Un cruce, una forma de adscribir al pensamiento
apasionado de una época que no se caracteriza por ejercitar esas formas de la
dificultad; en “Revolución, divino tesoro” Jorge Aulicino se vale de una mirada
que no escatima lucidez ni melancolía para proponer al lector una versión de
los desastres que suponen algunos vínculos, algunos vacíos, algunas derrotas
(“Llorar por lo que se creyó / no por lo que nunca se realizó”). Las pequeñas
tramas de la vida cotidiana en una ciudad que ya no es recíproca ni benigna son
el escenario en el que transcurren los días y noches y desvelos, los
personajes, los ocasos y el pulso en la guitarra argentina, que integran este
poemario (“Viva viva la anarquía / Viva el movimiento obrero / Y los gorriones
/ en enero”). Pero es el furor y la lucidez permanente el nexo de estas piezas:
carentes de cualquier certidumbre respecto de hacia dónde se dirigen (ellos y
con ellos el mundo), solo existe la plena sospecha de haber estado huyendo
mucho tiempo (en estas pampas hubo algo llamado ley de enfiteusis). El oportuno
registro verbal (la mistura esencial) de tales desplazamientos refieren la
evidencia de un quebranto: no es el castellano de la ortodoxia que impone el
claustro, el periódico o la red social; es la lengua que indaga, vapulea y
absorbe una distorsión para recabar las palabras que suponen “una forma de
venganza / contra aquello que los hizo peores, / menores, subalternos”. El que
sea valiente que siga a Aulicino.
Alberto Cisnero
Roma
No
es de mayo este aire impuro.
Pier
Paolo Pasolini,
“Las cenizas de Gramsci”
Aquel
impulso de cambiar la vida
“por
mí, por todos”
era
ya nostalgia en los sesenta
para
Pasolini cuando
escribíamos
sin mayúsculas
porque
eran para todos las palabras.
Pero
Pasolini no lloró sobre la tumba
de
Gramsci,
ni
pensó una elegía
bajo
fríos árboles
y
gatos en el brezo
los
lejanos golpes
de
un martillo en la fragua
y
las sombras
de
las arcadas romanas
tanto
en San Pedro
como
en el interior robusto
del
comunismo Italiano.
Creía
en la vida desnuda aún
mocosa,
vital y harapienta
de
los viejos cuentos,
maravilla
y miseria,
de
Canterbury de Boccaccio y de Arabia.
No
cambiaban la vida pero la mantenían
en
un raro y fascinante equilibrio,
alzada
entre cúpulas.
En
vilo.
Ahora
tenemos nostalgia no de la revolución
sino
de cuando creíamos en ella:
una
pura mecánica celeste,
marxista
convicción
y
seguridad en “leyes”
implacables
de la historia,
de
la voluntad, al tiempo que de la ciega
determinación
de los hados hegelianos.
Llorar
por lo que se creyó
no
por lo que nunca se realizó
es
una condena que obliga
a
girar en una noria
de
días y multitud y avenidas
en
la tarde, en el anochecer de pájaros
apurados
y bocinazos.
Jabalina
—Una
crisis es siempre buena—,
decía
en el paraninfo de la Universidad
en
cuyos escaños comenzaban
a
rodar botella de plástico vacías, envoltorios.
Era
inofensivo;
llevó
en sus oídos
la
música de los vientos
tras
las góticas ventanas
y
se retiró entre los árboles
y
pastos,
—el
límite de lo políticamente
aceptable—
donde
practica artes
de
tiro: lancetas, lanzas,
jabalinas
intelectuales,
—incluso
agujas hipodérmicas—
y
pasa
entre
cosas
el
hilo sisal de los rancheros:
ruinas,
playas, ruinas
contemplación
y rutinas.
.
Bajo
el acuario
florecía
arriba y a los costados de ese túnel
subacuático
planeado por la imaginación
estético-naturalística,
y difundía
intimidad,
claridad y libertad
no
devenidas de mobiliario o arredo o
suaves
ráfagas de invierno, nieve cadente
bibliotecas
fuegos.
Pero
el
filo trabajado del pensamiento
histórico
dialéctico
vino
a cortar el ensueño amniótico.
“Los
peces no se comen entre sí
porque
están bien alimentados”,
dijo
el maestro. De lo contrario
veríamos
tras los vidrios algas rojas
aguas
inquietas escondrijos
ojos
de vidrio penetrantes
dientes.
