Azul nervioso – Encargo del diario – “Son manantiales” – El botón del pánico – Soplo inocente – Paz
perpetua – Escritura
disolvente – Garrapiñada – “I love you” – ,
el homúnculo – “abba” – Titanic – Tenebrina – Manantial de Sant Hilari
No se está
quieto el mar, me pone nervioso; el azul nervioso. Vista desde el mar, o visto
el mar desde ella, la casa tiene el contorno de una cara y en el reparto me han
tocado sus ojos; se los he abierto, los postigos, sólo un parpadeo, y los he
vuelto a cerrar.
¿Las persianas de la
Casa del Terror tienen el funcionamiento anélido de los esfínteres?
“Pero el zumbido del mar, sí”, me he
explicado al teléfono. Eso sí, porque ocupa el tiempo, aunque no se le vea,
como cuando la anécdota se pierde, pero se queda el dicho. Un día no nevará, no
habrá nieve en toda la Tierra y, aun así, se dirá “efecto bola de nieve”.
Es una beca
literaria que me ha sacado del piso de mi madre, en Granada, donde ahora vivo
-odio los alquileres y el sueldo no me da para comprar-. Durante la cena, a un
chiste le siguen, primero, una carcajada y luego, un silencio sepulcral.
Mi padre tenía un archivo mental con todo lo que le hacía gracia y se lo
traía al presente cada vez que le apetecía reír, o cuando le contaban un
chiste, porque sabía que no lo iba a pillar: él se echaba unas risas y nadie
notaba la diferencia.
Más tarde, de
madrugada, le vuelvo a abrir un ojo a la casa. La noche no desfigura la línea
del horizonte; me la quedo mirando un rato y me acuesto sin deshacer la maleta.
Me aconseja
mi terapeuta que tome notas, que lo que tengo que hacer este mes no es olvidar
las memorias, sino recolocarlas. Como en la residencia también nos han
encargado unas entradas de diario, he decidido entregar los mismos deberes.
Comienzo mis
paseos, igual que siempre, a ultimísima hora de la tarde, inyectando tiempo al
día en sus horas más bajas, un dopaje.
Los dos roces
nerviosos del apósito etílico antes del pinchazo. Siempre dos, a veces tres. Si
son cuatro, ¡trébol de cuatro hojas!
Supe
que vendría aquí una tarde, la única tarde de lluvia en todo el otoño, una
lluvia caliente, pesada, sobre la costra del nuevo desierto.
Tienen
un “botón del pánico” asociado a una alarma por un cable bajo tierra. Han
cubierto ese botón con el fondo recortado de una botella de plástico para
evitar que se accione por accidente, como ya pasó una vez. El apaño, ¿un
anticonceptivo?, genera todo un juego de seducción e inhibición. Miro el botón
que no es rojo, pero que en mi cabeza sí es rojo.
Al
regresar del paseo, casi a oscuras, distingo una ambulancia que aguarda frente una
verja. Se la abren, ceremoniosamente. Conducen con cautela, las luces apagadas,
el ruido de trituración de las piedrecillas bajo los neumáticos. Intentan que
no se maree o fatigue alguien que viaja tumbado en su interior, el dueño o
dueña del xanadú de al lado. Los efectos del traqueteo en quien sea: ojos
apretados, bocanada de reflujo. Me pasa eso con los poemas que no termino.
Ahora tengo esa imagen y no sé qué hacer: el gusano de seda lleva días traga
que traga morera y está reventón; el niño, antes ilusionado, le ha tomado asco,
quiere prenderle fuego a la caja.
Por
eso no escribo. Cuando la metáfora está crecida, lista para ilustrar el caso,
se zampa el caso. Es la escritura disolvente.
Planta
suculenta, de hojas carnosas. En estas primeras noches frescas, su tacto es
como dedos de los muertos.
Miro
por la ventana, hoy sí. Cada célula o cuadrícula del paisaje está en
movimiento.
Luego
he bajado a recoger la ropa de la secadora. Una manga de la sudadera sale metida
para dentro, una carterista; la carterista quiere robarme mi viejo soplo en el
corazón. Recuerdo, de chico, la solemnidad de mi madre informando -“Le han
detectado un soplo inocente”- y mi pecho lleno de una sustancia untosa:
ventosas con cables azules y rojos coronadas por un pezón de metal.
