MAURIZIO MEDO. SALIRSE DEL SURCO*: HISTORIA SECRETA DE "MANICOMIO"

                                                                                             

                                                                                                                                       A Maritza Amelia Purin Kukurelo

 





Cuando nos encontramos con ciertos conceptos que llegaron al presente después de sobrevivir un largo transcurso de tiempo cargando a cuestas con su particular complejidad suscitando una abigarrada confusión de orden semántico, para comprenderlos a cabalidad se tendría que hacer un parangón entre aquello se que nos «revela» frente a lo que, simultáneamente se nos está, «ocultando». Para ello lo más conveniente es «dar un salto de garrocha» y traspasar los límites establecidos por el gramado en el que nuestro idioma desarrolla las acciones del juego —la semántica es sólo eso, un juego— y descubrir y rastrear su significado original de acuerdo a su origen y su razón de ser. Felizmente aún tenemos de nuestro lado parte de los antiguos saberes que, alguna vez, supo rescatar la etimología,  para corroborar que hay una llamativa distancia entre el origen y el significado actual de ciertas palabras, y más aún ahora, en la que el idioma, azuzado por la edulcoración proveniente de un superfluo neovictorianismo,  es víctima de una superpoblación léxica con una alarmante vacuidad de significados.

 

En algunas conversaciones, todas bastante breves, con algunos quienes, como yo, están implicados en este coloquio, pude manifestar que, de acuerdo con mi perspectiva, fundamentada en distintas experiencias, restringir el «delirio» al terreno de lo etiológico, termina arrasando con algunas concepciones del mismo o, como ocurre también, merced al furor neovictoriano, desnaturalizándolas. Por ello preferí remontarme a sus orígenes con la tentativa, cada vez más utópica de procurar un diálogo. La palabra "delirio" es de origen agrícola. Proviene del latín delirare, que significa "salirse del surco", refiriéndose a la acción de un arado que se desvía del camino trazado al labrar la tierra. En sentido figurado, pasó a significar "salirse de la línea recta" o del camino correcto: de aquello que está «normado» y que, por lo tanto, es lo «correcto». Esto está en boga y es “utilizado” (del latín utilis, hecho para servir) para responder a esa tendencia a la «sobrediagnosis», una forma de delirio colectivo alimentada por la ignorancia supina que rige el discurso de redes.

 


El discurso, que proviene del latín discursus, del verbo discurro, significa “correr de una parte a otra”, lo cual no excluye que, en este desplazamiento, uno pueda también salirse del surco. El discurso, en la medida en que es capaz de salirse de la «regla[1]», también puede constituir una forma de delirio. Esto lo encontramos cada vez más presente en las redes sociales, las cuales parecieran pareciera decirnos que, para ser «legítimamente posmodernos», debemos «padecer» de algún tipo de trastorno. Más de la mitad de estos se reduce a estrategias de marketing cuyo propósito es hacernos ver como especímenes más «interesantes» en un contexto en el cual la víctima es el héroe, o al menos gana más Likes. Mientras pensaba en ello, recordé otro concepto que Agamben supo rescatar de la tradición clásica: la “versura”. Originalmente, se refería al punto en que el arado da la vuelta al final de un surco. Agamben la define como el momento en el que “el verso rompe su unidad sonora para entrar en la experiencia común”. Agamben relaciona la versura con la idea de profanación, ya que, al pasar de la antigua forma cerrada del verso a un uso más abierto, el lenguaje se libera y se restituye al uso común. No obstante, lo que no se tiene en consideración es que hay tantos surcos como tantas formas de darle vuelta al arado. Por lo tanto, ninguna es la «correcta». O todas.

 

La filosofía, en su afán de complicar lo obvio, nos regala un dúo perfecto para justificar la inacción intelectual. Deleuze, con su Ritornello, ofrece la coartada auditiva: esa melodía pegadiza que tocamos para no mirar el apocalipsis por la ventana (Deleuze & Guattari, 2025). Es el jingle corporativo de nuestra propia existencia, construyendo un "territorio" de seguridad tan ridículo como necesario. Mientras la humanidad tararea la familiaridad, Agamben irrumpe con la Versura, que no es otra cosa que el momento exacto en que la música se detiene y la máquina histórica nos pide una contraseña que olvidamos. Asociar ambos es patético y profundo: el Ritornello es el intento desesperado de no alcanzar la Versura (Derrida, 2022). Es la manía de recalentar el pasado en el microondas existencial para evitar enfrentarse al futuro. Así, la vida se reduce a una lucha patética: tararear más fuerte o aceptar que el script está a punto de dar un giro violento (Agamben, 2024). El ritornello siempre gana, claro, porque ¿quién quiere la verdad cuando tiene una burbuja de familiaridad financiada con deuda (Zizek, 2021)? La Versura solo ocurre cuando nos quedamos sin batería y el jingle deja de sonar (Badiou, 2023).

 

El verdadero peligro del delirio se da cuando la masa -esa entidad metafísica- decide compartir la misma alucinación. En La "Historia de la Estupidez Humana" de Paul Tabori encontramos con escalofriante precisión, cómo la humanidad se ha esmerado en suspender la lógica por los motivos más absurdos y fútiles. Entre sus "logros" más patéticos figura la alquimia, esa noble y lunática obsesión por convertir el plomo en oro, demostrando que la ilusión de riqueza fácil siempre superará a la química básica.

 

Los delirios sociales se presentan en formas igualmente gloriosas, todas impulsadas por la vanidad. Tómese la Manía del Tulipán, un episodio de locura especulativa donde la gente decidió, sin motivo aparente, que un bulbo rayado valía más que su mansión, hipotecando su futuro por una flor. Luego está el refinado arte del duelo: la práctica socialmente aceptada de matarse por un chisme o un tropiezo en la calle, probando que la vanidad es, de lejos, la causa de muerte más noble y estúpida. Y no podemos olvidar el arte supremo de la moda, donde generaciones enteras han optado por la tortura física y la restricción de movimiento —desde corsés que prometían la silueta de un insecto hasta pelucas tan altas que impedían pasar por puertas— solo para asegurar su estatus social. La incomodidad y el ridículo son, al parecer, efectos secundarios del buen gusto.

 

Sin embargo, el delirio más oscuro y devastador que Tabori registra es el de la caza de brujas, donde la paranoia y la misoginia se vistieron de piedad para quemar a decenas de miles de personas. Un simple resfriado, una mala cosecha o un vecino envidioso eran pruebas suficientes para justificar un juicio sin apelación. Qué conveniente es culpar al diablo de la estupidez colectiva.

 

El libro también se regodea en las supersticiones médicas (sangrar al paciente, la mejor y más fiable cura para todo) y la deslumbrante fe en los Profetas de la Fecha Final, cuyo calendario siempre falla, pero cuya audiencia jamás.
Tabori documenta cómo las masas adoptan con entusiasmo la pseudociencia más absurda y los remedios más peligrosos. Estas narraciones confirman un patrón constante: la vergonzosa facilidad con que el ser humano se autoengaña y, peor aún, se organiza para autoengañar al prójimo. El mensaje final es demoledor. Como el propio Tabori concluye, sin atisbo de esperanza: "La historia demuestra que el hombre siempre ha sido un animal crédulo[2]."

 

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En sí mismo, el delirio no es un defecto; es un upgrade de sistema operativo que finalmente desactiva la función de "sentido común". Rendirse a la locura es ascender al plano donde la lógica de mercado no aplica, y el límite de crédito es un holograma (Freud, 2021). El delirio es quizás la única virtud que la civilización moderna no ha logrado vender en Amazon, aunque se esfuerza. Mientras el cuerdo se estresa por la hipoteca, el delincuente ya ha convencido a su banco de que el dinero es solo una idea.

 

¿Quién necesita la realidad cuando se puede fabricar una infinitamente más cómoda, más tailored a tus gustos y libre de impuestos?

 

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El día 30 de julio del año 20 el periodista Carlos Alejandro Noyola en una conversación con Isgrò observó:


A los veintisiete empezaste a tachar enciclopedias. Desde entonces no has parado. Haciendo analogías con otros aspectos de la vida, aseguraste que se tacha para revelar, no para destruir. ¿Qué quieres revelar? Aunque la pregunta se haya hecho muchas veces, parece inagotable, ¿por qué borrar? ¿Por qué tachar?

