EMOTIONAL RESCUE: KELVER AX

 


Kelver Ax, que en realidad se llamaba Kléber Ajila Vacacela . Fue  uno de esos raros casos en que la poesía no se aprende ni se estudia: se suelda. Nació en Loja en 1985 y trabajó como cerrajero, que es una forma bastante decente de aprender a lidiar con el metal y con el silencio. En algún punto, entre una chispa y otra, descubrió que también podía escribir, y lo hizo con el mismo pulso con que se sostiene un soplete: con precisión y peligro. Su obra —CU4D3RN0 D3 4R3N4 (2012), Pop-up (2014) y Egagrópilas (2016)— suena como un manual de instrucciones para armarse y desarmarse emocionalmente, con un lenguaje que mezcla ternura y código binario. Nada de sentimentalismo: Kelver escribía como quien hackea la realidad. En Pop-up, los poemas se abren como cajitas de sorpresas en las que uno nunca sabe si va a salir una mariposa o un gato muerto. En Egagrópilas, el título ya avisa: son esas bolas que las aves regurgitan, restos de lo que no pueden digerir. Así eran sus versos: lo que la vida no traga, la poesía lo devuelve. No tenía aire de poeta profesional, ni ganas de fingirlo. Era de los que aparecían en  los recitales con el pantalón manchado de pintura y una sonrisa que decía “no me tomen tan en serio”. Su humor era la mejor defensa contra el tedio literario. En una época en que muchos poetas creen que un verso sin selfie no existe, Kelver escribía con grasa de taller en los dedos.  Su arte, tanto el visual como el verbal, funcionaba como una especie de arqueología doméstica: trazos, manchas, palabras, objetos encontrados. Pintaba lo mismo que escribía: superficies heridas.

Murió en 2016, a los treinta años, cuando recién comenzaba a sonar su nombre más allá de Loja. La muerte llegó, como suele hacerlo, sin leer el calendario. Después, en 2019, apareció Su sombra como un mapa, su obra reunida, y con ella la evidencia de que la poesía latinoamericana  perdió a uno de sus espíritus más libres. Pero su legado no tiene nada de martirologio: leerlo hoy es encontrarse con un tipo que nunca necesitó permiso para decir lo que veía. Su escritura está llena de humor, de rabia y de ternura malhablada; una poesía que respira con dificultad, como una máquina que a veces chispea, pero que nunca se detiene.


 

EL POEMA QUE SE BURLA DE LOS POETAS

 breve

así comprendí la vida a la edad de 5 años al ver sacrificado

el pollo blanco que semanas atrás

me regaló mi madre

mi primer amigo

dormía descuartizado en los platos servidos a mi padre y hermanos

yo simulaba tener hambre

y contenía el llanto con tal de tomar en mis manos

al querido Mike

como verlo quieto

dormido entre mis piernas

y no sobre un nido de arroz

tendido como un monumento derribado

conteniendo su historia

ante un orgullo transparente corriéndose por el concreto

mi estómago es un cementerio de pollos desprovistos de su esqueleto

 

 

 

*

en el orden quizá hermano mío:

el exterminio

 

Olvida lo que hayas aprendido

desentierra algunos muertos

y asiste al parto precoz de un niño africano

en donde sin entender

comprendes que tú mismo estas naciendo

 

 



*

 SCARDANELLI: LA ÚLTIMA LOCURA

 Gilgamesh ha vuelto de las montañas

y está lleno de llagas

 

ha perdido sus ropajes

y envejecido notoriamente

 

nada ve con claridad

nada toca con claridad

 

trajo huesos de animales que cree prehistóricos

y recuerda nombres de montañas que no existen

 

No Gilgamesh

no has traído huesos sino rocas

y éstas no son aves sino plumas

no te acompaña una mujer sino el fango

 

Ata una piedra en cada pie y sumérgete en el Éufrates

encuentra los esqueletos que te quedan

busca la muerte de la memoria

y huye de Uruk

así como huiste de ti mismo

 

Ve a las montañas Gilgamesh

es mejor la soledad a buscar lo que no recuerdas

 

 *

======( a todo charco le hace falta un niño )======

 

mamá no vendrá

 

permanezco solo en éste lugar frío e inhóspito

las aves solo vuelan en las cabezas de los niños sin

territorio ni coraza

 

(es como si sus cabezas me hubiesen construido un

cementerio)

 

el puñado de agua que fue mi corazón

mientras era de hielo

se fue primero

y después yo mismo me fui

pero a la vez me quede tendido sobre el suelo

como un charco profundamente dormido

 

mamá

los locos cortan flores y las arrojan al río

mamá

los locos no hacen eso

sino los niños al terminarse sus caramelos

mamá

tengo miedo a las ovejas

cuando amenazan como nubes

 

los animales me dicen cosas

cosas terribles mamá

 

me niego a ser niño por tantos años

por eso me voy a ir

y volar libre como las fundas de plástico

como los perros callejeros

como el mendigo al que le das mis monedas

voy a quemar mis cuadernos mamá

voy a escribir como si me vengara

insultar a Enipeo para que recogiendo sus aguas

nos pase por encima

como las palas mecánicas pasaron

por donde árboles endémicos desplazaron sus sueños

e hijos

y ninguno de los dos nos contempla

 




*

APUNTES RÁPIDOS

 

.

corazón braille

sabes que las ballenas masacradas en las Feroe

se encallan luego en otros mares

 

sabes que a miles de kilómetros

dos niños esquimales

transportan al sol en una canción gutural

.

entre la carne y el huso

un espacio en el que cabe todo

 

dentro de la Venus de Milo

hay una Venus de Milo que no ha perdido sus brazos

.

Li Po navegaba ebrio buscando la otra orilla de su cabeza

 

BIOGRAFÍA DE ANTOKU

 Dialogo de Ni-Dono:

nuestro reino está en el mar pequeño mío ◊  nada hay en esta tierra yerma sino días fatuos y lanzas que no finalizan su traslado ◊ Nos queda la pícea que logró vencernos –Los bosques aunque permanecen intactos ◊ ya se han talado por dentro ◊

Nuestro reino está en el mar pequeño mío

Nuestro dios aguarda en el fondo como  tus padres ◊ Los enemigos se acercan ◊ hay que sumergir la isla a partir de nuestros nombres ◊ hay que sumergir la isla a partir de nuestros soldados ◊ la sangre que es agua nos llama ◊ Volveremos  sin cuerpos ni memorias ◊ volátiles y acuáticos  ◊ Nuestro reino está en el mar te lo repito ◊  arroja en él las semillas que alimentarán a nuestra legión ◊ arroja la Kusanagi  con la que cazaremos serpientes y miedo ◊ arroja en él los Nekomatas que criaron y cuidaron con afán tus padres ◊  y a mí porque te amo

Pon tu nombre entre dientes ◊ salta ◊ cae despacio ◊ adorna la caída

Diálogo de Tokihito:

abuela ◊ no es el mar quien nos llama sino la muerte y su boca infestada de peces ◊ no quiere soldados ◊ ni artilugios ◊ ni estatuillas de budas ◊  quiere nombres con que soplar sus juncos ◊  quiere nombres para adherirse a ellos adoptando su forma