Un cuello vuelto, la cabeza como un lirio en los días
del colegio. Estar muy triste.
Cuando
mi madre estaba en el hospital por su ictus en el cerebelo, decía ver “tallos
de flores” o “chorros de flores” que se movían del suelo al techo o del techo
al suelo. Eran rojos; hacía el gesto de atraparlos con las manos.
“Manantiales”,
decía también: “Son manantiales”.
Aún no
alcancé a ver ningún animal salvaje a excepción de unas palomas comunes, aves que
yo no diría dignas de un bosque; han escapado del truco de un mago o lanzador
de cuchillos.
Los
rostros de Washington, Jefferson, Lincoln o Roosevelt en el Monte Rushmore. Por
cierto, que “rush”, mejor dicho, “rash”, significa urticaria. Es sólo el
principio: la comezón de la naturaleza volviéndose conciencia, que decía
Schelling. Todas las cimas de la Tierra formarán bustos de prohombres; en el
fondo de los océanos ya burbujea el magma, puchero de bruja o acné.
Última
hora de la tarde, la sombra de la abuela: “¡¡Pero qué grande está, adónde va a
llegar la sombra de este niño!!”
Mi
dormitorio ocupa la torre de la casa, de ahí que deambule la expresión “torre
de marfil”. Como desaconsejan beber del grifo, se da cierto trasiego hasta la
maquinita de agua de la cocina: “Manantial de Sant Hilari”. Subo las escaleras
hasta mi cuarto, una mano en el pasamanos y la otra sosteniendo en el aire una
historiada botella, ¿un conde? Por cierto, el conde fue a dar la luz en el
botón del pánico, pero el apaño de plástico cumplió su cometido.
No
deseo narrar mi vida, sino azuzar unas contra otras las palabras que la dicen,
colisionar sus átomos y extraer una energía nuclear; no mi personalidad: mi
espectro. Describir mi mente. Ésta es mi mente.
Mi
hermano, no sé dónde, hace mucho tiempo: “Desde aquí, en días claros, se ve
África”. En días claros, veías África y si te ponías de puntillas, la
Antártida.
Hemos salido
esta tarde a comprar medicinas y una bombilla. Es bonito y elegíaco este Palafrugell
invernal. Por la calle de los comercios, varios niños felices con ese tipo de
zapatillas que se iluminan al pisar. Las marcas caras no fabrican zapatillas
con luces, pero una guerra mundial entre zapatillas con luces y zapatillas de marca
la ganarían las zapatillas con luces. Por cierto, qué bueno el Third World
Anthem de Jack DeJohnette.
La
perra de la casa se llama Ploma, pluma en catalán, pero en castellano suena a
plomo. De hecho, el animal tiene el color del plomo y eso genera un contraste
muy estético, quizás intencional, con su juguete, un rombo naranja. Lo deposita
junto a la mesa, quiere que alguien se lo lance, pero está todo babeado. Luego,
comienza la conversación sobre libros y el almuerzo, la masticación, como le
dice Michaël Ranft en De masticatione mortuorum in tumbae. Cuando
terminamos, el rombo naranja está seco, en el mismo lugar: pobre Ploma.
Querría
sacar el tema de Gaza, pero para qué; mi buenismo es feo. Me limito a postear fotos
terribles en Instagram, la red social que empleo entre intermitencias. Si un
día adviniera eso que Kant denominó Paz Perpetua, lo haría precedido de un
relámpago, y seguido de un trueno. El milagro, yo creo en el milagro.
Días
de viento endemoniado: la Tramontana. Un día leí algo sobre los efectos
específicos del foehn en la conducta. Un viento que, cuando sopla, empuja a los
ladrones como velas de un barco hasta el delito.
De
nuevo, última hora de la tarde. Una mujer y su hijo mirando la puesta de sol;
sus sombras caen como un ovillo al suelo, la sombra del hijo “cabe” la sombra
de la mujer: aún no la dio a luz.
A
veces me salta un relumbrón en el campo visual del ojo izquierdo. Un relámpago.
