sábado, 22 de noviembre de 2025

EMOTIONAL RESCUE: ARTURO BORDA. EL LOCO

 

Con Héctor Hernández Montecinos, figura fundamental de la poesía hispanoamericana, durante una época compartíamos el gusto por descubrir “escrituras disidentes”, y tal vez llegar hasta su origen, solo para negarlo. Fue Héctor, quien hace más de algunos años, me hablo por primera vez de Arturo Borda, poeta boliviano quien en 1866 publicó una monumental obra titulada “El loco”. 

Conseguí y comparto el libro de este personaje, casi un secreto de la poesía boliviana para el mundo. Uno de esos autores que podría arrogarse el derecho de exclamar: “Rimbaud, tranquilo. A mí no me jodas”.

MM

 




ARTURO BORDA. EL LOCO

M. MUNICIPALIDAD DE LA PAZ
BIBLIOTECA PACEÑA
La Paz – Bolivia – 1866



Sabe   que   lo   que   leas   aquello   que te hiera, lo que descubra tus laceríasen   lo   profundo   de   la conciencia,   eso,   yo,    que   cuando   vivía     aun

no   nacieron   tus   padres,   lo   hice   para   que   por acto reflejo te indigne, para   que   reacciones   y   triunfes.

Ahora,   si   quieres,   ódiame;    pues   no  te necesito ni me fueron necesarios tus antepasados.

Pero   —oh áspera ironía.—   sabe   también,  para cuando triunfes, que   éste   es   el   escueto   secreto  de   la   vida:  los hombres si por envidia
o  temor   no   ahondan   el   vacío  en   tu   derredor, te ofrecerán su apoyo al
tantos    por   ciento…   cuando   triunfes!     ¿Entiendes?      Cuando triunfes.
Entonces,   cuando   aquellos   que   en   los    instantes   de tu soledad probatoria  
—de tirano ó redentor—    te ciliciaban y   luego esquiven ó extiendan
sus    manos    sarmentosas   de   pordioseros,   ó   con   el   gesto    protector,
entonces    tú    Pero    ya    sabrás    lo    que    debas   hacer,     considerando
que     si   algo   necesitaste   era   cuando   te abandonaban,  cuando rompías
las   gélidas   atmósferas   del   ambiente,   cuando   tu   juventud    solicitaba
amor y campos de acción.

Ahora   considera    que   tu  victoria es el fin de tus luchas, la hora
del   reposo en   el cansancio de   tus abriles, la iniciación de las impotencias,
el hartazgo de tus sufrimientos, la urgencia de silencio, la hora de la última
soledad.

Mas, si caiste, tiembla ante las sonrisas misericordiosas. Se duro
y   cierra   el  oído  para  no  entender  la  rechifla en el misterioso   silbo de
las sierpes.

Con   tu   experiencia   has   roca   de   tus   hijos.

Si    llora,    de    cada   lágrima   forjarás,   para   ejemplo,   una        centella;
de    cada    suspiro    harás   un   himno y de cada caída fabricarás un poema
de   rebelión;  de   la   impotencia  de cada postración es de donde exprimirás
la energética para los avances.
Vencido   o   vencedor   sé   duro   de   corazón   y avanza á tajo de
machete.

NOTA DEL EDITOR: — El autor,     como     se    verá    más     adelante, dice   que   cada    artículo    que  ha escrito es la reacción inmediata  de un    fracaso;   de    consiguiente «El Loco» es     algo      como un ramillete de las floraciones de sus caídas, siendo, por tal manera, el ejemplo y la esperanza de la victoria de todas las impotencias y derrotas.


Esta Nota del Editor corresponde una anotación que aparece en los originales del autor.









Ofrenda ígnea



Llegó la noche y me dormi con opresiones.