No vayas abuela ◊  vendrás contradiciendo tu apariencia y ya no te escucharemos ◊ Vendrás  sin venir y estaré como tú: ausente ◊ entonces ambos  reconstruiremos  el reino en la niebla ◊ y sola a la niebla temeremos

*

son en verdad tristes los días en que miro a mis abuelos guardar sus escasos cabellos negros destiñéndose a golpe de abandono ◊ Desean que un nieto los vea envejecer ◊ pero no es posible ◊ Mi abuela era estéril ◊ mi abuelo creía que lo era◊ No tuvieron hijos◊ Mi padre y yo brindamos por eso

 

*

 HOY INAUGURAN  MONUMENTO A LOS ABRAZADORES

 llegaban puntuales

y se quedaban completamente quietos por horas

 

entonces (como cada semana)

una nueva madre soltera o viuda pasaba llorando

y todo el grupo corría a abrazarla

 

todos esos jóvenes se han suicidado

 

*

 siempre estaremos descalzos para la nieve

siempre propensos  al deshielo

 

tú cabes en una gota

yo no

Hawking cabe apenas en su silla

y el universo cabe apenas en su cabeza

*

 es cierto que desde cualquier recodo

apenas extendiendo tus brazos te es posible abrazar al mundo

 

lo triste es querido amigo

que no serás correspondido

 

*

 

VHS

 

la cinta se ha estropeado

el reproductor descompuesto

antes de eso vimos la película infinidad de veces ◊ y ya no nos gusta ◊ sin embargo    nada vale más que ver crecer a Jackie Coogan de reproducción en reproducción ◊ a la misma velocidad que en su propio cuerpo

las veladuras grises ◊ sobrepuestas ◊ el niño creciendo ◊ engordando ◊ llenando su pantalón

uno de estos días le crecerá  bigote y Chaplin cansado y viejo soltará su mano para sepultarse en algún lado de la cinta

 

*

únicamente una antena de telecomunicaciones

después un anciano que la observa desde su silla de ruedas

hasta que nos queda el dibujo de una silla

mientras dos niños

pasean su lechón en ella

 

las madres del lechón y niños

corren detrás

 

*

 DIAN FOSSEY

 

no permanecen las hojas a medio comer

ni sus esqueletos decapitados

no permanecen sus huellas

solo su abrigo siempre azul

y sus manos azules de sus animales

por miles de kilómetros separadas

 

no caben todos los gorilas en su lápida

pero ellos viven en su nombre como en su bosque

 

y ella reconstruye completos sus esqueletos

en algún lado de sus memorias

 

 NOTA ESCRITA EN UNA LIBRETA DE CALIFICACIONES

 algunos van a la escuela en automóviles de costosas marcas

otros en caballos escuálidos

o asnos

en dromedarios

en hipopótamos

y está el solitario cabalgando siempre un monumento de jirafa

 

tan distintos

excepto cuando  su maestra les pide que retraten a sus padres

y ellos dejando la hoja en blanco

canjean su vacío por pésimas calificaciones

porque las voces quebradas de los maestros están a ese precio

 

luego los viejos (aún enternados) lloran es sus casas abrazando a sus hijos

o no hacen nada

pero recuerdan todo como si lo hubiesen hecho

 


*

 //lo terrible es no morir en cuerpo ajeno//

en la casa alquilada en la cabeza de nuestros

enemigos

se recoge mar atrapando peces

 

ante una efigie decapitada

y una osamenta armada con huesos de diferentes

animales

se está predestinado a rebotar de cabeza en cabeza

a regresar al osario maniobrando carretillas vacías

 

acudir tarde a la fundición de la propia cabeza es

acudir ausente a la mano que te descongela

despierta y mata

manteniéndote intacto

 

//dentro mío mil hombres reman y ninguno de ellos

sabe para qué//

 

//hay que golpear almohadas hasta deshacer el

coágulo//

 

//es necesario una mujer que me ame mientras huye//

 

 

 

*

P(r)O(b)(l)EMA

uno también se harta de escribir

y desordenar al mundo a como se le

antoje

todo nos percude

el estrés amarga saliva y escritura

y ya no quieres

hablar mal de las chicas

porque siempre hablamos mal

aunque no lo parezca

 

a un poeta

no lo satisface una ni varias mujeres

sin embargo

el consuelo de sus piernas

sirve

sirve tanto que un amigo

ya no escribe

y me apena

porque era bueno

—ella dirá lo mismo—

 

pero

prefieren que seamos buenos en sus

camas o en hoteles económicos

y no en poemas publicados en revistas con urticaria

por eso toda novia de poeta

regala libros sospechosamente erróneos

adornos fútiles

boinas de barbero

 

pero nunca cuadernos ni esferos

a lo mucho agendas en donde caben las fechas sin

importancia

 

las mujeres odian a los poetas

y yo las amo a través de su odio

 

*

 

nosotros los poetas

llegamos a grandes hoteles

de ciudades heliocéntricas

para amanecer en recepción

podridos de hambre

de frío (frío humano por supuesto)

sin dinero

escribiendo poemas

para tener el posterior cinismo

de ubicar debajo

ciudad y fecha en que fueron escritos

como si eso garantizara algo

y nosotros lo sabemos

por eso dormimos

en el sofá

de un lujoso hotel

llamado Poesía

REYNALDO JIMÉNEZ. LAS SUBROGANTES ROTATIVAS








Piedad para las palabras perdidas, para las prohibidas y las exhibidas
en las vitrinas de las guarderías decapitadas de la Gran Capital.
Para las piedras de las palabras mientras tiren parabajo, la fiereza
o sotto voce del susto padre que agigantan, con retraso de siglos
hasta la sien dividida del que les oye el semillero ciegamente.

 

Piedad para las impiadosas, las del verdugo implacable
que nada dice y se las traga, microcrocante inquisidor
les paladea el estertor de unos silencios allá debajo mientras
duermen los asesinos sin descanso en lechos plácidos de ternura
en el aura de faunos. Para el estupor esperanto de esas razzias

 

que simulan el efecto de un rebote contra los verdes muros
de la prisión. Para el depósito de filtros por las palabras que sacudan
el ansia anciana de los lomos erizados sobre una estepa de indómitas,
provocadas hasta la náusea que las habita, hasta que caen rendidas
ante el tótem de nadie, al pie de la edad de piedra del eterno

 

retorno que no se escucha. Que no da escucha.
Pese al griterío reinante, nunca devuelve el entorno a su anular.
Granangular que podría estar cazando, a su modo, una mancha
en el recodo sin llegar a preguntarse por qué cada todo tiene que rimar

 

entre demoras de esta vez, odiosos dioses destrozados por las olas
de su propio amor, canal de parto en panestéreo con la espera,
porque la rima sube desde abajo folicularmente dispuesta a darse
sin esperar a cambio esa conciencia que la separe de su misterio.

