martes, 14 de octubre de 2025

DIEGO L. GARCÍA. MOVERSE EN LA INMOVILIDAD: ACERCA DE CAMPOS DE FRUTILLAS Y OTROS ENSAYOS DE FABIÁN CASAS

 


El poeta norteamericano Boy Fracassa, contemporáneo de los beatniks, en algún momento viajó a Brasil para alejarse del ruido de la ciudad. Allí escribió, excediendo los límites de sus propios poemas: “inspirar hacia dentro del mundo, expirar nuestra presencia en el mundo”. Ese movimiento, derivado de The Four Quartets de Eliot (“The stillness, as a Chinese jar still. Moves perpetually in its stillness”) es también el movimiento de los ensayos que Fabián Casas nos presenta en este libro.

Si bien la cita de Eliot la utiliza Casas en el hermoso ensayo final, “Campos de frutillas por siempre”, para hablar de su manera de encarar las clases del taller que coordina, refleja una imagen cabal de todo el libro y su estructura orgánica. El movimiento estruendoso, grandilocuente, que suele agitar el ánimo de muchas y muchos literatos queda acá fuera de línea (como ese alumno al que era mejor felicitar por teléfono por su genialidad que soportar sus comentarios); la prosa de estos ensayos es genuina, sin espasmos, y por ello puede deslizarse con la suavidad de lo se tiene bajo control. ¿Y de qué otra cosa puede uno disponer más que de la experiencia? El resto de lo vital, las palabras por ejemplo, está más allá de lo aprehensible.

La primera nota que volqué en mi cuaderno ni bien cerré el libro decía: Pienso en esas películas de kung fu: el maestro shaolín te da un golpe imprevisto mientras barrés las hojas del templo. ¿Será que el aturdimiento es una forma de claridad? Y ya cuando volvés, ese patio pequeño e infinito es parte de vos. La lectura es un sueño dentro de un sueño. En este libro sueñan adolescentes en disquerías, papás conduciendo en largos viajes, histriónicas empleadas de videoclubs, pibes de Boedo que navegan con el Corto Maltés, hombres mosca enamorados, forenses de videoclips y otra gente que sabe reír. ¿Qué más pedirles a las palabras?

Lo que pensé ahí sobre la lectura tiene que ver con mi experiencia, o mejor dicho con dos experiencias que se entrecruzan: la posibilidad de crear (tal como la descubre el niño Fabián que escribe su propia versión barrial de El Principito, exaltando ya la potencia del “método fallido”) es una de las claves del lector gozoso. Y de esa manera, uno encuentra en los textos de Casas la libertad de escuchar un disco de Neil Young junto con uno de Julio Iglesias, de imaginar conversaciones entre Mark Fisher, Charly García y Lucas Martí, de asistir al backstage de un videoclip de Babasónicos… o de seguir barriendo las hojas del templo. La riqueza de esta experiencia radica en que todas las opciones son posibles a un mismo tiempo, ¡y cómo dejarlas pasar!

No resumiré el asunto de cada ensayo. De hecho, algo de lo que más se disfruta es ir descubriendo hacia dónde van las tramas, poco presumibles, a medida que se desenrolla el paño. Quien se interne en estos campos lennonianos tendrá garantizado un puñado generoso de pasajes bellísimos, muchos discos para repasar o conocer y muchos libros para ir a explorar (de esos que no importa si ya leíste, porque son siempre nuevos: Williams, Artaud, Pratt).

Para concluir, debo señalar que, si bien hay elementos de autobiografía, de diario de época y de programa filosófico, resulta un libro en absoluto presente. Algo muchas veces dicho pero no siempre tan ajustado. El método fallido lo asegura. El asombro y el disfrute surgirán del mismo lector, como esa respiración que se vuelve presencia cuando lo sutil sacude la obviedad.

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