perspectiva
de ave en vuelo
Clavados en tierra, difícil es tener fe más
allá de los humanos
hombros,
sobre los que nuestras cabezas crean
entelequias
como madre o padre, sin abstracción, como
generosidad o
solidaridad,
sin concreción, y una multitud más de palabras
que confundimos
con aquello que en nosotros respira para creer
en fantasmas.
Desde las alturas, es clara nuestra prosaica materialidad de polvo,
nuestra única fe en lo visible, aunque nos
engañemos con Dios
y toda la familia de metáforas con las que
hacemos
oraciones y parábolas para ocultar, con
nombres falsos,
el silencio de las cosas, su naturaleza real sin nombres.
Las aves son libres de la misión de entender el mundo,
pero, contemplado desde la altura de su viaje
alrededor del globo,
el hombre no es más que otra partícula del
viento,
y es esa su plena tristeza: nada de especial
esconde su materia
que, aunque suena, no podrá migrar jamás a
certeros meridianos.
lo inmenso
es consuelo
El inalcanzable final del mar: perspectiva de
mirada
sin consuelo y de cuerpo que, con manos
vacías,
anuncia el abismo de inúmeros desconocidos,
enredados en el propio aire que llena tu
horizonte.
Nada de fraternal posibilidad de nube
cuando la lluvia humedece tus dedos
y eres incapaz de conmoverte por los muchos
suicidas
que se arrojan siempre de espaldas a los seres
celestiales.
Situados en los umbrales, pero a
puerta cerrada,
como si esperaran la aparatosa caída del cielo
por el peso de la luna o las estrellas,
se les hace un nudo en la garganta y se
vuelven fantasmas.
Quieren que las aves como los hombres
contemplen el mar y se entristezcan de anhelar
el firmamento,
pero lo dicho es cruel y natural pleonasmo:
cualquier ser que vuele es penoso abatimiento
de la luz.
Puede mirarnos con vida desde el
cielo.
acróbatas
Me equivoqué con la metáfora,
pero jugando con palabras me prendí de ti:
o bien demasiado literal, o bien demasiado
exagerado.
Dos acróbatas son un trozo de quietud
entregado al reposo del tiempo, pero el tiempo
son dos pájaros devorando con avidez la luna.
Con cada palabra que pronuncio
descascaro un poco más la gran farsa con que
escondo
no la inmensidad sino lo insignificante de mi vergüenza.
Una espiral de voz golpea mi rostro,
se hace tierra en mis zapatos,
me exige terminar estas líneas, prosaicamente
y con mesura.
Luego, todo comienza a hacer de nuevo agua,
pero si algo hace agua, la realidad es tan
retórica
como la poesía, es decir, la prosa es poética.
Poesía, verdad profunda más allá de los
umbrales,
conocimiento iniciático del médium,
materialidad puramente musical del lenguaje…
Solo podría enamorarme de ti o de cualquiera,
sin rastro de metáfora, si la realidad fuera
poesía
y la prosa, tan solo, una figura retórica que
desarmara el silencio
para poblarlo de trapecios vacíos
apuntes
sobre el huerto de mi padre
Tu vida, un montón de palabras, salidas de tu
propia boca.
Pretendías que el cielo te pagara tus
recuerdos,
pero la inmensidad celeste no se deja penetrar
por ninguna incoherencia.
Ya tus flores hace mucho que han muerto, y aún
no sé decirte padre.
El huerto ya no existe: no fue de nadie, menos
de nosotros.
Soy la hormiga que tiró el inmenso pacay que
nos hacía sombra,
tu árbol favorito, el que te hacía soñar
corriendo en la montaña.
Fue la única manera de encender el cielo y
olvidarte.
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