 

Se sepa o se pare, se parece a la persona que dispara de su cara.
Pero la espera se reitera, acicala con marcas prenatales y cáscaras.
La carca que está cerca siempre recuenta, pierda o no pierda
el guarismo que la aguarde o argumente: qué se siente, le preguntan

 

el paso subsiguiente, los de arriba, o a su ladino lado reprendido.
La lámpara de Aladino está en la mesa, patas arriba, manos arriba,
adónde se arriba es otra cosa que no se descuenta, mientras aumenta
la presión de los mirares sobre los ojos latos todavía secos, acaso tensos,

 

que van mirando sobre la hora aquellas olas
que les convienen en cuanto asaltan la perorata
que las dilata al infraneto intocado cuando se alargan
que son las sílabas de la guirnalda de sangres que llega al río.

 

Piedad también para las procuradas, malversadas de fondo, finiquitadas
del sitio de su raicilla de flámula, es decir, diríase, qué digo, digno hijo
de la pérdida que se enrosca a las figuras subversas que se frotan
las antenas de las patas, viceversas… Pero para las implacables, sobre todo,

 

remitirlas a una cuna que flota como antes el feto en el crisol de la crisálida,
y antes el cuajo metamórfico y los testículos del viejo anterior a todo viejo,
y la fragancia alucinatoria de la antigua vagina de la abuela prima, la niña
primera y el primer amor y el zángano celoso de su rol y el río que devuelve.

 

Y el reír que se revuelve. Y los ecos que residen unos nidos de aventura,
sin más duda que la que surja de nos mismos recovecos los que recorren,
arterias de laberinto inconstante que se apura sin embargo en escaparse
de los pasos uno a uno que se buscan, ahí dentro, de las Indias, conejillos.

 

Para el ojillo de la letra que se atraca en una cepa de lacres al derretir dellas
palabras que eran términos que nomás eran minas que estallaban al tocarlas,
cuya piedad del tamaño de un rubí se hubiera perdido, si no, en las veredas
cuasi solas, u oasis.

 

Y así cómo es que se pasa a otra zona del racimo vislumbrado, con la horda
de asesinos a la siniestra del signo, tacho, alambro, alambiqueo pero sordo
a los destinos que la hoja ajusta por su parte de reverso siempre aladotro,
allá engordan las murallas y prosiguen Alah las aldeas en llamas, llaman
lesas aldehuelas a su hontanar adormecido por el bochinche de los roces.

 

Qué manera de estirarse sobre sí misma, la fuga pasando por la boca,
se consuman las maneras como ritos de pretribus que no capturarás.
Qué eraman de rarseesti breso sí mamis, la gafu andopas por la cabo,
se mancomunan los mirares de a poquito cual si fueras sin afueras.
Tiros de retribuciones como si un pito o pepino importara consumar.

 

Como si les importara un objeto al monocromo digiriendo que consumen

mientras la tercera persona les queda incómoda y se ponen la uno o la dos,

con un penacho de rancheríos subcutáneos actuando en la macumbamella,

en la cumbre primeriza que se cubre con las ciudadelas del momentótem:

las palabrasas del tormento amormentan, relámpagas en que ya se ven.

 

Por la insomnia del vendaval se vienen a vengar de los atrapalabras,
mirilla de las linduras detrás de la cual observar con vera mirada hurí,
ojo la cerradura del trampantojo abre y no duda al laberinto diminuto,
hace al detalle de la manito el entrevero en fibralescencias, la filigrana
las desgrana de a una en la cascada que saca sin dar puntada sin hilo,

 

pero por la cual describo esta situación en la que me he perdido,
para encontrarle la vuelta al sucedido o hasta no neutra encontrarte
en la revuelta incógnita de signos de hipnótica ignosis en que también
te perderé, menteterna, junto a tu voz desleyendo sin fondo tal silencio.

 

Se podría eso parecer subespecie una despedida, formulada
ante los juicios volátiles de los expertos en perderse cada vez
mejor, o sea más, en esos pasadizos dizque levadizos puentes
almenas y trasfuentes simultáneas en un tríptico flamenco,

 

adonde se palpan a las claras al ras de epifanías velocísimas
las mascarillas subcutáneas que emergen a las rastras
por la cara de un destino reencontrado tras umbrales
que no se empujan ni se aprietan ni se visten ni desnudan,

 

solo mudan con la marea, por cómo la mano viene, suelta
en el tiempo, homogénea como un aerolito de las edades,
todas mezcladas, vueltas a mezclar, con la baraja de mitos
y los infinitos infrafinitos que son palitos mucho más chinos

 

y mucho más chicos y muchachitos y mucha cita a ciegas
distrae de ser un poco cada día, el que saluda con la mano
marchita diciendo adiós mueve un tanto el aire para su lado,
pero lo pierde apenas cruza los paneles de Katsurâ, laja a laja.

 

Helechos crecen en grises devorados por reírse
de lo que había encima del plinto, pequeño
como la muerte que se atesora al revés de todas
las riquezas, aun siendo muchas, mudas, musas.

 

Chito es shhh. ¡Musa! Es una vieja
transitoria. La de siempre, la de antes de calcarte
y la de antes de antes de entrencontrarte, junto
meras pieles de escrituras portátiles al tacto.

 

Piedad es otra mueca de calar la boca. Pero
a quién le toca golpear la próxima puerta para
ver si de dentro es abierta y cuánto incorpora
el apuro aquel que se introvierte, sacabocado
en la comisura, la cual muy mosca se queda.

 

La cosa, como se sabe, está supersucia y se suicida
con cierta frecuencia que no es poca cosa, sino sin
rosa de poder concertar con cernida esciencia,
aquella que a nadie pertenece, y viaja sola, sin
planeta, por estrellarse en las rocas tarpeyas

 

que son ellas, nada menos, que son bellas que son elfos,
nadan ciegos, son las ninfas los fuegos, golfos, foscas,
tropos, propósitos, atroces salvoconductos, bisbiseos,
miras, páramos, polvos, secreto a voces de las que apenas
pronunciadas disuelven la anarcoboca

 

del testigo, que no acierta a dar el tiro ni se aquieta
con la calma subitánea del alma en pena que se esconde
debajo del mueble de otro tiempo, casi quebranta, cruje
la osamenta anaconda
del anfibio silencio.

 

De la biofobia directriz que encinta cicatriza.
De trizados correveidiles evade el desvío.
De la violencia matriz que corre por su vida.
Invernadero del ensueño simultáneo al almácigo
que con ceguera transversal acaricio, ido en vicio.

 

Se me sale la piadosa marea del resquicio.
Son espinas por el delta sanguíneo a mil.
Se espera en cualquier momento alunicen
en algún satélite del corazón, para plantar
esa guirlanda de banderines que sirva

 

de alimento al viento, el cual no es un solo,
por supuesto, pues proviene de los puntos
que circulan, de manera que acá a la espalda
se dejan soportar como ricos herederos
de una fortuna hecha a base de letreros

 

tras los que advierte una voz escondidiza
de goce, y ese furor que fuera una fiesta,
esa orquesta de insectos en la noche
que precede al otoño por los oros ariscos
en un poroso tan móvil que el ánimo salta.