 

—Se tacharespondió Isgrò— para revelar, no para destruir. Especialmente hoy que la comunicación global paradójicamente hace que la comunicación sea imposible; evita que comprendamos de dónde viene la información y hacia dónde va. Un artista, por otro lado, no puede mostrar sus cartas de antemano, porque corre el riesgo de que su trabajo pierda la "estética de la información", que alguna vez se llamó simplemente sorpresa. Por lo tanto, incluso cuando el público no entendía el significado de la cancelación, confundiéndolo con un gesto de aniquilación, tuve cuidado de no reiterar que lo cierto era exactamente lo contrario. Dejé intacta la ambigüedad de mis intenciones (que a veces preferí ignorar) para permitir que el público se hiciera del papel protagónico. Esto sin apelar nunca a la teoría de Umberto Eco de la "obra abierta", porque mi trabajo es un trabajo cerrado, de hecho, sellado, y por eso explotó de repente.







Si Isgrò quien es un «artista» aquello que, hipotéticamente, realizaba para ser considerado así, no estaba en su capacidad para generar, producir, provocar. Pues, Isgrò no «producía», no sumaba; cancelaba, es decir, restaba. El siciliano se «salió del surco», ¿tendríamos que asumir que «deliraba» o, más bien que se expresaba mediante una forma que antes no había sido experimentada?

 

Si se tratara sólo de un delirio, existen tantas formas, ¿cómo nos explicamos la anécdota en la que el artista estadounidense Robert Rauschenberg va al taller del maestro Willem de Kooning para proponerle que le diera uno de sus dibujos para borrarlo. A Kooning no le hizo mucha gracia la idea, pero comprendió el juego y aceptó el reto. Consciente del carácter simbólico del gesto, le entregó un dibujo muy difícil de borrar y por el que sentía mucho afecto. Así nació la obra titulada De Kooning borrado por Rauschenberg.  Ello se refería explícitamente al hecho de «crear borrando» práctica que, tiempo después, reaparecería «en otro idioma» y en otro contexto, por ejemplo, a través del «tachismo» de José Miguel Ullán.  Miguel Casado escribió sobre José-Miguel Ullán (en ARDICIA, Cátedra, Madrid, 1994):

 

“Sobre una página impresa se realiza el gesto doble de recuadrar algunas palabras y tachar el resto. El lector busca por la página la articulación de una posible frase entre diseminados grafismos que, tanto como tachan, disponen un laberinto para su mirada. Su función resulta, en efecto, ambigua: su poder gráfico o sus pautas compositivas llaman la atención, como si también estuvieran a punto de significar; otras veces, descubren partes del texto base no subrayada, pero así legibles, abriendo la posibilidad de un itinerario diferente y dejando al lector libre de mantenerse fiel o no: Aislar, oír, vienen a sustituir a decir.” (Op.cit., página 71). ¿Y qué? ¿Ullán también se salió del surco?, ¿y por qué no?

 

Cuando Roger Waters lanzó ¿Es esta la vida que realmente queremos? en 2017, él creía estar haciendo un comentario político sobre la censura, pero sin saberlo cayó en el campo semántico de Isgrò. Su portada replicaba el mismo dispositivo visual: bloques negros sobre texto impreso, visibilidad fragmentaria—, pero sin tener una consciencia de la elaboración conceptual.





 

El Tribunal de Milán entendió que la “idea de borrar” podía ser genérica, pero que la forma concreta del borrado —la disposición rítmica, la textura de la tinta, la tensión entre palabra expuesta y palabra sacrificada constituía estilo, y por tanto autoría. Lo que estaba en juego era una ontología del espacio negativo. El fallo, fechado el 25 de julio de 2017, prohibió la comercialización del disco en Italia y reconoció a Isgrò el derecho sobre su gramática de la ausencia.

 

Si yo me refiriera a las experiencias de Isgrò, y, desde otra perspectiva, a la de Ullán, sin la mediación de un análisis, como ocurriría también con la experiencia de Rauschenberg, los «especialistas» no titubearían al momento de afirmar que tales propuestas surgieron en la medida en que fueron capaces de «salirse del surco», y que experimentaron con la realidad de un modo no convencional. Sin embargo, ninguno de estos «especialistas» podría definirlas como síntomas de un estado de confusión.

 

Tanto en Isgrò como en Ullán lo que, en realidad, se manifiesta es una lúcida claridad conceptual, pero que está «fuera de la norma»: el pintor, pinta, no tacha; el escritor, escribe, no cancela.


De acuerdo con Deleuze, el delirio permite pensar la diferencia en sí misma y la relación de lo diferente con lo diferente, sin pasar necesariamente por las formas de la representación de un mismo patrón. Estas experiencias podrían interpretarse como formas de resistencia a la normalización revelando una subjetividad que no ha sido incluida en las diferentes categorías artísticas, políticas y sociales tradicionales.

 

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En mi experiencia con Manicomio el «crear borrando», que, tal como comentaba, implicó tanto a Isgrò como a Ullán, habría constituido la materia prima ideal para representar un idioma que no existe, ¿cuál es aquel en el que se comunican los pacientes de un manicomio si cada uno de ellos sobrevive perdido en la sublime órbita de su propio delirio sin la conciencia plena de un «afuera »?

Por ello tal razón exigencia fue la de ensamblar una microlengua valiéndome de los viejos vademécums para expresarse, no en español, pero sí en cierta forma de español, en el idioma aparece yuxtapuesto o con la calibración del eco onomatopéyico de ciertos fármacos: fe ner gan pimpamperona. Ben peridol brom peridol (esto gracias a los viejos vademécums a los que hacía mención), con algunos conceptos teóricos tomados de la filosofía del primer Deleuze, Paul de Man, del psicoanálisis lacaniano, con antiguos nombres de hoteles y callejuelas del siglo XVIII, con algunos eventos históricos, amén de ciertos materiales que Perloff denomina como propios de la arriere-garde y con algunas características particulares del habla de los reclusos imaginariospor ejemplo, la tartamudez de Carroll— con ciertas citaciones transducidas (que implican tanto a Martín Adán, como a César Vallejo, a Viel Temperley o Paul Celan y el Test de Rorschach —y otras expresiones que podían abandonar momentáneamente su origen, funcional, para vibrar con la clave de la música modernista (el del «metaforón chocanero » hasta recuperar su significado original como una «verdad histórica» generalmente no referenciada —para configurar una serie de rizomas, epifanías y murmullos en banda de Moebius que presentan a un sujeto impersonalizado por las fracturas que lo constituyen hasta paliar la devastación de la cosa en la palabra, por lo que se ve obligado a intentar matar la lengua materna desde la teoría joyceana de la impersonalidad, donde el lenguaje, en sí mismo, es el máximo exponente de la verdad, y la historia de las palabras como base para conocer la historia de los hombres  (Eco 1993: 10).

Si Medo aparece en el libro éste podría tratarse de cualquiera de los croatas apellidados así. 

Manicomio podría ser un síntoma en el que, por momentos, se demuestra que no hay forma de diferenciar un discurso de un delirio, pues el «salirse del surco», como decía, también puede caracterizar dicha manifestación. Así, las creaciones peyorativamente catalogadas como delirios bien podrían ponerse en la misma categoría con los discursos más depurados y aceptados socialmente, Isgró y Ullán son una prueba, aunque algo parcial de ello.

Con respecto a este punto ya Freud había señalado en 1913 este detalle, en el momento en que visualizó el delirio como algo muy semejante a un sistema filosófico; la misma lógica de construcción que subyace a uno se encuentra en el otro.

La razón y la referencia fáctica están tanto en el uno como en el otro; por consiguiente, determinar cuál es el que se colectiviza y por qué lo logra, es la misión, más allá de la veracidad inherente a cada uno de ellos es algo que hoy correspondería a los creadores de contenidos sabiendo de antemano que, mediante la recurrencia a la verdad, no se podría hacer lindero entre el delirio y cualquier otro discurso catalogado como normal.

Así, Manicomio se «salió del surco» pues, no conforme con ello, se diseñó pensando en su continua reelaboración verbo lingüística y en la incorporación de nuevos elementos icónicos en cada nueva edición. Hasta hoy van 10. Y cada una constituye un nuevo original. Me resisto a pensar en un libro con el carácter de un nicho.