En    sueños    supe   que   por   los   que   me   querían se

quemaba       en      angustia       mi      corazón,    incendiando    mi

ser;   por    eso    me    detuve sediento en la selva, é, inclinándome

sobre       un       manantial,       bebí      agua      en      la      cuenca

de     mis     manos,        las     que    luego   me   lavé      estrujando

jabonosas    moreras.    En   mis    entrañas    hubo    un      instante

de sosiego.

Después    vi    cómo   esas   espumosas   aguas  se iban

al   través   de   las    brumas,      vertiéndose   sobre   un    mundo

informe      que    rodaba    en   el espacio.    En     él        reconocí

LAS      AMERICAS,    en    las    cuales, pululando las multitudes

juveniles,         iban          soplando            en       las aguas millares

de globitos,          los     que     reflejando    en     su líquido cristal

aquella   muchedumbre,   hendían   lentamente el azul.

Entretanto     yo      era    ya una    llama v   iva, en la que

toda      esa     chiquillada      inocentemente    alegre        encendía

sus     cigarrillos,   inflamado   con   humo   las   pompas tornasoles

que          al       través       de      los      cielos    andinos    iban      á

reventar   en    los   éteres    de    donde     caían    en          fecundo

rocío.

Luego,   cuando hubieron desaparecido, combustionados

ya,            mi          carne       y    mis       huesos,    y    sólo       mis

sesos     y     mis     tuétanos     se     acababan en mi propia lumbre,

dando         la     mas       roja        llama,      entonces,    a    medida

que      me     consumía    en      esa    fría       eterización del luego,

yo iba despertando y

El sol estaba alegrando ya la mañana






EL SOPLO AUGUR

Siempre todo parecía mudo y desierto en las alturas

de los atalayas escondidos en las opacas brumas; en vano

alerteaba tenazmente el clarín, anunciando el cansado clamor

de la tierra baja. Mas, la fatiga iba agotando aún la

paciencia en los yermos mismos; por eso las tierras de

oriente  y  occidente,  y  de  levante  y  poniente,  crujen,

revientan

y saltan, y, al choque de los opuestos vientos, surgen

innúmeros torbellinos que avanzan en tropel, adentrándose

en la densa noche. Entonces ya no se oye nada

más que un lejano y sordo vocerío de muchedumbres que

fermenta la pesadilla. El ambiente se inquieta con angustia

de presagio; pues los ensueños se cuajan de sanguinolentos

resplandores de incendio. Y…


…………………………….

Inquietando el cielo

tras los inmensos Andes,

algo anuncia en el alba

ese trágico reverbero.

*

Del punto en donde nace el sol,

tramontando los sempiternos hielos,

llega el ignoto soplo,

oscuro, denso y vasto

opacando la aurora,

cual si fuese un indómito huracán.

De esa suerte calígeno,

arrollando todo, avanza veloz,

dilatándose de horizonte a horizonte,

por lo que huyen los reptiles,

las aves y las fieras,

a sus antros o a sus nidos y cubiles.


*

Más tarde,

eclipsado en su orto,

al través del negro ventarrón,

está rojo ya el sol

y los mares se estremecen,

rezongan los montes,

el aire se quiebra y suspira

cual si fuese hielo o cristal.