Memoria
de la poesía
¿Qué
es “el” él?
o
¿qué es la cosa?
nos
preguntábamos bajo la
magnolia
su
gigantesca sombra;
pero
las relaciones son,
están,
nos respondíamos:
las
relaciones de producción
no
sólo
sino
la relación del frío y la uña
—aquel
otoño—
la
relación de la gema y el puño
del
almohadón y la espada,
nos
decíamos,
y
había botas
en
aquel otoño
que
pisaban el
pavimento,
autos oscuros
de
noche bajo los plátanos
(la
relación del gusto a sal
con
la sangre, con el buen plato
de
macarrones;
de
la memoria con sucesos, hechos,
grandes
cementerios en cuyas gargantas
habita
una bestia bondadosa).
Reconstruye,
reconstruye, vociferaba Eurípides,
en
el profundo convencimiento de que la música
de
Orfeo era de carácter mágico, sagrado,
de
suerte tal que podría darle otro orden al infierno
e
incluso a las atribuciones de los dioses —y hasta
a
los propios reinos de éstos—
con
el solo acariciar su instrumento.
Presa
de spleen había caído Orfeo,
y
el rescate —como era de temerse— se frustró,
el
orden se mantuvo,
durante
siglos los trenes partieron y llegaron a horario,
los
ríos agitaron juncos y arrastraron lágrimas, sangre,
partes
arcillosas de las tierras de labor, desechos...
Ahora
suben las mareas más que lo acostumbrado,
el
orden pasa de la melodía al tumulto acústico del
vociferante
speaker,
corren
los sordos y los mudos, caminan los que
debieran
correr, ciegos.
Hades
se atusa la barba y murmura algo ininteligible.
Feliz,
eso sí. Emerge.
La
Kehlsteinhaus
(El
Nido del Águila)
Alpes
Bávaros
Hitler era sincero, dicho esto sobre esta vieja
mesa de pura madera pulida
suena indulgente con el monstruo:
no tenés en cuenta que la ideología sacudió
su mente
arrasó con lo poco que había en su cabeza y
en su lugar
construyó palacios y gestas
con nubes tóxicas, chiqueros, vuelos de diosas
paganas, muslos codiciados
apretados contra el trasero mientras la boca
decía húmedas bestiales cosas
y se movía la carne cual un acorazado al que Dios
no podría hundir.
Fue eso lo que le daba impunidad:
la ideología
la ideología
pegada al culo como una vieja hetaira.
Y no la paranoia, etc.
Era un alemán de verdad, aunque lejano del Kaiser
y de las cortes.
Un miserable que creía de verdad en sus
apariciones
y por esa vía endovenosa
instiló el mismo estimulante en millones
que despertaron quemando libros, asando
ciudades,
porque la divinidad había cantado en las nalgas
de uno entre cientos de miles de imbéciles creídos
de un destino, un miserable que lamió baños
y aireó cuchetas hasta que lo oyeron oídos
como caracolas dispuestas a convertir en
tumulto incierto
de mar o de valquirias el sonido de unos pedos.
El maestro desarrolla su pensamiento
paradojal
sobre la masa y el héroe
a
saber:
Las
tensiones opuestas hacen la diferencia entre el
héroe
y la masa:
la
pulsión de la masa es la negación, dijo el sabio
bajo
el sicomoro. Confucio ha de servirnos
cuando
solo cambia una palabra para cambiar la historia,
según
recuerda Brecht, y llama ejecución a la muerte
de
un tirano.
La
masa niega, el héroe afirma.
Lleva
la maldita afirmación a un chillido de ganso
mientras
mueve sin parar el plumaje,
hasta
hartarnos.
Ved
en el psicoanálisis deseo y heroicidad, considerad
a
Maradona y la destrucción: yo digo, y como soy la
masa
lo escribo en el aire:
el
héroe cansa,
abruma,
desgasta los tímpanos,
raya
nuestros globos oculares,
no
nos deshacemos de él ni muerto:
desde
las fauces del león de Nemea
sigue
rompiendo el esplendor de la tarde.
¿Quién
puede vivir con un héroe gritando en la terraza?