Quizás es, ya, la Paz Perpetua.
Esta
mañana me he despertado porque he sentido que me soplaban en la cara.
Merodea
un vampiro tímido. Sus colmillos van dejando una señal como de enchufito en las
sábanas, la almohada, el colchón: nunca en el cuello o la carne de nadie, y
menos de una dama.
¿Que qué es esto? Un diario íntimo, qué otra
cosa podría ser. Pero algunos sentimientos requieren, para su expresión, la
fundación de mundos. Visiones que son misiones, provincias de las misiones.
Miro el
azul nervioso: al final, la casa se ha quedado con un ojo abierto y otro
cerrado. ¿Dónde se represa la escritura autobiográfica? Si se dibuja una grieta
sobre el fraguado de cemento, alguien tendrá que leer, en un castigo
inquisitorial, todas mis nimiedades: villas y cultivos arrasados por mi
grafomanía. Pero aún conservo el tapón, guardo bajo la manga el as de la
escritura disolvente.
Fin de
semana y visita relámpago a Madrid para presentar Carocas, una
plaquette. Por todos lados, banderas rojo y gualda y voces contra la “amnistía”
al procés. Los españoles más españoles tienen cara de ahorcado, ancho el
occipital, la barbilla estrecha y, en la boca, igual que una garrapiñada, la
palabra “cojones”.
Acababan
de lavar la gran bandera; el olor a detergente por todo el bulevar.
A veces,
suministro una información importante seguida de una chifladura. También en Instagram
los selfies están barajados entre mares, cielos, montañas y algún comodín. Vídeo
de un perro que dice claramente “I love you”.
Se podría fabricar un poema con un verso
bueno y otro malo, uno bueno y otro malo, según el esquema “abab”, o “abba”.
Los
peces como ojos pintados en el mar, pintados al modo de las mujeres en los
setenta. Mi madre tenía un colorete con brillo de pescado.
De repente, se dibuja una mancha blanca en el horizonte y se va
aproximando a lo largo de la tarde. Amarran el Titanic con el hilo de una
bolsita de té.
Mi madre se mudó con sus hermanas al salir del
hospital. Mi asueto está por terminarse; pronto volveré al piso que ahora
habito solo. La presencia de un gato sólo rasguña la soledad; la de una
cucaracha la dimensiona.
En dos o tres noches de insomnio me he
deslizado descalzo a la cocina y me he dado un atracón. La panificadora
eucarística, el tempo del lavavajillas, la lavadora que termina su programa con
un alegre soniquete -¡el mismo que en casa de Kay!-, los colores de los
pilotitos leds variados como peces potenciales -naranja, verde, azul-. Todo
está listo para la mañana que yo pasaré durmiendo. Un cuerpo dormido junto a su
cuerpo, el ancla del sonámbulo, el ancla que no tiene.
Nadie
me ama. Soy libre.
En lo
sucesivo y debido a que las recientes efusiones amenazan con resquebrajar la
presa autobiográfica, la palabra yo será sustituida por .
Siempre quise adoptar un homúnculo.
El
rayo láser, ¿una flor del futuro?
Las
hojas otoñales de un mundo “A” caen anualmente sobre otro mundo “B”. Todos los
años lo cubren, pese a que el mundo “B” en sí mismo es un desierto.
Proyectamos
muchas sombras, no una sola; perros que paseamos sin cadena. A veces se generan
celeras entre mis sombras; a la sombra nítida que “vive” sobre paredes blancas le
hace bullying el resto del clan, le dicen “la del chalé”: Camí del Xalets, ahí
es donde está la casa, ¿estaba?, frente al azul nervioso.
En el
transcurso de estos treinta días, cambió y se sofisticó el logo de las garrafas
que alimentan la máquina del agua. Las letras azules de “Manantial de Sant
Hilari” vienen ahora sobre un fondo blanco y orladas de amarillo. Notable es
que eso a le parezca notable.
le cierra los ojos a la casa, tropieza con la
maleta cargada por las escaleras, lanza un brazo, pulsa el botón del pánico con
la mente.