*

Y, probablemente, porque en la niñez los ojos no

están acostumbrados a medir las distancias y desconocen

la perspectiva, mirando todo cual si estuviese en un solo

plano, es que el chiquitín aquél, contemplando en lontananzas

el torbellino, o, más bien dicho, la tromba que avanzaba

danzando en el arenal, reía y reía a la vista de sus

ondulantes retorciones, y, posiblemente, cuando al inclinarse

parecía caerse, acaso criticando su mala construcción

de columna, extendió deliciosa y febrilmente sus finas y

suaves manecitas, como para componerla o atajarla. Poco

rato después, reconociendo, tal vez, que sólo era de arena

y aire, y suponiendo, quizá, que se hallara al alcance de

sus pulmoncitos, se puso a soplar, encantadoramente sofocado,

contra la tromba que avanzaba incontenible. Y el

niño reía y reía hermosamente, soplando cada vez con más

fuerza; pero aquello, ese beso o succión de cielo y tierra

en iracundo maridaje, se aproximaba rápido, oscureciendo

el firmamento; mas el muchacho se le enfrentó inocentemente

impávido y temerario a tiempo que desde su distante

hogar llegaban unas desesperadas y débiles voces,

lamándole en vano, porque al llegar el soplo fatal, caldeando

la atmósfera, lo suspendió en su vórtice, entre sierpes,

leopardos, antas, arbustos y gigantescos robles, entre

enseres, cóndores y bestias menudas, girando todo en la

fuerza del torbellino. La familia del niño no tuvo más remedio

que esconderse en la casucha en parte derruida por

el paso del simún, torbellino o tromba que se fue alejando

tras los confines.

Entonces, bajo la gran cerrazón, el ambiente quedó

caldeado como por un incendio.

De esa suerte, saturándolo todo, seres y cosas,

en el mundo se esparce y dilata

una inquietud febril, de angustia mortal:

que, pues, por la terca incomprensión

del avaro egoísmo guía,

ya no se presiente, ni lejano siquiera,

ni alivio ni remedio, a ese recóndito mal;

porque alzándose amarga, lenta y severa,

la tierra buena, árida y dura ya,

encrespa y arma las almas

en son sigiloso y abierto de lucha larga y cruenta

aunadas en fuerza de la urgencia propia,

orientadas, por instinto, sin credo ni doctrina, ni guía,

a su único norte, su salvación.

Tal trasuda el mundo, al fin,

queriendo y sin querer,

sabiendo y sin saber,

la honda revolución social,

en la que de onda en onda,

la humanidad proletaria

va entonando de polo a polo

el grito del hambre.


*

Así se halló enlutada la luz,

desde la mañana al anochecer,

con el viento negro que cruzara bramando

hacia donde se pone el sol.

Y en la noche helada y larga,

llena de tinieblas,

incierto vacila el orbe

y un secreto horror,

que entenébrese la razón,

aterra a los hombres

porque en el abejeo de los silencios neuróticos aún

(se    oye   el   cantar lejano:

«Arriba los pobres del mundo,

de pie los esclavos sin pan…»


      …………………..

Todo parecía adormecerese en un vago sopor en la

vasta pedregosa pampa; sólo el viento salmodiaba secuencias,

larga, melancólicamente.

Tal era el aspecto de la naturaleza, cuando salimos

de la sombra.

En el horizonte el cielo rayaba una difusa claridad.

Yo vacilaba, desviándome a cada momento, porque

de tiempo en tiempo pasaban unas rachas de niebla muy

densa.


—Por acá. Por acá. Pasito a paso. No titubees. Ven:

rompamos de una vez estas atmósferas. Ven por acá; si no

te asfixias.


—Pero ¿a dónde vamos?


—¿No ves que estamos retrocediendo?


Y tomándome de la mano, me condujo hasta la ceja

de un precipicio.

En Oriente el sol amanecía pálido y frío

Al fondo del abismo, vi una ciudad de aspecto rarísimo;

formábanla los sepulcros, y parecía salir de las tinieblas de una

catacumba inmensa; se extendía en el valle

y sobre el lago. Después subía las faldas de los montes,

descendía a zonas tropicales, escalaba escarpas inaccesi-

bles,  se  dilataba  en  pampas  fatigantes  y  continuaba

ascendiendo hasta coronar las cumbres de las cordilleras que

se esfumaban en los azures.


 







I


LA FIESTA DE LA RAZA

es el divino fervor

de una alegría

en la gloria de su victoria

y no el dolor

de un ser ilota

en la vergüenza

de su derrota.

La naturaleza reverbera bajo el sol canicular y la luz

hiere mis retinas; tanta es la claridad del sol.

Hoy es la Fiesta de la Baza. En el ambiente flota un

constante y acompasado son, cual si fuese el angustiado latir

de la tierra. Luego, más oír, se adivina un lejano llanto;

notas fugitivas de yaravíes.