La
masa
en
cambio eleva sus sombras,
la
sombra semeja garras o puercoespines,
peines
o suturas,
cavernas
o naves,
gatos
o navidades,
y
este es el gran temor que despierta:
su
ductilidad, su amoldamiento,
su
mímesis que amenaza el pensamiento
de
la pax en las aldeas, nada eterno.
La
masa es el cambio y el héroe la roca.
¿Por
qué entregar el estofado, el laurel
a
la inteligencia artificial?
Mozart,
la cara de mis viejos,
el
secreto de la esquina,
los
tobillos de aquella chica italiana,
el
busto de Juanita la panadera
admirado
hasta por las abuelas,
en
su mórbido declinar?
Déjenme
en paz caminar hacia la mañana
en
la estación de Ciudadela,
pasar
adormilado bajo el puente de Liniers
oyendo
el traqueteo,
adivinar
el olor de los murallones
del
cementerio judío
y
respirar la niebla oleosa
a
los costados del terraplén
Déjenme
soñar con los límites de Fuerte Apache
desde
donde salieron futbolistas de primera
con
los dientes arruinados para siempre,
traficantes,
beldades verdaderas
y
desde donde el turco Sdrech,
periodista
policial
recibió
un día
un
balazo en la muñeca
y
anduvo diciendo es lo que me faltaba
para
sumar a los 18 juicios por calumnias
de
ladrones y policías.
Hay
zonas de la historia
—dijo
el filósofo inclemente—
que
jamás se recuperarán;
es
cruel,
pero
si quieres el monte toma la senda
de
las plantas espinosas:
la
reflexión
arroja
sombras sobre los acantilados
y
el faro
gira
locamente sobre ellas.
1848
(o
Un filósofo en el mundo del satori)
Marx
navegaba por el mar de las ideologías
y
comprendió de pronto que
ideología
quiere decir mentira
—y
dejen de joder con “visión del mundo”, profirió
en
perfecto alemán
—es
decir dijo Weltanschauung.
Su
visión del mundo se ensanchó y vio la orilla lejana.
Pero
se tardaría mucho en comprender que al desembarcar
se
mojó los zapatos y las botamangas.
Ku
Si
la sincronicidad existe
mientras
lees I Ching
alguien
se detiene frente a la puerta
de
tu casa
nieva
en alguna parte
las
corrientes contrarias
de
la política global
crean
un sistema de baja presión
en
un camino en los
Bosques
Siempreverdes de Taiheiyo
un
hombre anciano
le
dice a un joven
que
no abuse de la cerveza,
no
sabemos
si
son padre e hijo
o
abuelo y nieto o
dos
trabajadores
sin
relación de parentesco
que
se dirigen
a
Yokohama en un camión liviano,
el
clima húmedo de este verano
es
simultáneo a la lectura
la
cual dice
“el
trabajo en lo echado a perder”
(El
noble no se apura pero no ceja).
Lamento
y consuelo de Kublai Khan
Oh
qué cómodos
los
trenes de Europa.
Los
pasillos, las luces, las rápidas estaciones
Los
trenes de larga distancia
euros
son
mi debilidad,
son
mi segundo hogar.
—después
de aquella cúpula dorada en la montaña—.
¡Que
amables los sanatorios
apenas
accesibles para la Horda Dorada,
pero
crearé el Seguro Social,
y
la Medicina Prepaga,
los
sanatorios
con
sus cuartos y televisores
son
mi segundo hogar.
Qué
amables las antenas
celulares
y
las grandes parabólicas
en
la niebla.
Oh
los días se deshacen
como
el carbón bajo el
golpe
de la pala, pero no hay,
no
hay ya humeantes locomotoras
no
hay vapor en los bosques, no hay
sino
niebla y sombras en la nieve
las
luces y las rápidas ciudades.
Mi
único hogar es Eurostar.
La
forma segura de pasar la penuria es beberla hasta las heces
Dijo
el maestro:
“¿No
nos dijo Hegel
que
cada etapa debe ser agotada
y
si no
no
hay tu tía?”
Entonces
recorre y agota
la
calle en la que vives en toda
su
longitud y si vives en la avenida
más
larga de la Ciudad
hazlo
en automóvil
o
en monopatín eléctrico
—no
rechaces las tecnologías
moderna
y posmoderna:
la
velocidad, los paneles solares las manicuras
y
los vuelos de cabotaje, con las tecnologías
aseguraremos
la felicidad en la
Ciudad
Futura—.



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