 

Y está en el aire decidir cuál de lagrimales
sería el estéril menos. Y darle soga al arrastre
de aquellos animales que enrarece el clima,
desastre aparente de las formas y sus lagunas.
Algunas hormas hay que asumen o asustan palabras

 

que usan y abusan un tocazo de nuestros otros,
hasta percudir entre las sacudidas viudas del vaivén
ese derrame que se dibuja en el órgano irrigado
por el uso. Que lo que saque de casillas al usuario
será el hecho en acto de su acatamiento hasta acá.

 

 


Este poema pertenece al libro Saltinstante, si bien concluido circa 2018, todavía inédito.


Reynaldo Jiménez nació en 1959 en Lima, vive en Buenos Aires desde 1963. Libros de la Resistencia (Madrid) ha publicado hasta ahora tres volúmenes de Ganga, su obra poética reunida (2019, 2021 y 2025). Ha traducido, del portugués, entre otros, a Haroldo de Campos, Paulo Leminski, Sousândrade, Josely Vianna Baptista, Arnaldo Antunes, Jorge de Lima; del francés, a César Moro y Francis Picabia; del catalán, a  J.V. Foix. Ha publicado compilaciones de Néstor Perlongher, Gastón Fernández Carrera, El libro de unos sonidos. 37 poetas del Perú y la antología de poesía superrealista La maleta argentina. También publicó diversos ensayos, entre ellos Reflexión esponjaEl cóncavo. Imágenes irreductibles y superrealismos sudamericanosArzonar (sobre Vallejo, Abril y Moro) y Filia índica, textos y fotografías de un viaje a la India (con Gabriela Giusti). Codirigió la editorial y revista-libro tsé-tsé (1995-2008). De próxima edición: Acéntricos. Poesía en el Perú de la década de 1920. Sus grabaciones pueden escucharse en: https://reynaldojimnez.bandcamp.com/

ÁNGEL CERVIÑO: CREO QUE SON LAS PALABRAS, Y NO EL AUTOR, LAS QUE, QUIZÁ, TENGAN ALGO QUE DECIR

 


En la escritura de Ángel Cerviño (Sarria, Lugo, 1956), el sentido se comporta como una máquina con un tornillo suelto: funciona, pero siempre dejando oír su zumbido. Desde Vigo, Cerviño ha levantado una obra que combina el rigor del pensamiento con la sospecha de que pensar es otra forma de hacer poesía. Su escritura habita ese territorio donde lo que se enuncia es apenas un resto, un eco de algo que no ha transcurrido todavía. Su trayectoria poética, aunque breve, condensa un sistema de pensamiento que convierte la escritura  en análisis del lenguaje y el lenguaje en una forma de deseo desviado. El Ave Fénix solo caga canela (DVD Ediciones, 2009) abre el ciclo con una sátira sobre la trascendencia: el mito del renacimiento transformado en un gag, un descenso elegante del símbolo a la materia. En Exogamia (Liliputienses, 2017) el yo se dispersa en una pluralidad de voces que se interrumpen, se duplican, se citan a sí mismas con ironía: una escritura que se analiza mientras se enuncia. Meltemi (2017) lleva esa deriva al extremo, instalando el poema en una corriente verbal que nunca llega a destino; el viento, más que metáfora, opera como fuerza estructural: movimiento sin progreso. Poco Lázaro (Dilema,  2023) culmina la secuencia con un retorno de lo que nunca se fue: el cuerpo del poema que vuelve a la superficie para constatar que el milagro —como el sentido— sólo ocurre en diferido. En Cerviño, la poesía no surge del sentimiento sino del lapsus estructural que separa las palabras de lo que prometen. Su escritura asume que el error no es accidente sino condición, y que el poema funciona  entre lo que se quiere decir y lo que se dice. Hay en su voz un eco de los sistemas teóricos que, más que explicar, enredan: una fascinación por los mecanismos del lenguaje, por su manera de traicionarse a sí mismo. La influencia de ciertas lecturas —no declaradas, pero transparentes para quien conozca los laberintos de la teoría del deseo y del significante— se percibe en su manera de hacer del equívoco una forma de estilo. Cerviño piensa la poesía como un síntoma lúcido, una falla que no se cura porque constituye su propia razón de ser. Su humor  es el reverso exacto de esa lucidez. Es una forma de método: el pensamiento que se disfraza de broma para no morir de exactitud. En sus poemas, la risa nunca es exterior al discurso: emerge desde dentro, como una burbuja de sentido que estalla en medio del argumento. Todo esto convierte la lectura de Cerviño en un ejercicio de inteligencia activa: uno no lee para entender, sino para perder pie con eleganciaLejos del sentimentalismo de catálogo, Cerviño practica  una escritura  en la que el yo no narra, sino que delira con método. Cada texto se comporta como una máquina lógica diseñada para demostrar su propia imposibilidad. Su estética, cercana al barroco por acumulación de pliegues, se sostiene sobre una ética de la distancia: nada se afirma sin que algo lo contradiga. En su obra, el pensamiento se exhibe sólo para desmoronarse con ironía.



Leía el texto de Alberto González-Alegre que aparece en el catálogo de la exposición “Gólgota Suite”. Encontré algunas observaciones que me parecieron muy interesantes con respecto a tu trabajo visual. González-Alegre destaca, entre otras cosas, el tratamiento de imágenes “como si fueran negativos grabados al ácido”, “una perspectiva arquitectónica, deliberadamente distorsionada” y su aparición como si –estas imágenes- fuesen “fotografías desenfocadas”. Tuve que detenerme pues me pareció que González-Alegre estuviese hablando de tu escritura. ¿Cuánto influye el trabajo visual que realizaste en ella?

Hasta hace algunos años se me podría haber considerado un artista plástico que escribe (de hecho, en todos mis catálogos era inexcusable incluir una "intervención textual"), ahora parece que ha girado el eje de mi dedicación y ya soy más un escritor que también hace trabajos de artista. Las dos actividades van paralelas, aunque quizá inevitablemente -por razones de pura optimización de la energía disponible- una de ellas acaba convirtiéndose en fuerza dominante en diferentes etapas de la vida.

Es probable que el grado de extrañamiento que proporciona el ser un extranjero, el haber llegado de otras latitudes, confiera a mi escritura unas características de timbre y acento que en determinados momentos se hacen más visibles; leer y escribir poesía desde una óptica que tiene mucho que ver con las prácticas artísticas vanguardistas y conceptuales, posiblemente me haya llevado a operar de una manera un tanto diferente a otros poetas, pero no es algo premeditado, lo único que sucede es que cuando escribo trato de hacerlo con la máxima intensidad, identificando bien mis intereses y yendo directo hacia el objetivo, procurando dejar de lado cualquier otra consideración. Raúl Quinto lo ha visto bien en una reciente crítica a Exogamia aparecida en la revista Quimera: "El libro se concibe como una aventura performativa, a medio camino entre el arte conceptual y la poesía tradicional". Ahí me siento cómodo en esa situación de frontera. Ahora mismo me gusta pensar que soy un artista que trabaja con el lenguaje.

