa produce solemnidad y que reír sin pensamiento produce decoración. Todo lo demás —ciudades, murallas, piratas, filósofos, obispos, farmacias, proverbios, cafés— ha sido material de combustión.

El texto se cierra aquí no porque haya concluido sino porque continuar sería repetir el gesto y toda repetición de la risa es ya su domesticación. Queda entonces lo único que no puede archivarse :la interrupción.



Notas:

Dubrovnik fuera de plano


Cuando Dubrovnik fue rebautizada como King’s Landing por la liturgia del espectáculo, Lena Headey (Cersei Lannister) caminó por sus calles esperando el temblor devocional que suele preceder a las reinas de pantalla. No lo hubo. La ciudad, veterana en destronar símbolos, prefirió atender su contabilidad diaria. 

Peter Dinklage (Tyrion Lannister), según comentó en entrevistas, encontró “extraña” esa normalidad que no se arrodilla: la capital de Poniente no se comportaba como set sino como ciudad, error imperdonable para la industria.

Llegaron también Emilia Clarke (Daenerys Targaryen) con su carisma de dragón domesticado por el marketing y Kit Harington (Jon Snow) con su melancolía de héroe exportable. Esperaban reconocimiento, esa forma abreviada de amor que vende el culto al espectáculo. 

Dubrovnik, en cambio, estaba ocupada negociando con el clima, con el turismo, con su propio desgaste. No hay tiempo para la épica cuando el café se enfría y el pescado no espera.

Las declaraciones —pulidas por la prensa— insistían en el desconcierto: que nadie pidiera fotos, que los saludos no se multiplicaran, que King’s Landing no funcionara como parque temático. 

El error fue teológico. Confundieron capital con altar, ciudad con audiencia, habitantes con extras. Dubrovnik, barroca hasta la insolencia, respondió con su crítica más feroz: la indiferencia organizada. Las murallas, que ya habían visto pasar repúblicas y cañones, no distinguieron entre Cersei y una turista más; los adoquines no reconocieron a Tyrion; los gatos —críticos implacables— ignoraron a Daenerys y a Jon con idéntica elegancia.

Así quedó expuesto el dogma del espectáculo: creer que existir es ser visto, que una ciudad debe comportarse como fanbase

Dubrovnik no lo hizo. Hizo algo peor para la industria: siguió viviendo. Y al hacerlo, desnudó la ficción más cara de todas —la de la centralidad— dejando a las estrellas con nombre propio y personaje célebre frente a la única soberanía que no concede close-up: la del tiempo.

 

 Sin Medo a las cámaras

El obispo Marko Medo, titular de la Diócesis de Gospić-Senj, una jurisdicción extensa, montañosa y obstinadamente ajena a cualquier tentación de prime time, dejó caer en una homilía —sin focos, sin plano medio, sin subtítulos emocionales— que “una comunidad demasiado atenta a ser mirada acaba por olvidar qué estaba haciendo antes de posar”

La frase, dicha con la tranquilidad de quien no espera ser citado ni recompensado por su lucidez, parecía destinada a una vida breve y parroquial, pero tuvo la mala educación de funcionar demasiado bien fuera de su contexto.

Medo, claro está, no hablaba de actores con abrigos largos ni de ciudades temporalmente alquiladas por la ficción global; hablaba desde un territorio donde la fe no compite por atención y donde la visibilidad es un problema menor comparado con la perseverancia. Y sin embargo, su observación —desprovista de intención crítica explícita— resultó demoledora para cualquier economía del espectáculo: señaló, sin elevar la voz, que el deseo de ser visto no es profundidad sino distracción, y que posar, cuando se vuelve hábito, sustituye con eficacia alarmante a vivir.

Leída desde Dubrovnik, la frase adquiere un brillo casi cómico: mientras unos interrumpen la vida para demostrar que están en ella, la ciudad continúa con su rutina arcaica y ofensiva para la industria, esa rutina que consiste en no actuar, no explicar, no reaccionar a tiempo. 

El obispo, sin proponérselo, formuló así una teología perfectamente aplicable al turismo cultural y a la televisión de prestigio: no todo lo que convoca miradas merece atención, y no todo lo que importa necesita testigos.

Dubrovnik no citó a Medo, no lo compartió, no lo convirtió en lema. Hizo algo más grave para el espectáculo: siguió funcionando. Porque hay frases que no buscan viralidad y ciudades que, con una crueldad exquisita, las practican sin enterarse.


Bibliografía

Krleža, M. (1983). Balade Petrice Kerempuha. Zagreb, Hrvatska: Nakladni zavod Matice hrvatske.

