¡Qué bien lo pasé leyendo Poco Lázaro y Mi
religión! La oracioncita, “qué bien lo pasé”, es en Poco Lázaro el epitafio
que escribe para sí mismo el autor —podría ser—, o algún figurante, o un
personaje (¿he dicho personaje?). No recuerdo bien y creo que daría lo mismo.
Bueno, no sé.
Dice Cerviño: "a llorar al teatro"; luego,
se supone que aquí lo lacrimógeno no tiene lugar, no lo queremos porque esto es
poesía, ¿no? No, no, teatro no es, ¿o sí? Bueno. Bueno, lo que sea (¡poesía!). En
cualquier caso, un lugar para la sonrisa, para el carnaval. Ángel nos saca de
nuestro estado de confort poético, de nuestro estado de alcanfor, se
escuchó por ahí, en los escenarios de la calle (lo traigo aquí porque creo, creo que a Ángel
le hubiera gustado escucharlo). Y todo ello entre muertos ya realizados como
tales muertos o previstos como a toro pasado en una especie de mercadillo
dominical con altar para la misa y vírgenes descocadas, donde todo es
mezcolanza. Perdón: delicioso
batiburrillo. Y sacamos poco en limpio si no es una visión del mundo entre
onírica y esperpéntica y bastante poco prometedora.
Pero en todo ese teatro (¿teatro?), me he empeñado,
por defecto, por no saber hacer algo mejor, en encontrar testimonios concretos
que de alguna manera pudieran orientar al lector o lectora acerca de por dónde
van las bombas inocentísimas y nada ingenuas de su lenguaje. Se podría llevar
la cosa por un derroche de derroteros, porque estos libros son, antes que nada,
lenguaje, derroche de lenguaje, a veces laberíntico, a veces duermevélico (con
uve), pero también a veces filosófico y reflexivo aunque no lo parezca después
de todo lo que acabo de decir. Y es que no he dicho nada, y no se debería decir
nada, habría que sólo leerlos y quedarse con lo que el dios de las palabras y
su música, sus requiem y sus te deum, sus misterios, las cuentas
de sus rosarios y oraciones, personales e impersonales, activas o pasivas, nos
dé a entender. Así que, atrevida yo, en un acto aberrante de
descontextualización, para no seguir mal-metiéndoos, porque todo lo que yo os
diga de este libro no tiene por qué tener nada que ver con lo que ustedes
encuentren o hayáis encontrado ya en la lectura, me he propuesto recoger frases
de aquí y de allá, de uno y del otro, que orientan al lector de manera
infinitamente más bella —viva la palabra— y por supuesto más iluminadora. Empecé haciendo una clasificación exhaustiva,
pero me eternizaba y no era mi intención reproducir el libro organizando
frases. Entonces descubrí que muchas de esas frases eran preguntas, muchísimas,
quizás más en Poco Lázaro, pero también en Mi religión y luego vi
también que había muchas otras que daban más que pensar de lo que en un primer
vistazo podía parecer. Opté por menos compartimento y más grano a molino. Me
quedé con estas dos: a) Frases de imaginar y b) Preguntas al viento.
Pero ¿cuántas? y me respondí con una frase hecha, que
sé que a Ángel también le gustan (algunas): menos es más. En este caso,
el axioma es falso, pero de mentiras está llena la literatura.
Aun así, pensé
en lo lindo que sería organizar una sentada de correligionarios aportando,
clasificando, degustando, descuartizando, etc., frases maravillosas de
figurantes y payasos y personajes y un autor y su careta y el pueblo y sus
diretes.
Va:
—Cuando una palabra es convocada a un poema, sus compañeras contiguas en el diccionario comentan que se fue al teatro.
b) Preguntas al viento.
—¿Es tiempo dilapidado todo aquel que no empleamos en
contemplar las sonrosadas nubes que pasan?
—¿Este hombre aprenderá algún día a sufrir sin decir algo irónico o gracioso sobre el sufrimiento?
—¿A qué personaje responde su voz natural? ¿A quién ven cuando me hablan?
—¿Qué sabe la raíz de los bochornos del pétalo?
—¿Cuándo colapsa la ironía y se envenena en sarcasmo?
—¿Falta mucho para la otra vida? (le pregunté a un payaso que bajaba)/ ¡Qué pequeñas son las lágrimas! (me respondió)

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