Por otro lado, es bien conocida una cierta tradición de poetas con actividad artística paralela, en América Latina Juan Luis Martínez y Jorge Eduardo Eielson, o en España José Miguel Ullán y Francisco Pino, han realizado fructíferos experimentos plásticos, y estoy hablando solo de unos poetas que han sido referentes básicos en la conformación de mi propia voz, pero seguro que hay muchos más que han trabajado en varios territorios simultáneamente. Hay que tener en cuenta además que la curaduría de exposiciones, lo que en España se suele llamar comisariado independiente, ha sido -y todavía sigue siendo- mi principal labor profesional desde hace algunos años, con lo que el vector de las prácticas artísticas sigue teniendo una fuerte presencia en mi día a día, e inevitablemente acabará preñando de una u otra manera mis trabajos de escritura.

Tu primer libro El Ave Fénix solo caga canela (y otros poemas) es del 2009 y, tal vez digo, sea el único donde aparecen “poemas”, es cierto que, por momentos, se ven desbordados o por las imágenes en prosa que, como bien señala Ernesto García López “se acercan al reportaje alucinado”, por el diálogo –sarcástico- que estableces desde ahí con el psicoanálisis donde “la poesía parece reírse aquí de sí misma usando sus propias armas”, dijo Juan Manuel Macías. Desde El Ave Fénix solo caga canela… hasta MELTEMI + Tomas falsas has planteado distintos “ensayos”, los cuales –casi por consenso- hacen que se te considere un autor “raro”.

Yo me preguntaba cuánto de esa “rareza” podía responder al hecho de haber llegado de “fuera de la literatura”, no lo sé. Observando este panorama –casi un pandemónium- me gustaría que hablaras un poco sobre tu concepción, no del poema, sino, más bien, de la escritura.

Desde tu perspectiva, ¿qué hace que Cerviño sea considerado un “raro”.

He incluido poemas de apariencia tipográfica convencional en otros libros posteriores, pero tienes razón, es ahí en ese primer libro, donde se dejan ver con mayor frecuencia, supongo que todavía estaba templando mi dicción y tomando conciencia mis propios recursos. Desde el principio, además, tenía claro que quería incluir la palabra "poemas" en la cubierta de El ave Fénix solo caga canela, como una pequeña provocación quería que estuvieran muy juntitas las palabras "poemas" y "caga", de hecho, insistí mucho en eso al diseñador y el resultado fue el esperado: casi se tocan.

En cuanto a la rareza con que a veces se me señala, supongo que, efectivamente, viene de esa extranjeridad de que hablábamos antes, y de la rareza biográfica de que publique mi primer libro de poemas pasados los 50 años, sin haber hecho ningún meritaje juvenil en revistas y antologías, de repente aparezco en escena sin referencias, como salido de la nada. Todo eso debe percibirse de alguna manera en la dicción y el fraseo de mi voz y en el foco de mis investigaciones, y supongo que sueno raro, yo no lo busco, pero posiblemente no puede resultar de otra manera.

En ese contexto la escritura se ha convertido para mí en una exploración acerca de las posibilidades de la escritura, así como el poema se convierte en una búsqueda de los límites de "lo poético", y por allí se mueve como un destacamento de frontera. Creo que la de su propia consecución es la única experiencia de que puede dar cuenta el poema. Las batallas y escaramuzas en que se logra constituyen su único drama: el drama de nombrar. El poema es el primer sorprendido de su propia presencia, y permanecerá encadenado para siempre a la documentación de esa sorpresa, a la voluntad de encontrar para ese registro extraordinario e inexplicable una forma que convenza.

Si toda verdad, como primera condición, ha de estar disponible en el lenguaje, la escritura poética abre el abanico de verdades posibles: explora las variedades de experiencia que el lenguaje consiente. Las diferentes modalidades de presencia de la lengua en los acontecimientos (y viceversa), ese es el territorio que explora mi poesía: los diferentes ángulos de refracción de lo real en el cristal de la escritura. En el siglo XVI a eso en España se le llamaba labores de tercería: amañar encuentros y coser virgos, reunir palabras que no tendrían ninguna oportunidad de oírse sonar juntas. "Quería descubrir cosas en las que nunca había pensado, cosas que jamás habrían surgido de mis experiencias personales" estas palabras de la coreógrafa norteamericana Anna Halprin, me gustaría apropiármelas como epitafio.

La polifonía se constituye en un elemento esencial de tu obra poética, y no sólo, también de tu novela ¿Salpica Dios como un expresionista abstracto?  y vamos, de acuerdo, lo visual es fundamental en tu escritura, sin embargo, noto yo –nunca lo hemos conversado- pensaba en el rol –y la importancia- que pareciera tener allí la música. Releo Exogamia, me detengo ante la movilidad de las imágenes que presentas y que, tal vez, se “te escapan” y vuelvo a la idea de la música, ¿podrías hablarnos un poco de ello?

La música es el arte supremo, todo el que habla desea cantar, como todo el que camina desea danzar. Creo que poco puedo añadir a lo dicho a lo largo de los últimos 27 siglos acerca de las aspiraciones musicales de la palabra poética, solo confirmar que los valores plásticos y táctiles del significante son algo básico para mí trabajo, tanto como los estructurales y constructivos. Pienso en música e inmediatamente vuelvo (vuelo) a una frase de John Ashbery que durante algún tiempo recité como un mantra, en realidad eran dos mantras, MANTRA 1: "Intento usar las palabras de la misma forma que el pintor usa su pintura", MANTRA 2: "La dinámica de la música está en el corazón de mi poesía".

Pero el lenguaje tiene además otra música, una que le es propia y exclusiva, y esta es seguramente la que más me interesa: la música del sentido. Ya en mi primer libro, Kamasutra para Hansel y Gretel, publicado un par de años antes de El ave Fénix solo caga canela y hoy prácticamente inencontrable, que recogía una colección de apuntes de mis cuadernos de artista, tenía clara esta predilección por la música especifica de la palabra, y lo explicitaba en la presentación del texto: juegos de sentido que se organizan en torno a kits de conceptos y resuenan como frases musicales, grupos de notas/ideas sometidas a secuencias de repetición y permuta. Existe una geometría de la ansiedad y una arquitectura del desaliento. El sentido como un juego de posiciones, durante un tiempo he llegado a bromear en privado con esto, autodefiniéndome como "poeta estructuralista".

Existen muchas músicas en el poema y lo interesante es conseguir que suenen juntas, que jueguen juntos sonoridades y conceptos, que se alejen danzando, pero sin llegar a perderlos de vista, que "se escapen" -como tú dices- pero no demasiado: que se mantengan a la distancia justa.