En Mecina IV – “Gurr, gurr” – Síndrome del controlador – La
Protosensación – Yoga Iyengar – Quien tiene un grifo que gotea tiene un amigo –
Dados de regeneración – “Método Melbourne” – Requeté – “La rabia de la
expresión” – “¡¡Hemos tenido gemelooos!!” –
Toque de corneta – Dos pavos – ¡Adiós, DNI!
Se dio
un Big Bang en el espacio y lo echaron en la Sala Pléroma o en el Cine
Conciencia. ¿O un Big Bang de la conciencia dio cuerda, para no aburrirse, a un
Big Bang en el espacio? ¿Y los dos Big Bangs cayeron al lenguaje
autobiográfico? El huevo, la gallina y la pistola y…
Enrique, el
dueño de la copistería, me pregunta si me interesa una fotocopiadora grande,
Canon, que le sobra. Nadie tiene un aparato así en casa, pero justo por eso. Al
final es un robot, tovarish de R2D2. Encima puede grapar, y las fotocopiadoras
ponen las grapas muy bien.
Realidad
crea conciencia y conciencia crea realidad, siempre en presente. ¿Una serpiente
en forma de equis? ¿Un radiador? No hay muchos misterios: un solo misterio.
Dos gusanos que se encuentran dentro de una
manzana se dicen: “Gurr, gurr”.
Alguien
en HelloTalk: “¿Cómo dormiste?” Yo: “No he dormido, sólo he dado vueltas en la
cama”. Alguien: “Oh, pues acuesta (sic) pronto hoy. ¿Qué te pasa?, ¿qué
pensabas?, ¿¿pensaste??” Yo: “Todo, eso es lo malo, lo he pensado TODO”.
Cada una de las variables que aquí me han
traído y de aquí me van a llevar, interacciones pasadas, futuras o hipotéticas;
lo que vendrá y lo que no, pero también cuentas, números, mecanismos, por
ejemplo el portal de Laura y la manivela que se abría girándola a la derecha,
el infinito. A veces me digo: soy el único insomne de la Tierra, en este
instante la conciencia no tiene más generadores que mi cerebro; si me quedo
dormido, el espejo se raja.
Los restos de aquella imaginación del mundo o
alma del mundo de los románticos, pero desahuciados: puros juegos mentales y un
síndrome del controlador. Para saber si dos llaves son la misma, no las coloco
una encima de la otra manualmente; las observo una a una, las memorizo y
determino si lo son.
“Un
paso al lado para dar un paso al frente”, “un paso atrás para dar dos
adelante”, “un paso pequeño para un hombre, pero grande para la humanidad”,
etc. En el yoga Iyengar usan ladrillos, ganchos, cuerdas, pesas. ¡Y Kafka! Qué
mal describe Kafka los gestos humanos, los movimientos… Siempre quise
confeccionar un manual de gimnasia con los gestos más ortopédicos de K. y de sus
colegas.
Sigue
goteando el grifo. Quien tiene un grifo que gotea tiene un tesoro.
La imagen u holograma de la luna reproducida y
precipitándose millones o billones de veces: una tormenta, granizadas
plasmático-electrónicas.
He
buscado usuarios de Alaska en HelloTalk y les he escrito. Sin respuesta.
Hay
días de músicas y días de himnos. ¿Yo seré uno de esos locos que andan por la
calle y se suben al autobús con un radiocasete al hombro? En mi caso, la radio
roja.
En
algunas grabaciones históricas al aire libre, cuando se hace el silencio, se oye
el viento. Es un viento de hace un siglo en la Tierra, un fósil. Hoy alcanzamos
el Ocaso de los dioses en mi Festival de Bayreuth unipersonal. No existe
en todo el mundo un teatro de la ópera con una sola silla. No lo mandaron
construir Luis II de Baviera ni el danzarín Luis XIV.
De
bebé tenía un pijama de cochecitos y, si me sentía solo, los cochecitos se
echaban todos a andar como cucarachas cuando se enciende la luz.
Todas
las sensaciones tienen puntos de encuentro, remanecen de la Protosensación. ¿Y
las sensaciones negativas se derivaron de las positivas, por degeneración, por
perversión?