Mi corazón palpita, desesperado por huir ¿acaso a

dónde?

…………………………………………………………

Estoy sentado en el corredor, recibiendo la lluvia del

sol que cae a modo de un chorro de agujas.

La música indígena se acerca momento a momento,

a semejanza de una pulsación ambiente, dolorosa y monótona,

tanto que más parece un eco de las tumbas.

A consecuencia de semejantes melodías, la sangre

que cae en mi corazón, casi traquetea en mi oído, adquiriendo

el acento de una voz que insinúa hacer porque se

aclare y precise pronto ese lejano y matador son indígena,

que viene lentamente, a modo de una marcha fúnebre

soterrada.

Pero ya llega. El vecindario se alborota y sale a la

calle.

………………………………………………………………….

Corro a la ventana de mi dormitorio. Agitado con las

más violentas pulsaciones, espero un momento.

………………………………………………………………….

Al compás de la música que se acerca, el gentío se

aglomera en la esquina. La mayoría del populacho componen

los aborígenes, descalzos y emponchados. Lila, esmeralda,

graneé, bermellones, negros y morados, ostentan

en sus ropas. Entre los espectadores se ve algunos mestizos.

La orquesta o banda se compone de cornetas, kgenas,

platillones y bombos, cuyos sones repercuten sordamente

en mi pecho.

La multitud desemboca en la esquina, semejando un

olaje de torrentera.

………………………………………………………………….

Me acodo en el pretil de la ventana.

En  hilera,  en  medio  de  la  poblada,  aparecen  unas

indiecitas, ataviadas a la usanza inca. Vienen con las caras

cubiertas con tul; y también a la izquierda, en columna,

los varones.

Son los aymarás.

¡Qué danza tan rara y tétrica!

Con lujosa vestimenta recamada de oro y plata,

acompasando con el cetro el latir de los corazones, viene

llorando el inca Huachacuyac. Le acompañan dos incas,

gravemente, hilando en grandes ruecas. Todos tres se hallan

escoltados, a la izquierda por auquis y curacas, que

van escarmenando lana blanca; y a la diestra, hilando, las

ñus tas y pallas, que, núbiles aún, avanzan llevando al compás

con las caderas. Hay derroche de colorín en sus ropas

de lana.

Todos,  como  por  resorte,  llevan  con  sus  cuerpos

pesados ese ritmo de música taladrante.

Luego el Inca, deteniéndose en la esquina, hace la

señal de ¡Alto!

Al momento calla la música y todos forman círculo

en derredor del monarca, mientras que una de las ñustas,

cargada del Real Heredero, enjuga con su lujosa llijlla el

largo y silencioso llanto del Rey, el cual hace a instante señal

de ¡Marcha!

Nuevamente resuena la música. Y la comitiva se va,

hilando siempre su nostalgia racial.

………………………………………………………………….

Esta no es una danza, es, más bien, una procesión

que año por año repite el mismo grito, como recordando a

la raza el deber de buscar el sucesor de Atahuallpa. Son los

Kullahuas.

Y no puedo más; la fiesta me inocula toda su tristeza.

¡Qué danza de pena tan honda! Mi espíritu y mi corazón

sufren opresiones con tan monótono e incansable son.

*

Cierro la ventana. Me pongo el sombrero, tomo el

bastón y salgo. Echo llave a la puerta y me dirijo al campo.

Pero cuanto más huyo tanto más me sigue el monótono

e incansable compás.

Así he dejado ya muy atrás el camposanto. El camino

por el que voy, es pedregoso y está cercado de retamas,

de menta y toronjil. A mano derecha, detrás de una

tapia, se yergue un espino en flor, en la cual bebe la miel

un colibrí, sosteniéndose con revolar febril sobre un luminoso

azul.

………………………………………………………………….

Trepo la cima del monte.