No olvidemos que la palabra "polifonía" alude inequívocamente al universo de la música y cada poema -tal como yo lo concibo- integra diferentes modalidades de interpelación, acumula conflictivas situaciones de habla que han de sonar al unísono, pone el foco en una escena de la que brotan parlamentos de brumosa atribución, incluidos monólogos o diálogos fuera de campo; auténticos "cuadros" verbales (en el más estricto sentido teatral), sobre los que sobrevuela, no siempre invisible, la voz en off del narrador omnisciente -quizá el último disfraz que, a estas alturas, pueda permitirse el yo lírico- pautando con sus acotaciones, y notas al pie, la puesta en escena. Voces contrapuestas pelean por hacerse escuchar en cada página, cada línea habla desde un lugar diferente, y la indisciplina métrica subraya -en sus aspectos más formales- ese juego de decires disonantes; (¡y hay que ponerle música a todo eso!)

Procesiones de máscaras cruzan el espejo en ambas direcciones, chismorreos de muy distinta procedencia compiten y chalanean en cada párrafo: conversaciones atrapadas en el juego de ecos, fragmentos oídos al paso que el viento enreda y la prisa absuelve. El poema se desdice para que el lector sobrentienda, los dos vacíos se solapan y el sentido avanza por superposición y transparencia. Creo son las palabras, y no el autor, las que quizá tengan algo que decir. Tal como estoy trabajando ahora, ya no se trata de expresar atinadamente ideas o sentimientos, sino de perseguir en cada palabra los indicios de poema, el autor "no aspira a decir lo que siente sino a sentir lo que dice", dicho en palabras de Julia Castillo, una poeta clave en mi propia trayectoria desde que comencé a escribir.

Te propongo algo: resígnate sólo un ratito y acepta esa condición de “raro”, una que podría estar muy próxima a otra –detestable, por cierto- como aquella de “experimental”. Sería interesante saber cómo “raro” y, agrego yo, también como un “desgenerado”, cuáles son tus diálogos con la poesía española. ¿Existe una poesía española?

Totalmente de acuerdo contigo, poesía experimental es un fastidioso pleonasmo. ¿Existe una poesía española? Sí, si nos atenemos a los datos que aparecen en las partidas de nacimiento, pero seguramente no es eso lo que me preguntas. La respuesta a esa pregunta me parece muy complicada referida a cualquier país o estado, ¿existe una poesía peruana?; pero en el caso español es particularmente difícil de responder, en primer lugar porque resulta que el español es un idioma compartido en mayor o menor medida con casi todas las naciones del continente americano, y sí los poemas pertenecen a las lenguas, si son creaciones colectivas de todos sus hablantes -afirmación de la que estoy absolutamente convencido-, entonces España es apenas una pequeñísima provincia del español, un pequeño país que apenas puede reclamar un minúsculo tanto por ciento de la titularidad de esos poemas. Pero además en España existe un buen número de excelentes poetas que no escribe en castellano, sino en alguna de las otras lenguas cooficiales, gallego, catalán y euskera, con lo cual la posible respuesta a tu pregunta ya la vemos cada vez más lejos y sus contornos menos definidos. La época tampoco ayuda, vivimos momentos de dispersión y disolución, donde conviven tendencias y categorías muy diferentes sin que ninguna establezca una cierta preponderancia y se alce como canon dominante; el espíritu de la época parece ser que no hay ningún espíritu de la época, sino una tremolina cambiante de espectros en danza.

Y desde ese punto de vista, supongo que ocupo un minúsculo espacio dentro de ese otro pequeño lugar que es el de la poesía que se hace en castellano en España, y solo puedo decir que ahí he trenzado una pequeña red de afinidades y complicidades establecidas en base a intereses e inquietudes compartidas. Quizá cabría destacar un dato que siempre me llamó la atención: la juventud de mis lectores e interlocutores más animosos, sobre todo en un primer momento ellos fueron los que me recibieron con más generosidad y entusiasmo.

Con respecto a los “lugares” que visitas como lector. Se me ocurren Lorenzo García Vega, Eduardo Espina, Eduardo Milán… ¿Cómo se originó esta relación con estos –y otros- poetas?, ¿crees legítima la idea de que en España se inició un diálogo con América Latina y, en general, con lo no-español?

Pues, en mi caso, no sé cómo se originó, pero lo cierto es que siempre me he sentido muy próximo a ciertas poéticas latinoamericanas; ya el primer poemario, El ave Fénix solo caga canela, se abre con una cita del poeta chileno, suicidado con apenas 30 años, Rodrigo Lira ("Que el verso sea como una ganzúa / Para entrar a robar de noche / Al diccionario"), que en aquel momento era tan poco conocido en España que muchos amigos del mundo del arte pensaron que era un heterónimo que me había inventado. El hecho es que desde mucho antes de pensar siquiera en escribir mi primer poema ya me interesé como lector por algunos movimientos poéticos latinoamericanos, como el nadaísmo colombiano, con el magnífico Jaime Jaramillo Escobar, o los infrarrealistas mexicanos con el exuberante Mario Santiago Papasquiaro a la cabeza, muy irregular, pero de una hiriente luminosidad cuando acierta. Quizá el lado contracultural y beatnik de estos movimientos fue lo que en un primer momento me cautivó, pues ese era el caldo cultural de mi juventud, Ginsberg y Corso (sobre todo Corso, soy un fanático del chiflado Gregory Corso y de su "Gasolina") siguen ahí en el fondo de mi pantano, chapoteando y alumbrando fuegos fatuos.

El catálogo de mis intereses en la poesía Latinoamericana se ha ido ampliando año tras año y sus influencias creciendo en mi propio trabajo, ya hemos citado antes a Juan Luis Martínez y Jorge Eduardo Eielson, pero procurando no convertir esto en una lista infinita de nombres, es imposible no acordarse de Lorenzo García Vega o de Eduardo Espina, o de Zurita, o del propio Maurizio Medo (siempre su Lupercal lo tengo cerca) y de los ensayos de Eduardo Milán que tanto me enseñaron, o -por cerrar ya la enumeración- de un raro entre los raros, el narrador cubano Ezequiel Vieta del que póstumamente se editó un pequeño volumen de versos y artefactos poéticos inclasificables, "Y se antojan las velas" (La Habana, 1996), que me parece uno de los libros de poesía más extraordinarios -en todos los sentidos- que he tenido entre las manos. Después llegaron muchos más, empezaron a conocerse mejor en España las nuevas generaciones de poetas latinoamericanos y mi inventario de deslumbramientos no ha dejado de crecer, pero, lo dicho, no vamos a convertir esto en una lista de nombres.

He pensado mucho en ese volcarse de mis intereses poéticos hacia la orilla americana y no encuentro ninguna razón convincente, supongo que es más bien el resultado de un conjunto de inclinaciones sutiles, resonancias de tono y timbre, difíciles de calibrar; quizá el panorama español de los años 70 y 80 me resultaba más adusto, más gris y funcionarial, y muy probablemente en la poesía americana encontré un goce desbordante de la lengua, una feracidad (y también ferocidad) que se acompasaba mejor con mi espíritu, juegos de conceptos y música de las ideas que aquí echaba en falta. Del lado español me alimentaba básicamente de los ya citados Ullán y Pino, de Anibal Núñez o de Francisco Ferrer Lerín, el "raro" de la generación de los novísimos que, aunque lo conocí un poco más tarde, ha llegado a convertirse en una referencia ineludible para mi propio trabajo.