Ya, desde una perspectiva personal, Manicomio, habiendo transcurrido el tiempo necesario como para pensarlo, y también expresarlo,  para mí se constituyó en una manifestación del denominado “problema funcional del delirio”, esto es, me refiero al delirio producido para atenuar ciertas consecuencias negativas de otros procesos, citando otra vez a Freud,  un “parche” colocado sobre el lugar donde originalmente hubo una fractura en la relación entre el ego y el mundo externo. Y esta es la idea en la que me basaré para explicar el origen en lo que fue y significó la experiencia de la escritura del libro en sí.

Si, como hijo, desarrollé una suerte de aversión ante la imagen del padre, ya explicaré las razones de ello,  Manicomio es un libro escrito desesperadamente por el padre que siempre seré, poco después haber experimentado el dolor de la muerte de un hijo, de mi hijo y, mientras pensaba en esto, la única visión que tenía ante mí era la de Ludy, mi esposa, postrada en la cama de la que, entonces, fue nuestra habitación, hasta experimentar cierta sensación de pánico ante la posibilidad de que a ella pudiera pasarle algo.

Incluso, el día de hoy, 22 años después, esto no deja de suscitar en mí un temor inenarrable. Por ende, en el momento en que escribí Manicomio, yo no quería saber nada de la realidad, ésta me sobrepasaba. La imagen de Ludy, yaciente en la cama, parecía superponerse con la de mi hijo muerto a quien sólo pude ver mientras transportaban su cadáver por un corredor del hospital.  Para mí todo ello constituyó una experiencia límite de la que, a toda costa, debía huir para no enloquecer, no del todo.

¿Cómo? En este caso a través de la construcción de un mundo alterno: Manicomio.

La atmosfera de ese lugar no me era del todo ajena. En 1982, a la edad de 17 años, mi padre, convencido de que yo estaba desarrollando una incontenible adicción por la mariguana, decidió internarme en el SEM (Sanatorio de Enfermos Mentales) durante un mes, así, de paso, aprovechaba «y me alejaba de la mariconada esa de la poesía».

¿Cuáles fueron los síntomas para que mi padre llegue a tal conclusión?

Yo vivía, vivo aún, muy aislado, pero, en ese entonces, encerrado en mi habitación pues había descubierto la escritura como una forma de catarsisy, cuando dejaba el habitáculo,  constantemente era descubierto por él con los «ojos rojos». 



La salud mental en el Perú en los años 80 era tan sofisticada como para diagnosticar que alguien, quien «está encerrado en su habitación y tiene los ojos rojos» no está desarrollando alguna adicción, sino que, más bien, puede estar presentando un cuadro depresivo —tal como fue el caso— pues esto que narro se dio como una consecuencia al descubrir que mi amor adolescente me estaba engañando, laureándome con la insigne corona del cornudo.

Así, los materiales bibliográficos consultados para construir el «idioma médico» de Manicomio, por momentos se entrecruzaban con la bruma de esa antigua vivencia sobre la que no pienso entrar en detalles, aunque guarde de ella un sinfín de anécdotas. Ya advertí que mi padre, en su delirio, había vislumbrado que, de paso, mi estancia en el SEM, me curaría «de la mariconada esa de la poesía».

Cuán irónica es la vida que esa dicha representó para mí la convicción de estar «predestinado» a ella. No existe adolescente sin egolatría. Pero si afirmo esto fue porque en el SEM, accediendo a un pedido de Juan Mejía Baca, a quien conocía desde niño, debido a su amistad con mi abuelo, terminé siendo un eventual contertulio de Martín Adán.

Su presencia fortuita en mi vida, no diré su «luz» pues, por ese entonces, Don Rafael, aunque lúcido y por qué no, aún brillante, podía pasar como un simple viejo taciturno.

Hay conversaciones con Adán que aún conservoy que, en su momento, sólo compartiré con Andrés Piñeiro, sea porque se lo prometí, comprometiéndome a ello, y porque se conoce muy poco respecto de la estancia de Adán en el SEM.



Así, el espectro de Adán junto a la figura del joven que llegó al sanatorio una madrugada convulsionando pues, había sido «poseído» y creía que sólo con mi bendición se liberaría del asedio de ese espíritu luciferino; la de Coco, con quien en algún momento compartí habitación, y supe de él, unos años más tarde,  cuando escapó del SEM para descuartizar a su padre y luego colgar cada uno de sus restos de un cordel; la de X quien evadía su sufrimiento prometiéndome que «el lunes su hermano nos traería un tramboyo» alegrando el día de ambos, aunque jamás en mi vida había visto un tramboyo;  la de N quien recogía compulsivamente las colillas de los cigarrillos que tirábamos al suelo para fumarlos mientras se quemaba los labios y la punta de los dedos, también pasaron a formar parte del recinto que logré conservar en la memoria y del que, llegado el momento, no quise abandonar.

En el SEM incluso fui obligado a someterme a la prueba del Pentotal, la misma que probó pues, años después tuve acceso a la grabaciónque lo más próximo que estuve al consumo de las estupefacientes, que obsesionaban tanto a mi padre, se reducían al hecho de haber probado alguna vez una taza de té Huyro, bien cargada.

En el SEM me sentía más seguro que en casa, tanto así que, llegado el momento de mi alta, no quise dejarlo. Después regresaría como parte de un voluntariado para atender a los reclusos:

 Todo seguía igual/ pero algo había cambiado.  

En ese sentido, como pude descubrirlo «desde adentro», e incluso me ocurre el día de hoy, yo no sé cómo no ser transparente, ni tampoco cómo debo construir «una figura pública», tal como, en su momento, pudo hacerlo con tanto esmero Chocano. ¿Qué habría sido del mundo si Chocano hubiera accedido al Instagram? Qué duda, un infierno.

A mí me parece una acción muy loable que, por ejemplo, hoy, la Biblioteca de la PUCP, se afane por conservar límpida su memoria, aunque, mientras se ocupan de tan noble faena, más de la mitad de la obra de Adán permanece desconocida y buena parte de los libros de Onorio Ferrero, mi abuelo, los mismos que ilusamente donamos, cumpliendo con así con lo que creímos, habría sido su genuino deseo, se estropeen, y se sigan estropeando, conforme transcurre el tiempo, porque el polvo y la humedad carecen del alma noble de un archivista o un bibliotecario.

En lo personal, a mí el delirio experimentado con Manicomio, Ludy lo llama así, me salvó. Uno debe estar muy lúcido para escribir sobre los locos. Pero, así en esa ocasión el delirio me salvó, también me condenó, porque la gran lección que dejó en mí, fue la importancia que tuvo, y que tiene la alteridad.  La viví en mi trato con los reclusos fraternalmente, justo cuando ésta hoy parece estarse extinguiendo amenazada por la lógica interseccional de los wokes criollos, para quienes, seguramente, el delirio no es «políticamente correcto». Y me salvó también en que descubrí que, a veces, los «espacios seguros» en realidad son aquellos que, a simple vista, parecieran ser los más peligrosos, entre comillas, pues allí nadie es tan importante como para vivir intocado por las ocurrencias del humor del Otro, aunque esto  «pueda herir una sensibilidad», eso forma parte de la realidad del estar auténticamente vivos, y no locos en la ficción fascista de un té de tías con modales neovictorianos.

Un filósofo de la PUCP me decía: «nos hacen falta personajes, compadre» y esto se evidencia cuando el temor al delirio obra de modo tal que quienes escriben lo hacen con la exigua lucidez de un profesionista, ávido por construirse un nombre consagrándose en una carrera.

DELIRIO, no sé si Giovanna Pollarolo me esté escuchando, tendría que ser el nombre de una de las materias para quienes estudian, ¿estudian? «Escritura Creativa» porque, en realidad, delirar es abrir una fisura en el presente que no se aísla del mundo, lo atraviesa, lo nombra de otro modo, lo descompone.

Su palabra, y su dimensión subjetiva, no obedecen a la ley del padre, diría Deleuze, sino al temblor de la historia. Es experimentar y pensar nuestra realidad saliéndose del surco. Y no como un oficinista.  