La  música  aymara  me  persigue;  está  en  mí:  se  ha

infiltrado  en  mi  ser  y  tiene  el  ritmo  eterno  del  corazón  en

angustia. Es la congoja de la vieja raza, por eso tan dolorosa;

para quien sepa oírla, cada compás es un latido, cada son

es una lágrima que viene de muy lejos, de remotas edades.

¿No se recuerda su origen? Sí: la opresión esclavizadora

del español.

Sopla el viento solano, gimiendo en la paja brava,

cual si fuere el eterno dolor de las tierras eriales, clamando

la vuelta de las civilizaciones aborígenes.

Luego, cuando los vientos se aquietan, el universo

parece en modorra.

Andando así, sin rumbo, pienso que se reconoce la

música aymara, cuando oída aún de lejos, se advierte en

ella el ritmo de la sangre, que, sumergiendo la vida en la

melancolía caótica, asfixia las almas en su misteriosa congoja:

es el llanto de los harevecs o Uaquiarus soñando el

retorno del Inca victimado; es el lúgubre miserere de una

ronda fantástica de auquis y curacas que gimen en su profunda

desolación, buscando en vano el perdido imperio. Es

más: es la soberbia del dolor recogiéndose en sí.

Meditando de esta suerte, y ambulando bajo un sol

de plomo hirviente, tuve con los ojos abiertos el siguiente

casi ensueño.

Hálleme sentado en la cima de un alto monte, mirando

la sucesión de colinas y lomas, de sierras y collados, y

más allá, los inquietos cristales rotos del lago, a continuación

del cual distinguí nueva sucesión de quiebras y lomas,

y, al fondo, los Andes, detrás de cuyas nevadas crestas se

hundió el sol, entintando el cielo, desde el violeta leve del

cénit al encendido escarlata de los horizontes.

Luego, más que ver, presentí que alguien turbaba

el sacro silencio del instante. Mas, todo se ahogó en la mística

calma. Entre tanto el crepúsculo se apagaba funeralmente.

Después soplaron los cierzos, de Poniente a Levante,

y emergieron de lontananzas nubarrones siniestros.

De pronto veo que trepando escarpas se aproxima

un viajero; pero al instante desaparece detrás de las breñas.

Los vientos resoplan ya con furia, y, sorda, muge a

lo lejos la tempestad.

¿Es visión de mi mente acalorada o es una aparición

la de este viajero que se aproxima, sin más abrigo en plena

cordillera, que su burdo sayal, en tanto que su enmarañada

melena, batida por los soplos, semeja una umbreola

forjada en tinieblas?

En esto, mientras la sombra nocturna se difunde

en el orbe, los relámpagos abaniquean instantáneamente,

disipando un punto las lobregueces, que luego caen más

hondas.


(Fragmentos extraídos de la edición original de El Loco)

 

viernes, 21 de noviembre de 2025

NICOLÁS PINKUS. DIARIO DEL CASTOR Y OTROS POEMAS

 

paul hansen




de LOS FORMALISTAS RUSOS

 

 Diario del castor

 Yo me hago la casa me hago esta casa pero cuando visito

la de los amigos

veo

que todas las casas son iguales con ramas sobre

ramas sobre

un canal en el medio para que el agua pase uno pueda

salir

entrar

yo me hago la casa que siempre soñé pero es igual

al sueño de todos

para qué

un diario

para qué

una casa.

 



de BELVEDERE DE LOS SEGUNDOS AUXILIOS

 
Cuenca

 Una comunidad creará rituales. En ellos,

El fuego es muy importante

La llama les abrirá matices en la noche

Destilarán alcohol de donde sea,

¿Del trébol? Sí,

Del trébol también

Enseñarán con orgullo su heráldica

Y se lastimarán los codos

Labrando petrogramas para que su legado

¿Perdure?

¿Quién vendrá de fuera?