En cuanto a la comunicación entre las dos orillas del idioma, tengo la sensación de que las cosas han cambiado considerablemente desde que se publicó El ave Fénix solo caga canela en 2009, y han cambiado para mejor, en aquel momento era bastante complicado conseguir libros y tener noticias de autores americanos contemporáneos, creo que en estos 10 años se han multiplicado los puentes y los intercambios, básicamente gracias al impulso de algunas plataformas web como Vallejo & Co. o Transtierros, y a proyectos editoriales como Lilliputienses, Kriller 71, Ay del seis, Amargord, ...y alguno más que seguro que me estaré olvidando, que ya nos están proporcionado a los lectores de la península unos catálogos bien surtidos de producciones muy recientes del lado americano. Quizá lo que falta ahora es que a los españoles se nos conozca un poco mejor por allá.


En una entrevista con Eduardo Espina éste le decía al poeta Francisco Layna:

“Usted, Layna, es un extraordinario poeta, y si hoy se hiciera una edición actualizada de Medusario, debería estar incluido. Julio César Galán, poeta universal de Cáceres, y Ángel Cerviño, poeta universal de Vigo, también. Y podría seguir agregando nombres peninsulares”.

Si bien en Latinoamérica hemos superado, aunque parcialmente, el binarismo de lo neobarroco y lo conversacional, ¿te sientes próximo ante el neobarroco?, ¿por qué?

Ya sabemos que las etiquetas estilísticas sirven apenas para orientarse mínimamente a vista de pájaro, pero sobre el terreno tienen muy poca utilidad.

En todo caso, y haciendo esa puntualización de lo precario de las catalogaciones, creo que el movimiento Neobarroco se circunscribe al paisaje americano y a un tiempo muy determinado; hay que pensar por ejemplo que la antología Medusario, uno de sus referentes fundacionales, no tuvo casi repercusión en la península, y acaba de empezar a distribuirse en una nueva edición de la editorial chilena RIL hace solo un par de meses a finales de 2017, más de 20 años después de su aparición en Fondo de Cultura México en 1996.

Dicho esto, no se puede obviar un claro componente barroco, o abarrocado, en mi escritura, si por barroco entendemos la entrega sin reparos a los placeres del significante, el dejarse llevar por el carácter arborescente y omnívoro de un lenguaje que impone su movilidad bullente. Ese es mi barroco: permeabilidad del significante, fuga y desagüe del sentido allá en lo hondo, mientras tratamos de mantener una buena tensión superficial en la superficie; esa es toda la quietud a la que el texto puede aspirar mientras se desangra en lo profundo. A un tiempo, el que escribe se entrega y se resiste a la inestabilidad congénita que diluye los enlaces (lógicos y sintácticos) y da suelta a los materiales que lo conforman: tentación entrópica y resistencia a la disolución, entre ambos polos se tensa la cuerda sobre la que se equilibran las pulsiones enfrentadas del poema. Explorador siempre en peligro de ser devorado por sus porteadores (significante caníbal que engulle el sentido), el texto desorientado cree encontrar una buena dirección y se deja llevar, ...merodea siguiendo las huellas de sus propias pisadas en el barro creyendo que persigue indicios de poema. Torbellino de hablas en busca de asunto, "...poemas atemáticos que encuentran sus temas a medida que el texto se configura como entramado lingüístico", como afirma el propio Eduardo Milán en su libro de ensayos Justificación material. O, por citar a otro maestro americano, Mario Montalbetti, en Llantos Eliseos"las palabras, las frases, los versos esporádicos (...) son más bien los perversos efectos de un idioma que arma sentidos porque no tolera que se le ignore". El lenguaje crea personajes transitorios para hacerse oír, encarnaciones simuladas, como el niño que haciendo voces recrea escenas de la película que acaba de ver: "He do the Police in different voices" (hace voces leyendo los sucesos), T. S. Eliot tomó esta frase, pronunciada por un personaje de Charles Dickens en Our Mutual Friend, como título provisional para la obra que luego conoceríamos como The Waste Land.

Creo que, en todo caso, lo más característico de mi trabajo es el cruce de diferentes códigos escriturales sin privilegiar a ninguno de ellos. Sobre todo, a partir de mi segundo poemario, ¿Por qué hay poemas y no más bien nada? (2013), y de manera si cabe aún más evidente en Impersonal (2015), mi alma barroca se ve obligada a convivir con recursos retóricos que la contradicen y entorpecen su natural tendencia a la proliferación, las notas a pie de página, la multiplicación especular de la función autoral, que se reparte en diferentes papeles: autor, editor, comentarista, voces furtivas que pasaban por allí, ...la introducción en el poema de materiales extra-péticos que funcionan como barricadas anti-exaltación; postigos y ventanas que abren el texto a otros universos a otros discursos, fisuras dispuestas para la huida o la invasión, portillos de muy diverso diseño que descosen las costuras del poema, convertido ya en escenario del que el yo lírico entra y sale acarreando cachivaches textuales, devenido así en tramoyista del poema, atareado, inquieto, sudoroso, acomodando la escena, disponiendo el atrezzo e indicando su lugar a los figurantes.

En los últimos años las distintas escrituras en España, o en las Españas, han aparecido como un verdadero raudal, ¿qué voces han llamado tu atención?, ¿qué podríamos decir respecto a una probable renovación de la(s) escritura(s) en (las) España(s)?

Por mi propia situación excéntrica quizá no soy la persona más indicada para responder a esta pregunta, y solo pueda dar cuenta de mis propios encuentros y afinidades, pero sí que creo que en los últimos años haya comenzado a fraguarse una apertura del foco de atención hacia propuestas más ambiciosas y arriesgadas, una reubicación de los discursos que posiblemente tenga que ver con multitud de factores, comenzando por el imparable cambio generacional, en paralelo con la consolidación de las redes sociales como vehículos para la circulación de textos, o la proliferación de infinidad de editoriales independientes comprometidas con proyectos de escritura más exploratorios, e incluso esos nuevos canales de comunicación, de los que antes hablábamos, que se han abierto con jóvenes poetas latinoamericanos en una dinámica de ida y vuelta, de fructificación de recíprocas influencias; sin olvidar que algunos poetas y críticos muy relevantes realizan su labor docente fuera de España, preferentemente en los USA, estableciendo así nuevas vías de escape y contaminación, un grupo en el que se puede incluir a gente tan diversa como Benito del Pliego, Francisco Layna, Daniel Aguirre Oteiza o Berta García Faet. Todos estos factores dibujan un contexto cada vez más agitado, que pone en evidencia la fatiga de viejas fórmulas confesionales de enunciación y la necesidad cada vez más urgente de renovar los códigos escriturales, empujando todo el sistema hacia la innovación.