[1] Tal como advierte Agamben, quien está familiarizado con la historia de las órdenes monásticas sabe que, al menos en los primeros siglos, es difícil comprender el estatuto de lo que los documentos llaman «regla». En los testimonios más antiguos, regla significa simplemente conversatio fratrum, el modo de vida de los monjes de un determinado monasterio.

[2] Tabori, Paul. Historia de la Estupidez Humana. Barcelona: Ediciones B, 2005.

Fuentes consultadas: Agamben, G. (2024). El Punto Ciego de la Historia: Un Manual de Desorientación. Vueltas y Vueltas Editorial. Badiou, A. (2023). La Canción del Ladrillo: Poética de la Repetición. Círculo Vicioso Publishing. Deleuze, G. & Guattari, F. (2025). Mil Mesetas de Ruido Blanco. Ediciones Anticonceptuales. Derrida, J. (2022). La Desconstrucción del Ascensor: Subir y Bajar sin Llegar. Editorial Ausente. Eliot, T. S. (2020). Sinceridad: La Enfermedad que Nos Mata. Tapa Dura Ediciones. Freud, A., Jr. (2021). Manual de Supervivencia Emocional para Cuerdos Irrelevantes. Eterna Juventud Press. Kafka, F. (2019). El Delirio como Estrategia de Inversión. Visionarios Anónimos Publishing. Tabori, Paul. Historia de la Estupidez Humana. Barcelona: Ediciones B, 2005. Zizek, S. (2021). Comer Palomitas y Esperar la Catástrofe. Cine y Neurosis Colección.

 

 



















*Charla en "Alienaciones: Arte, Delirio y Sociedad en Latinoamérica". Coloquio internacional.

FRANK SHERLOCK.NO BORDER NO CRY. FRANK SHERLOCK. TRAD. CARLOS SOTO ROMÁN

 

STEVE MCURRY




Olvida que tus bailarines estaban fuera de la ley
Olvida el hambre
Olvida el genocidio
Olvida que Walt Whitman te odia
Olvida tu cara distante reflejada como la del Otro
Olvidan que te hicieron policía para demostrar que eres capaz de obedecer
Olvida las viviendas sociales
Olvida que la Ley de Extranjería y Sedición fue creada porque no se puede confiar en ti
Olvida la vergüenza que fue lanzada sobre ti en forma de banderas de contención  
Olvida que te hicieron implorar ser blanco
Olvida tus días paganos de brujería y el desenfreno que hace que el poder se ponga nervioso
Olvida el Temor Rojo
Olvida los himnos de los trabajadores organizados que tan a menudo van acompañados por danzas irlandesas
Olvida a los brigadistas cosechando café sandinista en las colinas
Olvida 1649
Olvida las rebeliones de esclavos en Barbados luchando hombro a hombro con los africanos
Olvida que todavía te dicen flojo y borracho
Olvida que te colgaron una y otra vez
Olvida que el Imperio cambió su receta para absorberte
Olvida que dijeron que eras salvaje
Olvida al que llamaron «Castro en mini-falda»
Olvida África      Olvida Palestina               Olvida a un St. Michael quemándose  en American Street &
Conviértete en un promotor de la Gran Casa
Conviértete en un Rizzocrata
Conviértete a la Asociación de Defensa del Ulster aquí en el Suroeste o en el Sur de Boston
Conviértete en un erudito en la Biblia de bolsillo de Cromwell
Conviértete en un carnicero de Shankill
Conviértete en un defensor de la corona por la recompensa de ser digno de usar la blancura
Conviértete en el cabeza de fiambre que asesinó a Fred Hampton
Conviértete en el Voluntario del Año
Conviértete en un francotirador en la 60ª y Springfield
Conviértete en alguien que Domina el “agarrar el látigo”
Conviértete  en “Top Gun” Stephen McKeag
Conviértete en un defensor de la aplicación de la ley
Conviértete en una víctima de la fatiga de la compasión
Conviértete en un portavoz de la detención sin cargos
Conviértete en un negador del Holocausto
Conviértete en contra de la inmigración
Conviértete en Sean Hannity
Conviértete en un miembro titular de las instituciones que en el fondo te odian
Conviértete en un amnésico
Conviértete en un nuevo nativista
Conviértete en un pirómano de iglesias
Conviértete en un quemador de cruces                  
Recuerda a los Provos Negros
Recuerda a Assata cuando pienses en Joe Doherty
Recuerda las raíces del Derry Libre en el Berkeley Libre
Recuerda a tus parientes como gente en barco desde Cork Saigón o Alepo
Recuerda el lirio de agua que hay que usar en Pascua & en el Día Internacional de los Trabajadores
Recuerda lo irlandés del Che Guevara
Recuerda el momento de silencio por los mártires del Parlamento Indio
Recuerda a Fanny Howe
Recuerda a Mac Maharaj
Recuerda que tu gente se hizo portorriqueña
Recuerda a los Trabajadores Industriales del Mundo en los muelles de Filadelfia organizando a los irlandeses & a los polacos & a los afro-americanos
Recuerda a los presos palestinos que sacaban a escondidas cartas de apoyo a Sinn Fein
Recuerda a los desertores del batallón de San Patricio
Recuerda la luna saliendo sobre Sharpeville
Recuerda a los Berrigans forjando misiles en rejas de arado
Recuerda la marcha del Domingo Sangriento modelada en Selma-Montgomery
Recuerda que Nelson Mandela nunca te olvidó
Recuerda la calle Bobby Sands en el centro de Teherán
Recuerda a los Panteras que les dieron la llave de Nueva York
Recuerda que la justicia en el Norte es sobre hacer justicia primero
Recuerda a Guantánamo cuando pienses en las huelgas de hambre
Recuerda que sin fronteras no hay llanto





steve mcurry



Forget that your dancers were outlaws
Forget the famine
Forget genocide
Forget that Walt Whitman hates you
Forget your distant reflected face as the Other
Forget that they made you police to prove that you could obey
Forget the tenaments
Forget that the Alien & Sedition Act was created because you couldn’t be trusted
Forget the shame that was thrown over you in the form of flags to contain
Forget that they made you beg to be white
Forget your witchy pagan days & the wildness that makes power nervous
Forget red scares
Forget anthems of organized labor that were accompanied so often by reels
Forget brigadistas harvesting Sandinista coffee in hills
Forget 1649
Forget slave rebellions in Barbados fighting shoulder to shoulder with Africans
Forget that you’re still called lazy & drunk
Forget you were hanged over & over again
Forget that Empire changed their recipe to absorb you
Forget that they said you were savage
Forget who they called “Castro in a mini-skirt”
Forget Africa   Forget Palestine  Forget a burning St. Michael’s on American Street &
Become a Big House enforcer
Become a Rizzocrat
Become UDA here in Southwest or South Boston
Become well-versed in Cromwell’s Pocket Bible
Become a Shankill Butcher
Become a crown grunt for the reward of being able to wear whiteness
Become a ham-head who murders Fred Hampton
Become Volunteer of the Year
Become a sniper at 60th & Springfield
Become someone who Master lets hold the whip
Become top gun Stephen McKeag
Become an apologist for law enforcement
Become a victim of compassion fatigue
Become a mouthpiece for detention without charge
Become a holocaust denier
Become against immigration
Become Sean Hannity
Become a dues-paying member of institutions that hate you deep down
Become an amnesiac
Become a new Nativist
Become a church arsonist
Become a burner of crosses   or
Remember Black Provos
Remember Assata when you think of Joe Doherty
Remember Free Derry’s roots in Free Berkeley
Remember your kin as boat people from Cork Saigon or Aleppo
Remember the lily to be worn on Easter & Mayday
Remember the Irishness of Che Guevara
Remember Indian Parliament’s moment of silence for martyrs
Remember Fanny Howe
Remember Mac Maharaj
Remember your people became Puerto Rican
Remember the IWW on Philadelphia docks organizing Irish & Polish & Black
Remember Palestinian prisoners who smuggled out letters of Sinn Fein support
Remember San Patricio Battalion deserters
Remember the rising of the moon over Sharpeville
Remember the Berrigans beating missiles to ploughshares
Remember the Bloody Sunday March modeled on Selma-Montgomery
Remember Nelson Mandela never forgot you
Remember Bobby Sands Street in downtown Tehran
Remember Panthers who were gifted the key to New York
Remember Justice in the North is about justice first
Remember Guantanamo when you think of the hunger strikes
Remember No Border No Cry



Fuentes: 
https://organizeyourown.wordpress.com/special-projects/frank-sherlock/
https://soundcloud.com/danieltuckerchicago/no-border-no-cry-by-frank-sherlock

 

 

 

 

 

 

 

KANDINSKY. CONFERENCIA PRONUNCIADA EN LA GALERÍA DADÁ. HUGO BALL (1917) TRAD. DANIEL BENCOMO

 


Zúrich, febrero de  1916. Emmy Hennings y Hugo Ball delante de “la Lechería”, la Taberna holandesa en Spiegelgasse número 1, un par de días antes de la inauguración de la Taberna de Artistas Voltaire. En la pared el cartel de Marcel Slodki que anuncia el Cabaret, a la derecha Lenin de incognito, sin perilla, camino de su apartamento en Spiegelgasse, 14.