Krleža, M. (2000). Diarios. Zagreb, Hrvatska: Ljevak.

Ujević, T. (1991). Poezija. Zagreb, Hrvatska: Školska knjiga.

Marinković, R. (1998). Kiklop. Zagreb, Hrvatska: Cankarjeva založba.

Drakulić, S. (1996). Kako smo preživjeli komunizam i čak se smijali. Zagreb, Hrvatska: Algoritam.

Drakulić, S. (2004). O tijelu. Zagreb, Hrvatska: Profil.

Kiš, D. (1989). Enciklopedija mrtvih. Zagreb, Hrvatska: Grafički zavod Hrvatske.
(Autor serbio-croata; inclusión deliberada por fricción histórica y literaria.)

Ferić, Z. (2001). Mišolovka Walta Disneya. Zagreb, Hrvatska: Durieux.

Pavičić, J. (2010). Postjugoslavenski film: stil i ideologija. Zagreb, Hrvatska: Hrvatski filmski savez.

Žmegač, V. (2004). Povijesna poetika romana. Zagreb, Hrvatska: Matica hrvatska.

Biti, V. (2000). Pojmovnik suvremene književne teorije. Zagreb, Hrvatska: Matica hrvatska.

 

 * El presente texto es la continuación del que planteamos en el artículo: Dubrovnik, una ficción en la realidad el día 8 de setiembre en este blog.

MARTÍN PALACIO GAMBOA. HIT

 





 





 De El diario de Lunacharski (2021, Prueba de Galera Editoras - La Plata.

teaser: CRISTAL ALARCÓN. COMO LA CRÍA QUE ABANDONA MI CUERPO.

 

 

alex prager




Una mentira oportuna

 Estos son mis hábitos buenos:

Prender la tele y

quedar absorta.

 

Mamá no para.

Cuando tiene un infarto

me llama por teléfono.

Mastico mis vegetales

y tomo un vuelo directo

a su habitación.

 

Di tres pasos y medio

para nunca parar.

Nunca parar.

 

Estos son mis hábitos malos:

Sacar la basura los jueves

y con un día de tardanza.

 

Me retraso 24 horas,

casi siempre,

como la cría

que abandona mi cuerpo

justo antes de volverse derecho.

 

Le dije a mamá

que se detuvo

que no vino este mes.

 

Fui feliz.

 

Mamá dijo

que era necesario

seguir comiendo vegetales.

 

Sabe que soy un mesero,

que volveré con ustedes

con una ronda de martinis

y aceitunas rellenas.

En España

le dicen tapas,

en mi país

lo llamamos

un insulto al tamal.

 

No puedes comer

tamal y vegetales.

Sería indecente.

 

Parte de la rutina

se encuentra en contarlo todo.

Admitir que soy un mentiroso

también es una mentira.

Una mentira oportuna,

muy oportuna.

 

 

Deudas

 

I

Nos debemos baba y sueño

como las tortugas se deben lechuga y queso.

 

Los abrazos a veces muerden

capaz y los capataces

saben algo de eso

entre tantos trapeadores y mopas

entre limpiadores de vidrios

y paños opacos

entre polvo

cera

y categoría.

 

Sé que los abrazos

después de lavar los trastes

eliminan incertidumbres

y las dejan oliendo a limón.

 

que ventilar las dudas húmedas

en tiernas manos

no disminuye el impacto

de la minería ilegal.

 

Ojalá

pudiéramos hablar

con alguna tortuga

ofrecer un silencioso queso

recibir un secreto del universo.

‘olvídalo todo, desaparece’.

 

También lo dirías tú.

Pero el queso

y la cera

y el polvo

descansarían sin percibirse.

 

 

II

 

Polvo

cera

categoría.

 

He pensado también

en abrazos geniales

abrazos geniales geniales.

Observar

cómo se sumergen,

un estudiante

y la medicina,

el escenario era un taxi

esa noche nos hundimos todos.

 

Categoría

cera

polvo.

 

Me duele

el trapeador

las ganas de salir en la mañana

la gente con vigor

los cólicos ambulatorios.

 

¿Ya olvidamos a la tortuga

y la militancia oficial del ambiente?,

¿es que hubo otra gran revelación

en la naturaleza?

[  ] Sí

[  ] no.

 

La gente escuchó abrazo genial

y fue todo lo que necesitaron,

necesitamos.

 

III

 

La tortuga volvió a depender

de un dedo que le alcance

queso y lechuga.

 

Hay que visitarla más seguido, es un deber cívico.