¿Quien
tiene un grifo que gotea tiene un amigo?
En uno
de mis poemas favoritos, Hafiz sirve el vino e invita a una ronda a toda la
Tierra. Aquella noche, en la taberna, hubo lío.
“Tú
serás mi señora, / tu casa será mi casa, en tu tumba quiero ser enterrado. /
Así, me entrego a ti en el tiempo y en lo eterno”, le dice Mandryka a Arabella,
y luego Arabella a Mandryka: “Tú serás mi señor… tu casa… en mi tumba…”
El milagro es contrarreformista; Dios efectúa
la reforma, la hace por ti, que no has sido capaz, que eres un impotente. Del
gimnasio del milagro salen los cuerpos fofos, amarillos, como de cuadro de
Rivera.
Salgo a correr; cielo raso excepto por dos
nubes que tienen, respectivamente, la forma de un corredor y la de un perro
grande que lo observa. En ese momento, miro un lado y veo -antes no había caído
en su cuenta- a Trucha en el arcén, junto a la finca del vecino. Lo juro.
La casa y el cerebro, de Edward Bulwer-Lytton, una de las
mayores ficciones góticas; el cerebro como pinchadiscos de valses espectrales.
He
leído que en Alaska hay un millón de ríos; ¿será Alaska la lavandería de mis
sensaciones, mi operación espiritual? Cuando estén lavadas, ¿qué saldrá a la
luz como un rubí?
Azucena, una amiga, solía decirle a :
“Tienes mucha capacidad para
reinventarte”. Cthulhu, Yoga, Galadriel,
Sauron, Darth Vader: las criaturas más poderosas de los juegos de rol, héroes o
villanos, se curaban solas con unos “dados de regeneración” que lanzaban cada
turno y restaban a los puntos de daño. Cuando el combate acababa, se hacían a
un lado, se sentaban en la raíz de un árbol y seguían sumando esos dados hasta
que volvían a su ser. Shub-Niggurath tiraba un número ∞ de “dados de
regeneración”.
Ansiolítico,
de ansia y lithos-piedra: piedra de la ansiedad o piedra del miedo. Las cajas
de Serenade, la pastilla de mi abuela para la “efervescencia”, como ella le
decía, tenían dibujada una luna. Una vez le pintamos esa luna a una caja de Aspirina
infantil.
Los
caquis verdes caen en la azotea; suenan como pasos. Pasos verdes. Sapos.
Frankenstein
se calienta las manos doblemente heladas en la lumbre de su amigo el ermitaño.
Luego se marcha al Ártico, al hielo futurista, lejos, lo más lejos posible del
concepto de apego, del cuidado.
Me voy
a Alaska, como un desahuciado que se paga la clínica de Navarra o de Houston. ¿Cruzará
el avión sobre New Hampshire, el lago Baboosic, la cuchara? Sí, ¿se reflejará
el avión en la cuchara de Carnation Circle?
Las
babosas de la hora de las babosas, en Alemania, cruzaban cada noche una
autopista.
Ojalá
se levantara una niebla densa, más densa que el mundo.
En Arsénico
por compasión, el sicario amenaza toda la película con emplear el “Método
Melbourne” en su siguiente víctima, con el consiguiente repelús del secuaz.
Nunca se explica en qué consiste el método.
El atuendo de suele consistir en
una pieza de color y otra negra, pero con tanto ajetreo, la logística falla; si
una lavadora tarda en ponerse, se agota el color y
viste todo de
negro: un ninja. No practica ningún arte marcial y aun así, al pasar delante de
un espejo, se mira y se pone en guardia, una mano delante de la otra, dibujando
una x.
Para
el suicida, tener ganas de vivir es ridículo, ni triste ni pesado; al suicida
le parece que vivir es ridículo y que los que viven hacen el ridículo.
Me
duele mucho el cuello y voy a darme un masaje. Si me restriego las palmas de
las manos a toda velocidad, como el viejo de Karate Kid, huelo mi propia
piel quemada.
Las
moscas comprueban si estás vivo o ya te has muerto. Lo comprueban y vuelan a
otro vivo o a otro muerto. Son el Censo. Si uno deja de oxearse las moscas, es
que está muerto.