Hugo Ball (1886, Pirmasens, Alemania – 1927, Tessin, Suiza), es uno de los principales artífices del Dadaísmo, uno de los artistas-pensadores que encarnan una época y brindan luz sobre ella. Como bien se sabe, es cofundador junto a Tristan Tzara, Hans Arp y Marcel Janco, del Cabaret Voltaire en 1916 y de él proviene la denominación «Dadá» de la revista y movimiento. Un año después, en los primeros meses de 1917, afianzado y con algunas notas de madurez en su carácter, Dadá abre un nuevo espacio en Zürich, en concreto sobre la Bahnhofstrasse, número 19. El sitio ocupa los locales de la antigua galería Coray y toma el nombre de Galería Dadá; se inaugura el diecisiete de mayo con la exposición «Tempestad»: «La serie 1 de Tempestad incluye cuadros de Campendok, Jacoba van Hermseek, Kandinsky, Paul Klee, Carl Mense y Gabriel Munter»[1]. El 7 de abril Hugo Ball brinda la conferencia «Kandinsky» en la Galería Dadá, uno de sus anhelos respecto a Vasili Kandinsky desde 1914, fecha en que tuvieron que distanciarse por la guerra: «Ayer fue mi conferencia sobre Kandinsky. He hecho realidad un antiguo proyecto que llevaba acariciando largo tiempo. El arte total: cuadros, música, danza, versos —ahora lo tenemos aquí. A Coray le gustaría publicar esta conferencia junto con otra conferencia de Neitzel y algunas reproducciones»[2]. En «Kandinsky»[3], Ball no sólo se remite a la obra pictórica del prolífico artista, sino que, como lo afirma la nota anterior, rastrea el concepto vertido por Kandinsky de la obra de arte total. Indagación de las fracturas de su tiempo, radiografía de una época que estaba por brindar sus instantes de mayor depravación, también es «Kandinsky» una alta valoración del pensamiento estético del ruso y su recreación en sus cuadros; oteo aguzado en los horizontes de su quehacer artístico: sus orígenes vitales en Rusia, el germen intelectual en sus teorías sobre el arte. Ante todo, esta conferencia es el hálito intelectual de uno de los instantes más efervescentes de las vanguardias. Lector crítico de Nietzsche—a quien también dedicó una amplia conferencia— y en general del pensamiento occidental, su prosa tiene resonancias de la violencia alegre del filósofo; pero justo donde polemiza con él es el punto donde se hermana con Kandinsky: la posibilidad de lograr una espiritualización absoluta del arte; su apertura en tanto acontecimiento sagrado, pero que no renuncia a su religiosidad y las cotas metafísicas que esto conlleva. No obstante su tardío regreso al Cristianismo —cerca del final de sus días preparó incluso un estudio sobre tres cristianos bizantinos—, la obra poética[4] y ensayística de Ball representa una de las más fuertes y joviales críticas a su época y a sus estructuras condicionantes, modernizantes.

Daniel Bencomo


Kandinsky. Conferencia pronunciada en la Galería DADÁ (1917) /Trad. Daniel Bencomo

 

1.      El tiempo

 

Tres cosas son las que sacudieron, hasta lo más profundo, el Arte en nuestros días, le concedieron un nuevo rostro y lo colocaron ante un auge nuevo y violento: la completa desdeificación del mundo por parte de la filosofía crítica, la liberación del átomo en la ciencia y la estratificación de las masas en la Europa de nuestros días.


Dios está muerto. Un mundo colapsó. Soy dinamita. La historia del mundo se partió en dos mitades. Hay un tiempo antes de mí. Y un tiempo después de mí. Religión, ciencia, moral: fenómenos que surgieron de la condición de temor de los pueblos primitivos. No hay más pilares ni apoyos, ningún fundamento que no fuera resquebrajado. Las iglesias se han vuelto castillos en el aire. Las convicciones, prejuicios. No hay una sola perspectiva más en el mundo de la moral. Arriba es abajo, abajo es arriba. Ocurre la transmutación de todos los valores. El Cristianismo recibió una acometida frontal. Los principios de lógica, de centro, de unidad y razón, fueron evidenciados como postulados de una teología ambiciosa de dominio. El sentido del mundo desapareció. La finalidad del mundo en consideración al Ser elevadísimo que lo mantenía reunido, desapareció. El caos irrumpió. El tumulto irrumpió. El mundo se mostró a sí mismo como un atropellarse y arremeter de fuerzas desencadenadas, unas contra otras. El hombre perdió su rostro celestial y se volvió materia, azar, conglomerado, animal, producto demencial de abruptos e insuficientes pensamientos trepidantes. El hombre perdió su lugar extraordinario que la Razón le había resguardado. Se volvió partícula de la Naturaleza, visto sin prejuicios un ser similar a un sapo o a una garza, con miembros desproporcionados, con una protuberancia saliente del rostro que tiene por nombre «nariz», con puntas salientes que se acostumbra llamar «orejas». El hombre, hasta entonces ataviado con la ilusión divina, se volvió común y corriente, en nada más interesante que una piedra, construido bajo las mismas leyes y dominado por ellas, desapareció en la Naturaleza; se tuvieron toda clase de precauciones para no verlo con demasiada precisión, si es que no se deseaba perder, con horror y repugnancia totales, los últimos residuos de respeto ante esa imagen lastimera del Creador fallecido. Una revolución contra Dios y sus criaturas se llevó a cabo. El resultado fue una anarquía de demonios liberados y poderes naturales. Los titanes se alzaron y arruinaron las villas celestiales.

Pero no sólo se quebraron sus muros; se destruyeron, descuartizaron, pisotearon también hasta sus granos de arena. No quedaron siquiera las piedras apiladas unas sobre otras: ni siquiera quedó un granito, un átomo junto a otro. Lo Inamovible fue arrasado. Piedra, madera, metal arrasados. Lo inmenso se hizo chico y lo chico creció desorbitadamente. El mundo se hizo monstruoso, siniestro; el comportamiento racional-convencional, la proporción, desaparecieron.

La teoría de los electrones produjo una peculiar vibración en todas las superficies, líneas, formas. Los objetos cambiaron sus figuras, su peso, su forma de encimarse y contraponerse a los otros objetos. Del mismo modo que los espíritus en los terrenos filosóficos, los cuerpos fueron despojados de toda ilusión en los terrenos de la física. Las dimensiones crecieron, las fronteras cayeron. Como últimos principios ante la arbitrariedad de la Naturaleza quedaron el gusto individual, el compás y el logos del individuo. En medio de la oscuridad, del miedo y la carencia de sentido, un nuevo mundo lleno de intuiciones, preguntas, significaciones, elevó su enorme testa. Y un siguiente elemento irrumpió, amenazante y destructivo, con la búsqueda desesperada de un nuevo orden para el mundo en ruinas: la cultura de masas de las grandes ciudades. La vida individual pereció, la melodía pereció. La percepción solitaria desapareció. Los pensamientos y las percepciones acometían complejos el cerebro; los sentimientos, sinfónicos. Aparecieron las máquinas y tomaron el lugar de los individuos. Complejos y seres surgieron de un horror suprahumano, supraindividual. El miedo se convirtió en un ser con millones de cabezas. La fuerza dejó de medirse en relación a un ser humano, para ser valorada en caballos de fuerza. Turbinas, cuartos de calderas, forjas, electricidad, dejaron surgir campos de fuerza y espíritus, que someten a las ciudades con su atronadora violencia; nuevas batallas, extinciones, Asenciones; nuevas celebraciones, cielos e infiernos. Un mundo de demonios abstractos engulló la opinión individual, desgarró los rostros individuales en máscaras inalcanzables, engulló las expresiones privadas, saqueó los nombres de las cosas únicas, destruyó el Yo y sacudió los mares de las emociones, dispuestas unas sobre otras, hasta enfrentarlas entre sí. La psicología se volvió un parloteo. Los seres complejos escandalizaron. La metafísica retumbó atronadora, crujió interminable. Las más sensibles vibraciones y las inauditas masas monstruosas se dibujaron en el horizonte, apiladas y confusas, penetrándose unas contra otras.


