—Lo único que yo critico son ciertas tendencias autocomplacientes o mediáticas, las mismas que valoran el poema como producto —suena mejor que mercancía, ¿verdad?— pero estamos hablando de lo mismo, ¿no te parece?. Hoy por hoy el sobredimensionamiento —y la romantización — de la figura del poeta lo convierten en algo muy semejante a una estrella pop. Es más lucrativo, al menos para el capital del ego.
Hablar hoy de la idea de «trabajo» hace que el poema se humanice hasta constituir una forma política que encuentra su medio de expresión en una estética, que, bajo ninguna circunstancia ha dejado, ni dejará de ser ética. El poema es un acto tan político como estético cuya base no es otra que la ética. ¡Una santísima trinidad¡ —que, si te gusta la imagen en sí, nos posibilita el profanarla, así la volvemos sagrada, pero en la medida de lo humano.
Hace unos días en El Laboratorio presentamos el libro de Valese, «Un fuego como el mar» y en determinado momento Valese, ella es lesbiana, declaró: «en el acompañamiento Maurizio fue una lesbiana» y, si bien, aunque como lesbiana no sería precisamente una amazona, si lo fui en la medida del vínculo establecido. Un comentario como el de Valese me honra. El acompañamiento que desarrollo en El Laboratorio surge de un respeto irrestricto por el texto que se procesa, que se acaricia, que se patea. No yo. Sino, más bien nosotros, el participante y el acompañante. Muy al estilo ignaciano.
¿Y aún así te das
el tiempo suficiente para dirigir un blog, el cual, a decir de muchos, es uno
de los más paradigmáticos del siglo XXI y seguir publicando, qué experiencias
podrías comentarnos sobre Malincuor?
—Dejé Transtierros varios años. Y sí, hay al menos dos o tres
generaciones que crecieron teniéndolo como referencia. Si no como una
influencia como un parachoques frente a la nadería. A lo largo del tiempo he
tenido grandes compañeros, Luis Eduardo García, Jorge Posada, mi querida Ana
Claudia Díaz. Hoy trabajo, cuando ella puede, que son pocas veces, pero son, con Tania Favela,
y también, incluso cuando no puede, con Reynaldo Jiménez. El objetivo que nos
reúne es una utopía: la de salvar la escritura de sí misma, siendo conscientes,
como dijo alguna vez Vallejo, que hay que ser poetas hasta dejar de serlo. Me ilusiona pensar en Transtierros como una piedra en el
zapato de la academia más puritana y conservadora, de todos aquellos que se
descubren como gestores de corrientes y acciones que, en lugar de ser
primicias, tal como ellos hubieran pensado, están presentes en la escritura
hace uno o dos siglos. Incluso siento una extraña satisfacción frente a sus
agravios, muy semejantes a las «pataletas de Pinina». (Miro a Medo
desconcertado). ¿Ves, no sabes quién fue Pinina? Sin embargo, puedo apostar que el 21 de
septiembre, regalarás un ramo de flores amarillas haciéndole honor a
Floricienta. Algo parecido ocurre con la literatura. Los referentes, los
referentes… En su segunda etapa Transtierros, a través de Dolce Still
Mostro, dio a conocer una nutrida nómina de nuevos autores que, con el
correr del tiempo, su logro más grande fue haber podido integrar dicha nómina.
En esta nueva etapa me entusiasma el flujo intergeneracional que,
espontáneamente compartimos con Tania y Rey. Los tres venimos de «escuelas»
diferentes: Tania es (y no) de formación «goliana», para mí Tania está más
allá; Reynaldo orilló el neobarroso pero, más que como doctrina, esto fue
originado por su amistad con Perlongher —hay mucha confusión con este punto,
para mí Rey no es un «oso», si hablamos de barros, sino que sus textualidades
son músicas derivadas con un sonido propio y particular que lo distingue de los
epígonos y por último, yo, que en la última década me he acercado, y cultivado
una escritura que puede tener tanto de los barrocos —quítame el neo, me quedo
con el Siglo de Oro —como de los L=A=N=G=U=A=G=E Poetry y también de los
postulados teóricos de Veronica Forrest-Thomson o de Marjorie Perloff. Somos
diferentes. Coincidimos en abogar por una poética crítica, arriesgada y
reflexiva, que rompa el molde de la tradición asumiendo la escritura como
ficción, artificio, investigación y crítica radical.
Ahora, con respecto a Malincuor el libro en sí, como explicó Diego L. García, es una syntesis. Aunque el lector fije su atención en las expresiones dichas en otro idioma (porque no sabe Leer), es un libro claro, sentimental, autobiográfico y confesional —claro, esto en mis propios términos.