Dentro de ese conjunto de fuerzas de cambio, será interesante señalar también la apertura de la función crítica, que ahora se muestra más atenta a las nuevas escrituras emergentes; no hay que olvidar que en poesía las tareas críticas suelen ejercerlas otros poetas, así que la masa crítica crece imparable de forma coordinada: a más poetas innovadores más críticos atentos a la innovación. A esto se suma la consolidación de algunos proyectos de publicaciones poéticas como es el caso, por poner un ejemplo muy significativo, de la revista KOKORO (solo en la red) que tras 16 números en los que han publicado a una cumplidísima colección de nuevos autores muy implicados con el cambio de paradigma, ahora acaban de inaugurar una colección de libros de poesía en colaboración con la editorial Kriller 71. Esas son algunas de las dinámicas que se están produciendo, y en ellas observamos como los propios poetas a menudo toman las riendas, convertidos en críticos, editores, distribuidores, y antologadores o reseñistas. El renacer de la revista Quimera (un clásico de los años 80, ahora en manos de un grupo de inquietos autores) y la infatigable tarea de algunos poetas-críticos como Vicente Luis Mora y Eduardo Moga, siempre atentos a las experiencias más radicales; o la actividad de otros grupos de acción con una vertiente más política y de investigación socio-lingüística, como el colectivo EURACA trabajando sobre "eso que a veces se llamaba poesía", con el primer número de su revista L/E/N/G/U/A/J/E/O ya en la red, en la que participan poetas del calado de Luz Pichel, Sergio Raimondi o María Salgado, y el crítico Esteban Pujals Gesalí, precursor en España de la difusión de los nuevos lenguajes.

No es de extrañar que en ese ambiente tan vivificador proliferen y empiecen a hacerse oír, cada vez con más fuerza, nuevas voces y propuestas. Además, como ya comentábamos en un tramo anterior, siempre que se hable de "poesía española" es necesario tomar en consideración las creaciones realizadas en todas las lenguas cooficiales, y en ese aspecto puedo confirmar que, al menos en el caso de la escena gallega que es la que más de cerca conozco, la escritura poética se anima con aires de renovación de lenguajes; detrás (cronológicamente) de dos figuras clave como Luz Pichel y Chus Pato, que por sí mismas ocupan un lugar bien destacado en el conjunto del contexto peninsular, ya suenan con rotundidad las nuevas voces, un nutrido grupo de jóvenes poetas que están investigando otras posibilidades de enunciación, otros modos de fijación del discurso. La pregunta ahora es: ¿todavía le seguiremos llamando a eso poesía?

Y poco más puedo decir, solo constatar que ya parece que a todos el texto se nos enyerbó. En un gozoso Kamasutra del idioma, la poesía ensaya nuevas combinaciones de los cuerpos físicos de la palabra. El poema solo se presenta -si acaso acude- como entramado de voces y hablas: enramada donde quizá (visto y no visto) salta velocísima la liebre. ¿Era una liebre o solo la sombra nerviosa del brezo que nuestra imaginación agitaba?

 

 

MARÍA TALIA CHOY. EL CUERPO COMO ARCHIVO: MOSTRAR DESAPARECIENDO

 


Desde que se dio la migración masiva de Facebook a Instagram jamás me sentí cómodo en esa plataforma. Pese a ello, «azuzado» por las exigencias particulares de El Laboratorio, que, por cierto, fue el espacio en el que conocí a María Talia, tuve que tragarme el sapo y abrirme una cuenta. Finalmente, uno lleva a cuestas su propia estupidez y, con tal de negarlo, uno no debe culpar de ello a factores como, por ejemplo, las formas comunicacionales de los grupos etarios, todos muy bien dispuestos a «vender(se)» convirtiendo el ser en mercancía. Así, a regañadientes, debí resignarme a estos esquemas lógicos, aunque sin la pericia necesaria para mutar disimuladamente en oferta de temporada e impulsar su consumo como quien estraperlea un producto. 

Las ocasiones en las que debí «vivir la experiencia» fue con el fin de registrar un viaje y no olvidar ciertos detalles—o para compartir alguna vivencia, demasiado valiosa «para malbaratarla» en el Facebook. No es que apareciera en la red aguardando me ladre el hartazgo. Ladró cuando se me interrogó sobre «cuál era mi nicho» y debí resolver otras interrogantes, todas de la misma laya, conforme veía envejecer a los más viejos—carentes de los recursos suficientes para invertir en bótox o corroborar con el Like imprimiendo en la tecla las huellas del índice que, fuera de la pantalla, sobrevivían aún ciertos rituales que provenían de tiempos remotos —como un «café conversado» con alguna otra forma de vida o compartir una chela después de «aparecer» (entre 5 y 10 minutos) en medio del furor de la marcha. Y cada vez que regresaba porque «es importante, Medo. Hazlo por El Laboratorio» inmediatamente huía buscando el barril de Diógenes. 


Sin embargo, en medio de toda esta zarabanda, detecté que María Talia —generalmente silente y esquiva— también tenía una cuenta. La diferencia estaba en que, en las imágenes que compartía, ella no «ofertaba» nada, registraba sus procesos en donde lo visual no se rendía frente a la lógica del narcisismo programado. Lo interrumpía. Aquello que «se dejaba ver» entre fragmentos de ilustraciones borroneadas, reflejos y sombras, en lugar de reconocerse como piezas características de una estética del cuerpo parecían revelar su descomposición luminosa. Las imágenes de María Talia, no celebraban la «presencia» apenas esparcía ciertos rastros con una lentitud incómoda, en la medida que debían ser interpretadas.

Desde que descubrí el registro de Choy en un entorno saturado de yoes, lo que encontraba era una inversión radical: el cuerpo no representa, se suspende. No se ofrece como prueba de existencia, sino como resto, como superficie en la que el tiempo se deposita sin que medien la transparencia ni el relato. Sólo solo apariciones parciales que confirmaban que toda visibilidad es una forma de pérdida. El cuerpo, en este sentido, no comunica, sino que guarda, retiene, archiva. En sus imágenes cada fragmento funciona como una cápsula de temperatura, como un archivo de energía que sobrevive a su contexto. No hay gesto confesional: hay una poética del residuo. Lo que se revela en sus imágenes no pertenece al orden del espectáculo, más bien al del tacto. El ojo no mira, roza. La mirada no posee, toca. Y ese contacto incierto transforma el acto de ver en un ejercicio de deseo.


Choy desarma el régimen de la identidad al disolver su propia autoría. La artista visual se convierte en materia implicada en el registro, pero, en lugar de prolongarse en la obra, parece diluirse en ella. Y así, de pronto, la creación deja de ser un acto de dominio para volverse una entrega sin pronombre, una forma de pensar desde el fragmento y no desde la totalidad. El cuerpo, convertido en archivo, no conserva biografía ni sujeto: sólo intensidades. Lo visible no cuenta una historia, la respira. Lo que se muestra no afirma nada, se defiende del sentido. En ese intersticio —donde la visibilidad y el secreto coinciden— se produce una suerte de erotismo posthumano: la imagen ya no seduce por lo que enseña, sino por lo que retiene en silencio. Lo de Maria Talia Choy es, en el fondo, una pedagogía del límite. Enseña que lo visible no es transparencia sino tensión; que lo que se muestra se resiste; que lo que vemos siempre está, de algún modo, escapando. En un medio diseñado para la exhibición total, su gesto consiste en mostrar desapareciendo, en revelar sólo para velar mejor.