Fotografía del fotógrafo que fotografía a Emmy Hennings y Hugo Ball


1.      El estilo

Los artistas en este tiempo están dirigidos al interor. Su vida es una lucha contra la demencia. Se sienten desgarrados, partidos, molidos, cuando no se les concede, por un momento, encontrar el equilibrio, el balance, la necesidad y la armonía en su obra. Los artistas en este tiempo no adornan las habitaciones de caza como en el Renacimiento. No cuentan fábulas infantiles como en el Rococó, incluso carecen del motivo de la divinización, como sí lo encontraron el Gótico y el joven Renacimiento. La más fuerte afinidad que aún muestran sus obras es con las espeluznantes máscaras de los pueblos primitivos, con las máscaras de la peste y con las máscaras temibles de los peruanos, australianos y negros. Los artistas de nuestros días son ascetas de su espiritualidad que dan la espalda al mundo. Llevan su existencia en la ausencia profunda. Son precursores, profetas de una nueva era. Sus obras tañen en un lenguaje conocido apenas por ellos. Se enfrentan a la sociedad como lo hicieron los herejes en la Edad Media. Sus obras filosofan, politizan, profetizan a la vez. Son precursores de una época entera, de una nueva cultura integral. Se les entiende de manera difícil y sólo cuando se ha modificado el fundamento interior, cuando se está listo para romper una tradición de un milenio. No es posible entenderlos cuando se tiene fe en Dios en lugar de tenerla en el Caos. Los artistas en este tiempo se dirigen contra sí mismos y contra el Arte. También los últimos fundamentos aún ilesos les resultan problemáticos. ¿Cómo podrían ser útiles o conciliadores o descriptivos o complacientes? Se desprenden del mundo fenoménico, del cual sólo perciben contingenca, desorden y desarmonía. Renuncian libremente a la representación de seres naturales, a los que consideran lo más deforme entre lo deforme. Buscan lo esencial, lo espiritual, lo no profanado todavía, el trasfondo del mundo fenoménico, para ponderar, ordenar, armonizar su nuevo tema en claras, inequívocas formas, superficies y volúmenes. Devienen creadores de nuevos seres naturales, que no tienen símil en el mundo conocido. Ellos crean cuadros que no son mímesis alguna de la Naturaleza, sino una proliferación de la Naturaleza en nuevas y hasta ahora desconocidas formas fenoménicas y secretos. Tal es el júbilo victorioso de estos artistas, crear seres que se denominan cuadros, que mantienen un mismo alejamiento junto a una rosa, un hombre, un rojo del ocaso o un cristal.

El secreto de los cubistas es el intento de romper las convenciones de la superficie pictórica; colocan sobre el lienzo más de una superficie imaginaria, las cuales toman como base. El gran secreto de Kandinsky radica en que él, en tanto precursor y más radical que los cubistas, rechazó toda figuración por impura y retornó a la forma verdadera, al sonido de las cosas, a su esencia, a sus curvas fundamentales. En Picasso, el fauno, y en Kandinsky, el monje, ha encontrado nuestro tiempo sus más grandes denominadores. En Picasso la oscuridad, lo grisáceo y la tortura del tiempo; su ascetismo, su mueca infernal, su profundo penar, su gemido y su estruendo, sus avernos y tristezas inefables, su rostro cadavérico y su negro dolor. En Kandinsky su júbilo, su vértigo festivo, su tormenta celestial, su fuga de arcángeles, sus coloridas quijoterías, sus azulgranas marsellesas, su auge: un vuelo querubínico de fanfarrias azul-amarillas llamando al infinito.

 

III. La personalidad.

Kandinsky es liberación, confianza, redención y sosiego. Uno debería peregrinar a sus cuadros: son una salida del desorden, las derrotas y desesperaciones del tiempo. Son liberación de un milenio en el colapso.  Kandinsky es uno de los grandes renovadores, portavoces de la vida. La vitalidad de su intención es desconcertante y asimismo inaudita, como lo fue la de Rembrandt para su época, como la vitalidad de Wagner lo fue para un tiempo apenas anterior a nosotros. Su vitalidad abarca por igual la música, la danza, el drama y la poesía. Su significado reposa en una iniciativa que es al mismo tiempo práctica y teórica. Él es el crítico de su obra y de su época. Es el poeta de versos inalcanzados, creador de un nuevo estilo teatral, compositor de algunos de los libros más espirituales que la nueva literaura alemana ha presentado. Sólo una contingencia, la irrupción de la guerra nos impidió poseer un libro suyo sobre el teatro, en el formato e importancia de «El Jinete Azul». La misma contingencia evitó la fundación de una sociedad internacional para el Arte, impulsada por él, cuando buscaba los medios para la realización de sus composiciones escénicas. La consecución de esa sociedad habría traído incalculables resultados para revolucionar el teatro.

Kandinsky es ruso. La idea de la libertad es en él tan enfática aplicada en los terrenos del arte. Lo que dice sobre la anarquía, recuerda a frases de Bakunin y Krapotkin. Solo que él aplica el concepto de la libertad de un modo completamente espiritual en la estética. En «Der blaue Reiter» escribe, sobre la cuestión de la forma: «Nombramos anarquía al estado actual de la pintura. La misma palabra es aquí utilizada para describir el actual estado de la música. Bajo esa palabra se entiende falsamente un abatimiento y un desorden sin ninguna estrategia. La anarquía es, sin embargo, un método y un ordenamiento, los cuales no se producen a través de una violencia exterior y finalmente fallida, sino que son creadas por medio del sentimiento del Bien». Ese «sentimiento del Bien» o la «necesidad interior» es el único y último principio creador que él reconoce. La «necesidad interior» por sí sola proporciona lindes a la libre intuición, la necesidad interior dibuja la forma exterior y visible de la obra. La necesidad interior es a donde todo arriba por último; distribuye los colores, formas y pesos; la que porta la responsabilidad por el más riesgoso experimento. Ella sola es la respuesta a la pregunta por el sentido y el fundamento primigenio de los cuadros. En ella se documentan tres elementos sobre los cuales la obra se compone: tiempo, personalidad y principio estético. Ella desarrolla el tono principal, del cual se desprenden los tonos secundarios. Es el último umbral que el artista conmocionado no es capaz de destruir. Y de ella misma, de la forma de sus obras, dice Kandinsky: «El espíritu crea una forma y se convierte en nuevas formas», y de otro modo: «Lo más importante no es el nuevo valor, sino el espíritu que se ha revelado en esa obra. Y luego la libertad necesaria para la revelación». De acuerdo con él, cada obra deviene «un niño de su tiempo y madre del futuro». Mientras persigue hasta lo más íntimo el tono, la esencia de una cosa, otorga al mismo tiempo la más amplia libertad de movimiento. Kandinsky declara su nacionalidad no sólo en la forma, también en los colores. La colorida Rusia existe en sus cuadros como en ningún otro. Las inmensas superficies nevadas, sobre ellas los granas del amanecer o del crepúsculo, los colores frambuesa del tintineo de la troika, los vivaces vitrales de las tabernas de los campesinos, los colores de sus fiestas y los azules de los mantos de la Virgen, claridad y lucidez glaciales; aunada a ello la difuminación de los colores, tal cual aparecen en las auroras boreales, verde poderoso, blanco, cinabrio; cuando se piensa en los cuadros de Kandinsky reducidos en formato, reunidos en tamaño duodenal[1], se encuentra en ellos la intensidad y los colores de las imágenes de los santos pintadas en vitral. Y una vez que uno ha descubierto Rusia en sus imágenes, luego se encuentran formas de pozos, formas compositivas que evocan uno de los hombros con peso de los cargadores de agua (como en «Cuadro con mancha roja»). Luego se encuentran los jinetes esteparios, los galopes, las letanías y fiestas de Pascua, cuyas reminiscencias no consiguió apagar por sí mismo el arte más espiritual. Luego se encuentra la sosegada y sencilla, la inmaculadamente cristiana, la intacta y silenciosa Rusia que respira un aire de fábula; la Rusia que, como en una mañana creciente arde enorme y violenta en el cielo. Luego uno considera a Kandinsky un heraldo de la libertad de su pueblo cercado por Japón y por Groenlandia. Para mí siempre fue apreciado de manera especial el cuadro «Número 41», en el cual precisamente esa sensación fronteriza, ese despertar, esa pureza de la luz polar de Groenlandia y la finura de las formas japonesas, se mezclan y confirman de la manera más delicada. Para nosotros, europeos occidentales, esa íntegra pureza cromática y esa dimensión de lo intuitivo lucen a nuestros ojos como Romanticismo. ¿No ha sido romántica desde siempre Rusia para Occidente? ¿No fue Dostoievsky el último gran romántico? ¿No es el Cristianismo ruso el último y más fuerte bastión del Romanticismo en la Europa de nuestros días? Tal es su valor cultural.