«Estoy ahí» en la medida que fui capaz de transformar el tiempo en espacio —desde las ventanas de un tren que no existe, o tal vez sí. No es autoficción, es una obra abierta—en los términos de Hejinian—en los que se activó esa alarma de la memoria que es el recuerdo. Es un libro sobre el paso del tiempo y sobre todos los Medo que alguna vez fueron para, contra todo pronóstico, alcanzar el presente. Y es mi presente en la escritura. Un presente que, en algún momento pensé que también debía comenzar a conjugarse en pasado pero que, contrariamente a lo que pensaba, me abrió a un tiempo futuro. En una oportunidad dije que era la «última pieza», la que me faltaba para concluir un puzle. Por lo tanto, fue el que me abrió las puertas para pensar en ensamblar otros, siendo consciente que, felizmente, «soy de otra época», una en la que resultaba impensable a idea de un «poeta profesional» o un «productor de contenidos». Finalmente, y lo dije el día de la presentación, yo no soy —ni quiero ser un escritor profesional— como dijo Piglia, vestido de Renzi, «solo soy el hombre que escribe». El libro es para mí importante, he dicho «para mí», ojalá que también para ¿mí escritura? en la medida que significó mi reconciliación con la cultura balcánica. Croacia siempre estuvo dormida en mi constitución cultural, no en la fenotípica —esa no se puede ocultar— y para los peruanos ésa determina tu forma de estar en ese país. Algo de esto lo comprendí conversando con Ena —a quien conocí en Sarajevo— o con Johana. Un encuentro muy loco en el cual una arequipeña, Johana es arequipeña, me daba las pistas para comprender «mi» cultura, una que en el mundo hispánico es incomprendida o estereotipada conforme la intensidad de tu «blanquitud», la cual termina por constituirse en un tema ideológico.
Comentabas que el
tren que recorre Malincuor es una metáfora a través de la cual
el tiempo se convierte en espacio —en ese espacio específico— pero, por el
planteo de su estructura, puede que me equivoque— Malincuor tiene
también algo de plataforma, una en la cual el lector pasa a ser un prosumidor…
—¿Por las interferencias? —deduzco que Medo se refiere a las intromisiones que
intervienen el libro desde «afuera», asiento. Las interferencias responden a la
lógica de las redes sociales, «cortan», «desnaturalizan» el orden prestablecido
para el desarrollo del discurso y reflejan, no dejan de reflejar la falta de
conciencia ciudadana que hay en este país. ¿Tú me hablas, me puedes hablar del respeto por el Otro si su perro te caga el jardín 3 o 4 veces
al día?, ¿vamos a hablar sobre la democracia si la Junta de Vecinos decide
anular las elecciones de la junta directiva?
La voz, las voces de «afuera» son aquellas en las que se dice la verdad. No hay
mediación autoral. Y, al mismo tiempo, esas voces, y las apariciones de algunos
nombres propios, conforme transcurre el libro, son también un homenaje a mis
querencias. Róger Santiváñez decía bien que todo esto, en su conjunto, es un «ajuste de
cuentas» y, en ese ajuste, diremos, me hago consciente de cuál es mi situación
como poeta en el Perú. No escribo ni para las mayorías legitimadas ni para las
minorías postergadas, escribo para encontrar mi lugar, el cual proviene de
otras culturas con las que estoy en profunda sintonía, aunque hayan venido de
ultramar.
Durante años he debido escuchar que «no soy tan peruano como tú», que «no soy
tan progre como ella» y frases de ese calibre y esto se debe —me lo explicaba
un amigo muy, muy querido de Patria Roja— que Sendero Luminoso instaló en el
imaginario ese componente racial, y le creyeron. ¿Vladimir Herrera es más peruano que yo por el hecho de morar en Cuzco? Tal
vez. Pero también es más hispano por la forma en la que despliega su poesía.
El Perú es una suma de relatividades mal interpretadas por la mediación de los
estereotipos. Con los años me he ido despojando de ellos mientras mis
contemporáneos parecen aferrarse a ellos con un furor desmedido con el único
propósito de afirmar su identidad. Yo no estoy obligado a territorializarla. Cuando digo, lo he dicho, que soy un cualsea es porque lo soy, mi pertenencia
más legítima está en mi propia historia. ¿Esto me convierte en qué? En nada. no, sólo expresa lo que soy.
En una línea de Malincuor escribes: en esta línea
murió mi madre. ¿Por qué?
—Porque murió pues. Con la muerte no se juega, con la poesía, a veces, con
el dolor jamás. ¿Por qué no expresarlos, por qué no testimoniar sin metáforas,
como decía mi amiga Tamara Kamenszain?, ¿Por qué no es «bonito»?, y si no es
«bonito», ¿no es poético?, ¿es que nos seguimos tragando el cuento de la poesía
como la búsqueda de la belleza? Entonces sería mejor leyendo a Eguren. Hay que escribir el presente, y como lo dicho reiteradamente «para que la
historia exista» y eso, querida, no existe en los predios de la estética. Sí de
la ética, sí de la política y, por cierto, lejos del panfleto, otra forma mal
asumida de los cuentos de hadas.
Otro aspecto que veo en Malincuor es la abundancia
de referencias y referentes.
—¿Qué es la historia sino un referido? Otra cosa es que la ignores, y que los
que se autodenominan poetas lo hagan de una manera similar por el temor de no
ser «originales». La originalidad es el ángulo que elijes para expresarte y
este no tendría ninguna validez si lo que faltan son las referencias para
conocer desde qué ángulos anteriormente se pudo expresar algo. En fin, cosas de
poetas….



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