Tal vez una comunidad se cierre creyéndose

Lúpulo que dará cerveza, cabra en queso,

Una mesa servida que digiere lo mejor

De todo porvenir gástrico, yo

Voy a ir loteando la laguna,

Después vemos.

 



de DIORAMAS

 Al final del día,

el coro material

su edad perenne

biombos de corolario afín;

una filigrana de sal gruesa en el vano de las puertas.

 

- - - - - -

 

Bajo la férrea custodia autoinfligida

 

del subir y bajar escaleras,

lo posible

mella los peldaños de mármol,

una leve hondonada

donde la idiosincrasia.

 

- -- - --- - -

 

Notable putrefacción de las ideas.

También a ello le llamaré presente,

flor del destiempo cuyo pistilo.

 

Notable putrefacción de las ideas.

También a ello me abocaré

como asceta adscripto a la meseta

(vivir a ras del suelo.)

 

Notable putrefacción de las ideas.

No perderé tiempo, resolveré

(y tendré que volver sobre mis pasos).

 

Notable putrefacción de las ideas.

De cierta dependencia se sale por dolo a una variedad atóxica.

(He ahí el porqué de mi afición al retrato.)

 

Notable putrefacción de las ideas,

hastío de ambos hemisferios y sus adláteres.

Notable putrefacción de las ideas.

También a ello le llamaré

presente, flor del destiempo

cuyo pistilo perdura

cual lacre.

 



de ETOPEYAS
(inédito)

 


Chalet

Desde el cuerpo hacia el mundo,

erigióse en la palma de mi mano una cabaña de vidrio:

vacía, bramó una voz;

vacante -respondo-

vieras cómo brilla el chalet ante la aurora,

destellos tornasol donde pudiera

bien haber muñón,

la vida es prénsil.



Pira

El futuro especula su arbitrio: 

tonos leves para lo mediato,

folklore textil como ropa de cama;

no vaya a ser que durmiendo

lo venidero hocique la inhallable vianda;

no, el futuro nunca se financiará,

por algo

a la inmediatez de tu pago hemos convenido en llamarle

 

efectivo:

ahora será

el tiempo un despojo;

lo endeble, lo untable,

el ardid de la rama en la pira.

 


Fosa

 Aquello ha dicho presente

desde un fondo intangible -como el calamar

que está en su tentáculo- ciego,

pero atento a la vibración de su percibir ciliado

en esa fosa abierta a la mirada que no llega

-porque carece de impulso,

como el molusco sin hambre que,

saciado, es

agua circundante,

un plural sin escena

infinitamente quieta.

 


Brida

 si fuese el éter su escucha,

una amplitud, un cauce

de afluente sin intérprete,

una incitación hacia las cosas que poco retribuyen

-porque hoy sabemos que las cosas

no retribuyen

lo investido– un percutir,

un coro de adláteres en su diario betún al frotárseles

contra el cuero,

lo leve

de la brida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nicolás Pinkus (Buenos Aires, 1969) es poeta, editor y magister en periodismo, semiótica y comunicación. Como docente investigador ha trabajado dirigiendo proyectos de investigación y dictando cursos académicos en temáticas afines a la comunicación visual y el diseño. Fue uno de los miembros fundadores del sello de poesía argentino Zindo & Gafuri. Ha sido invitado a los Festivales internacionales de poesía de Costa Rica y El Salvador (2005, 2006) y Argentina (La Plata, 2022). Por su trabajo, ha recibido la Beca Taller de formación poética y el Subsidio a la Creación Artística (2001 y 2002) de la Fundación Antorchas de Argentina y ha obtenido el Primer premio del Concurso Internacional de poesía Palacio Merino de la Secretaría de Cultura de La Plata (Argentina 2021). Ha publicado los poemarios Postmortem Daguerreotypes (2002), Los Formalistas Rusos (2003), Affidávit (2004), Ersatz (2007), Mayorías de uno (2010), Tándem para un animal pink (2012), Belvedere de los segundos auxilios (2016) y Dioramas (2024).