1.      El pintor

En tres obras teóricas se ha pronunciado Kandinsky sobre la esencia de su arte: de manera general y en sentido cultural en el almanaque publicado junto a Franz Marc, «Der blaue Reiter»; especialmente sobre la cuestión de la forma en Sobre lo espiritual en el Arte; sobre la cuestión pictórica en su propia autobiografía, en el Álbum Kandinsky que apareció en la editorial Sturm.


En «Der blaue Reiter» y en De lo espiritual en el Arte, Kandinsky delimitó fuertemente su problemática formal contra el Expresionismo, así como ante el Cubismo y el Futurismo. Considera al Expresionismo y al Futurismo como rumbos que sólo aspiran a un tratamiento más fuerte e idealizado de las impresiones. Resultado de ello es una superficialización de lo exterior (en lugar de los paisajes, salones de café, interiores que trajo el impresionismo, aparecen autos, aviones, bombillas, etc.). Ahí se da algo así como una burda fantasía que no renuncia al objeto ni a su materialidad, sino que lo transforma y en algunas ocasiones subraya aún su materialidad. En el cubismo, Kandinsky encuentra todavía solo una forma transitoria. «El cubismo muestra con qué frecuencia las formas naturales deben supeditarse con violencia a los fines constructivos, y cuáles obstáculos innecesarios se producen en tales casos». El cubismo, que promulgaba un contrapunto a la forma, que aplicó el dogma de las formas geométricas sencillas al tratamiento del objeto, es considerado por Kandisnky como una expresión que abarca con insuficiencia el reino sinfónico del tiempo; le parece adolecer de una autolimitación deliberada (ascesis de Picasso). A la clara construcción geométrica que ahí subyace, que en ocasiones salta a los ojos, le opone la libre construcción más rica en posibilidades, más plena en expresión, de un secreto rembrandtismo. Cuando hoy en París se escucha maldecir al cubismo como un «arte boche» debido a sus ásperos, cuasi prusianos centralización y orden, es una certeza considerar a Kandinsky como uno de los primeros que se manifestaron en contra de la férrea organización del cubismo, el cual coloca valores morales en el lugar de los valores estéticos. Kandinsky también abordó las proporciones numéricas como principio constructivo. Pero si los números son la última manifestación de las leyes estéticas: ¿porqué debe llamarse 1 el número en lugar de 0.33333?; es decir: ¿porqué la forma primitiva en lugar de la más complicada? La belleza es un orden que no puede verificarse ni a la primera ni a la centésima vista. La belleza es un múltiplo del orden no calculable. El cubismo trabaja con la gramática, Kandinsky con la lábil necesidad interior. Su arte apunta al desencadenamiento y capta al tiempo con todas sus aristas, secretos, excusas, con todos sus trasfondos y sus primeros planos, todos sus sofismas y todas sus duras y tiernas contradicciones y réplicas. El cubismo se sirve de los círculos y ángulos; mide, pesa, corta, es violento y duro, juez inexorable y testigo incorruptible. El cubismo castiga y recompensa, tiene algo de la Inquisición española y de una rectangulización de principios alemanes. Fuerza el detalle en lugar de darle libertad.  El cubismo purifica y «prusifica»[2] el Arte. Es feo por principio y según Kandinsky, justo ésa debería ser su belleza. Y así es también.

Los riesgos de su propio arte los observa Kandinsky en dos terrenos: en la aplicación puramente abstracta del color, emancipada por completo, en formas geométricas; en el ornamento que no surge de ninguna alegoría o jeroglífico expresivos; y en la sobreanimación, en la deriva de las formas hacia lo fabuloso, que extrae del espectador fuertes vibraciones mentales, puesto que experimenta el juego de la ilusión en el país de lo fantástico, pero no se ocupa más de lo serio. Entre esos dos polos —cuyo rechazo en el intelecto y la intuición, requiere del artista abstracto la más inmensa de las exigencias— se extiende el tema de Kandinsky: «La batalla de los tonos, el equlibiro perdido, los ‹principios› en caída, inesperados golpes de tambores, grandes preguntas, un aparente afán sin destino, aparentes impulso y nostalgia desgarrados, exhaustas bandas y cadenas, hacer de los múltiples el uno, contradicciones y contrastes».

Tres distintos niveles de expresión de la imagen, menciona, corresponden a su vez a tres distintas formas de tratamiento intensivo de la naturaleza exterior: impresiones, en las cuales es representada una sensación directa de la naturaleza exterior; improvisaciones, las cuales son, sobre todo, inconscientes y súbitas expresiones del carácter interior, expresiones de la naturaleza interior; y composiciones, sinfonías lentas y cuasi pedantes que se elaboran y retocan tras los primeros bosquejos, vivencias de colores y formas.

Puede verse que la renuncia a la figuración no es para él ningún dogma, sino una pregunta intensiva. Con cuál inaudito compás sin embargo, con qué sensibilidad para el peso y su balance, con qué talento para el equilibrio trabaja Kandinsky: tal es la potencia de su don. Aquí el equilibrio deviene balanza de la esencia del mundo. Nada es llevado a juicio ni recibe un castigo o recompensa, tan sólo adquiere serenidad: el bien se une al mal, el mal al bien. Sosiego, alegría e igualdad se producen; equidad, libertad, hermandad de las formas. Siempre en primer término la grandiosa libertad. Cada forma que se abre paso encuentra lugar, halla su lugar en el cosmos. Nada es presionado. Todo debe florecer, temblar, existir con júbilo, alarido y trompetas.

Con maldad se nombró a Kandinsky, durante sus años de academia, un pintor de paisajes; y lo es, pero no en el sentido más convencional. Pintó paisajes, sin embargo eran los paisajes de la composición espiritual de Europa de 1913 y más aún de la Rusia que resquebrajó el absolutismo para escapar de él. Pintó esos paisajes de los transfondos espirituales con abrasador colorido, en el cielo de un tiempo nuevo.