“Viiivan
san Marcoh y san Cayetaaano, que en nuehtro pueeeblo tieeenen su altaaar”. Del
silencio, que está podrido, de sus efluvios de fuego fatuo, emerge cualquier
cosa. Del lenguaje.
La
ciencia del siglo XVIII aún creía que la descomposición de un cuerpo humano
resultaba por sí misma en vidas nuevas: “Incluso ratones enteros, y
perfectamente sanos”. ¿Cadáver o piñata?
A lo
mejor, igual que Richard Strauss tendía al vals, yo, después de todas mis
aristas y extremaunciones, delicadeza y vulgaridad, tiendo a ese coro de viejas
al que se suma siempre la voz muerta de la tata. Tal vez yo rinda mi
progresismo de baratija a una ideología carlista o requeté, tal vez soy la flor
de ese cactus que nadie espera, pero que los muertos sí esperan, la última
flor, desubicada, de la desesperación de mi familia. Y tal vez eso que se
esperaba de mí, que los muertos esperaban de mí, pesa tanto como lo demás.
Si yo me
echara a llorar, acabaría dando puñetazos a las paredes, arañando el suelo.
Pero después, me quedaría a gusto, me desnudaría y bajaría al huerto a escuchar
a un mirlo, un mirlo², un mirlo³.
Francis
Ponge lo llamó “la rabia de la expresión”. ¡Vaya fórmula! Cuando la expresión
se “impregna” de la rabia y el pathos va de la psique a sus creaciones
lingüísticas. ¿O es que esas creaciones ya nacen infestadas, como aquellos
pobres bebés con el sida de sus padres?
El
coche mirando a la niebla con los faros delanteros, los rostros que emergen de
la gravilla de una foto borrosa, la veta de mármol que llega carcajeándose al
suelo del salón, el caniche mirándose en el espejo, la pulsación del faro
marítimo, el ritmo sanguíneo del helicóptero, los morteros que disparan entre náuseas
o espasmos. La expresión atraviesa los rostros, aunque tiene su origen antes de
los rostros, mucho antes de Adán y Evan, en la sopa primigenia, ¡no, antes!, en
la roca, en el fuego, antes del fuego.
Antes
del fuego no hay nada. ¡Sí, la dualidad! Dos pavos, uno enfrente del otro, idénticos
uno al otro. Lo decía Calasso.
“¡¡Hemos
tenido gemelooos!!, grita uno de los cazatormentas cuando el tornado que
perseguían se parte en dos.
Sueño que las horas tienen 100 minutos. Sueño que el pulgar está en el sitio del
meñique y el meñique en el del pulgar.
Toca una corneta.
“Tu
madre ha vuelto al piso” “¿¡Qué!?, ¿y por qué?, ¿es que habéis discutido?” “…”
“¿!Pero cómo va a quedarse sola, tita!? ¿Y yo qué hago?” “Tú déjala que haga su
vida. Si ella se va, es porque ve que puede”. “Ya, pero es que no puede”.
Así
que estoy en Mecina y me siento culpable - libre - culpable; un péndulo. ¿Tres
pavos? Un trébol de cuatro hojas.
Un día
viajábamos a Cape Cod. Nos salieron al paso, desde una espesura, tres pavos, y
Kay tuvo que pisar el freno in extremis: “I hate them! I hate turkeys!” “Poor
guys, they just...” “They are so mean!!”
Noches tristes y día alegre, de Fernández de Lizardi.
Qué
cansancio de mundo físico, pero también qué cansancio de mundo espiritual.
Me tomo 1 pastilla de
Orfidal, 2 pastillas, 1/2 más, y luego otra. El zapatero te coloca unas alzas
para que estés más cerca de las estrellas.
Dos gusanos que se encuentran dentro de un
hombre se dicen: “¡Hombre, hombre!”
He
salido al huerto cuando anochecía. No me he quitado la vida, me he quitado la
ropa y los zapatos, he pisado la tierra -¿la Tierra?- mullida y negra con los
pies descalzos y he echado a la lumbre mi carné de identidad. Ahora que no soy
nadie, el mirlo canta para mí solo.