Vivir con un cableado de cobre, una orden.

 

Quizá sugerencia imprescindible

quizá temor irremediable

quizá propuesta indecorosa

pero prudente.

 

Cera

Polvo

categoria.

 

 

Soy persona

ok

Respiro

Ok

voy en la lista de

no sé que

para no sé qué.

 

Espero mi turno

desde mil novecientos noventa y siete.

Espero mi turno.

Espero mi turno.

Espero mi turno.

 

Abrazo genial.

Mis brazos son brasas

y tú

un bollo de chocolate

ardiendo.

 


alex prager




Thank you for staring.

 

Desistí de la idea

de cercenar mi cuerpo

con un bisturí

para llenarlo de silicona.

 

Desistí

cuando cogiste mis senos

y los besaste

después de escucharme.

 

No estaría malo un boobjob.

Una forma de renovar la carne.

 

Y es que me da tanto miedo

la gangrena y el uso constante de un sujetador

para todo. 

 

Las cuentas de streaming sobregiraron mi tarjeta.

Ya no tengo de donde agarrarme.

 

Me viste

implacablemente

tus manos siguieron su rumbo

en 45 grados perfectos.

Nunca me había sentido tan querida.

 

Pensé de nuevo.

It’s no biggy, it’s a matter of confort and taste.

 

First biggy,

Es un tema de posesión

dijiste.

Son más mías que tuyas

y es probable

que demande al doctor

por quitarme la almohada que acomoda mi sien

la manta que seca mis lágrimas

y el recurso adecuado

para liberar la ansiedad

o frustración.

 

A veces no puedo creer

que la respuesta sea tan obvia.

 

Quizá no lo soporto

como los pobres plomeros

que agachan la cabeza

cuando alguien trata de pagarles

con un billete

y no

con un protagónico

en un mal empleado

guión pornográfico.

 

Second biggy.

Derramé té de cedrón sobre mi blusa,.

Lo hice a propósito.

Usaste tal determinación

que mis latidos

sincronizaron las palpitaciones

sobre tus yemas.

 

¡Qué pulgadas!

 

Creo que ya no está en mi cabeza

nunca más pensaré

en cirugías,

en bisturís,

en siliconas,

o en los bikinis que irían bien

con esta situación.

 

Third biggy,

You’re thinking of one little buddy

 

Querido México

volveremos a ti

por carretera.

Izaremos nuestros brazos en el viento

mientras aquello que hicimos

en nombre de los osos de peluche

llora en la parte de atrás.

No te preocupes

nosotras también lloraremos.

Quizá no de gracia

quizá no de pena

pero, ¿quién sabe?

 

You’re thinking of one little girl

 

Tiene tus ojos,

me dirás.

Pero mis ojos nunca fueron los míos.

Valoraré el no seguir pensando

en aquellas aguachentas bolsas

para conformarme

con las que puedes tocar.

Podemos,

las tres.

 

Nuestras manos

son tan escasas.

 

Recorreremos miles de kilómetros

para chocar con una cerca igual de blanca.

 

Un housejob.

A medida.

 

Predije amplias ventanas

arrullos que se renuevan

para mantenernos aquí.

 

Quién nos viera.

 

México no espera

a que nos apaleemos con tequila

porque nuestros días

se colmaron de

talco y caca.

 

Le leche y los pañales

que prometiste dejar

en el camino ejemplar,

del pompis al tacho,

de la reserva al pompis.

Te sedujeron lo suficiente.

 

Renunciaste a las camisas limpias

y los lentes oscuros.

 

Quien nos viera.

 

Sumergidas

en una órbita divagante

de mugidos

porque nadie dijo nunca agú.

Y todas dijimos: pero tu dijiste mu.

 

Teníamos sueño

y soñamos mucho.

 

Que alivio,

pero qué calor

cuánta envidia se esconde

en la vergüenza de admitir

que la grumosidad

sí nos gusta

y el olor a leche

y pañal fresco.

 

Aunque nunca olimos

aunque no soltamos

aunque there’s no more biggy but my boobs.

LUCIANA HORVART. EL ARTIFICIO DE LA ABSTRACCIÓN: NOTAS SOBRE VERÓNICA FORREST-THOMPSON

 


Hay ensayos que se organizan para facilitar la lectura; este decidió no hacerlo y luego decidió justificar la decisión y, en un tercer movimiento menos honesto, decidió sospechar de ambas operaciones como si la mera conciencia del procedimiento bastara para absolverlo. El título nombra algo que ya no está y nombra precisamente por eso: no un libro, no un objeto localizable, sino una condición de lectura que se activa en el momento mismo en que el lector espera orientación y recibe en su lugar una demora cuidadosamente administrada.