Kandinsky ha reflexionado mucho sobre una teoría armónica de los colores, sobre la moralidad y la sociología de los colores. Sus resultados los ha compartido en De lo espiritual en el Arte, de manera tabular y teórica. Brinda una interesante y literaria psicología del color en afiliación a Delacroix, van Gogh y Sabanejeff, al crítico Skriabin, que intentó implementar una escala musical de los colores. Kandisky conoce la fuerza sanitaria, animal y motora del color; reúne elementos para una clave general de la pintura, pero su última palabra no es un catecismo cromático, ninguna teoría armónica, sino siempre y sólo el principio liberador de la necesidad interior, la cual permanece como única guía y seductora. «Los primeros colores que provocaron en mí una fuerte impresión, fueron el verde vivo y luminoso, el blanco, el rojo carmín, el negro y el amarillo ocre». Luego se sabe lo que esos colores representan para él: «El verde es en el reino de los colores, eso que en el reino humano es la así llamada  burguesía; un elemento feliz, inmóvil y satisfecho consigo mismo, restringido hacia cualquier dirección. Blanco, tal el símbolo de un mundo donde todos los colores han desaparecido en tanto substancias y propiedades matéricas. Ese mundo está tan por encima de nosotros que no podemos escuchar ninguno de sus sonidos. De ahí proviene un gran silencio, el cual aparece ante nosotros como un muro indestructible, inexpugnable que va hacia el infinito. Rojo: el cálido y luminoso rojo despierta el sentimiento de fuerza, energía, afán, decisión, alegría, triunfo; recuerda musicalmente al estallido de las fanfarrias que acompaña la tuba».  Así uno entiende que Kandinsky, que piensa en colores, encuentra su mundo más maduro ya desde la infancia, cuando éste aún no podía, en toda su singularidad, arribar a la conciencia. ¿Tienen entonces sus figuras algún sentido figurativo y psicológico? Apenas. Su psicología de los colores demuestra sólo la agudeza y la sensibilidad con la que prueba los colores, es sólo un intento por apropiarse de los últimos secretos de aquella «necesidad interior»;  un tomar por asalto las fronteras de su arte, pero por ningún motivo una señal del camino hacia una interpretación figurativa de las imágenes.

Y al final de la autobiografía se dice: «Mi madre es moscovita de nacimiento y reúne en sí las características que para mí encarna Moscú: belleza exterior, llamativa, absolutamente seria y severa; sencillez de raza fina, energía inagotable; una unión de tradición con auténtico espíritu de libertad, única por su fuerte nerviosismo, su imponente y majestuosa tranquilidad y su heroíco dominio de sí misma. Moscú: su redoblado agitamiento, su complicidad, su alta movilidad, el choque y la confusión de las apariencias, las cuales dibujan en lo más profundo un rostro propio y unitario, con las mismas características en la vida interior. La totalidad de ese Moscú, el interior y el exterior, la considero el origen de mis aspiraciones artísticas». Una puesta de sol sobre las cópulas y torres de Moscú la describe como la más fuerte impresión de su juventud. Dos grandiosas impresiones artísticas conserva de sus años de estudio en Rusia: una representación del «Lohengrin» en el Teatro de Moscú, y Rembrandt en la Heremitage de San Petersburgo. Sobre Lohengrin escribe: «Los violines, los profundos tonos graves, y muy especialmente los instrumentos de viento encarnaron entonces para mí la fuerza entera de las horas de la víspera. Veía todos mis colores en el espíritu. Aparecían ante mis ojos. Salvajes, casi terribles líneas se dibujaban ante mí. No me tuve suficiente confianza para expresar que Wagner había pintado con música ‹mis› horas. Pero me fue perfectamente claro que el arte en general era mucho más poderoso que cuando apareció ante mí; que por otro lado la pintura podría desarrollar fuerzas tales como las que la música poseía. Y sobre Rembrandt escribe: «Rembrandt me ha sacudido profundamente. La gran división del claroscuro, el fundirse de los tonos secundarios en los grandes sectores, la fusión de esos tonos en esas piezas, que como un doble e inmenso sonido afectaban cada lejanía y me recordaban de inmediato las trompetas de Wagner, me reveló por completo nuevas posibilidades, fuerzas suprahumanas de los colores en sí y sobre todo la elevación de la fuerza a través de las combinaciones, es decir, oposiciones. Más tarde entendí que esa división invocaba que apareciera un elemento sobre el lienzo, por principio extraño e inaccesible a la pintura: el tiempo».

2. La composición escénica y las artes

En «Der blaue Reiter» escribió Kandinsky una crítica de la «obra de arte total» wagneriana, a favor de la obra de arte monumental del futuro. Su crítica se dirige contra la enajenación de cada una de las artes que formaban parte de la obra de arte total de Wagner, las cuales fueron utilizadas para elevación de la expresión, para el énfasis y el fortalecimiento de la expresión, en repugnancia de las leyes artísticas inmanentes a ellas. La idea de Kandinsky de una composición escénica monumental parte de condiciones opuestas. Él imagina una confrontación de las artes singulares, una composición sinfónica en la cual cada una de las artes, vueltas a su condición esencial como formas elementales, sólo aportan las notas para una construcción o composición sobre el escenario, que a su vez valida a cada una de las artes en tanto materia expresiva independiente, y crea una nueva obra de arte a partir de la mezcla de ese material purificado: la obra monumental del futuro. En dos de dichas composiciones escénicas, «Sonido amarillo» publicada en «Der blaue Reiter» y en la aún inédita «Telón violeta», ha cumplido en la práctica con su teoría. Quizá sólo de manera esquemática. Su talento, quizá relativo en esa forma, no indica nada contra la genialidad de la concepción ideal, que por sí sola habría representado una poderosa, demoledora violencia frente a autores de la ecuanimidad de Ibsen, Maeterlink o Andrejew, si en definitiva se hubiera llevado a escena, al menos por una vez, con amor.

De acuerdo con Kandinksy la composición escénica debe consistir de:

1.      el tono musical y su movimiento,

2.      el sonido corporal-espiritual y su movimiento, expresado a través de hombres y objetos,

3.      el tono del color y su movimiento (una posibilidad escénica especial).

Lo que entiende Kandinsky bajo el primero y tercer punto es claro a partir de todo lo precedente. Sobre el sonido corporal-espiritual y su movimiento a través de hombres y objetos, así como también de la danza, escribe: «Un movimiento muy sencillo, sin objetivo conocido, actuá en y para sí de modo significativo, misterioso, festivo. Sobre ese principio debería ser y es construida la «nueva danza», la cual es el único medio, el significado total, para aprovechar el sentido total del movimiento en el tiempo y el espacio. Estamos ante la necesidad de la fundación de la nueva danza, la danza del futuro. La misma ley del aprovechamiento incondicional del sentido interior del movimiento, como del elemento principal de la danza, surtirá aquí efecto y llegará al objetivo. Así como en la música o en la pintura no existen sonidos «horribles» ni «disonancias» exteriores, pronto así será percibido, en la danza, el valor interior de cada movimiento, y la belleza interior reemplazará a la exterior. A los movimientos sin belleza fluye de inmediato una violencia insospechada y una fuerza llena de vida. A partir de ese momento empieza la danza del futuro». En la editorial Piper, Kandinsky publicó una colección de poemas que ha nombrado Sonidos. Como precursor también en la poesía, Kandinsky ha presentado acontecimientos espirituales puros. Con los medios más sencillos ha proyectado en los Sonidos movimiento, crecimiento, color y tono, como en «Fagot». Aquí la negativa de la ilusión acontece a través de la oposición de elementos ilusorios que se recogen y elevan[3], extraídos del lenguaje convencional. En ningún otro lado, ni siquiera con los futuristas, se ha intentado una audaz purificación como ésta. Y Kandinsky no ha dado todavía su último paso. En «Sonido amarillo», ha descubierto y aplicado, por primera vez, la expresión sonora abstracta, compuesta sólo por vocales y consonantes armonizadas.

 

 

 

 

[1] El formato duodenal, en alemán Duodezformat, era un tamaño típico de edición de libros, que consistía en doblar el pliego de papel para obtener 12 hojas, por lo regular de tamaño pequeño. (N. del T.)

[2] «Prusificar», verbo a partir de Prusia que emplea Hugo Ball.

[3] Traducimos el verbo “aufheben” como “recoger y elevar”, cercano a la intención hegeliana, sabida cuenta que Hugo Ball poseía una sólida formación filosófica y que aquí tiene el sentido propio de una superación dialéctica. (N. del T.) 

1, 2 Las citas que aquí se presentan provienen del diario de Hugo Ball en su versión en español, La huida del tiempo (Acantilado, Barcelona, 2005, trad. de Roberto Bravo de la Varga, ensayo de Paul Auster y prefacio de Herman Hesse).

[3] La versión que aquí preparamos parte del original en Der Künstler und die Zeitkrankheit (Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1984), disponible en la página http://www.zeno.org.

[4] Preparé versiones de un puñado de poemas de Hugo Ball y una nota introductoria para el número 74 (abril-junio 2012) de la revista «La Colmena» de la UAEMEX.