Thompson —nombre propio reducido a función crítica— sostiene con una sobriedad que se confunde con neutralidad pero que es en realidad una forma rigurosa de ironía que el poema no existe para decir algo con claridad inmediata. El sentido no se entrega ni se oculta, sino que se distribuye con una economía severa que obliga a leer sin garantías. La resistencia a la naturalization no aparece aquí como gesto heroico ni como coartada elitista sino como disciplina formal que impide que el poema sea convertido demasiado pronto en significado utilizable (Forrest-Thomson, 1978).

Esta resistencia introduce una distinción que resulta más cruel cuanto más razonable parece. No toda comprensión es ilegítima y no toda dificultad es valiosa. Thompson separa con precisión administrativa lo que llama good naturalization de su versión defectuosa que reduce el poema a mensaje disponible. El humor de esta operación reside en su tono reglamentario. No se prohíbe entender. Se regula el entusiasmo interpretativo.

De aquí se pasa a una idea contigua que no profundiza sino desplaza. Comprender no siempre equivale a leer bien. Hay lecturas rápidas que funcionan como atajos y atajos que funcionan como formas menores de violencia. El poema no está obligado a colaborar con nuestras destrezas críticas y cuando lo hace puede estar renunciando a su propia especificidad.


Este movimiento explica afinidades visibles, aunque rara vez declaradas. En Charles Bernstein la lección se vuelve explícita y polémica. En Lyn Hejinian se convierte en principio estructural donde cada oración abre la siguiente sin cerrarla. En Ron Silliman adopta forma serial y rechaza la clausura temática. En John Ashbery opera como transparencia desplazada que parece ofrecer sentido mientras lo retira con cortesía. En todos ellos la influencia de Thompson no es doctrinal sino técnica. Se trata de impedir que el poema se vuelva pedagógico.

Aquí el ensayo comienza a imitar sin pedir permiso. Las frases se extienden porque terminar sería una forma de simplificar. Cada afirmación se corrige por adición más que por negación. El texto no progresa. Se desliza. Esta deriva no responde a indeterminación sino a exceso de cuidado. Explicar menos sería engañoso. Explicar más sería traicionar el método.

La ironía hacia el lector se vuelve entonces una estrategia formal. Se lo supone competente, pero no central. Se confía en su resistencia más que en su satisfacción. La crueldad deadpan se formula sin énfasis: un texto fracasa no cuando no se entiende sino cuando se entiende demasiado bien (Forrest-Thomson, 1978).

Y así se llega a algo que se parece a una conclusión sin serlo porque cerrar sigue siendo otra forma de apresurarse. La abstracción resulta necesaria y no basta. La claridad resulta deseable y peligrosa. El poema debe resistir y quizá no haya poema alguno o quizá siempre lo haya aunque no donde lo estamos buscando. En este punto alguien podría preguntar de qué se hablaba al comienzo y la respuesta más honesta sería esta misma frase que no repite la primera pero insiste en ella. Todo lo anterior ha sido una explicación bastante clara.



PARA COMPRENDER A THOMPSON Y NO MORIR EN EL INTENTO





Si algún lector, seducido por la vana ilusión de que hojear un índice, subrayar frases aisladas y leer epígrafes estratégicos bastará para aprehender la obra de Thompson como si fuese un manual de instrucciones de relojería astronómica capaz de predecir mercados, política y la conducta felina aristocrática (Borges, 1962; Adorno & Horkheimer, 1944), convendrá reconocer que tal expectativa es infantil, porque la claridad prometida no es sino un artificio cínico, diseñado para humillar a quienes buscan una poética de la transparencia, como si la literatura se debiera servir masticable y pre-digerida (Eco, 1979; Barthes, 1977). Cada nota marginal opera como nodo de intertextualidad compleja, donde convergen ecos de sátira, teoría crítica y cultura pop (Deleuze & Guattari, 1980; Monty Python, 1971), y cada hipertexto actúa como un recordatorio de que la simplificación es enemiga del pensamiento riguroso, burlándose de la literatura que aspira a ser inmediata y complaciente.

Intentar construir jerarquías interpretativas mediante axiomas, taxonomías o análisis estructural se transforma, bajo la teoría de sistemas aplicada al texto (Luhmann, 1995; Thompson, 1983), en un mapa que reproduce su propio desorden, donde analogías imposibles —como un minotauro dictando la pragmática de los cócteles mal servidos mientras repasa tratados ficticios de narratología— funcionan como operadores semióticos que producen simultáneamente hilaridad y desorientación, y denuncian con fina crueldad la ilusión de que la poesía de la claridad es superior a la complejidad, demostrando que lo directo rara vez es profundo (Eco, 1979; Genette, 1997).

Mientras el lector intenta generar un modelo interpretativo coherente, descubre que cada digresión, cada ejemplo anecdótico —desde festivales barrocos de helados derretidos hasta conferencias dictadas por gatos con corbata sobre economía conductual— funciona como hiper-nodo de intertextualidad, desafiando la linealidad y amplificando polisemia (Barthes, 1977; Derrida, 1967), un gesto cínico que revela lo vacío de la transparencia poética, donde la ilusión de comprensión inmediata se exhibe como paja ante la densidad real del lenguaje.

La arquitectura textual de Thompson despliega hipertextualidad anticipatoria, donde la ironía opera como columna vertebral de la episteme, y referencias cruzadas, citas imposibles y digresiones extremas actúan como tensores de significación múltiple (Genette, 1997; Luhmann, 1995), provocando una sutil carcajada frente a la poética de la simplicidad, que siempre promete un acceso directo al “mensaje” mientras evade el pensamiento exigente.

Cuando el lector cree alcanzar un punto de síntesis, cada afirmación sólida y cada paráfrasis de autoridad se revela un nodo de retroalimentación que genera paradojas, amplifica la multiplicidad de sentidos y obliga a revisar supuestos hermenéuticos (Derrida, 1967; Eco, 1979), un recordatorio punzante de que la poesía que se proclama transparente con frecuencia oculta mediocridad y evita la dificultad estética.

Cada nota marginal, cada epígrafe, cada hipérbole exagerada y cada ejemplo caprichoso son unidades de información polisémicas y operadores de desconcierto (Barthes, 1977; Deleuze & Guattari, 1980), desplegando sarcasmo contra la literatura complaciente, mostrando que la verdadera maestría poética reside en la multiplicidad de interpretaciones, la resistencia al efecto de mensaje directo y la audacia de incomodar al lector.

Mientras el lector cree alcanzar conclusiones definitivas, descubre que la obra se reorganiza, que cada afirmación es polisémica y cada digresión un nodo de hipertextualidad, revelando con fina crueldad que la poesía de la transparencia es enemiga del pensamiento crítico (Genette, 1997; Eco, 1979), y que sostener múltiples niveles de interpretación, alternar entre comprensión y desconcierto y reconocer la ludicidad de la estructura son ejercicios de sofisticación que la literatura complaciente rara vez exige.

Leer a Thompson es participar en un sistema de alta complejidad donde comprensión, diversión y erudición son inseparables, y donde el lector se deja dominar con placer absoluto por la arquitectura verbal y conceptual de la obra (Thompson, 1983; Borges, 1962), un recordatorio irónico de que la claridad sin densidad es un artificio seductor y pobre, y que el acceso directo al significado rara vez produce placer intelectual.

La obra exige simultáneamente análisis crítico, tolerancia a la ambigüedad, disfrute estético y humor, operando como sistema auto-referencial donde ironía, desorden conceptual y exuberancia verbal son la brújula confiable (Adorno & Horkheimer, 1944; Derrida, 1967), burlándose de quienes buscan lecturas fáciles y mensajes transparentes, mostrando que la verdadera riqueza del texto se encuentra en su resistencia al simplismo.

Finalmente, comprender a Thompson no significa dominarlo sino entregarse a su ingenio, erudición, humor imposible y humanidad exuberante, aceptando que risa, desconcierto y admiración son los motores reales de teoría, arte y vida, y que la poesía de la transparencia no es más que un artificio superficial que evita enfrentar al lector con la complejidad, la contradicción y la profundidad estética (Deleuze & Guattari, 1980; Eco, 1979; Monty Python, 1971).


Referencias

Adorno, T. W., & Horkheimer, M. (1944). Dialectic of Enlightenment. New York: Continuum.

Barthes, R. (1977). Image, Music, Text. London: Fontana Press.

Borges, J. L. (1962). Labyrinths. New York: New Directions.

Deleuze, G., & Guattari, F. (1980). A Thousand Plateaus: Capitalism and Schizophrenia. Minneapolis: University of Minnesota Press.

Derrida, J. (1967). Of Grammatology. Baltimore: Johns Hopkins University Press.

Eco, U. (1979). The Role of the Reader: Explorations in the Semiotics of Texts. Bloomington: Indiana University Press.

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